Pruebas

1625 Words
EMMA (20 años)  —Mis padres siempre discuten sobre mi alimentación, pero eso no quiere decir que esté pasado de peso… —«Claro que no, sólo era demostrable» —No necesito de una tonta terapia.  Trago saliva y paso mi mano por mi muslo, secando el sudor que impide que escriba con soltura. «Estoy un poco nerviosa».  —¿Y no has considerado que tal vez hacer una dieta no vendría nada mal?. —Busco hacer contacto visual pero el chico parece querer asesinarme con la mirada. —Hablar de tus problemas también puede ayudar un poco. —Digo sin meditarlo mucho. —A veces el hambre excesiva también es cosa de ansiedad por algo que te ha pasa…  —¿Quién le dio permiso de analizarme? —Pregunta el adolecente ofuscado.  Doblo mis labios y bajó de nuevo la cabeza. Hay una mirada importante puesta en cada uno de los movimientos que hago y siento que estoy fallando.  Tengo que pensar en algo rápido antes de que esto se salga de control.  —No hay porqué alterarse, estás aquí por tu bien…  —¡Estoy aquí porque me están obligando!. —Vuelve a explotar.  Mis nervios van en aumento.  Quizá lo que mis padres decían era cierto. No servía como psicóloga y lo mejor que podía hacer era renunciar. Ser odontóloga como ellos, hubiera sido una mejor opción para mí.  Miro a mi superior, una tranquila, pero poco afable señora Wood. Ella acomoda sus anteojos, cruza su pierna derecha por encima de la izquierda y sonríe con su cabeza ladeada, algo que sin duda emana y llena de un ambiente terrorífico la oficina en su esplendorosa totalidad. Sé lo que eso significa, sé que lo que viene no es nada bueno, así que no hago ningún movimiento y me dedico a esquivar los problemas, poniendo la mirada en mi cuaderno de azul con rosa, justo donde he anotado todas las terapias presentadas el día de hoy.  «Con ninguna me he desempeñado bien».  La señora Wood prepara sus pulmones, toma, como ya es costumbre, un trago de aguardiente, y jala aire con precisión. Seguro el siguiente alarido, por octava vez consecutiva, será un "¡Niñata incompetente!" también para mí. Sin embargo…  —¡Eres un moscarrón de trescientas libras, zoquete mal alimentado! —Grita y le lanza el bolígrafo en la cabeza al pobre paciente de catorce años. Un chico de baja estatura, cuerpo en exceso robusto, piel bronceada, cabello n***o y ojos color café. —¿Crees que a alguien aquí debería importarle lo que te pase? ¡No! ¡Jódete solo!  Al final y de milagro, no me había gritado a mí.  Me siento mal por él, pero me siento peor por mí, dado que el que después de terminar la jornada laboral, y con ella bebiendo como desquiciada, me tocará salir tarde, por quedarme limpiando su desorden, saltarme de otra vez la cena e ir a dormir para, de nuevo, estar en las prácticas temprano.  Como es de esperarse, el chico sale casi llorando del consultorio, y media hora después yo estoy recogiendo el vómito de mi jefa, mezclado con algo que parece ser… ¿Camarones triturados? ¡Iugh!. Acepté hacer mis practicas de último año con ella cuando el decano de la facultad lo sugirió, porque me dijeron que ella era la mejor, que se había graduado con honores de Berkeley University y que gracias a ella había un avance científico muy importante en en cuanto a la cura de trastornos disociativos con base en el hipnotismo. La coach ideal si no fuera una demente bipolar con problemas alcohólicos. Pero aquí nadie estaba para juzgar.  Termino de limpiar aquel desorden justo cuando mi jefa sale del cuarto de baño tambaleándose entre las paredes, la cargo de medio hombro con ayuda del guardia de seguridad del hospital público Saint George y la llevo a su auto, el cual yo manejo.  Más que su aprendiz, desde hace cuatro meses era su asistente, su chófer y en ocasiones su jardinera. Agradecía que estuviera casada o no sé qué más me obligaría a hacer. Lo gracioso del caso es que siempre, juro que todos los meses, me ponía siete como nota máxima de evaluación.  Era una mier… —¿Ya llegamos a casa, Inna?  Su voz rompe con mis pensamientos.  Ruedo los ojos sin que se de cuenta, pongo el auto en marcha después de colocarle su cinturón de seguridad, y con la paciencia que me caracteriza, sacudo mi cabeza en negación.  —Emma, señora, y no, aún estamos en la avenida Lincoln…  —¿Te dije alguna vez que inventé el hipnotismo?  «Mi paciencia merece un premio»  Suspiró y me detengo en un semáforo en rojo.  —No sé qué haríamos sin usted, señora Wood.  