Capítulo 2

2447 Words
MADISON —Madi, ¿te cepillaste los dientes? Mamá está vuelta loca recogiendo mis cosas por todos lados y las suyas también. Nuestros abrigos, mi mochila, su bolso, y aparte siguiendo a mi tía que hace media hora está encerrada en el baño. Frunzo mis labios y enredo mis dedos. Todavía no me cepillé los dientes y creo que vamos tarde a la escuela. —Mami, aún no me los lavo. Es que Alex no sale del baño. Se acerca a mí, deja las cosas apoyadas en la mesa del comedor y se inclina con una linda sonrisa en los labios y mi cepillo celeste en la mano. —No te preocupes mi cielo, vamos a la cocina. Yo te cepillo allí —me tiende la mano—. ¡Alexandra, apúrate o no te llevo! —¡No me lleves! ¡Iré en autobús! —se queja—. Estoy pintándome un poco. Tengo práctica con las animadoras y el equipo de futbol entrenará con nosotras. Mamá me agarra en brazos y me sienta sobre el fregón. —¡No quiero verte salir con kilos de maquillaje Alexandra Donnovan! Escucho que mi tía se queja, gruñe a lo lejos y la llama bruja. —¡Ay, esta muchacha! —le pone pasta a mi cepillo y se para delante de mí. Con suavidad peina mis dientes. Se toma su tiempo a pesar de que es bastante tarde. Abro bien grande la boca y mientras me lava, miro sus ojos. Son tan bonitos, muy celestes. Pero lo que más me gusta de ellos son sus pestañas cuando las pinta. Sus ojos se parecen a los de una verdadera princesa de Disney. —Muy bien, toma un trago y enjuaga —me da un vaso con agua y obedezco. Hago buches y escupo en la pileta. Me limpio con la manga de mi buzo y ella me mira como para regañarme. —Madi no hagas eso —dice bajándome. —¿Ya nos vamos? —pregunto viendo que guarda un sandwich en mi lonchera e intenta abrir mi mochila—. No, yo me lo guardo. Me observa sorprendida cuando le arrebato mi mochila y yo misma pongo la lonchera en el interior. Es que no quiero que vea que también me guardé una rebanada del pastel de mi cumpleaños, que sobró de ayer. Agarra mi abrigo, lo extiende. Meto un brazo, luego el otro y me subo el cierre. —¿Te vas en autobús, entonces? —vuelve a preguntarle a mi tía. —¡Que sí, Charlie! —Espérame aquí un momento, Madi —besa mi cabello y camina hasta el baño—. ¡Alex, sal que quiero verte! Sonrío y me quedo sentada en el sillón del living, esperándola. —Hola linda —alguien más besa mi cabeza y me giro para verlo. —Hola papá —se para delante de mí y desde su gran altura me mira, haciéndome un guiño mientras se acomoda la corbata. Amo a Jordan, a pesar de que no es mi padre de verdad. Mamá me explicó un montón de veces que Jordan es mi padre del corazón, pero no el que me creó. Sin embargo lo amo con toda mi alma. Es que a su manera me cuida, me da lindos regalos, y me trata bien. —¿Y mami dónde está? —me pregunta, poniéndose la chaqueta. —En el baño con la tía. Él mira por el pasillo pero no pasa mucho que escuchamos a mamá discutir. —¡Te dije que no vas a salir así, Alexandra! Lávate eso de la cara que pareces una bailarina de carnaval. Llega al living, le da un beso en la mejilla a Jordan y se cuelga mi mochila al hombro. —Puedo llevarlas a la escuela y a ti al despacho. —Vamos en mi auto. No te preocupes —se envuelve el cuello con una mascada roja que huele riquísimo, agarra las llaves del coche y me toma de la mano—. Nos vemos en el buffete. Salimos de la casa no sin antes escuchar las órdenes del día: que el almuerzo para mis tíos en la heladera cuando lleguen del instituto. El dinero para Alexandra y su desayuno en la prepa. Y que cierren bien todo después de salir. Vamos al garage, quita la alarma del carro, me siento en mi silla y me pone los cinturones. Al lado está el automóvil de papá, es mucho más moderno y brillante, pero a mí me gusta más viajar en el de mamá. Ella siempre pone mis canciones preferidas, él sin embargo nunca enciende el reproductor y cuando conduce se la pasa hablando por teléfono. Tiene mucho trabajo, pobre, pero me molesta que no me hable a mí cuando a veces me recoge de la escuela sino a su celular. —¿Quieres una galleta, Madi? —me