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Todo lo que nos separa

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Blurb

Leia y Martin se conocen desde los 10 años, ambos son de mundos diferentes, ella viene de una familia acostumbrada a los lujos, a estar rodeada de amor, amigos, familia. Él... todo lo contrario, a los 10 años Martin tuvo que hacerse cargo de su madre enferma de cáncer, sin poder ir a la escuela o tener cosas como ropa y comida, Leia aparece en su vida como un ángel caído del cielo para demostrarle y enseñarle que tenía muchísimo por aprender de la vida. Se hicieron mejores amigos al poco tiempo de conocerse, pero las cosas cambian cuando Leia empieza a sentir cosas que antes no sentía, hasta que una noche le confiesa a su mejor amigo sus verdaderos sentimientos, al no obtener la respuesta que ella esperaba decide marcharse sin despedirse, desaparece por 4 años. Pero, ya es hora de volver a casa y enfrentar el pasado, intentar tener la relación que siempre ha querido con su mejor amigo, aunque a su regreso descubre que no todo esta tan bien con su familia como ellos le hacían creer.

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Capítulo 1
Leia —Por Leia, la mejor periodista de esta generación —escondí mi rostro entre las manos. Mi rostro seguramente enrojecido por la vergüenza, no sabía cómo comportarme cuando era el centro de atención de un grupo de personas que no fueran mi familia. —No digas eso, por favor —sentí unos brazos rodearme por los hombros, sabía quién era exactamente, reconocia su cercanía. —Eres la mejor, cariño.—Sebas me dio un corto beso en la sien y con cariño me quito las manos de mi rostro. —No ha sido para tanto.—Lo miré a los ojos por unos segundos, le brillaban los ojos, podía pensar que era por lo que sentía por mí, pero creo que el alcohol tenía más influencia. —¿Qué no ha sido para tanto? —Mis amigos me estaban celebrando que uno de mis artículos lo publicaron en primera plana en uno de los periódicos más importantes de España y agregaron mi despedida. —No, además ¿alguien lee el periódico todavía? —Sebas me atrajo a sus brazos y me abrazó de una forma tan delicada, esa noche estaba tan cariñoso. —Muchas personas leen el periódico todavía. ¿Viste el contador de tu web? —No es solo mía, es de todos —me besó en la mejilla antes de soltarme, vi a mis amigos chocar sus copas en mi nombre otra vez. No creía que toda aquella celebración fuera en mi honor. Era solo un artículo de los cientos que había escrito en los últimos cuatro años. Sentía que no había nada por lo que celebrar; más bien, esperaba trabajar aún más para seguir adelante. —Ven un momento —Sebas volvió a tomar mi mano y me sacó del salón. Cerró la puerta con llave y se giró despacio, tomando mi rostro entre sus manos. Tenía las pupilas algo dilatadas, así que imaginé que estaría algo ebrio. Yo tenía razón, no era brillo por afecto, era el alcohol haciendo de las suyas. —¿Sabes que te quiero? —asentí, intentando no reírme, tenía las mejillas sonrojadas. —Sí, lo sé. —Ya llevamos dos años saliendo y es hora de formalizar esta relación. —Sebas… —envolví mis manos alrededor de su muñeca—, estás ebrio y no quiero mantener esta conversación contigo en ese estado. —Pero te irás en unas horas y quiero que sepas que voy a esperarte —me dio un beso en los labios, un beso profundo que me dejó sin aliento de inmediato—. Por eso quería darte esto —me soltó el rostro y metió la mano derecha en el bolsillo delantero de sus jeans. —¿Qué es? —me mostró unas llaves. —Son las llaves de un piso que acabo de alquilar para los dos, para que cuando vuelvas nos mudemos juntos —me quedé mirando las llaves sin saber qué decir. Él las puso en mi mano derecha—. Llévatelas y piensa en nosotros este tiempo —asentí y me lancé a abrazarlo, porque no sabía qué otra cosa hacer. Muy dentro de mí, no quería decirle la verdad de que eso no iba a pasar y no deseaba romperle el corazón esta noche.