2. Destrozada

2988 Words
Unas horas antes… Corrían las ocho de la tarde de un aciago 13 de Diciembre, que para mí estaba siendo el peor día de mi vida. ¿El por qué? Toda mi vida tal como la había planeado se había ido al traste, pues mi novio… Un momento, recapitulemos. Ya que es mi historia y es bastante trágica la voy a contar de una manera digamos… artística. Sí, artística, esa es la palabra, así al menos saldrá algo bonito de mi sufrimiento. Cómo dice Cristina cuando le cuenta su vida a Valeria para que escriba su biografía en "Veneno", la serie española creada y dirigida por Javier Calvo y Javier Ambrossi (o los Javis, como se les conoce en España): «La historia es mía, ¿no? ¡Pues la cuento YO!». Pues empecemos: Los mechones negros se estaban rizando bajo el torrente de mis lágrimas. La cabeza, caída hacia delante, reposaba entre mis manos, que se turnaban para sujetar el pelo de mis sienes y tapar mis ojos n***o azabache. Los hombros hundidos se movían por el temblor que me ocasionaba el llanto. Mi piel aceitunada estaba brillando exóticamente bajo la luz de la luna que se filtraba por la ventana del dormitorio. —Oh mi niña, vamos ... En ese momento he levantado la mirada para poder ver a mi amiga. —Pero... es que... no lo ha visto... y... —Tranquila cielo, con tanto llanto casi no te entiendo. Hemos pasado unos minutos en silencio hasta que he conseguido calmarme lo suficiente para poder hablar. —Ay Elena, —he soltado un suspiro desesperado— ¡me ha dejado…! —¿Cómo que te ha dejado? —Sí Elena, ha sido esta mañana. Juan me ha llamado para que llegase al hospital media hora antes de la reunión del departamento de Ginecología y Obstetricia diciendo que tenía una urgencia y que necesitaba la ayuda de otro ginecólogo —he hecho una pausa para calmarme, pues las lágrimas amenazaban con volver a inundar mis ojos—. En cuanto he llegado he bajado a quirófano pero estaba vacío, entonces he subido a urgencias y tampoco había nadie, en consultas tampoco y... no... —el llanto ha ahogado mis palabras de nuevo. Elena se ha sentado junto a mí. Sabía que si me decía que no se lo contara si no estaba preparada yo me sentiría mucho peor, yo necesitaba desahogarme contándolo todo a una buena amiga, por lo que me ha puesto una mano en el hombro y ha esperado pacientemente sin decir nada. —Verás, —he proseguido yo— al no encontrar a Juan me dirigí a su despacho y allí estaba. Lógicamente le pregunté por la urgencia y me dijo que no existía ninguna urgencia, que me había llamado para hablar conmigo. Puedes imaginar mi cara de asombro, pero me quité la bata y me senté frente a su escritorio con una sonrisa creyendo que quería darme una sorpresa. »¡Y vaya si me la ha dado…! —he soltado un suspiro—. Me ha soltado que ya no tenía sentido nuestra relación, que llevaba un tiempo pensando en ello y que por fin había llegado a la conclusión de que en realidad no funcionábamos bien como pareja. Mis ojos se han perdido en la distancia a través de la ventana, pues necesitaba estar muy lejos de ahí. —Lo siento mucho cielo—ha dicho Elena. —¿Sabes qué es lo peor? Apenas faltaba una semana para la preboda, y en tan solo dos meses ya habríamos pasado por el altar. En ese momento he empezado a examinarme los pies descalzos, que se estaban empapando de nuevo con las lágrimas. —Mi niña, es un canalla —ha dicho Elena. —Bueno, al menos ha tenido el valor de decírmelo en persona —Me he encogido de hombros mostrando una sonrisa sarcástica. —Levántate. —Elena, no me apetece... —Vamos nena, ven, ponte frente al espejo. —Debo estar ridícula con los ojos rojos y... —¡Jacqueline Perianez, arriba! —ha dicho Elena mientras encendía la luz y, sabiendo lo pesada que se puede llegar a poner, no me ha quedado más remedio que obedecer. Rápidamente, me he levantado y me he acercado al espejo arrastrando los pies. La mujer del espejo