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Destinada Al Príncipe Alfa

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Caelia es la próxima líder del clan de los lobos rojos, ella se esconde haciéndose pasar por hombre (Adonis) y así poder aprender técnicas de batalla que en un futuro podrían ayudar a su clan, pero durante su estadía en las montañas del norte, termina sintiendo extraños sentimientos por su maestro, a quien no puede revelarle su secreto debido a que se desata la guerra para romper la barrera entre el mundo humano y los eternos.

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Capítulo 1. El encuentro
En el reino de los eternos se conocía qué había un guerrero invencible, que ni el mismo rey se atrevía a confrontar no solo por miedo a ser humillado, sino también a ser derrotado. El nombre de este guerrero era Eroth. Se decía que había nacido entre la cenizas y el fuego de la guerra, y quizás aquel rumor era real. Sus padres habían peleado en la antigua guerra y de esa masacre él había surgido, no del amor sino del odio a los humanos. Eroth era incluso mayor que el mismo rey por más de trecientos años, tiempo en que él también participó de la batalla y se ganó aquel titulo entre los qué llegaron a conocerlo y a escuchar de sus historias de lucha. Habían transcurrido quinientos años de aquella terrible guerra y aun así, seguía manteniendo aquella reputación entre los eternos; sin embargo, Eroth había cambiado con el pasar del tiempo. Se había aislado en las montañas del norte, en donde el mismo rey le había otorgado esos dominios como recompensa por su servicio y también para evitar todo tipo de confrontación entre ambos,era su ofrenda de paz. En su aislamiento, Eroth se había vuelto un erudito qué al evitar por completo el combate y la furia, había plasmado todos sus conocimientos en libros que el mismo había escrito y de alguna manera llegaron a la montaña, jóvenes deseosos de ser igual o incluso más poderosos qué él. Eroth comenzó a recibir discipulos, pequeños cachorros qué tenían sueños de grandeza y poder, pero que nada conocían del auto control y la serenidad del alma. Con el pasar del tiempo, Eroth fue entrenando más y más hombres que aprendian a controlar el poder qué la luna le había ofrecido a él y así, cierto día, la tranquilidad de su montaña fue interrumpida por la luz de la luna. Hacia mucho tiempo que no mostraba su fulgor desde la llegada del último discípulo. Eroth estaba en el jardín de su palacio observando la luz clara de la luna, se podía escuchar una risa femenina en el aire, aunque bien podía ser el jarrón de jugo de uva fermentado qué había tomado horas atrás, pero en esa ocasión trataba de anunciarle qué algo o mejor dicho que alguien se aproximaba. —¿Quién?—cuestionó Eroth en voz alta, aunque sabia que la luna nunca respondía ninguna de sus preguntas, ella simplemente se quedaba quieta en el firmamento, pero había ciertos indicios y también ciertas señales qué Eroth sabia interpretar bien para escuchar la voz de la luna. Frente a él se encontraba una fuente donde se podía ver el reflejo de la luna y al mirarla fijamente, Eroth descubrió qué en el interior del agua había algo, un arma o al menos así solía suceder cuando un nuevo discípulo llegaba a la montaña. La luna siempre les otrogaba espadas y también armaduras, dependiendo de su personalidad y carácter, pero en esa ocasión lo que se materializo en el interior del agua no fue nada de eso, sino que al meter la mano en el agua saco un abanico. —¿Qué significa esto?—le pregunto a la luna elevando la vista hacia el cielo nocturno, pero como siempre la luna se quedo en silencio. Dudoso y desconcertado, se dio media vuelta llevando consigo aquel extraño objeto qué era más que obvio era para uso femenino, no obstante, él no aceptaba mujeres en su montaña, precisamente para evitar la desconcentracion qué sus discípulos podían sufrir por causa de una mujer. Al pie de la montaña, se encontraba dos eternos poco importantes o al menos así debían lucir para evitar las miradas curiosas de algunos metiches, puesto que los únicos que visitaban al eterno de las montañas del norte, era jóvenes eternos plebeyos qué no pasaban más de los 100 años de edad. —No puedes pasar luciendo de esa forma—dijo una voz masculina. Se trataba de un lobo milenario al qué todo el mundo lo conocía como el curandero, un antiguo lobo qué había participado de la guerra antigua, pero sin necesidad de matar a nadie. Él se había mantenido neutral en la batalla, curando a los heridos, pero aun así, todo eterno le tenia bastante respeto. —¿De qué hablas?