Capítulo 2.

1983 Words
—¿Estás bien? El hombre vestido de traje, alto, con piel blanca, barba cuidadosamente afeitada y cabellos rubios cobrizo perfectamente peinados, acariciaba los nudillos de su mano derecha mientras esperaba mi respuesta. Yo solo podía pensar en que ese había sido un impresionante derechazo. Ryan tomaba su quijada con una mueca de dolor aun sin lograr ponerse de pie. Insegura logré contestar que estaba bien, me puse de pie y sin ver atrás entre de nuevo al salón. En el proceso me sentí débil al tiempo que todo parecía ser irreal, apenas pude llegar a una mesa y sentarme. Desde donde estaba podía ver la puerta que daba hacia el jardín, vi a Ryan entrar furioso, empujar a algunas personas e irse del lugar. Respire aliviada lo último que quería era tener que lidiar con él en público y menos después de que las cosas se pusieran tan violentas. —¿Disculpa? —¿Si? —gire a mi lado, era el mismo hombre de antes. Estando más cerca de él note sus intensos ojos azules, resaltaban con la iluminación cálida del lugar. En conjunto era lo que alguien definiría como clásicamente guapo, un hombre guapo al que no conocía ni creía haber visto antes. —¿Esto es tuyo? —me mostró un collar en la palma de su mano, mis dedos acariciaron la piel de mi cuello en donde la joya debía estar, ahí no había nada. —Lo es, gracias —tome el collar rozando su piel ligeramente con mis dedos, era inusualmente rasposa. —Él dijo que era tu novio y que no debí meterme. "¿Mi novio? ¿En serio?" Estaba a punto de reírme. —Él no era mi novio. Durante el silencio incómodo que se formó luego de eso, en mi cabeza comenzaba a rodar la idea de que ahora estaba en deuda con esta persona de la que no sabía nada, lógicamente yo estaba en desventaja, él había visto demasiado. Respire entrecortadamente y mire al fondo, el lugar aún rebosaba de personas. No quería pensar en si eso podía representar un problema, no podía, no ahora mientras sentía la incomodidad y el miedo sacudiendo mis manos en un temblor nervioso. Asustada de las consecuencias solo pude pensar estúpidamente en huir. Di las gracias de nuevo y me retiré con una tonta excusa. Me alejé de él tan rápido como pude, solo quería encontrar a Bianca e irme a casa. Ni siquiera tenía deseos de que Steph me interceptara y comenzara a preguntar qué había ocurrido. Para cuando por fin encontré a mi hermana, ya no soportaba los zapatos y ella tenía la lengua de alguien en su garganta, también estaba segura de que estaba un poco ebria. Por más que quise me fue imposible arrastrarla a casa, esta vez no tenía ni la fuerza ni el estado de ánimo correcto para pelear con ella. Así que le pedí al chófer que la dejara, Bianca llegaría a casa por sus medios. Me arrepentí mientras veía por la ventana del auto, ya era tarde y las calles estaban bastantes vacías. Suspiré, Bianca era mi hermana mayor, pero rara vez actuaba como tal, ya debía estar acostumbrada a ser la voz de la razón para ella. Sin embargo, sólo esta vez hubiera deseado que notará que algo malo había sucedido, que dejara su ligue de una noche y se preocupara por mí. Que fuera ella quien me cuidara y no al revés, aunque fuera por una sola vez. Bufe, tampoco podía culparla, ella tenía sus razones para ser de esa manera. Y yo, yo nunca era capaz de decirle que la necesitaba. Durante el camino de regreso, mi celular sonó en varias ocasiones, mis padres. Le mandé un mensaje a mamá y lo apagué. Poco después estuve de pie en mi habitación, un cuarto amplio con un escritorio de madera oscura, un tocador, una cama con dosel y un armario a juego con el resto de muebles. Todo bien ordenado, incluso las cosas inútiles, pero bonitas que adornaban las repisas en la pared eran cosas caras. Y nada de eso importaba. Alguien había intentado abusar de mí y sin importar que no lo hubiera logrado yo me sentía mal conmigo misma por permitir que la situación llegara tan lejos. Me senté en la orilla de la cama y lancé los zapatos a la esquina de la habitación, tuve un pequeño destello del desconocido de ojos azules, el imbécil de Ryan y mi trasero muerto de miedo. Era mejor olvidarlo todo. Tenía que hacerlo y seguir adelante, esto se acababa hoy por que no dejaría que un idiota como Ryan convirtiera más de mis días en días malos. Al menos podía agradecer que nadie noto el desastre. [...] MÁS DE 2 AÑOS DESPUÉS Los primeros días de marzo no eran espectaculares y menos cuando ya iba tarde para la primera clase del día en la universidad. La licenciada que la impartía le daba lo mismo si yo era o no Dusio, la reina de Inglaterra o un perro que hablaba. Iba a sacar la mierda de mi como me atreviera a llegar tarde y tampoco podía darme el lujo de faltar, la evaluación de hoy era parte de la nota final del semestre. Corrí escaleras abajo con mi bolsa en una mano y acomodando mis tenis, mi familia seguramente ya estaba desayunando, yo solo pasaría a recoger lo que pudiera comer en el camino. —…perdón, en verdad, no quería decepcionarlos Me frene en la entrada del comedor, mi hermana se veía incómoda y apenada por la situación, con los labios entre sus dientes y una apariencia totalmente culpable. Pensé lo peor. Ella estaba embarazada. —No me siento lista y no lo dije antes porque creí que podría cambiar de opinión —continuó