tenía los ojos rojos e hinchados, el pelo n***o enmarañado a la altura de las sienes, donde llevaba toda la tarde ahogando su frustración a base de tirones para tratar de mitigar el dolor, con algunos mechones pegados a ambos lados de la cara que se rizaban por estar mojados. —Estoy horrible, doy pena, —un nudo me ha atascado la garganta y he tenido que luchar para hacerlo bajar de nuevo— no me extraña que Juan me haya dejado con lo fea que soy. Elena se ha acercado a mí y me ha apartado los mechones de la cara —Mira tu cuerpo: tus piernas son largas y delgadas, tus ojos n***o azabache son preciosos, tienes un vientre plano, una cintura bonita, tienes una cara preciosa, una melena suave y brillante y… ¡mira qué busto! —Sí, me operé porque quería gustarle más a Juan, nada exagerado. Sólo tener el pecho firme y en su sitio, un pequeño implante de silicona debajo del músculo y ¡Voilá! Un pecho bonito y de aspecto totalmente natural, incluso al tacto. Pero ... —¿Pero? —Juan ni siquiera lo ha notado. Y eso que siempre miraba embobado los escotes de todas las demás… —Nena, tienes unos pechos bien turgentes —ha dicho Elena—. Al hombre que consiga hacerse con eso o le da un infarto o lo vuelves loco. Me he contemplado pensativa en el espejo. La verdad es que estoy muy contenta con el resultado de mi operación y Juan no se merece que a mí deje de gustarme. Me he ajustado la camiseta del pijama y, al no llevar puesto puesto sujetador, he constatado una vez más que había quedado perfecto. Elena me ha girado suavemente para que me pusiera de perfil y me ha dado una palmada en el trasero. —¿Esto no ha sido operado verdad? —No —Se me ha escapado una risita. —Y aún así, míralo. Terso, firme, incluso duro. —Supongo… —Amiga, eres preciosa y si el tonto de Juan no lo ve ese es su problema. ¿Por qué no disfrutas con lo que te apetezca? Él ni siquiera merece tus lágrimas. Me he mirado en el espejo de perfil, de frente e incluso de espaldas. —Tienes razón, si Juan no sabe valorarme será porque no me merece. —Vamos a hacer una cosa: date una ducha, vístete y arréglate. Esta noche vas a acompañarme a casa de Andrés y no, no acepto un no por respuesta. Andrés, Andy cómo le llaman sus seres queridos, es el compañero de trabajo de Elena y su mejor amigo. —Andy lo está pasando realmente mal —ha explicado Elena—. Hace una semana encontró a su novia con otro hombre, ¡le estaba poniendo los cuernos en su propia cama! El pobre está destrozado, he conseguido que me invite a cenar esta noche para tratar de animarlo. Si yo en ese momento hubiese sabido que Andrés escondía una v****a de silicona en el armarito del lavabo del baño de su casa y que yo misma la iba a utilizar para seducirle no habría puesto tantas pegas, en lugar de ello me habría ido a la ducha con una sonrisa de oreja a oreja. Pero como no tenía ni idea, pues he seguido protestando. —¿Te ha invitado? Pero a mí no me espera... —Digamos que me he autoinvitado con su consentimiento y tú también necesitas ánimo, así que te vienes conmigo. —Pero ... —No hay peros que valgan, conozco bien a Andy y sé que no le importará. Esta noche cenamos los tres en su casa. »Ale venga, a la ducha —ha dicho Elena empujándome suavemente hacia el baño, dando de esta manera por zanjada la discusión. En cuanto he salido de la ducha he vuelto a mi dormitorio y Elena me ha lanzado un vestido n***o que ha sacado de mi armario. —Ponte este —ha dicho—. Es precioso. —¿Un vestido? Pero no me pongo un vestido desde el día de la fiesta de graduación del fin de la carrera... —Pues ha llegado el momento de que vuelvas a hacerlo. —No estoy segura. A Juan no le gustaba mucho que otros hombres me miraran por ponerme un vestido. ¡Y este es demasiado sexy! —¡Menudo machista! —ha exclamado Elena muy disgustada—. Ya no estás con Juan, —ha seguido diciendo, y yo he suspirado derrotada— y