Ironizó, pero ella no lo entiende de esa forma.  —Nada. Tú capacidad cerebral no alcanza para más.  Aprieto mis dientes y me hago una historia en mi cabeza, conmigo abriendo la puerta de su lado, mientras el auto va en marcha.  —Sí señora. —Me abstengo de opinar. —Estamos a dos cuadras de su departamento… Ella vive cerca de la afamada calle Hollywood Hills, un lugar donde solo se le permite comprar a famosos o a personas asquerosamente ricas. Ella no era ninguna de las dos, pero tenía la suerte de que Bruce Willis y Demi Moore quisieran vender su departamento de Hollywood con desespero después del divorcio.  «Al menos fue lo que dijo»  Dejo a la poco afamada señora Wood en la entrada de su lujoso edificio de cuarenta pisos y paredes de concreto y cristal y subo de nuevo al auto, viendo como el guardia hace todo lo posible por llevarla a su departamento, más ella termina por atestar su bolso en la cabeza del sujeto alto y de apariencia caucásica, el cual la suelta sin más, dejándola a la mitad del lobby.  Sé que esto es malo, algo me dice que no saldrá bien y que debería dejarla ahí, pero mi sentido de responsabilidad o de amabilidad es más fuerte y decido intervenir.  Me bajo del auto y a regañadientes la tomó de un brazo. A rastras logró meterla al elevador, y mientras ella se queja de su poco reconocimiento yo selecciono el piso quince, su departamento es el B-12, como la vitamina, y apenas llegamos la guío hasta su hogar.  —¿Alguna vez te dije que casi gano un nobel…, Inna?. Arrastra las palabras.  Sacó la llave de su departamento, abro la puerta y despacio la arrastro hacia el sofá de la sala.  —Emma, y no.  —No tenía por qué decírtelo, ya deberías saber porqué, ignorante.  De acuerdo, esto ya es demasiado.  La dejo recostada en el sofá y guardo las llaves en su bolso, antes de que note mi ausencia camino hacia la puerta y la escucho hablar.  —Inna.  Me detengo con la mano en el pórtico y la giro.  —Emm…! Estoy por aclarar de nuevo mi nombre pero solo decido callar e irme antes de que se ponga más insoportable.  Estoy huyendo, estoy dejando a mi espantosa jefa en su departamento, sola, ebria y sin importarme un carajo su seguridad, cuando, en mi afán de alejarme de ella, volteo a ver hacia atrás y la escucho gritar mi nombre…, bueno, el de Inna, pero se entiende el punto, y en mi ajetreo por salir a toda prisa de aquel lugar, no reparo que no soy la única en aquel oscuro pasillo, hasta que ya ha sido tarde y le me doy cuenta de que le he derramado su café sobre la camisa.  —Lo siento. —Le digo avergonzada, cubriendo mi boca, sin repararlo mucho.  —Está camisa es muy cara… —Habla con voz ruda y gruesa. Mas cuando estoy por mirar sus ojos, una voz me interrumpe a lo lejos.  —¡Inna!  ¡Rayos! Seguro me pedirá que bañe a su perro o espulgue a su gato.  Hago una mueca de fastidio y sin hacerle caso a los reclamos del desconocido con voz moja bragas, corro hacia la salida.  Al menos todo por esta noche la pesadilla ya pasó.  Llego a casa, me relajo quitando mis zapatos, reviso, como toda persona normal, los correos de voz al tiempo que me tomo un trago sentada en mi sofá, y todo mi cuerpo se relaja al sentir como el primer trago de vodka hace efecto en mi sistema.  Estoy bien, vivo sola, he logrado establecerme después de irme sin decirle a nadie, y mi corazón poco a poco ha sanado. Dos años de locos me han ayudado a soportar los recuerdos, y creo que soy capaz de pasar al menos esta prueba, pues no he sabido nada de Kate y Noah desde que me fui. Quizá y ya hasta terminaron, puesto que Kate es de las que solo juega con los tipos un tiempo y luego los deja, pero mis esperanzas decaen cuando un nuevo correo se escucha a último momento.  —Hola, Emi, cielo. —Esa es mi mamá usando el tono dulzón que siempre usa cuando planea manipular a alguien, o sea a mí. —Quería saber si podrías venir al pueblo esta semana.  Lo reconsidero, lo pienso y medito que puedo verla de forma fugaz o traerla a conocer mi mundo. Sin embargo, he debido imaginar que mi madre no es de las que habla más de una vez al año conmigo, y lo comprendo todo cuando dice: —Es la boda de tu hermana. Kate quiere que seas tú quien acompañe a Noah al altar y lo entregue.  Y justo después de eso comprendo que las heridas no sanan del todo. Y de hecho, nunca desaparecen. ¡Genia(!) .
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD