Antes de que piensen equivocadamente sobre mí, debo decir que soy y siempre y fui una mujer, fémina o hembra abiertamente moderna.
Con esto quiero decir que a pesar de no cometer locuras sexuales durante mi juventud, tampoco criticaba o juzgaba a quienes lo hacían.
Mi suerte parecía ir en otra dirección. Los amigos, las fiestas, los bailes, los juegos de mesa, las risas sin motivo y los estudios, sobre todo los estudios.
Trataba de esforzarme al 100%, mamá me crió sola porque papá murió de cáncer cuando yo tenía 4 años y la dejó con algunas deudas que tuvo que cancelar ella para no perder lo poco que habían logrado conseguir durante sus 7 años de matrimonio, de manera que no quería defraudarla.
Además de querer ser una hija responsable y agradecida, se me daban muy bien los estudios. Sin mucho esfuerzo lograba buenas notas, contaba con una excelente memoria y una capacidad de hacer amigos asombrosa.
Para lo que no era realmente muy buena, era para lograr conseguir novios, o por lo menos algún enamorado que correspondiera a mis sentimientos.
Mi mejor amiga, Naomi, era más o menos como yo, pero un poco menos divertida, desde la primaria íbamos a la misma escuela y no le había conocido el primer novio. La pasábamos bien juntas, estábamos bien.
Yo me rodeaba de amigos, varios de ellos no muy buenos estudiantes, pero al final del año, como yo, pasaban al siguiente nivel.
Por supuesto que quería vivir una romántica historia de amor. Claro que quería ser esperada a la salida, o brindada en el comedor, o recibir una tarjeta el día de los enamorados, pero eso, año tras año nunca me pasó mientras transcurrieron los años en la escuela. Mucho menos con alguien que me gustara tanto como él.
Fernando y yo entramos al mismo tiempo a estudiar la secundaria. Era imposible no notarlo cuando entró al salón y se sentó. Era rebelde, bromista, inteligente, hermosa sonrisa con dientes pequeños, mirada profunda y pícara, era el sueño de todas y todas querían que fuese su sueño.
A pesar de que todas querían lo mismo, inclusive yo, pocas se atrevían a más que reírse con él y mirarlo cuando pasaba. Fernando iba directo a las presas que como él, llamaban la atención en cuanto aparecían.
Muchachas que nacieron con la suerte de no solamente ser atractivas, si no de utilizar la indiferencia a su favor y conseguir con esto el mayor número de admiradores.
Año tras año lo veía pasarse de una boca a otra. Besarlas mientas las apoyaba a la pared de alguno de los pasillos, mirarlas con la promesa de que al día siguiente seguirían juntos y también las veía a ellas discutir con él y hasta llorar si descubrían que él andaba con otra.
Me preguntaba que hacia afuera cuando no entraba a clases y después me abordaba en el portón con esa sonrisa encantadora.
–Ema, ¿me pasas la tarea? –Yo por supuesto caía rendida, y no solamente le decía que habían mandado, sino que también le prestaba mi cuaderno para que copiara la clase y lo que quisiera.
Después que obtenía lo que quería, en este caso, mi cuaderno o la asignación, se iba con sus amigos moviendo el bonito cabello castaño claro y muchas veces montaba su brazo sobre el hombro de una de sus novias.
Cuando no asistía, lo extrañaba. Era un loco en clases, tenía salidas irresponsables pero siempre con toques inteligentes. En sus exposiciones, siempre se destacaba y pedía aplausos con reverenciaba para sacarnos risas.
Cuando yo lo hacía con mi grupo de compañeras poco atractivas a sus ojos, me ponía muy nerviosa si él me prestaba atención, que era por demás, casi todo el tiempo. Sus ojos eran verdes de esos que se disfrazan de marrón, pero que luego la luz te trae lo mejor de ellos, así que si esos ojos estaban detenidos sobre mí mientras yo exponía frente a todo el salón, me preguntaba que estaría viendo en ese momento y cuan indiferente era yo para él.
–Lo hiciste bien, Ema. –Me decía cuando salíamos de esa clase y, para mí era un que atractiva estas hoy Ema, pero no, después reía por algo con sus amigos, altos como él, y se alejaba con su grupo hasta dar un beso en los labios a la novia de turno.
A Fernando le gustaba el rock, ponía etiquetas alusivas a los grupos rockeros en sus cuadernos y también calcomanías en su bolso. Yo era más amante de la música pop, y aunque a él no le importaba, un día yo llegaba a clases con mis audífonos y me los sacó de los oídos.
