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Placeres violentos

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TERCER LIBRO DE LA TRILOGÍA OCÉANO ROJO

Los pecados de los padres siempre encuentran la forma de traicionar la sangre. Cosechando lo que sembró, el monstruo Hedeon Antonov, después de pedir que asesinaran a su hija, les inculcó a sus varones sus macabras formas de poseer, la crueldad sobre las mujeres y el odio a los sentimientos. Rechazaba a las mujeres, sin imaginar que treinta años después de su caída, aquella hija que envió a la muerte, le dio una nieta que vengaría a cada mujer asesinada. Con veneno en su corazón, Asha Antonov decapitó y arrojó la cabeza en la mesa del aniversario de Adkik Antonov, mostrándose ante sus tíos como la nieta perdida que tomaría el poder de la mafia. Era fácil ser un monstruo, pero Asha ingresó en el infierno cuando decidió mostrarse, y educados para gobernar sin piedad, los hermanos no cederían su imperio sin pelear. Sin importar la sangre que fluyera en sus venas, la aplastarían igual que a una enemiga, usando esa crueldad característica que destruía cualquier rastro de inocencia.

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Preludio
Sesenta años atrás —Prométeme que la esconderás —le suplicó Sarka a Zinov en un susurro—. Prométeme que protegerás a mi hija con tu vida. La mujer estaba tan débil, que el hablar la escocía por dentro. Cuando la bebé nació, ella les pidió a las mujeres que la atendieron que mantuvieran a su esposo lejos de la habitación solo por unos minutos. Hedeon estaba afuera con sus hombres, esperando el momento para conocer a su primer hijo. Sarka sabía que Hedeon no la dejaría tenerla. Su narcisismo y machismo le impediría vivir, así que debía hacer algo para protegerla. Zinov era la mano derecha de Hedeon, pero con el paso de los años, el hombre se sintió cercano a Sarka y le dijo que contaba con él cuando fuese necesario. Fue por ello que Sarka, sin poder recurrir a nadie más y estando consciente que si dejaba a Hedeon, ambas morirían, le suplicó que escondiera a su hija. —Haré lo necesario, Koroleva —afirmó Zinov—. La protegeré. Sarka, con lágrimas descendiendo por sus mejillas, miró que la bebé se sujetaba de su índice. No quería alejarse. Apenas la sostuvo. Estuvo nueve meses esperando para verla, y su felicidad duró pocos minutos. Sarka le acarició las mejillas rosadas y tocó su pequeña nariz. Era hermosa, y Sarka solo deseaba que Hedeon la quisiera un porciento de lo que ella la amaba. Fue duro, pero Sarka sabía que su hija, como buena Antonov, sobreviviría. A Zinov le rompía el corazón esa escena. Así no fue como él imaginó que sería el nacimiento del primer hijo de Hedeon. Pensó que sería un día de felicidad, no una tragedia como la que él lo obligaría a hacer cuando lo supiera. —Tiene que colocarle un nombre —incentivó Zinov—. Necesita uno. Sarka meneó la cabeza. —Si le coloco un nombre, será más difícil dejarla ir —susurró—. Es mejor recordarla solo como una bebé hermosa que amé muchísimo. Ambos escucharon que Hedeon peleaba con una enfermera que se negaba a dejarlo pasar. Fue entonces cuando Sarka le dio un beso a su bebé y la colocó en los brazos de Zinov. El hombre no sabía lo que haría, pero su deber era protegerla, sin importar los gritos y la decepción de Hedeon cuando golpeó a la mujer y empujó las puertas. Miró a Sarka sin la bebé en la cama y a su mano derecha con la niña. Hedeon, sin tardanza, preguntó el sexo. Zinov tragó saliva, y Sarka, como una jodida Dama Roja, le dijo que era una niña. La decepción en la mirada de Hedeon fue evidente. Ni siquiera quiso verla, ni darle el beneficio de la duda. Para él las mujeres eran débiles. —Quiero que la asesines —le ordenó a Zinov—. No quiero una mujer como mi heredera. Repudio a