Un lugar llamado Bahía del gato Persa

Las olas y el canto de las gaviotas es lo único que suena a la orilla del mar, las nubes cubren parcialmente el sol y una brisa fresca hace bailar las hojas de los árboles de aquel pequeño pueblo pesquero donde todo parece estar bien siempre, las personas aparenta ser todas buenas y no esperas que las tragedias esperen a la vuelta de la esquina. Éste lugar es llamado comúnmente "La Bahía del gato Persa", es una diminuta isla que se encuentra entre las costas de España y Francia, sus casi siempre felices habitantes se dedican a la pesca, el comercio y cualquier otro oficio normal en un pueblo del siglo XIX, practican el cristianismo y los niños son educados en casa y en la iglesia, nada parece estar mal... En una cascada oculta tras algunas plantas tropicales hay un grupo de niños entre los cinco y dieciséis años reunidos cerca de un grupo de tres jovenes que parecen ser el centro de atención. –Tío, cuentanos otra vez como encontraste el amor destinado– dice un niño de aproximadamente ocho años con mucho entusiasmo –Sí, nos gusta mucho esa historia– Insiste una niña de unos trece años –Tiene tanto amor y magia– Otra niña se le acerca a la primera y la atrapa desde atras para molestarla –¡Y besitos~!– dice la segunda niña –¡Ah! ¡No quiero tus besos, Shi!– protesta la primera y comienzan a pelear entre sí Uno de los jóvenes sentados, el de ojos verdes específicamente, se levanta y se acerca a ellas –¡Shi, Hai, dejen de pelar!– las separa cargando a cada una con una de sus manos. –¡Sí! ¡Queremos oír la historia!– Grita un niño de fondo –Bueno, bueno ya, comportense para que podamos empezar– dice el joven de los ojos azules y todos guardan silencio, él comienza a contar y los pequeños escuchan atentamente. "Hace mucho tiempo yo había cumplido quince años, no hubo regalos o felicidad, pues mi amado padre estaba muriendo lentamente, no había modo de ayudarlo en aquel pueblo pequeño en donde ni siquiera sabían de que padecía. Pasó el tiempo más rápido de lo que habría deseado y pronto faltaban sólo tres meses para mi cumpleaños número dieciséis... Una mañana mi padre dijo sentirse mejor y que pronto ya no le dolería más, todos, incluso mis pequeños hermanos, comprendimos que sería su último día" Una mujer de rostro joven y hermoso, ojos café y cabello igualmente castaño y lacio hasta los hombros, lleva un vestido rosa pálido, largo en mangas y falda, está hincada junto a la cama matrimonial y solloza recargada sobre esta. –¡Por favor, no mueras!– implora la mujer a su esposo mientras gruesas lágrimas se deslizan por su rostro –Ya no llores más...– responde débilmente un pálido y delgado hombre de ojos verdes, cabello naranja y rizado y que tiene un bigote igualmente pelirrojo, se encuentra recostado en la cama con un pijama azul acero con rayas blancas verticales. Él acaricia suavemente la mejilla de su amada y ella sólo responde con más llanto mientras sostiene la mano de su esposo, aferrándose a él –No quiero irme y que lo último que vea sea tu hermoso rostro lleno de lágrimas...– tratando de consolarla –¿Querida, puedes...– se interrumpe para toser –...puedes llamar a los niños? Quiero que estemos juntos una última vez– La mujer cumple la petición, asintiendo sin más protesta y dulcemente llama a sus hijitos. Por el marco de la puerta se asoman tres niños; un chico que ronda los quince o dieciséis años, con cabello color arena, rizado como el de su padre y unos grandes y brillantes ojos azules, junto a él hay un par de lindos gemelos, un niño y una niña, ambos de doce años, la niña tiene cabello café, lacio y lo lleva atado en dos coletas con moños rosas, sus ojos son verdes, y usa un precioso vestido blanco hasta la