ella. “¿Opinión?” —Hija... —dijo mamá, con el rostro contraído en conmoción. —Mamá, cumpliré veinticinco dentro de poco y aun no creo estar lista para manejar mi vida, mucho menos una empresa. Sé que papá se ha esforzado en enseñarme, pero no quiero echar a perder todo el trabajo que ha hecho hasta ahora. Perdón, pero no aceptare el puesto de directora interina, no ahora y probablemente no me sienta lista nunca, es demasiado para mí. Así que eso era. Mire a papá, su cara no decía mucho, en realidad no decía nada. Esto era malo, sin embargo. Él no confiaba en contratar a un extraño para llevar las riendas de su compañía y había estado seguro de que mi hermana daría un paso al frente cuando llegara el momento, sobre todo ahora que le faltaba poco para terminar su maestría. —Entiendo —fue lo único que mi padre dijo. La noticia sí que lo había tomado por sorpresa, a mí también. Di unos pasos más y me acerqué a un bollo relleno. —Buenos días —dije, sin mucho ánimo de ser parte de toda la tensión en la mesa. "Hubiera sido mejor la noticia de un embarazo". Esto cambiaba las cosas. [...] —¿Estas bien? —le pregunte a Bianca esa tarde, yo estaba exhausta, la universidad no era una broma y aun cuando este era mi séptimo semestre, sólo sentía que cada año era peor que el anterior. Estaba sentada en la sala de estar, no había visto su cara hasta que rodee el sillón de cuero y la vi, hubiera pensado que luego de la conversación de esta mañana con mis padres ella estaría estresada y su rostro no tendría la amplia sonrisa que estaba dándome. Al parecer se le había olvidado todo el drama de hoy. —¿Por qué sonríes así? Pareces un poco loca. Borro la mueca de su cara y aparto la vista de su celular solo para clavarme los ojos con irritación. —Voy a hacer como que no dijiste nada —me encogí de hombros—, recuerdas que desde hace algunos meses papá ha querido hacer negociaciones con una distribuidora alemana para exportar alimentos. Asentí. —No ha dejado de hablar al respecto —comenté, sobre todo luego de ir allá personalmente para fundar las bases del trato. —Exacto. —Él estaba impresionado —y yo no sabía que tenía que ver con la sonrisa de loca en su cara—. ¿Por qué hablamos de esto? —Mira —giro su celular y me mostró el perfil de un hombre muy bien parecido y que curiosamente se me hizo familiar. —¿Quién es? —El director general de la empresa distribuidora con la que papá firmará el trato —abrí los ojos muy grande—. Esta para comérselo. —Creí que era alguien mayor —agregué sorprendida, papá tenía en alta estima a ese tipo, incluso había dicho que era un genio de los negocios. Y yo la verdad había imaginado a un señor calvo, con algunos kilos de más y arrugas en el rostro —¿Adivina qué? —se quedó callada. —¿Qué? —Vendrá aquí para ver las instalaciones de la planta de procesamiento, estará de visita por una semana o dos. Fruncí el ceño entendiendo por donde iba mi alocada hermana. —Ya —la vi sonreír con picardía. Ella nunca se tomaba las cosas muy en serio—. Harás tu movida. —¿Por quién me tomas? Es caliente, inteligente y tiene ojos preciosos —dio un suspiro exagerado del que me burle—. Por supuesto que me lanzaré a sus brazos —bromeó. —Eres terrible, ¿vas invitarlo a tu fiesta de cumpleaños? —Claro que sí. Será la cereza de mi pastel. La vi entretenida, esto sería gracioso de ver. Dejamos el tema de lado y continuamos con los preparativos para la fiesta que daría. Aunque ella pronto tendría veinticinco, no podía dejar pasar la oportunidad de hacer todo un evento de su día especial. A veces me parecía que en vez de estar planificando una simple fiesta de cumpleaños ella más bien preparaba una boda, mi hermana se volvía loca con los detalles. En cambio, yo había tenido mi última fiesta a los dieciocho, después de todo yo prefería comer con mi familia, recibir sus regalos y buenos deseos. Era todo lo que necesitaba. [...] Faltaban dos días para la fiesta, era jueves en la tarde y acababa de llegar a casa. Estaba acabada. El lugar estaba vacío, hacía calor y yo no podía soportar un segundo más la ropa que llevaba encima. Me puse unas bermudas que mi hermana aseguraba eran de hombre y me quité todo el maquillaje dejando mi piel color crema respirar por fin. Cambie mi blusa por una camiseta holgada que decía: súper sexy. Puse mis lentes de contacto en su estuche y tomé mis gafas, mis ojos miel siempre lucían irritados tras usar las lentillas. Tome mi cabello ondulado cobrizo y lo sujete en un moño desordenado. Vi mi laptop y supe que tenía que ponerme a trabajar en los proyectos para la otra semana, pero no podía más, así que en su lugar tome un libro de mi escritorio, una novela que había iniciado semanas atrás y que no había logrado terminar aún, baje a la cocina en sandalias por un par de galletas y refresco frío. Una vez terminado el refresco salí camino a mi habitación aún con una galleta en la mano, pase de largo el pasillo que daba al despacho de mi papá y cruce por la sala. Llevaba el libro pegado a la cara, inmersa en la historia. —Qué bueno que estas aquí —me detuve en seco, bajé el libro y juro que de no haberme quedado de piedra hubiera corrido detrás de una pared. Mi papá estaba frente a mí, pero no estaba solo. “Tierra, hazme el favor de tragarme”.
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