con el cuerpo tan bonito que tienes, ¿no lo vas a lucir? Elena me ha pasado el vestido por la cabeza y, en cuanto he colocado los brazos en los tirantes, me lo ha ajustado correctamente y ha subido la cremallera que está en la espalda. —Pero ¿sin sujetador? —Con el trabajo tan increíble que han hecho los cirujanos con tus pechos, lo último que debe preocuparte es el sujetador. Elena me ha sentado en la silla de mi tocador, de espaldas al espejo, y me ha cepillado el pelo. —Ya verás, te voy a dejar preciosa —ha dicho trasteando entre todos mis utensilios de maquillaje… ***** Ya estábamos subiendo por el ascensor del edificio donde vive Andrés. —Esta noche, buena cena con buen vino —ha dicho Elena levantando la bolsa que traía en la mano, en la que llevaba dos botellas de vino tinto—. Esto sí que sube el ánimo. Me he encogido de hombros y me he girado de nuevo para poder mirarme en el espejo. Me he mirado en cada espejo, escaparate o superficie reflectante que he encontrado desde mi casa hasta aquí, pues no estoy del todo segura con mi look. —Hija, ¡que vas a desgastar el espejo! —ha dicho Elena riendo—. Estás increíble. —¿Tú crees? —No lo creo, lo sé. Ahora lo verás. Elena ha llamado al timbre y ha abierto la puerta un chico que ronda la treintena, alto, moreno y con los ojos azules. La camiseta que lleva es tan ajustada que permite apreciar todos los músculos que tiene debajo. —Elena, justo a tiempo, como siempre —ha dicho sonriente—. ¿Y tú eres? —Ella es Jacqueline, mi mejor amiga desde que eramos unas pequeñas renacuajas —me ha presentado Elena. Andy ha tomado mi mano y, en un gesto teatral, ha hecho una rerverencia. —Bienvenida a mi hogar, los amigos de mis amigos... —Andy —ha dicho Elena— ¿crees que Jacqueline está buena? —¡Elena! —he exclamado muy escandalizada. Estaba muerta de la verguenza. —Sabes que yo...Que mi novia me… —ha tartamudeado Andrés muy nervioso. —Su novio acaba de dejarla —le ha interrumpido Elena. —Oh, en ese caso... —ha dicho Andy—. Sí, estás cañón. Me he ruborizado, todavía un poco avergonzada, pero me he sentido realmente bien con su respuesta. Mi amiga a veces me pone en situaciones un poco comprometidas, pero la verdad es que ella es única para hacer que suba mi autoestima. Ahora ya sé lo que quería decir con el ''ahora lo verás'' que me ha soltado antes de llamar al timbre. Elena no da una puntada sin hilo. Andrés nos ha hecho pasar y, mientras él ponía el vino en la nevera, nos hemos quitado los abrigos y los bolsos, y lo hemos colgado todo en el perchero de la entrada. —¿Ese es Andy? —he preguntado susurrando—. ¡Pero qué bombón! —Pues cuando le conoces es aún mejor Jacqueline. Andrés nos ha hecho pasar al salón y nos ha invitado a sentarnos. Hemos charlado durante una media hora, y nos hemos contado nuestras profesiones, que son la misma, los lugares donde hemos estudiado, los logros laborales... —He preparado unos aperitivos —ha dicho Andrés—. ¡Qué bien que te hayas traído a Jacqueline, así no sobrarán demasiados! Serviros una copa de vino, que ya estará bien frío, mientras yo voy a la cocina a buscar las bandejas. —Es un as en la cocina —ha susurrado Elena—. Y ¿ves como no le ha importado nada que vinieras? —Sí, eso me deja más tranquila... Andrés ha llegado con una bandeja de aperitivos y tenían todos una pinta estupenda. He tomado uno de la bandeja y lo he probado con curiosidad. —¡Guau! ¿Qué llevan ? —he preguntado asombrada. —Pues son unos biscotes de pan con una rodajita de queso de rulo de cabra, una cucharadita de confitura de pimientos morrones rojos y un poco de orégano espolvoreado por encima —ha dicho Andrés— ¿te gustan? —Mmmm, están deliciosos —he dicho comiéndome otro— y con el vino tinto combinan a la perfección. —Te dije que era un as en la cocina —ha dicho Elena. —Vamos, vamos —ha dicho Andrés agitando la mano— que no es para