los hombres que tienen hijas. Sarka cerró los ojos y las lágrimas goteaban de su mentón. Escucharlo era igual a sentir un puñal en el pecho. ¿Cómo podía hablar así? ¿Qué clase de hombre repudiaba a sus hijos? Zinov, al ver la determinación en la mirada de Hedeon, intentó disuadirlo de que le diera un par de años a la niña antes de decidir, pero Hedeon le dijo que lo hiciera él, o él la ahogaría con una almohada justo en ese momento. Zinov miró a Sarka. El dolor en sus ojos fue uno que recordó el resto de su vida. Regresó la mirada a Hedeon y asintió con la cabeza. Haría lo que su jefe ordenara o moriría con ella. —¿Quiere ver su cadáver? —preguntó Zinov. Hedeon sacó un puro de su chaqueta y lo encendió. —No quiero saber nada de eso —gruñó antes de dar media vuelta y abandonar la habitación, sin importarle un poco su krasnaya ledi. Zinov no miró atrás. Si lo hacía, le hubiese pedido a Sarka que dejara a Hedeon, que ese hombre no la merecía. Por supuesto lo hubiese hecho, de no ser porque Hedeon tenía el poder para rastrearla donde se encontrase. Sarka jamás huiría, y fue por ello que Zinov, en lugar de hacer lo que Hedeon pidió, raptó a un bebé del hospital y lo llevó al deshuesadero. Zinov borró de su cabeza todo lo sucedido con Sarka y que él se llevó a la hija verdadera. Cuando las personas le preguntaran por ella, en automático saldría la nueva verdad, aquella que le contó a Hedeon cuando regresó de asesinar un bebé inocente. Zinov pudo dejar un muñeco, pero no confiaba en Hedeon. El hombre podía enviar a otra persona para que revisara la escena, y para cuidar a Sarka y su propia espalda, tendría que mentirles a todos. Los años transcurrieron, y gracias a un par de mujeres que cuidaron a la bebé, se formó una hermosa jovencita que en su época de rebeldía casi causó la muerte de Zinov. Cuando era una niña podía controlarla, pero con el paso de los años, surgió lo Antonov que llevaba en las venas y fue imposible mantenerla bajo control. Escapaba, lo que ocasionó más de un problema en el trabajo. Finalmente, cuando Zinov le dijo que era una de sus sobrinas políticas, Hedeon dejó de hacer preguntas cuando encontró varios indicios de que Zinov le ocultaba algo. Letna creció con odio en su corazón hacia su padre, y más cuando Zinov le contó que su padre tuvo más hijos, varones, los cuales sí se quedó y que a ella la despreció por ser mujer. Una tarde, cuando Zinov la obligaba a hacer sus deberes, ella se plantó frente a él con las manos en sus caderas. Estaba cansada de estar encerrada y de vivir como un topo en la tierra solo porque tuvo la maldición de nacer con un útero. —¿Cuándo podré verla? —preguntó Letna. Zinov, quien se encontraba sentado en la mesa del comedor con unos libros y un cuaderno, cerró el libro y colocó las manos sobre la tapa. —¿Recuerdas lo que siempre te he dicho? —Que papá no me quiere —repitió enojada—. Nunca me quiso. Me envió para que me asesinaran. Tengo el mejor padre del planeta. Zinov cerró los ojos y se colocó de pie. De la única persona que le hablaba era de Sarka. A Letna le gustaba que le contara cuando la veía, que le dijera cómo era, que la describiera físicamente y se emocionó muchísimo más cuando él le pidió una fotografía a Sarka para que su hija la tuviera. Sarka estaba orgullosa de que pudiera vivir, pero estaba atada de manos. No podía verla, ni sabría nada de ella. Sarka la lloró como si la niña hubiese muerto ese día, y en su mente se repitió que eso fue lo que sucedió. En parte le traía más paz recordarla siendo una bebé, que estando encerrada bajo tierra. Letna guardaba la fotografía de Sarka bajo su almohada, y en las noches cuando sentía que más la extrañaba, colocaba la fotografía en su pecho y pensaba lo que habría sido su vida si la tuviera a su lado. Pensar en el que hubiera era lo único