–¿Qué escuchas? –No me moví mientras, tan cerca de mí, escuchaba la canción y movía la cabeza al ritmo de Queen, fueron unos segundos nada más, pero cuando me los devolvió en la mano y me sonrió, pensé: tenemos algo en común él y yo. –Escucha Aerosmith. –Dijo y se alejó. – ¿Aerosmith? Por favor, es Queen.
Un día de lluvia saliendo sola del colegio, corriendo hasta un techo para resguardarme, un carro azul se detuvo a mi lado.
–¡Súbete! Mamá te acerca hasta tu casa.
Dudé un poco. Yo estaba mojada, mi ropa transparentada, los cabellos indeseablemente mojados y chorreando.
–¡Vamos, Ema! –Animó su mamá, que ya yo conocía de varias reuniones donde los representantes asistían. Llevábamos ya cuatro años estudiando juntos.
–Es que vivo lejos y no queda hacia su lado. –Me excusé bajo los chorros que caían del techó donde me resguardaba.
–Sé dónde vives y vamos cerca ahora, súbete. –Señaló con la cabeza el asiento de atrás y no me quedó de otra que subirme rápido y cerrar la puerta. Adentro estaba caliente, seco y callado. Mi bolso de tela destilaba, así como mi cabello y mis pies. Me sentía incómodamente apenada.
–¿Ibas a seguir mojándote hasta tu casa? –Me preguntó su mamá, una señora muy bonita, con prendas elegantes en los dedos y la muñeca.
–Por lo menos hasta donde pudiera tomar el transporte hasta la casa. –Respondí tratando de arreglarme el cabello hacia atrás.
–Esta lluvia es inesperada, esta mañana hacia un sol radiante. –Siguió ella.
–Sí, me ha tomado sin paraguas. –Dije y miré afuera, llovía a cantaros.
–¿Y cómo te preparas para este último año escolar? –Me preguntó y esta vez hicimos contacto visual por el espejo retrovisor.
–Bien, normal. Yo vengo a clases hasta mañana.
–Ah, claro, aprobaste todas las materias con excelente nota. No como Fernando.
–Mamá. –Trató de detenerla con tono de voz aburrido.
–Este año casi lo pierde por sus malas calificaciones y perdiendo el tiempo en fiestas con los amigos, que me imagino que irán igual que él.
–Pero no lo perdí. –Replicó.
–Me gustaría que pasara más tiempo contigo, Ema. Siempre te menciona como una de las más inteligente y aplicadas del salón. Sé cuánto lo ayudas pero él...
–¡Mamá!
Él me nombraba en su casa.
–Bueno está bien, no te avergonzaré más, pero por favor este nuevo año, que será el último trata de no hacerme venir tanto al colegio.
–¿Llevas alguna a reparación, Fernando? –Le pregunté inclinándome un poco para verlo.
–¡No! Es mamá exagerando.
–Ah. –Volví atrás.
–¿Y qué quieres estudiar después, Ema? –Siguió la señora Paula, era natural que hiciera esas preguntas.
–Todavía no lo tengo claro, me gusta la administración, la contaduría o la docencia. –Dije escuchando como salpicaba el agua afuera.
–Fernando tiene claro que no desea seguir estudiando.
–Mamá. –Otra vez el tono de advertencia.
–¿No es verdad? Me dijiste que querías nada, nada, y no hay profesión por ese nombre.
–Te dije nada porque vives preguntando que profesión deseo cuando ni siquiera tengo aprobada la secundaria.
–Ah, ¿eso quiere decir que si aspiras a algo más?
–Eso quiere decir que ya no hablemos más de mí, mamá.
Ella obedeció con un gesto cansón y yo ni hice un ruido a partir de entonces. Cuando iba a señalar hacia donde seguir, él la guió y con sorpresa vi que me dejaban en la puerta del edificio.
–Ya casi escampa, aprovecha Ema. –Me dijo la señora, y si, ya no llovía.
–Gracias, señora Paula, hasta mañana Fernando.
–Adiós. –Respondió sin mirarme a través del vidrio cuando yo ya estaba saliendo. Seguramente estaba arrepentido de haberse ofrecido traerme a casa, pero igual, nada había sido mi culpa.
Desde la reja del edificio modesto vi el carro alejarse e imaginé que ella seguía dándole un sermón.
–¡Estas empapada, Ema! –Me recibió mamá cuando me vio en la sala. –Ve a darte un baño. –Fui directo al baño y comencé a quitarme la ropa para darme un baño.
Mamá trabajaba como secretaria en un ente del gobierno, casi siempre estaba conmigo en las comidas y nunca amanecía en otro lugar. Tampoco me había presentado a otro hombre como un posible padrastro y no las llevábamos muy bien la mayoría del tiempo.
A veces era un poco dura en eso de autorizarme ir a alguna fiesta, pero ahora que ya yo tenía 16 e iba al último año parecía un poco más flexible.
Cuando estaba frente al espejo del baño me observé. Hablaba de mí en su casa, aunque fuese solo para nombrarme como una especie de nerd, lo hacía. Y también sabía dónde yo vivía. Yo claro que sabía dónde vivía él, pero yo sabía todo de él, todo.
Lo seguía en i********:, lo stalkeaba en f*******: y en mi celular perseguía los cambios en su perfil. Él solo me tenía ahí, pero me conformaba.
En realidad, yo para nada me parecía a esas novias suyas, ellas eran además de populares, muy bonitas, a la moda, maquilladas, risas perfectas, cabellos de sirena. Yo, todo lo contrario.
Al siguiente día, mi último día, a diferencia de varios compañeros, inclusive Naomi, lo vi desde lejos parado en el portón con varios de sus amigos.
Era rutina encontrarlo y verlo, saludarlo y ya, si es que se podía, pero ese día, cuando me vio acercarme puso cualquier excusa que no escuché, golpeando el hombro de sus amigos, y entró al plantel.
No sé porque sentí calor en mis mejillas y me abordó un estado de vergüenza que casi me impide seguir caminando, pero seguí y entré. Eso sí, evitando ubicarlo y fui directo hacia mi grupo, ellos ya reían de algo así que pegunté sobre qué y decidí no prestarle atención.
La mañana pasó con toda normalidad a no ser porque sin querer, peo que era muy evidente, Vanesa, su novia actual, discutía con él por algo.
Era un año mayor que nosotros, tenía el cabello dorado y ojos azul mar, pero su tez era tan bronceada como la de un surfista. No era muy delgada, al contrario, de todas sus novias esta era la más rellenita, pero aun así tenía bonito cuerpo y junto con sus ademanes delicados y sus rasgos finos, la hacían la novia perfecta de Fernando Briceño.
Todo terminó mal, por lo poco que vi. Él agarró por su lado y ella por el suyo. Las discusiones de los enamorados, son, para mí, aún más románticas que el romance en sí mismo.
Traen consigo gritos y peleas, malas miradas. Pero a su vez, hay algo que une más a las partes, porque, a pesar de estar distanciados, se buscan las miradas y se trata de encontrar alguna razón para odiarse más, y en vez de eso, los corazones laten más a prisa y provocan que las manos se unan y todo eso que después lleva a la reconciliación.
–¿Crees que se acostó ya con ella? –Me sorprendió con la pregunta Naomi, mirando también hacia donde Vanesa hablaba con su grupo. –Seguramente le gusta porque ella es mayor que él.
–Es muy bonita. –Dije dejando de verla. Ella reía, pero estaba fingiendo, estaba teniendo uno de eso momentos de angustia romántica, quizás celos.
–No más que Ninoska o Lorena. ¿Cómo hiciste ayer para irte con esa lluvia? –Cambió de repente de tema.
–¿Yo? Me mojé. –Respondí y fingí que buscaba algo dentro de mi bolso. –No, me empapé.
–Uh. –Ella tomó de su jugo y miró hacia otro lado. – ¿Ya dijiste en tu casa que mañana en la tarde es la fiesta de despedida?
–¿Es mañana en la tarde? –No lo recordaba y tampoco le había dicho nada a mamá para saber si me dejaría asistir.
–Mamá, no vayas a decir no, por favor. De todo el grupo solo tres ya no tenemos que ir más.
–Lo que me hace pensar, ¿por qué harán una fiesta de despedida de año para quienes todavía no saben si aprobaron ese año?
–Eso no importa, mamá. Solo déjame ir, prometo regresar temprano y segura.
–¿Y quiénes van? ¿Va ese muchacho Fernando?
–¿Fernando? S-sí, no sé, yo...él no es de mi grupo de amigos, yo voy con mis amigos... ¿por qué preguntas por él?