—¿Podemos quedarnos aquí un rato más? quiero pasar más tiempo a solas contigo. … Me coloqué las gafas para protegerme del sol, sonreí al verlo de pie con un cartel que ponía: "Princesa Leia, su carruaje espera por usted". Me quité los audífonos antes de lanzarme a sus brazos; mi papá me atrapó a tiempo, dándome vueltas. Dejé caer la mochila al suelo para poder abrazarlo mejor. Hacía cuatro años que no veía a mi familia, y los extrañaba como loca. La emoción me inundó y las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, mientras lo abrazaba con fuerza. Había vuelto a casa, donde pertenecía. Sé que para todos no era igual, que el que tus padres no estén juntos era doloroso, pero en mi caso, fue todo lo contrario, porque de esa separación llegaron a mi vida dos personas a las cuales consideraba padres también, y una de ellas me sostenía en estos momentos. Tener a Daniel como padre fue una de las mejores cosas que la vida pudo darme, porque siempre fue paciente y amable conmigo, me malcriaba cuando era necesario, pero en las ocasiones que me ponía rebelde, sacaba sus cartas. Pero lo mejor de todo, era la relación que teníamos, porque se convirtió en mi amigo, en alguien en quien confiar y acudir siempre que lo necesitara. Como en estos momentos. —No es justo —dijo, me alejó para verme mejor. —Te fuiste como una niña y mira cómo regresaste, toda una mujer, tus padres van a morir cuando te vean. —Lo sé. —Estás hermosa, mi niña —me volvió a abrazar y me dio un beso en la frente—. Vamos, ¿es todo el equipaje que tienes? —Sí.— me limpié el rostro antes de colocarme las gafas sobre los ojos nuevamente. —¡Qué poco!— fingió indignarse. —Solo es por el verano. —Ya veremos —tomó mi mochila del piso y mi maleta. Lo seguí al auto mientras escribía un mensaje conjunto para mis amigos de España, reportando que llegué, junto con una foto del paisaje. De camino, bajé la ventanilla y dejé que la brisa me golpeara el rostro. —Extrañaba demasiado este clima —entre la cabeza en el auto. Daniel se estaba riendo de mí. —¿No le dijiste nada a mis padres? —No, era un secreto. Nunca te traicionaría así —le mostré todos mis dientes con una enorme sonrisa. —Eres el mejor —le grité y volví a dejar la cabeza apoyada en la ventanilla para que el aire me rozara el rostro. —¿Paramos por un helado? —Eso no se pregunta —lo vi detenerse en una heladería y lo esperé en el coche, respondí algunos mensajes que me habían llegado, de conocidos felicitándome por el artículo, profesores de la universidad, colegas con los que colaboraba para mi sitio web. Me emocioné cuando papá volvió a aparecer en mi vista con un enorme helado de yogur. —Te lo pedí como siempre —me acerqué a él y le di un beso en la mejilla. —Gracias, gracias —desde niña pedía el mismo helado; mango, fruta del bosque y coco. En ese mismo orden, era toda una experiencia. Me lo terminé antes de que él detuviera el coche en la entrada de la casa. Sentí otra clase de emoción en mi pecho, parecía que fue hace una vida que vi aquella entrada. Mamá había redecorado, las flores del jardín eran diferentes y la casa tenía ventanas nuevas. Después que nació mi hermano Dan, mis padres decidieron comprar una casa más grande, aunque todavía conservamos en la que viví mis primeros años de vida. Esa casa por derecho era mía, estaba a mi nombre y todo, esperando por mí. Salí del coche antes de que Daniel apagará el motor y no me preocupé por desmontar mi equipaje, me moría por un abrazo de mi madre, soñaba con eso todos los días, la puerta estaba sin seguro por lo que la abrí, el olor a carne asada me azotó en la cara y sonreí, sus voces me llegaron desde el patio. Corrí en esa dirección y me quedé en la puerta viendo a mi familia, mis hermanos estaban mostrándose cosas en sus celulares, mamá estaba sentada junto a mi otra madre, y papá estaba de espaldas poniendo la carne en la parrilla, era como si el tiempo no hubiera pasado, como si los cuatro años que estuve fuera se desvanecieran en ese instante. Recordé nuestras comidas de los domingos, solo que faltaban algunos, algunos familiares que ya no estaban. Lucas fue el primero en notar mi presencia, se quedó con la boca abierta al verme, la última vez que lo vi, era tan solo un niño. —Hermana —llegó a articular, aunque nadie lo escuchó. Sentí las manos de Daniel sobre mis hombros. —Ya volví y traje sorpresas —todos miraron en nuestra dirección. Les sonreí, porque de lo contrario me pondría a llorar. —Leia —mamá se puso en pie tan rápido como pudo y corrió a abrazarme, me adelanté para acortar la distancia y dejé escapar las lágrimas cuando sus brazos me rodearon. —Mi niña —me susurró, se alejó para mirarme de los pies a la cabeza—. Mírate —he cierto que había cambiado, me sometí a varios procesos médicos para poder adelgazar, aun así, seguía teniendo más peso del que quisiera, mis senos y muslos eran demasiado grandes, ni hablar de lo grande que era mi trasero. Mi cabello era más largo y casi rubio, ahora vestía más elegante, como mi madre, me maquillaba y casi siempre llevaba los labios pintados de rosa. —¡Ah, mamá! —ella me limpió las lágrimas que mojaban mis mejillas. —Me estás haciendo llorar —a duras penas me soltó, para que mis dos hermanos pudieran abrazarme a la vez, estaban tan altos y guapos, fuertes. Ya