que la mantenía cuerda, además de las mujeres que le enseñaron todo lo que necesitaba saber. Zinov, quien siempre velaría por ella, le colocó un dedo bajo el mentón y la miró a esos ojos azules que marcaban como un sello a los hijos de Hedeon. Rubia, delgada, con el cabello alcanzando su cintura y esos ojos azules como el mar que sus hermanos navegarían en un futuro, era la marca de una verdadera Antonov, además de un carácter de los mil demonios y una entereza a la hora de hacer algo. —Te protejo, Letna —susurró Zinov—. Tu madre te quiere a salvo. Letna sabía que eso era lo mejor para ella. Zinov no la ocultó tantos años para que muriera a manos de uno de los perros de su padre. —Me encantaría verla solo una vez. —Lo sé, pero hasta que tu padre lo permita. El semblante delicado de Letna cambió cuando escuchó hablar de su padre. Si existía un hombre que repudiara con todo su corazón, era Hedeon. Zinov le contó lo que su padre hacía, a lo que se dedicaba su familia y lo que conformaba a un Antonov. Zinov le contó todo lo que necesitaba saber, así como que tenía cuatro hermanos que su padre convertía en armas letales para defender su legado. Por eso Letna sabía que sería imposible acercarse a su madre con cinco hombres que la protegerían de su propia sombra. —No sucederá jamás. —Eso no lo sabemos —ratificó Zinov. —Sé que no sucederá —repitió Letna con ambas manos en los hombros de Zinov—. Primero morirá antes de verme a los ojos. Y como si sus palabras fuesen una sentencia, pocos años después sus padres murieron por mano de Michael Battaglia. A Letna le dolió su madre, pero la muerte de su padre fue como un bálsamo para las heridas. Le importó tan poco, que no hizo una plegaria por su alma. Letna prefería que se fuera al infierno, que pedir por su alma. Estaba tan dolida, que no le importaba el paradero de su padre, solo quería ver la tumba de su madre. Zinov se lo impidió para que la familia no la descubriera. Lo mejor para todos era que se mantuviera encerrada hasta que nadie recordara su existencia. Los chicos no sabían de ella, y estaban más ocupados buscando aumentar el poderío de su padre, que hurgando en el pasado para buscar hermanas perdidas. Con la adultez y la madurez, Letna dejó de pensar en su familia y se enfocó en vivir. Zinov la dejó salir finalmente del hueco en la tierra y conoció el mundo. Letna vivió, aprendió, conoció personas y compartió algunos años de su vida con el hombre con quien tuvo una hija. Letna también le enseñó lo que necesitaba saber de su familia materna, pero a diferencia de Letna, Asha sí quería conocer el poder de pertenecer a una mafia. Desde niña, fue rebelde, indomable y ambiciosa. Asha robaba en la escuela, se hizo una reputación cuando era adolescente y perdió su virginidad con un hombre que conoció en un club de motorizados, quien al paso del tiempo se convirtió en su mano derecha. Fue tanto lo que la chica hizo, que estuvo encerrada un tiempo, oculta de todos, después de asesinar a cuatro hombres en ese club. Cuando su madre murió y su padre la dejó a su suerte, Asha asesinó a Zinov, el único que la mantenía a raya de conocer a los hermanos, y usando el dinero de un fondo de emergencia que tenía el hombre, viajó desde su escondite hasta las puertas de los Antonov. Los estudió durante semanas, hasta que finalmente, cuando bajaron la guardia, los atacó para reclamar lo que les pertenecía. Se acabó la paz, el temor y la indulgencia que tenían contra la mafia roja. La sobrina mayor de los Antonov regresó para quedarse y pelear por aquello que su abuelo le negó a su madre. Esa era la gratificante venganza que su madre no hizo, pero que ella estaría encantada de ejecutar contra los que disfrutaron todo lo que Hedeon les negó por ser mujeres.

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