pregunta después de ponerse en marcha. La escuela está cerca de casa. Es grande y hay muchos niños y muchas maestras. —No —miro por la ventanilla. —¿Qué oiremos hoy? —No quiero música. Sin poder evitarlo observo el espejo retrovisor. Ella me está mirando por allí. —¿Qué pasa cielo? ¿Porqué traes esa cara? —se coloca lentes de sol. Le quedan bonitos—. ¿Tuviste problemas en la escuela? —No —suspiro—. Es que anoche, después de que todos se fueron escuché que papá te decía que quiere mudarse de casa. ¿Nos vamos a mudar? Así como se los puso, se quita los lentes y frena en un semáforo. —¿No te gusta nuestra casita? —se preocupa—. Ahí naciste y creciste. —Amo mi casa. Mamá yo no quiero irme. Me gusta mi vecindario y mis amigas. —Tranquila, que yo tampoco me quiero ir —me regala su sonrisa más bella y sigue conduciendo. —Pero papá dijo que la casa era muy pequeña y que... —Papá Jordan dice muchas cosas absurdas, Madi —se calla un momento—. Él está acostumbrado a casas grandes y autos bonitos porque su mamá y su papá así lo criaron. A nosotras nos encanta nuestro jardín, nuestra huerta y nuestra lola. Lola es mi gatita. Toda blanca con pintitas grises. —Sí —afirmo—. Amo a Lola. Vuelve a mirarme por el espejo y me guiña el ojo. —Entonces, ¿qué escuchamos hoy, Dj Madison? —Moana —digo. Ella se ríe y enseguida "Cuan Lejos Voy" empieza a sonar. Me pongo a cantar. Canto todas las canciones de Moana que me aprendí después de haber visto muchas veces la película y cuando se reproduce la número seis, mamá estaciona, frena y me dice que ya llegamos. Me saco el cinturón, me cuelgo la mochila y espero a que me abra la portezuela. —Vamos, cariño —me ofrece la mano y la agarro sin dudar. Está tibia, suave y perfumada con esa crema que le robo de vez en cuando y me paso en las mejillas. La mañana está igual de tibia que su piel, hay sol y eso significa que el recreo será en el patio de la escuela. Me encanta jugar en el patio porque me reúno con los otros niños de los otros salones. Mi maestra está en la entrada, así que mamá la saluda con la mano, se agacha, arregla mi pelo y besa mis dos mejillas. —Jordan vendrá a buscarte de tarde —me dice—. Yo tengo que quedarme trabajando un rato más pero en casa van a estar los tíos y puede que la tía Orianna, así que estarás bien acompañada —vuelve a besarme—. Te amo, hija. Que tengas un bonito día. —También te amo —doy media vuelta para ir con mi maestra. Hoy sí que va a ser un bonito día. *** Salgo de la escuela junto con el resto de mis compañeros. Algunos me empujan para salir más rápido y aunque me encantaría pegarles unas patadas, no lo hago. Soy más chica que ellos de estatura. Si pego y me pegan entonces ya no podré defenderme. Al menos así me lo enseñó Christopher. —¡Princesa! —ese es mi padre, que me grita y me saluda con la mano. Está apoyado en la portezuela de la camioneta, esperando que me acerque. —¡Hola! —le doy un beso en el cachete y subo al asiento trasero dónde está mi silla. Me espera un viaje de lo más aburrido, lo sé. Sin música, sin que me hablen, sólo mirando por la ventanilla. Respiro muy hondo cuando pone a andar el auto. —Vamos a pasar por la oficina, Madison —me dice después de unos minutos de conducir—. Tengo que recoger unos documentos para estudiar en casa. ¿Ah si? No me sorprende. Cada jueves hacemos lo mismo. Es el único día a la semana que mamá no puede ir a buscarme pero también el único día en la semana dónde papá me lleva al edificio en el que trabaja. Es en dónde se reúne con detectives y policías. A diferencia del estudio, que es en dónde mamá le ayuda. —Está bien —apoyo mi codo en el borde de la ventanilla y mi pera en la mano. Se pone a hablar por teléfono. Cosas aburridas del trabajo que no entiendo. Habla por un buen rato y cuando cuelga, me pilla, mirándole por el espejo. —¿Te dijo tu mamá que vamos a ir una semana a Nueva York? Frunzo el ceño. —Nop. —Faltarás a la escuela —dobla y veo la plaza. Nos estamos acercando al edificio—. Tenemos trabajo importante allá. Mi ceño lo arrugo un