no quedaba nada de los niños que hacían todo para que yo les prestara atención. Luego fue el turno de Remy, mi otra dulce madre, con ella también tenía una relación cercana, amorosa, ella siempre fue buena conmigo, tratándome como si fuera su hija y yo la consideraba mi madre. Por último, le tocó a mi padre, mi hermoso rey. —Papá —susurré, antes de que nos fundiéramos en un fuerte abrazo. —Mi pequeña princesa —me besó en la frente repetidas veces, antes de dejarme ir. Le acaricié el rostro. —¡Oh, papá! —volví a abrazarlo. La relación que habíamos construido a lo largo de los años era tan sólida y hermosa. Nunca se molestaba ni se sentía celoso porque yo le dijera papá a Daniel, o por el tiempo que le dedicaba a él. —Te extrañé muchísimo. —Yo también. Se sentía demasiado bien estar entre mi familia, con mis dos hermanos ametrallándome de preguntas de cómo era la vida allá, de si iba a fiestas, dónde había dejado a mi novio, si tenía amigas lindas. Me dejé caer en el sofá de la terraza después de aguantar sus preguntas por casi una hora, entre mis dos padres, necesitaba de sus caricias que me faltaron todo este tiempo. Subí los pies sobre el regazo de Daniel y apoyé la cabeza sobre el hombro de mi padre biológico, quien me apartó el cabello de la cara y me besó en la frente, mis hermanos me siguieron hasta allí y continuaron haciéndome preguntas. —¿Podemos quedarnos despiertos hasta tarde? —Sí, hermanito. Me costará dormir con el horario que traigo —cerré los ojos, dejándome llevar por las caricias de mis padres. —Déjenla descansar por esta noche —sonreí, quería quedarme aquí para siempre. —Pero papá —se quejó Dan. —Ha estado fuera por cuatro años, es justo que nos dé una noche —terminó Lucas. —Y estaré todo el verano con ustedes —no abrí los ojos para hablar. —Lo siento, mis amores —escuché la voz de mamá—, pero esta noche es solo mía. —Pero mamá —se volvió a quejar Dan. —Nada de mamá —dijo, imitando su voz, cosa que me hizo reír—. Tengo preferencia. —A eso no se le discute —dijo papá Arturo. —Vamos, cariño —le di un beso a papá y otro a Daniel antes de ponerme de pie y tomar la mano de mi madre. —Qué felicidad de que estés en casa —nos abrazamos por el camino y nos metimos en mi habitación, donde parecía que el tiempo se detuvo. Miré las fotos instantáneas que colgaban en la pared y aparté la vista de inmediato, no podía pensar en él. Todavía no. Mamá se sentó en mi cama para abrir mi maleta y comenzar a sacar cosas de ella. —Quiero que me cuentes todo, háblame de ese chico —sonreí, nuestra mayor cualidad, lo que mantenía esta relación tan unida, era la confianza que nos teníamos, que, aparte de mi madre, era mi mejor amiga. —Sebas es genial, alquiló un piso y me invitó a vivir con él —me encogí de hombros. —¿En serio? Deberíamos hablar de eso, a tus padres no les hará mucha gracia que te vayas a vivir con un chico que no conocemos. —Ay—me dejé caer en la cama. —Es la cruz de tener dos padres. —Lo sé. —ella empezó a organizar mi ropa en el closet, yo me dediqué a estar tirada en la cama, mirando las estrellas fosforescentes que él colgó la noche que se escabulló en mi habitación. —Siguen aquí —susurré para referirme a ellas. —¿Las estrellas?—ella me imito, recostandose a mi lado. —Sí. Pensaba que no iban a resistir. —No lo hicieron, pero tus hermanos volvieron a ponerlas, estaban destrozados al verlas caerse —mis niños, mi mirada se empañó por las lágrimas. —Hubiera preferido que no lo hicieran, ahora tendré que verlas y pensar en él —mamá era la única que sabía la razón de mi huida, la única a la que le llegue a contar, la única que también sabía que me había hecho operaciones para bajar de peso, pues ella viajó hasta España para cuidarme y pagar los tratamientos. —¿No se han vuelto a hablar? —Ni una sola vez. —Sigue viviendo en la casa de tus bisabuelos para que Helena no esté sola, tendrás que verlo los días que estés allá —apreté los ojos e intenté no pensar en eso, en el dolor y la humillación. —No quiero verlo, porque no sé qué haré cuando lo vea, o qué sentiré. —Cariño.— ella suspiro. —¿Y si lo sigo queriendo? Me aterra eso, no saber que pasara cuando tengo que tomar una decisión tan importante respecto a Sebas. —Cariño, todo irá bien, estás con Sebas ahora, tú misma lo has dicho. —Lo sé, pero no creo que lo quiera lo suficiente, para seguir con esa relación, para mudarme con él. Eso es lo que me tiene tan confundida, que en un principio solo quería olvidarlo a él y todo lo que representaba para mí. —Tendrás tres meses para descubrir qué es lo que quieres.

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