—pregunto la joven qué iba con él. Se trataba de la hija del líder del clan de los lobos rojos, un clan igual de poderoso qué la misma familia real—¿Que tiene de malo lo que llevo puesto? Se miro la ropa, llevaba puesto un vestido azul, su color favorito y por supuesto, varias flores en su cabello largo y sedoso, ella era muy femenina. —El señor de la montaña, no acepta mujeres como discípulas—le advirtió y ella enseguida frunció el ceño. —Pero tu dijiste... El hombre de cabello largo y algo escuálido, extendió la mano hacia ella, en su palma llevaba un tatuaje, un hechizo cambia formas qué durante la guerra le había servido para hacerse pasar por humano, para descubrir sus secretos, el como es que a pesar de su corta existencia, habían logrado acabar con varios de los suyos sin ningún tipo de magia. Cuando paso su mano por encima de ella, su ropa, su peinado y también la forma de su rostro cambio. Se veía como un hombre. —¿¡Qué le hiciste a mi ropa!?—cuestiono ella bastante alarmada, ya qué había escuchado de la magia del curandero, pero nunca antes la había visto funcionar, ni siquiera en el bosque de durazno donde él dolía vivir alejado de los problemas entre clanes y manadas. —Esto servirá para los otros discípulos, pero dudo mucho que sirva para el señor de las montañas—bromeó entrando por el gran arco qué conducía hacia el camino hacia la cima de la montaña, un camino que el mismo Eroth había diseñado para alejar a los más débiles y de alma frágil. —Entonces no le veo el caso de seguir adelante—se quejo la pequeña heredera de su clan, mientras caminaba por el sendero qué poco a poco comenzaba a a inclinarse más y más. —Tu padre pronto se jubilara y tu tendrás que ocupar su lugar como líder de la manada. Sabes bien que el clan de los lobos rojos son igual de poderosos qué la familia real y si el rey ve debilidad en ti, no dudará en acabar con ustedes gracias a tu debilidad, necesitas entrenar y que mejor que el señor de la montaña para lograrlo. —Odio el esfuerzo físico—protesto la joven de cabello rojizo, el cual había desaparecido gracias a la magia del curandero, ya qué el cabello rojo era propio de aquella manada y si alguien llegaba a saber que había un m*****o de ese clan entrenando con el mismo señor de la montaña, seguramente habría muchos problemas,asi que era mejor ocultar su verdadera identidad. —Recuerda, eres un pequeño lobo huérfano qué vivía en una cueva de mi bosque, yo te recogí y por eso te he traído con el señor de la montaña, porque no sabes controlar tus instintos—expresó el curandero mientras caminaban entre raíces levantados de los árboles, así como rocas sueltas qué parecían moverse para asustar a los extraños, pero ellos no eran típicos lobos foráneos qué temieran al bosque de la montaña. —¿Crees que se lo crea?—cuestiono Caelia mientras brincaba como una niña pequeña divirtiéndose con las trampas del señor de la montaña. Su padre la había enviado a entrenar porque aunque era una loba poderosa, en realidad, no tenia el más mínimo interés en tomar la responsabilidad qué como hija del líder de la manada, le correspondía y ya que era una loba rebelde, pensó que el único ser capaz de domar su instinto juguetón, era el mismo señor de la montaña y aunque él no lo conocía, tenia una gran amistad con el curandero, así que pensó que él podría hacer algo por su hija. —No lo sé, eso dependerá de la suerte qué tengas el día de hoy—expresó para no ponerla nerviosa. Su magia era poderosa, pero Eroth no era cualquier lobo al qué podía engañar con un pequeño truco de magia; sin embargo, ambos eran amigos desde la antigua guerra y no había nada que Eroth le negara, aunque en realidad, él nunca se había atrevido a aceptar nada de su parte. Ambos escalaron la montaña, tardaron bastantes