CAPÍTULO 1: Sábado de Wafles

1948 Words
18 años atrás 〔Manuel〕 ¡Manuel el desayuno! —¡Ya voy! — Respondo por décima vez, mientras veo atento al televisor. Sólo me faltan 23 diamantes para poder comprar esa espada que quiero y poder ir al templo de fuego. ¡Manuel! —¡Ash! ¡Ya voy! — Grito de nuevo No pasan unos segundos para que mi padre abra la puerta del la habitación y con ese don de mando que lo caracteriza me diga.—¡Manuel desayuno! ¡Ya! — Y me indique con el dedo que debo bajar. —Pero me faltan veintitrés… — Me quejo. —No me importa, tus hermanas ya están en la mesa, desayuno ya o te quito el televisor de tu cuarto.— Dice firme. —¡Ay no! —¡Baja ya! Y ni creas que regresarás a jugar después de desayunar, le ayudarás a tu mamá a levantar la mesa y lavar los trastes. —Para eso está la muchacha.— Contesto y las cejas de mi padre se arquean porque no le agrada nada lo que acabo de decir. Él entra a paso firme y apaga la consola sin dejarme hacer nada—¡No! ¡¿Qué hiciste?! Me faltaban veintitrés estrellas…. —No me importa ¡baja ya!— Concluye. Aviento el control sobre la cama. —¡Eh! ¡Eh! ¡Eh! ¿Qué te he dicho? — Me dice mi padre con una cara dura. —Qué no aviente las cosas.— Contesto y dejo el control sobre la mesa de mi cuarto y camino hacia la puerta mientras él me espera con los brazos cruzados y me abraza pegando mi rostro a su vientre. —Manuel, tienes que portarte bien mi amor, últimamente te has vuelto muy desobediente. —Es que yo quería jugar. —Lo sé, pero nada te cuesta bajar a desayunar, ayudar a tu madre y subir de nuevo a jugar, pero te gusta que te estemos buscando a cada rato. —¡Ash! Claro que no.— Le reclamo. Caminamos ambos en el pasillo para después bajar las escaleras de la nueva casa que mi papá compró hace unas semanas para mudarnos de casa de mi abuela. Bajamos las escaleras y para llegar a la enorme sala de color blanco, una muy diferente a la que tenía en mi casa en Cuernavaca. Extraño mi otra casa, tenía más color, más vida, ésta es más grande, es toda blanquezca y no tiene las fotografías y decoraciones que mi mamá suele poner. Sé que apenas nos estamos adaptando y que mi madre está haciendo todo el esfuerzo para que la casa se vea bonita, pero mientras el proceso pasa, yo la extraño. Entramos a la cocina donde mis hermanas están sentadas ya en el comedor de madera y Luz le toma como veinte fotos a los wafles que seguro mi padre le hizo. Hoy como siempre es sábado de wafles, una tradición que mi padre inculcó desde hace años y que trascendió las fronteras hasta Ibiza. Mi padre, se despierta temprano para hacer el café y luego la masa para hacerlos, mientras platica con mi madre de cosas de ellos, unas que no entiendo pero al parecer a veces los hacen discutir o reírse. —Manu ¡Caramba! Casi me quedo afónica gritándote por las escaleras, los vecinos vinieron a quejarse de mis gritos.— Dice mi madre mientras pone el bol de fruta en medio de la mesa. —No tenemos vecinos.— Contesto.— Los más cercanos están a kilómetros. —Imagínate, ese vecino se vino a quejar.— Responde ella y luego acaricia mi cabello mientras yo río. Mi padre se siente en la cabecera de la mesa y empieza a preparar sus wafles. Mi hermana María Julia los llena de miel de Maple mientras ríe macabramente. —¿Qué haces? — Le pregunto. —¡Es una pócima que hará que estos wafles se hagan más grandes! — Me dice pretendiendo que tiene voz de bruja. —Te vas a terminar la miel.— Digo en tono quejumbroso. —Acá tienes más Manu.— Y mi papá me pone la botella de miel de Maple cerca. Mi madre se sienta y mi padre le sonríe para comenzar a desayunar. Este, es un sábado más en la vida de los Ruíz de Con Caballero, wafles, aburrimiento y desempacar cosas que mi madre ha comprado. —Por cierto.— Dice mi madre.— Fátima Lafuente nos ha invitado a la fiesta de cumpleaños de su hija, le dije que si iremos porque es una buena manera de convivir con ellos ya que su padre es amigo y socio de su padre. —¿Tenemos que ir? — Pregunta Luz. —Claro que si ¿no se vería raro dos adultos en la fiesta infantil de su hija? —No si dices que todos tenemos sarampión.— Comento. —Mejor le decimos que nuestro hermano está tonto y no puede ganar veintitrés monedas en el Zelda.— Me contesta María Julia y se ríe. —La tonta eres tú. —¡Oye! — Me dice mi mamá molesta.— No le hables así a tu hermana y tu María Julia tampoco. —¿Qué les pasa?— Pregunta mi padre firme.— Entiendo que sean muchos cambios porque nos mudamos pero ¿así de plano? Todos contra todos. Me volteo y le digo a María Julia.— Perdón. —Perdonado.— Contesta y luego al encontrarse con la mirada de mi madre voltea de nuevo.— Perdóname también. —Así me gusta, ahora coman que después de los trastes nos vamos a casa de los Canarias. Luz, llevas esa cámara.— Le dice y mi hermana sonríe tímida. —Veintitrés monedas, ji,ji,ji.