1. Irme para sanar

1841 Words
—¡Quítate! —dice de mal genio al pasar por mi lado la típica actriz que alcanzó la fama en un segundo y no precisamente por su talento, sino por su belleza. Me da una mirada despectiva de arriba abajo y después hace una mueca de asco, cuando se encuentra con una chica que parece ser su amiga —. Es una vaca… ¿De verdad piensa quedarse con el papel? —le dice en lo que simuló ser un susurro, pero con toda la intención de que yo lo escuchara y ambas se ríen con ironía. La miro fijo y en vez de sentirme ofendida, simplemente sonrío. Que venga alguien a tratarme de “vaca”, realmente me tiene sin cuidado, porque sé perfectamente, que no solo tengo varios kilos de más, que ellas, sino también cerebro y respeto por los demás. Espero a que todos los chicos que faltan entren, ya que la audición no demora en empezar. Todos estamos vestidos con ropa cómoda y abrigados, ya que estamos a finales de otoño, por lo que el frío cada día es más intenso, así que mi bufanda de paño con cuadros de colores, no me abandona en ningún momento, así como mis medias térmicas y la verdad es, que siempre he sido muy friolenta. —Creo que ya están todos —dice Agnés, la mujer que trabaja en el teatro hace muchos años. Me mira y hace un asentimiento, el cual le respondo de la misma forma y empiezo a caminar hacia el frente del salón, donde están los grandes espejos del piso al techo. —Buenas tardes, mi nombre es Amelie Betancourt, la hija del profesor Alexandre Betancourt —me presento y veo a la chica que me trató mal, tragando saliva con incomodidad, lo que me hace regocijarme internamente —. Mientras llega mi papá, yo estaré dirigiendo el calentamiento —digo con una gran sonrisa. Giro para poner un poco de música y empezamos a calentar. A mis cortos diecisiete años, he descubierto que nací para el arte, aunque es algo que no debería extrañar a nadie, ya que mis padres fueron los fundadores del Teatro Tespis, uno de los más importantes de París, el cual recibió su nombre en honor al dramaturgo griego Tespis, quien vivió en el siglo VI a.C. y quien es considerado el padre del teatro y el primer actor de la historia. Lastimosamente, mi madre en estos momentos se encuentra mal de salud, con un cáncer de colon, por lo que mi padre se ausenta del teatro más seguido de lo normal, para estar junto a ella en la clínica y en sus quimioterapias, así que, aprovechando mis vacaciones, lo ayudo con la preparación de las obras que organizamos normalmente, adicionales a las obras que realizan diferentes compañías de trabajo, que hacen el alquiler del teatro. He actuado muy pocas veces y, aunque han sido experiencias muy especiales, lo que quiero llegar a ser, es directora, igual a como lo es mi padre y por eso, estoy en la búsqueda de una universidad en la que me pueda preparar de forma adecuada, para que cuando sea más grande y mi padre quiera descansar, yo me haga cargo de este lugar que me ha visto crecer tanto física, como teatralmente. Se me hace muy extraño, que mi padre no llegó a la audición, por lo que entre Agnés y yo nos tuvimos que hacer cargo. Ella es una muy buena amiga de mis padres, quien llegó a trabajar hace más de diez años al teatro y quien se ha convertido en nuestra mano derecha, por lo que estoy segura, de que le confiaríamos nuestras vidas. Todos los actores se retiran, dejándonos solas, por lo que finalmente podemos ir a la oficina de mi padre y llamar a la clínica para saber qué ha sucedido, porque no es normal tanta demora. El teléfono está en un papel pegado al teléfono, por lo que Agnés llama de inmediato. —Buenas noches, señorita. Quisiera saber si el señor Alexandre Betancourt todavía se encuentra en la habitación de la señora Clarice Picard —le pregunta a la enfermera que le contesta. Yo me quedo atenta mirándola, su cara de preocupación no me da nada de tranquilidad y mucho menos cuando empieza a llorar desconsolada, por lo que agarro el teléfono y pregunto qué ha sucedido. (…) Nada me había preparado para la noticia que recibí esa noche, así como tampoco sabía qué hacer para no sentirme tan destrozada y poder ser un verdadero apoyo para mi padre, quien en un día envejeció diez años. El entierro de mi madre se realizó dos días después, en el cementerio central de París, en el mausoleo de la familia Picard. No salió una sola lágrima de mis ojos, aunque mi interior lloraba sin parar. ¿Cómo era posible que el corazón de mi mamá hubiera colapsado de esa forma en un segundo?, era el pensamiento que no me dejaba en paz, pero es que, realmente no entiendo, ya que me habían dicho que su enfermedad estaba bajo control y muy pronto saldría de la clínica, con un diagnóstico de remisión, pero fue todo lo contrario. Estoy a oscuras en mi habitación, envuelta en mis cobijas, completamente tapada y moviendo mis pies, uno contra el otro, ya que por más que tengo medias, no logro calentarlos. Hace unos minutos estaba viendo la foto de mi madre, pero llegué a sentirme tan abrumada, que apagué todo y ahora intento recordar uno de los ejercicios de canalización de emociones que me enseñó hace años. De repente unos golpes secos en la puerta hacen que quite la colcha de mi cabeza y mire hacia la puerta, como si de esa forma lograra ver a través de ella. —¿Quién es? —sale mi voz temblorosa y es ahí cuando me doy cuenta de que finalmente las lágrimas han decidido empezar a brotar de mis ojos. —Hija… Tengo algo que te dejó tu madre —dice mi padre desde afuera y con el mismo tono de voz triste, que llevo escuchándole los últimos diez días, desde el fallecimiento de mamá. —Sigue… —comento en voz baja, pero lo suficiente para que me escuche y abra la puerta. Enciende la luz y puedo ver que también ha estado llorando, pero no comento nada. —Amelie, tu mamá te dejó una carta —me explica y se sienta a mi lado, para después entregármela. Empiezo a abrirla y él se levanta de la cama, camina rápidamente hacia la puerta y antes de salir, da la vuelta y me regala una sonrisa cargada de melancolía. Saco una hoja de cuaderno cuadriculada, con el borde irregular, lo que me comprueba que efectivamente fue arrancada. Respiro profundo y siento un nudo en la garganta al ver su letra… Esa bonita letra que todos le admiraban y la cual siempre quise copiarle, pero que nunca logré hacerlo de la misma forma. “Querida hija… Si estás leyendo esta carta, es porque finalmente ese maldito cáncer me ha vencido y ya no tengo más la oportunidad de verte, acariciarte y decirte que eres hermosa tanto por dentro, como por fuera, así que solo recuérdalo siempre, porque es verdad. Me duele terriblemente no estar en esta etapa de tu vida, donde empezarás tu universidad, interactuarás con más personas y conquistarás corazones. Sé que eres una niña fuerte emocionalmente, así como te enseñamos con tu papá y ahora que no estoy, recuerda que nadie tiene porqué venir a pasar por encima de ti, por el simple hecho de no estar dentro de su estándar de belleza superficial […] Siempre supe que tu sueño es ser directora de teatro, así como tu padre, por lo que esperaba en Navidad, poder darte tu regalo, pero como la vida no es justa, te cuento, que ya estás inscrita en la universidad de Juilliard, de New York, una de las mejores del mundo, así que disfruta y aprovecha completamente la experiencia. Debes estar extrañada por lo que me pasó, pero debo confesar, que lo que todo el tiempo te dijimos, no era cierto… En ningún momento la enfermedad ha cedido, sino que cada vez ha sido un cáncer más agresivo, llevándome a este final esperado por todos, menos por ti. Te conozco y por eso te pido, que no te pongas brava con tu padre por haberte ocultado la verdad, porque fui yo quien se lo pidió, ya que no quería dejar de ver tus ojos brillar y tus labios sonreír, ante la posibilidad de estar pronto en casa. Perdón hija, perdón por morir y haberme dejado arrebatar de tu lado. Te ama, tu mamá”. Mientras el llanto se apodera de mi cuerpo, con mi mano arrugo la carta, ya que me siento traicionada, burlada y engañada por mis padres, en especial mi papá, con quien hablaba todas las tardes, sobre la recuperación de mamá y lo que pensaba hacer con ella cuando volviera a casa… Tengo una mezcla de emociones que no logro separar, por lo que sonrío, lloro, bufo, gimoteo, suspiro y más. Todo porque la mujer más bonita e importante de mi vida, me ha dejado con un gran vacío, pero también me está dando el regalo de cumplir mi sueño, cosa en la que definitivamente no la voy a decepcionar y porque en estos momentos, siento que necesito alejarme de mi padre y de nuestra vida en París, ya que a donde quiera que mire, la veo a ella. Irme para poder cerrar ese hueco en mi pecho que se agranda cuando pienso en mi padre, ya que verlo a diario no es grato, sabiendo que me ocultó la verdad de la enfermedad de mi mamá y, por ende, perdí tiempo valioso en el que pude estar a su lado, todo por estar pensando en que haría muchas cosas con ella por el resto de mi vida, cuando la volviera a tener en casa. Me levanto de mi cama, para ir a enfrentar a mi padre y reclamarle, pero cuando llego a la habitación que era de ellos, lo escucho llorando, haciendo que mi corazón se apriete mucho más, por lo que regreso a mi habitación, me meto a la cama y me pongo a pensar en lo que haré a partir de ahora. (…) Nunca le reclamé a mi padre, pero tampoco lo perdoné, así que nuestra relación se dañó de forma terrible y, aunque nunca dije nada, supe que él sabía lo que me pasaba, pero lo aceptó, castigándose a sí mismo. Ese invierno fue el más frío de nuestras vidas y no precisamente por el clima. Una vez llegó el momento de viajar a New York, tanto mi padre como yo supimos que esa despedida, posiblemente sería la última vez, que nos veríamos en mucho tiempo, pero ninguno dijo nada. Lo único que tenía claro, era que necesitaba estar lejos, para poder volver y perdonar lo que entendía, pero por orgullo no aceptaba.
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