horas ya qué en ese sitio no podían utilizar su forma lobuna para llegar, ese era el primer reto qué el señor de las montañas del norte le ponía a sus discípulos y a menos que fueran de la familia real, nadie más podia usar magia ahí. Luego de un tiempo, ambos llegaron a la cima. Vanabella, descubrió qué ahí había un palacio tallado en la misma piedra de la montaña, tan magnífico qué ni el mismo palacio del rey alfa podía igualarse, aunque en realidad nunca antes había visto la capital ni mucho menos el palacio del rey, de hecho, era la primera vez que salía del valle de los lobos rojos, pero nunca antes en su vida había visto tanta majestuosidad como esa. —¿Impresionada?—cuestiono el curandero sacudiendose la tierra qué tenía en las manos. —Parece que el señor de la montaña es un lobo muy humilde—bromeó Caelia mientras caminaba hacia una puerta qué estaba custodiada por sirvientes qué vestían trajes amarillos. —Aunque no lo parezca, en realidad lo es—admitió el curandero recordando qué su amigo había aceptado vivir ahí porque no tenía un lugar al que pudiera llamar hogar ya qué sus padres habían muerto en la batalla. Caelia se acerco a la puerta, justo donde otro joven esperaba, este llevaba el cabello largo amarrado, un traje azul muy ostentoso y cuando la vio, simplemente le dirigió una mirada de desprecio. —Da la vuelta ahora mismo—le exigió aquel joven despreciandola al instante y al escucharlo,Caelia creyó qué la magia del curandero había desaparecido y que había descubierto qué ella era una mujer que no podía estar ahí—los qué llegan a ver al señor de la montaña creyendo qué por traer un pariente los aceptará no deberían ser recibidos. Caelia, impresionada y al mismo tiempo aliviada, simplemente lo ignoro, ella no peleaba sin una buena razón y además el chico tenia un buen argumento, ella iba acompañada con la esperanza que el señor de la montaña la aceptará como discípula gracias al curandero qué la acompañaba, pero no tenia más opción ni otra oportunidad más que esa, así que enseguida se giró a ver al curandero, quien solo le dedico una media sonrisa. Antes de que el joven dijera algo más, un discípulo del señor de la montaña finalmente se hizo presente, los observó a los dos y luego fijo su mirada en el curandero, quien muchas veces había visitado a su maestro en la montaña. —Síganme todos—expresó sin hacer distinción alguna puesto que el curandero odiaba qué la gente hiciera alarde de su reputación y como lo conocía, este discípulo no dijo nada llevando a todos al salón principal donde él señor de la montaña los recibiría. El lugar no tenia mucha servidumbre, ya qué los pocos que ahí vivían, solo le servían al señor de la montaña, los demás discípulos tenían tareas que cumplir además de entrenar y estudiar los conocimiento del guerrero lobo invencible. Así que el lugar era entre muchas cosas, oscuro ya qué no tenia muchos ventanales, esto para ahorrar en limpieza de los cortinajes ya qué el palacio era enorme y los discípulos pocos. Había varias antorchas iluminando el sitio, ya qué la eléctricidad era cosa de la capital, ahí donde la magia ni siquiera era permitida, mucho menos lo sería los inventos de los humanos. En el centro del salón, justo donde terminaba la alfombra, estaba una especie de trono qué ocupaba un hombre que no parecía ser el señor de la montaña, la leyenda del guerrero invencible, al menos no para Caelia, quien tenia otro concepto de lo que debía ser una leyenda viviente, no, la persona frente a ella era diferente de lo que había imaginado. El aquel trono se encontraba sentado un hombre de cabello plateado, y ojos azules qué brillaban como perlas en aquella tenue oscuridad. —¿A que han venido?—cuestiono Eroth con voz serena, pero firme y al oírlo, sin duda Caelia, cambio de opinión porqué, aunque no se veía como un terrible guerrero si qué su voz tenia presencia al hablar, era imponente y muy sonora. El joven al lado de Caelia se inclino haciendo una reverencia ante el guerrero más famoso del reino de los eternos, no solo lo admiraba sino que lo idolatraba y soñaba con ser un discípulo suyo a pesar de su humilde origen.

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