–Porque siempre hablas de él, llevas nombrándolo desde toda la vida y él siempre está pendiente de ti y tus cosas.
–¿Siempre? –Miré a mamá masticar y mirarme a mí asombrada.
–Bueno es lo que he notado, hablas de tus amigas y eso pero siempre que hay un problema con estudiantes, con alboroto, con peleas, con lluvia, Fernando logra ponerte a salvo, por eso te pregunto si él irá también.
Por un momento. Por un largo momento, pensé en lo que ella me decía, pensé en él siendo divertido y famoso y siempre haciendo un espacio para detenerse y resolver algo donde yo estuviera.
–N-no sé si él irá, mamá. No sé si se merezca ir o si quiera ir.
–Bueno, está bien, ojala y si vaya. Pero cuídate y no vengas sola de regreso, ¿Dónde es?
Le anoté la dirección en un papel a mamá y salí corriendo de la casa, para encontrarme con Naomi abajo. Vivíamos cerca, así que la mayoría de las veces ella pasaba por mí y nos íbamos a clases.
Cuando nos vimos, gritamos emocionadas por las fachas de la otra. Yo me esmeré en mi maquillaje, delinee mis cejas, ricé mis pestañas, peiné mi cabello hasta verlo brilla, n***o y sedoso y pinté mi boca, mi boca grande, que muchas veces fue motivo de burlas por parte de los demás, a ella la pinté de rojo intenso.
–¿Listas? –Me preguntó en medio de su risa escandalosa.
–¡Lista! –Y nos fuimos riendo sin motivo hacia la casa de Carolina, nuestra compañera de clases, que vivía en una casa grande, con jardín, sus padres eran médicos y nos dejarían bajo la supervisión de la niñera de su hermanito pequeño.
Cuando llegamos los demás gritaron al vernos. El lugar ya estaba animado, la música sonaba muy alta, habían globos en las paredes y en el jardín todos bailaban una canción de Hombres G.
La mayoría vestía como yo, de jean y franela. La mía era color n***o, lo que me hacía ver mayor de lo que era y mi cuerpo, para nada feo, se curveaba.
Entregué en la cocina las bebidas y los snacks que me correspondía y de inmediato Luis, un compañero del salón, me llevó a bailar. La fiesta comenzaba.
Bailaba, reía, gritaba, bebía alcohol y comía de casa cosa que había en una mesa desordenada.
Me parecía que no había mañana mientras sudaba en una pista de baile improvisada en la sala grande de la casa de Carolina. De vez en cuando la señora que nos cuidaba aparecía, pero por lo general se reía de las cosas que hacíamos y regresaba no sé a qué lugar de la casa.
Cuando bailaba un merengue muy movido con Luis lo vi entrar por la puerta de la casa. Venía como perdido, con el ceño fruncido, mirando a todos, saludando levantando la mano, con su franela de botones en el cuello color verde perico que resaltaban sus ojos y el pantalón de pana marrón que había llevado en otra oportunidad.
–¡Mira quien llegó! –Gritó Luis y me dejó en la pista para ir con él, yo no lo vi mal, estaba acostumbrada a que se le acercaran todos.
Claro que Fernando no bailaba, por lo menos no los ritmos caribeños, para él lo único que valía la pena era el rock o tal vez un ritmo que no ameritara un baile.
Pasábamos ya las cuatro horas en la fiesta, la comida se acababa pero la bebida no, esa era infinita, nunca se acababa y yo la aprovechaba hasta que mi estómago sintió un retorcijón y decidí parar, pero para estar segura que funcionaría sin accidentes fui al baño.
La puerta estaba abierta así que entré y lo vi vomitando, o por lo menos eso creí, porque escupía algo en el inodoro.
–¿Te sientes mal? –Le pregunté entrando y cerrando la puerta.
–Sal, sal, no me veas, sal. –Me dijo sin mirarme.
–¿Vomitaste? –le pregunté buscando su cara.
–N-no, creí que iba a vomitar pero no, solo me sentí mal.
–Porque bebes y no comes y no bailas, solo bebes y la bebida es dulce y se va a la cabeza.
–Te pareces a mi mamá. –Dijo, bajó el inodoro y tomó la manilla de la puerta del baño, la giró y salió. Yo solo me quedé ahí y me miré en el espejo. Tenía la cara sudada, la pintura movida, así que me arreglé con agua, recogí mi cabello largo y sudado y abrí la puerta de nuevo para salir a la fiesta que seguía con gran volumen.
