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El CEO: Es un Jeque

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Ramís Al-mansur es un empresario multimillonario quien se dedica al mundo del petróleo. Pero aparte de ser el acaudalado dueño de cientos de empresas, también era un príncipe. Proveniente de un linaje de jeques de Omán. Después del reciente fallecimiento de su padre el antiguo rey, el cómo su único hijo era el heredero de todo el imperio del difunto Jeque. Pero para eso Ramís debía casarse con una mujer elegida por sus padres. En lo que él no estaba de acuerdo, ya que era un hombre que creía en el amor para poder contraer matrimonio.

Pero el destino le tenía preparado otra cosa a este príncipe. Cuando conoce a una mujer vestida como su prometida, pero que realmente no era ella… solo era la bucama que limpiaba la habitación de su futura esposa quien se había puesto las prendas de la misma, dejándolo cautivado desde el primer momento. Llegando a pensar que esa mujer tan hermosa realmente era su prometida. Hasta que descubre la verdad.

Las leyes en Omán no estaban hechas para romperse, sino para cumplirse. Pero Ramís estaba dispuesto a cambiarlo y poner en riesgo la corona con tal de hacer su esposa a esa mujer la cual conoció en el hotel.

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Preludio
El jeque de Omán estaba gravemente enfermo. Prácticamente sus días estaban contados, el medico había indicado que no le quedaba mucho tiempo en el mundo y que sus familiares debían aprovechar el poco tiempo que le quedaba con vida. —Hijo, te pido que por favor entres en la recamara de tu padre para que hables con él. —Madre por favor, no me pidas que haga algo que no deseo. —Ramís Al-mansur, el hombre que se encuentra en esa recamara a punto de morir es tu padre. Y tú eres su único hijo. ¿Cómo puedes hacerle un desplante de esa calamidad? El espera a que entres a despedirte. Le reprocha su madre evidentemente enojada. Ramís se pellizco el puente de la nariz mientras permanecía sentado en la silla  escuchándola dándole el sermón del año. Pensó que ya estaba bastante grandecito como para que su madre le estuviera reprendiendo. Con 36 años y aun su madre lo trataba como un crió de 10 años. Pero que se podía esperar de la reina, era severa y autoritaria. Incluso se atrevía a decir que podría ser peor que su padre Falafal. —Madre, ¿crees que mi padre querrá verme? Sabes muy bien que me odia. Lo que menos querrá es ver a su hijo en su lecho de muerte. Ramís se inclina hacia atrás, reposando su cabeza de la silla. —No digas eso, tu padre pudo ser muy severo contigo pero jamás te odio. —¡Como digas! Responde sin muchos ánimos, ella siempre lo iba a defender. —Ramís, te lo pido. Entra hablar con tu padre, no creo que quieras que se vaya de este mundo y no solucionen sus diferencias. El príncipe medio abre los ojos escuchando las palabras de su madre. Era obvio que no deseaba que su padre muriera quedando de malas con él. Pero es que no era su culpa que el jeque estuviera siempre enojado con su persona. Él era un hombre de negocios, le gustaba viajar por el mundo expandiendo sus negocios. No era de los que se iba a quedar en casa gobernando un país. Definitivamente eso no era lo suyo, sus empresas multimillonarias de petróleo no se iban atender solas. El no deseaba estar en casa resolviendo los problemas de su pueblo, no era que no le interesara pero es que prefería mil veces ser un empresario que el jeque de Omán… ahora con la repentina enfermedad de su padre y el acercamiento de su partida las cosas se les estaban complicando, y mucho. —Iré hablar con él, si eso te hace feliz madre. Contesta poniéndose en pie. —Sí, me hace muy feliz. La mujer le sonríe con cariño. Ramís camina hasta la puerta de la habitación donde el jeque se encontraba descansando. Al tomar el pomo respira profundamente, no recordaba la última vez que hablo con su padre sin que no mantuvieran una discusión. Por lo general cuando eso pasaba siempre terminaba yéndose de casa el mismo día. Y todo era por el mismo problema, el rey le imponía que debía ir pensando en abandonar sus negocios, empresas y demás para tomar las riendas de su reinado.  Y eso era algo  que no estaba dispuesto aceptar. Le había costado mucho independizarse sin que el apellido de la familia se interpusiera para crecer. Cuando al fin logro  progresar sin ayuda de su puesto en la sociedad a su padre le dio por querer que tomara el puesto como jeque. Ramís frunció el ceño, porque desgraciadamente era una ley que debía cumplir. En cuanto entra en la recamara de su padre lo observa despierto mirando por la ventana. En cuanto el viejo escucha que alguien había entrado gira el rostro para ver de quien se trataba. —¡Ramís! Exclama. El hijo pilla  a su padre, se le veía muy cansado y un poco agotado. —Ven pasa hijo. Le dice con voz cansina. —Padre. El muchacho se acerca al viejo sentándose a su lado. —¿Cómo te sientes? —Estoy muriendo hijo. Contesta con una medio sonrisa. —Mi tiempo ha terminado, al igual que mi reinado. —Lo siento mucho padre. El hombre reposa su arrugada mano sobre la de Ramís, con muy poca fuerza la aprieta. El príncipe entendió por eso que todo estaba bien que no se preocupara por lo que pasaría con él. Posiblemente la inminente llegada de su muerte había ablandado al rey. —Ramís, hijo mío. Me alegra que hayas podido venir. —Lamento mi ausencia padre, he tenido mucho trabajo. —Si. Comprendo. Pero ahora que yo no estaré, tú deberás tomar mi lugar hijo. Tú serás el nuevo jefe de Omán. Tu deber es permanecer en Omán, ya no podrás estar ausente como lo has estado haciendo. —Padre. Frunce el ceño al escucharlo hablar, y el pensando que el viejo se había mitigado. —No discutas más. Todo ya está preparado para que tomes posesión de mi reinado en cuanto yo parta de este mundo. No tienes elección Ramís, es tu destino. Son las leyes y estas las debes cumplir. El hombre se pone en pie completamente furioso por la imponencia de su padre. Él estaba claro cuál era su deber, pero lo que odiaba era aquella maldita imponencia de las cosas. Detestaba aquellas reglas, siempre pensó que Falafal hubiera podido cambiar esas leyes hace años atrás liberándolo de ese yugo el cual era ser el nuevo rey pero nunca lo hizo… para él lo más importante era que su linaje continuara rigiendo. —Pensé que en tu situación serias distinto padre. Que te ablandarías y que simplemente hablaríamos como padre e hijo haciendo a un lado todo esto del trono, pero veo que hasta en tu lecho de muerte continua siendo el mismo. —¡Es tu deber! Serás el nuevo jeque. Debo recordártelo siempre porque siento que lo olvidas, y así como lo serás tú muy pronto, tú primer hijo también lo será. —Como quieras. Responde carentes de sentimientos. —Fue bueno verte. Le dice sin verlo. —Adiós padre. Hace amago de salir por la puerta. —Ramís. Su padre lo llama y este se detiene. —Te quiero hijo, sé que serás un buen líder para tu pueblo. —Yo también te quiero padre. El muchacho baja la cara, para luego salir de la habitación sabiendo que no volvería a ver a su padre con vida.

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