— Bromea María Julia y yo sólo la veo con cara de pocos amigos. Después ya no decimos nada, simplemente disfrutamos los wafles que debo admitir le quedan deliciosos a mi padre. Me levanto de la mesa, le ayudo a mi madre y bajo la mirada atenta de mi papá me cambio de ropa para ir a la fiesta de la hija de los Canarias, una familia de la que hemos escuchado mucho hablar pero que en realidad no conocemos. Sólo Luz que brevemente jugó con su hija cuando vino antes con mi papá. Mi madre los conoció semanas atrás cuando fue a cenar junto con mi padre con ellos. Según me dicen mis padres la próxima semana entraremos a la escuela para no perder más clases, esta vez, tendremos que llevar uniforme ya que según mi madre es de paga y muy elegante. Ayer por la tarde fuimos a comprar los útiles y las mochilas, zapatos y ropa nueva, lo mejor de la mudanza ha sido eso, las compras. Mis padres me han comprado unas cobijas y sábanas de la estrella de la muerte y una playera de Luke Skywalker. Sin embargo, para la fiesta de hoy debo llevar una camisa formal y unos pantalones que no me dejan moverme, porque mi madre dice que debo lucir elegante para las visitas. —Recuerda, la primera impresión siempre es lo que cuenta Manuel, las personas siempre se fijan en la ropa primero, luego ya en tu personalidad. —Así es, debes aprender que hay ropa para estar presentable y ropa para estar cómodo.— Agrega mi papá. —Y ropa incómoda.— Murmuro. Mi mamá se voltea y me sonríe.— Sólo es un poquito Manu ¿sí? Te prometo que no será tanta tortura. —Está bien.— Hablo en tono de rendición total y mejor veo por la ventana el paisaje. Ibiza es muy diferente a Cuernavaca en muchos sentidos, por ejemplo, aquí si hay playa y allá no, aquí hace más frío y allá no tanto y por supuesto el paisaje es diferente, aunque mi madre dice que el sol y la luna siempre son los mismos, así que me gusta verlos un poquito para recordar el que fue mi hogar por tanto tiempo. Finalmente, después de literal ir de punta a punta, llegamos a una casa enorme, increíblemente más elegante que la nuestra y con unos ventanales enormes que dejan ver para adentro un poco ésta. Todos nos bajamos del auto y mi mamá le arregla el cabello a María Julia que viene todo hecho un desastre.— Bien, estoy orgullosa de como los hemos educado así que muestren su educación… recuerden que ustedes son el reflejo de lo que se vive en la casa, así que más vale que ese reflejo sea el correcto.— Nos dice mamá. —Ya saben, por favor, gracias, no gracias, sí por favor…— Agrega mi padre. —Si.— Contestamos los tres. —¡Ok! Entonces… ¿pasamos? Todos caminamos hacia la puerta y mi papá toca el timbre, desde los ventanales de la casa podemos ver que hay unos niños corriendo en la parte de atrás y al fondo en inmenso mar, sólo de pensar en el agua en este momento hace que mis huesos se hielen. Cruzo los brazos para que el frío se vaya pero el abrazo de mi padre me calienta. Volteo a verlo y me guiñe un ojo y me sonríe, ese gesto me hace sonreír. —¡Amigo! — Escucho una voz y al voltear veo a un hombre de la edad de mi padre, de cabello corto y peinado para atrás a la perfección. —¡Ey Canarias! — Saluda mi papá. —Bienvenidos, la fiesta ya ha empezado hace rato. —Lo siento, puntualidad mexicana.— Bromea mi papá y los dos junto con mi madre se ríen. —Pasen, pasen…Silvia.— Le dice una chica que sale de la cocina.— Le podrías decir a Fátima y mis hijos que vengan por favor. —Sí señor.— Responde. —Pasen, entren…. —Parece una mansión.— Me murmura María Julia mientras todos vemos la enorme y elegante casa en la que estamos. —Estoy segura que ellos tampoco tiene vecinos.— Nos murmura Luz y los tres reímos. De pronto una señora de la edad más o menos de mi madre entra de la terraza con unos pantalones tipo cuero y un suéter con cuello alto, a su lado un niño un poco más grande que Luz, de cabello rizado y medio largo y una niña más o menos de mi edad vestida con un vestido que parece de bailarina. Se acercan a nosotros en cámara lenta, o al menos eso lo percibo yo, y frente a mí sólo puedo ver a la niña de cabello rizado que viene de la mano de su madre. —¡Ximena! ¡Tristán! Bienvenidos.— Dice la señora. —Gracias Fátima. —Y estos son sus famosos hijos, su madre habló con mucho orgullo de ustedes hace unas noches.— Nos dice. —Buenas tardes, soy Luz.— Dice mi hermana. —Hola, yo soy Reina María Julia. Mi papá mueve la cabeza con una sonrisa que expresa “No puedo creerlo” y la señora se ríe.— Bienvenida Luz, bienvenida su majestad.— Responde, luego me ve a mí. —Yo soy Manuel.— Hablo. —Hola Manuel, ellos son mis hijos, David— Y el chico nos sonríe a todos y levanta la ceja.— Y ella es mi hija pequeña Ainhoa. Volteo a verla y le sonrío y ella me regresa el gesto, para luego sonrojarse. —Hola Ainhoa.— Le digo en lo que parece un murmullo. —Hola Manuel.— Me responde mientras sus ojos brillan como estrellas.
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