Cuando salí del baño y caminé por el pasillo de los cuartos lo vi sentado en una cama, la luz del cuarto estaba apagada pero por la ventana entraba un poco de luz todavía del final de la tarde.
–¿Te sientes mal? ¿Quieres que llamemos a tu mamá?
–No. – Estaba sentado con la cabeza baja. –Se me pasará, cierra la puerta. –Entendí que la cerrara y me quedara adentro con él, el cuarto debía ser para visitas, la cama estaba arreglada con sábanas blancas, había una máquina de coser en una esquina y libros en una mesita. –Creo que hubiera sido mejor vomitar. –Dijo carraspeándose la garganta.
–Sí, botarlo todo. –Le dije y me acerqué. –Levanta la cabeza, mejoraras así. – Le tomé por la barbilla y con su ayuda, le levanté la cara–Respira profundo por la nariz y bota por la boca. –Lo hizo, estaba un poco pálido–No sigas bebiendo.
–No. Me iré a casa en cuanto pueda salir de aquí. –Tenía los ojos cerrados pero respiraba como le indiqué.
–Busca a alguien que te acompañe, estas muy mareado y podrías caerte o algo así.
–No me voy a caer, Ema. Ya me estoy sintiendo mejor. –Hizo un gesto para que le soltara la cara.
–Te traeré agua.
–¡No! –Me detuvo tomándome la mano. –No abras. No quiero que me vean así.
–Ah, claro. –Miré alrededor y no había nada más donde sentarse, así que tomé asiento en la cama a su lado, con mucho cuidado. La música apenas llegaba a ese cuarto. –No serias el primero al que le sucediera.
–Ya se me está pasando, saldremos en un momento. –Dijo y luego giró a mirarme. – ¿O alguien te espera afuera?
–¿A mí? ¿Alguien cómo? ¿Novio o...? ¡No, no, solo los mismos de siempre!
–Porque si alguien te está esperando sal y cierra la puerta.
–No, Fernando, puedo quedarme aquí contigo. –Dejó de mirarme y siguió respirando como le dije pero con más calma.
–¿No tienes novio? –Preguntó después de 30 segundos de silencio, no iba a negar que estaba nerviosa con él ahí. Nunca habíamos estado tan cerca y durante tanto tiempo.
–No.
–¿Cuál fue tu último novio? –Tenía una voz ronca y un tono tan bonito.
–Umm, creo que se llamaba Yojan, estudiábamos sexto grado y me dio un beso en las escaleras de la escuela. –Reí bajito.
–¿Sexto grado? –Volvió a verme sorprendido.
–Sí, bueno después nos tomamos de la mano y salimos juntos. Al siguiente día me enteré de que lo cambiaron de escuela.
Rió muy fuerte, muy, muy fuerte y yo también lo hice.
–Y después de él ¿nada?
–Nada. –Dejé de reír, me estaba mirando, él me estaba mirando a mí.
–¿Y recuerdas el beso que te dio? –Parecía divertido.
–Sí, él estaba en la escalera de abajo, yo en la de arriba y... –Me besó. Así. Sin más, vino hacía mi boca y la beso sonando el beso.
–¿Así? –Eché la cabeza atrás asustada. Sus labios estuvieron sobre los míos por dos segundos pero estuvieron. No sé qué cara tenía yo pero me miraba y miraba mi boca. –Dime, ¿así? –Negué con la cabeza, con esa cabeza que apenas podía pensar porque lo miraba espantada. Todo lo que había querido en la vida ahora me pasaba. – ¿Fue mejor? –No sé cómo podía hablar, yo apenas sabía que estaba viva porque el corazón se me iba a salir. Como no respondí nada vino más lento a mí. Tuve oportunidad de verlo acomodarse para atrapar mi boca, ni siquiera cerré los ojos, tenía que verlo, tenía que verlo besarme. –Sabes a dulce. –Dijo cuando volvió a echarse atrás y me dejaba con la boca abierta y los ojos húmedos de emoción.
–Es la sangría. –Logré decir.
–Yo debo...mi aliento debe ser terrible.
–N-no, no lo es. –Si me veía estúpida no podía evitarlo, tenía que verlo, tenía que saber que esto era cierto.
–¿Quieres que vuelva a besarte?
–Sí. –Y ese fue el comienzo de todo.