poco más. No quiero faltar a la escuela. Me gusta ir a la escuela. —¿Al menos puedo llevar a Lola? Hace cara de asco. No le gusta Lola. Una vez lo vi dándole una patada porque Lola ronroneaba en sus piernas. Lloré mucho ese día. Mamá se preocupó por mí, pero no pude decirle que papá le había pegado a mi gatita. —No, no puedes llevarla —me contesta, entrando al parking del edificio—. Vamos a ir a un hotel, no a una casa y no se aceptan mascotas. Sin que me observe hago una mueca triste. No quiero faltar a la escuela ni dejar a Lola. —Ven, vamos —desabrocha mi cinturón y me baja del automóvil. Me toma de la mano y caminamos por el estacionamiento hasta llegar a la puerta del edificio, donde está el conserje. Nos abre, entramos y enseguida me lleva a una fila de asientos. —Quédate aquí —me dice, cerciorándose de que me senté—. Voy a buscar unos papeles, demoro media hora —besa mi frente y otra vez vuelvo a sonreír—. Cuando termine, iremos por una cajita feliz, ¿quieres? —Sí —me aferro a mi mochila y me quedo quietita. —Esther te cuidará en lo que yo subo —acaricia mi pelo y se va donde el ascensor. Se sube en él, las puertas se cierran y desaparece. Esther es la mujer que trabaja en el escritorio que tengo adelante. Es como un conserje con falda y feo perfume. Es amable y graciosa pero una pésima cuidadora. Siempre se la pasa mirando no sé qué cosa, y jamás se da cuenta de lo que yo hago. Como por ejemplo ahora, que me cuelgo la mochila al hombro, me bajo del asiento y rapidito camino hasta la puerta. Agarro el pomo y con fuerza la empujo. Es muy pesada y me cuesta hacerlo pero no me rindo, la abro hasta que veo que puedo salir. El conserje tampoco se percata de que me voy pese a que me conoce, porque me ve cada jueves aquí entrando con papá de la mano. Miro para mis costados y bajo las grandísimas escaleras de cemento que me llevan a la acera. Hay sol, hace un poco de calor y hay mucha gente caminando. Llego a la esquina y espero el semáforo en verde. Ojalá mamá nunca se entere de esto porque sino... Se va a enojar y mucho conmigo, con papá, con Esther y hasta con el conserje. Acompañada de muchos peatones cruzo la calle. Agarro fuerte los tirantes de mi mochila para no sentir miedo y cuando termino de cruzar me río. ¡Lo hice bien de nuevo! Miro para todos lados y entonces me hecho a correr plaza adentro. Donde hay cesped muy verde, perros con niños, juegos, un arenero y bancos. Corro con todas mis energías. —¡Ey, no corras así que te vas a caer un día de éstos! Esbozo una gran sonrisa y respiro profundo. Estoy cansada. No me gusta correr. —No me caí —digo, muy contenta. Se ríe y entonces me abraza muy fuerte. —Feliz cumpleaños, Mad —me da un beso en el pelo, me suelta y de su costado saca un paquete envuelto en papel de regalo. Mi sonrisa se agranda—. ¿Me compraste un regalo? Mueve los hombros de una forma muy graciosa. A veces yo también hago lo mismo. —No es un gran regalo como el que tus papás acostumbran darte pero... Sé que amas esa cosa. Con intriga y curiosidad rasgo el papel y veo una muñeca dentro de una caja medio rota. ¡Es Rapunzel! —¡Es muy linda! —grito con alegría, sacando a mi princesa favorita del envoltorio. —Si no te gusta, Mad, porque no es como esas Rapunzel súper costosas de la juguetería —extiende la mano—. Me la puedes devolver. Miro sus ojos. Esos ojos verdes y marrones que siempre brillan mucho, y niego. —¡Es mía! —le pego una piña en el brazo y él se ríe a carcajadas. Abrazo mi muñeca y me siento en la banca, a su lado. Pasa su brazo por mis hombros y vuelve a besar mi pelo. —Yo también te traje algo, Jean —recuerdo, y aún aferrada a mi Rapunzel, abro mi mochila, busco la vianda que escondí de mamá y cuando la encuentro se la ofrezco. —¿Pastel? —mueve su cabeza y su voz que tanto me gusta, suelta muchas risas—. ¿De nuevo me trajiste pastel de tu cumpleaños? —Eres mi único mejor amigo, Jean —le explico, como si fuera tarado—. Yo siempre te voy a traer pastel de cumpleaños.
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