Matrimionio convenido

La reunión comenzó sin mí, soy la mercancía, la moneda de cambio, no hacía falta que yo estuviera con ellos. Llegaron hace más de una hora, apenas pude ver la hombre que pasó, Marcel Manosalva, treinta años, empresario de los bienes raíces, heredero de un imperio que solo crece y crece. Ha aportado a las campañas políticas de mi padre más dinero que nadie, es el principal donador, es soltero y tiene aspiraciones, quiere más dinero, poder e influencia, como sí el dinero que regala a la campaña no fuera suficiente para conseguirla. Yo sé lo que hacen, mi padre me lo ha dicho varias veces, de forma sutil, ahora con más formalidad: si yo fuera la esposa de un hombre como Marcel, seríamos la familia más poderosa y mejor proyectada del país. Como Marcel, no tiene que ser él, quien casualmente es soltero, guapo, m*****o y benefactor de su partido, con los mismos intereses económicos y políticos, conviven en un mundo donde no importa si no se agradan, hacen el esfuerzo por agradarse porque se necesitan y se usan. Solía sonreír ante sus comentarios, nunca le presté atención, hasta que tuve mi primer novio a los 18 años, Will, quién terminó preso por posesión y tráfico de drogas, con el favor de mi padre salió del país, no lo vi nunca más; fue casualidad, pensé y me quise convencer a mí misma; pero entonces conocía a mi segundo novio, José Alberto, un carro lo arrollo y termino paralítico, mi padre pagó todo, pero no lo vi de nuevo nunca más, me alejó. Lo entendí, esas no fueron casualidades, las casualidades no existen. Ahora a mis veinte años, decidida a no salir con nadie públicamente por el bien de ellos mismos, me encuentro siendo muy convencida por mi padre, el flamante gobernador Miller para acompañarlo a las fiestas de su partido, a los eventos oficiales. Mi padre es el gobernador y quiere ser presidente. Yo solo tengo veinte años, y hace que me vean como mercancía todos los viejos verdes amigos y colegas suyos. Solía pensar: Ojalá existiera un heredero joven de esos viejos verdes que le conforme a mi padre y así me empareja con alguien de mi edad o la menos más joven aunque sea mayor que yo. Como si leyera mis pensamientos, ha insistido últimamente en que conozca mejor a su mayor contribuyente: Marcel Manosalva, o Manosuelta como me gusta llamarlo a mí. Es guapo, es un hombre seguro de sí mismo, sonríe poco, habla menos, no trata con cualquiera, siempre viste de n***o, lo único claro en su rostro son sus ojos grises, su piel oliva y su cabello castaño, es atractivo al punto de que hacerte quedar en silencio al verlo, es atractivo al punto de hacer que se acelere tu corazón cuando pasa junto a ti, si te mirara hasta tus bragas terminarían húmedas, pero él no te mirará, él no ve a nadie. Es ciego. He supuesto siempre que ese halo de misterio y misticismo que todos le atribuyen deriva de su ceguera, aunque nadie lo llama así, nadie dice que es un hombre ciego, minusválido, incapacitado para algo, porque él tiene mucho dinero, tanto que puede comprar la ciudad, el estado, el país a tu familia y a ti aunque no puede comprar la visión. ¿Qué cómo hizo su fortuna? La heredó de su padre, pero solo un cuarto, él ha hecho crecer lo demás, su padre murió en un accidente de helicóptero cuando Marcel tenía veintún años, desde entonces se ocupó del negocio familiar, ha hecho crecer un imperio. Sobre sí ha sido ciego toda la vida o lo fue luego o como pasó, nada se sabe. No es su tema favorito y lo entiendo. Nos presentaron una vez, desde entonces siempre que estamos en el mismo lugar, procuro mantenerme alejada de él, porque es muy atractivo y sabes que puedes repararlo sin que lo note, o eso creía, lleva gafas oscuras a veces, es como si supiera que lo miras, es incómodo. Es capaz de reconocer tu voz, saber en qué dirección estás. Es incómodo y lo evito, pero no podré hacerlo más, mi padre planea casarme con él. Es un matrimonio por negocios, por conveniencia, por apariencias. Recuerdo la conversación. —Hija, deberías salir con alguien, estás siempre sola—dijo con tono amable como no es él. —No estoy interesada en nadie. —Ni en estudiar, hacer algo con tu vida ni salir con alguien, ya veo. Te arreglaré una cita con Marcel. Es un joven inteligente. —Y millonario—completé. —Sí, tendrás la vida hecha, será bueno para todos, para él, para ti, y así alguien más se ocupará de ti que quieres andar de vaga. Mejor, una vez casada ya no serias una vaga, serias una esposa, una ama de casa, la dueña de su casa, tendrás cosas lindas por las que jamás tendrás que trabajar. —Entregar mi vida ¿Te parece poco? —Exagerada, esto es muy bueno, todas quieren un marido rico, las que no quieren estudiar ni trabajar, como tú. —Está bien, lo que digas. Durante toda la semana mi padre insistió en que saliera con él, le di vueltas y Marcel tampoco insistió, debe querer evitar los preámbulos que sinceramente son innecesarios. Ni siquiera debe esforzarse por hacer que yo me arregle, él no me ve, solo sabe que soy joven, y bonita lo que los demás le dicen, pueden mentirle, no lo sabrá. Hay algo que no he dicho, yo también quiero casarme, sí, con él, con el que sea, solo quiero salir de la casa de mis padres, no verlo más, no estar más bajo su yugo, la mía es una familia controladora y asfixiante, no me dejan dar pasos por mí misma, estando casada espero que la historia sea diferente, y que él tenga dinero lo hace mejor, y que sea ciego, solo me divierte de una forma retorcida, podré hacerle caras y burlarme en su presencia. Así que no lloro, no hago escándalos, estoy de acuerdo con mi padre y lo apoyo, le digo lo feliz que estoy de poder casarme con uno de esos millonarios, y que si eso es bueno para su carrera política, tanto mejor. Seré una dama de sociedad, la envidia de todas, una socialité, una esposa trofeo, una esposa que todos desearan. Ni siquiera me importa tener que tener sexo con mi futuro esposo ciego. No me importa nada, solo quiero salir de la casa de mis padres, ser libre.