rodilla, con mucho volumen en la falda y moños rosas en ella y el niño es casi idéntico a ella pero su cabello es corto y lleva una camisa blanca de vestir en color blanco, chaleco azul cielo y un pantalón corto gris claro. Los tres tienen los ojos enrojecidos por pasarse llorando todo el día, y miran a su madre esperando a que diga algo más. –Vengan, su padre quiere tenerlos cerca– dice ella con una pequeña sonrisa y limpia sus lágrimas con el dorso de su mano, los tres pequeños se acercan rápidamente hasta donde está su amado padre ya moribundo y se hincan con la madre junto a la cama. El padre de familia llama a su hijo mayor para que se acerque –Cuidarás bien de mamá, ¿Verdad?- pregunta con una pequeña sonrisa, el niño vuelve a llorar, sabiendo que pronto llegará el fin para su padre –Ahora que no estaré, debes cuidarla... A los tres– le limpia las lágrimas suavemente –Pronto te convertirás en el hombre de la casa y sé que lo harás bien– le sonríe y contiene sus lágrimas, acariciando el cabello a su hijo. El niño lo mira unos segundos y después de sorber sus mocos por fin responde –¡Lo haré, padre!– el chiquillo reune todo el valor que puede para no tartamudear en sus palabras –¡Ese es mi muchacho!– su padre con orgullo deja escapar por fin una lágrima y continúa acariciando el cabello del niño, haciéndolo sentir su amor por última vez. –Esperen aquí, mis pequeños– susurra la madre a los dos hermanitos –Debo ir por el Padre antes de que... Suceda- Abraza a ambos, apretándolos con fuerza y sale silenciosamente con rumbo a la iglesia, la niña corre tras ella y la detiene en la puerta –No, mamá, tú quédate con papá, no lo dejes solo- dice la niña con mucha seguridad –Yo iré por él– completa la pequeña y sale de la casa, determinada a ir ella sola hasta la iglesia. La madre acepta la petición de la niña y la deja ir, diciéndole que debe ir con cuidado, el pequeño hermano se queda con su madre, su hermano mayor y su padre hasta que su hermana mayor vuelva. La chiquilla vuelve tras más o menos media hora con el Padre junto a ella, es un hombre joven en sus 30's, va vestido con sotana con detalles rojos y un crucifijo plateado colgando de su cuello, su cabello es rubio muy pálido con hermosos rizos al final de cada mechón, atado castamente en una coleta baja con un listón rojo carmín, sus ojos azul hielo, su piel pálida y sus suaves rasgos faciales forman una armonía junto con su expresión permanentemente triste. –Ya estoy aquí, Madame– dice él respetuosamente a la mujer que aún se encuentra postrada junto a la cama, ella casi de inmediato pide a sus niños que salgan de la habitación y estos obedecen, no sin antes darle cada uno un último abrazo a su padre. Tras un rato de espera lleno de ansiedad y pena la madre sale de la pieza con la cabeza baja y camina lentamente por el pequeño pasillo. –M-mamá...– El chico mayor se acerca a su madre con preocupación –¿Estás b-bien?– La mujer solamente guarda silencio, hasta que se rompe su falsa dureza y comienza a lagrimear y sollozar –Se ha ido...– responde la madre con gran dolor y el chico se acerca a abrazarla y tratar de reconfortarla –Lo sé...- le susurra y continúa abrazándola, después sus hermanitos se unen al abrazo y todos lloran en silencio durante un largo tiempo. "Así comenzó una nueva parte de mi vida, ahora era un hombre y no podía negarme a continuar ese camino... Pasaron dos o tres semanas desde el funeral y para escapar momentáneamente de esa responsabilidad pasaba todas las mañanas sentado en el muelle, sintiendo la brisa en mi rostro, las olas que iban y venían me arrullaban, y dejaba de sentirme tan solo... Después debía ir al trabajo y continuar fingiendo que ya no era un niño y que podía con todo."