tanto. —No seas modesto —ha dicho Elena— sé de muy buena tinta que la confitura de pimientos morrones la has hecho tú mismo. —Bueno, eso no tiene ningún mérito —ha dicho Andrés encogiéndose de hombros. —¿Qué? ¿Que no tiene mérito? —ha preguntado Elena —¡Yo no sé hacer ni mermelada! —¿Has estudiado cocina además de Ginecología y Obstetricia? —he preguntado. Si aparte de los seis años de medicina y los cuatro años de especialización de la carrera ha estudiado cocina, sin duda alguna tendrá más años de los que había pensado en un principio. —¡Qué va! —ha dicho Andrés y me he dado cuenta de que, después de todo, no había errado el tiro con respecto a la edad que puede tener—. Veo vídeo tutoriales en Youtube, el programa de Karlos Arguiñano, Torres en la cocina, cocina con Bruno, escuela de cocina, canal cocina, Chefs del… —Vamos, que se traga todos los documentales de cocina habidos y por haber —ha dicho Elena y los tres os habéis empezado a reír—. La verdad es que le gusta mucho cocinar y lo practica todo lo que puede. —Pues sí, para mí es mucho mejor que un buen vino —Andy ha levantado la copa. —Seguro que no es mejor que éste vino —Elena ha hecho lo propio. El sabor de los aperitivos junto con el vino tinto es embriagador y, durante un rato, tanto Elena como yo nos hemos deshecho en cumplidos. Tengo que reconocer que Elena tenía razón: nada sube el ánimo como una buena copa de vino tinto y una cena con buenos amigos. Llevaba tanto tiempo riéndome y pasándolo bien que hacía un par de horas que no pensaba en Juan. Al menos esta noche el dolor está siendo bastante más llevadero. Ya casi nos hemos acabado la segunda botella de vino y necesitaba ir al baño. Me daba un poco de vergüenza preguntar porque no conozco la casa y no sabía si a Andrés le podría molestar que lo utilice. Por suerte, él se ha ido a buscar más vino de su propia reserva, por lo que he aprovechado el momento para preguntar a Elena por su ubicación. —¿En serio? ¿Llevas aquí algo más de dos horas y te da vergüenza preguntarme dónde está el baño? —ha preguntado Andrés asomando la cabeza por la puerta, parece ser que me ha oído y Elena y él han empezado a reírse. Ahora sí que estaba pasando vergüenza. Finalmente Andy me ha indicado dónde estaba el baño y se ha ido a buscar el vino. Me he ido mientras ambos se seguían riendo. Una vez en el baño he hecho pis y, al terminar, me he dispuesto a usar el papel higiénico, pero justo en ese momento me he dado cuenta de que el rollo estaba vacío. Por suerte, he recordado que siempre llevo un paquete de papel higiénico húmedo de emergencia en el bolso pero, ¡qué desastre! El bolso está en el perchero de la entrada, justo debajo de mi abrigo que tiene su correspondiente paquete de pañuelos en el bolsillo. Me daba tanta vergüenza preguntar dónde había más papel higiénico después de lo que se han reído Elena y Andrés por no querer preguntar por el baño que he abierto el armarito del lavabo con mucho cuidado de que no chirríe para buscarlo. Me he sentido como una intrusa, pues desde niña me han enseñado a no fisgar en casa de nadie y a mí no me gusta cotillear en los armarios de los demás, pero como se trata de una emergencia… He ido abriendo puertas y cajones hasta que lo he encontrado. Al ir a sacar el rollo de papel higiénico he tirado sin querer de una pequeña toalla que se me ha quedado enganchada en el dedo. ¡Eso me ha hecho sentir mucho más intrusa todavía! Rápidamente la he doblado para volver a ponerla en su lugar, pero al ir a colocarla… ¡Me he encontrado una v****a de silicona! Ya sabéis lo que he hecho con ella, pero la historia no acaba ahí, pues en un primer momento no tenía ni idea de qué hacer... Para plantarme en la mesa del salón completamente desnuda aún me quedaba más de media hora, y treinta minutos dan para mucho.
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