Capítulo 2

1109 Words
Las puertas se abrieron con un golpe y desperté en un lugar que no era mi habitación. Intenté levantarme de la cama, pero algo restringía mi mano, giré mi rostro para encontrarme con lo que papá usaba para atrapar a personas malas si no me equivoco se llaman pulseras. Una mujer entró y agarró la muñeca de cada niña, mientras abría la cerradura de la pulsera. Llegó mi turno y la esposa se liberó de mi muñeca, se deslizó contra el poste de la cama donde estaba acostada. —¡Levántense niñas y vístanse! Cada una tiene un bolso con su nombre correspondiente —gritó la mujer. Fue en ese momento que caí en cuenta de que no estaba en mi habitación. Tengo miedo, nunca he dormido lejos de casa, quería llorar, hacerme un ovillo y mecerme de un lado a otro como lo hacía cuando tenía una pesadilla. Quería a mi papá o incluso a Damián. —Vístanse con ropa normal y bajen a desayunar. El resto de su horario les contamos durante el desayuno —dice. Todas las niñas se levantan menos yo, aún quiero seguir durmiendo. La mujer se acercó a mí inmediatamente. —¿Qué crees que haces, pequeña? —preguntó la mujer fríamente. —Volver a dormir —respondí. —¿Cuál es tu nombre? —indagó con una sonrisa, que me hizo acordar a las brujas de la película que vi la semana pasada. —Dairiana. —Sujetala —indicó Madame D. Dos guardias me agarran y me levantan. Madame D se acercó a mí y su sonrisa se amplió. Me agarra del brazo bruscamente sacándome de la cama. Buscó algo con la mirada, hasta que finalmente me entrega mi bolso n***o donde se podía leer mi nombre. Lo acepté a regañadientes. Nos llevaron a la cafetería y todas nos sentamos en silencio, no tiene sentido tener una pequeña charla, nos quedamos mirando la mesa. Nos colocaron frente a nosotros dosas de pan, un poco de mantequilla y un vaso de leche. Un rato después, la señora Tamara regresó y nos recoge llevándonos a un lugar. —Todas ustedes se quedarán aquí. Diviértanse —dijo la señorita Tamara y abrió la puerta para revelar lo que parecía un estudio de ballet. Una pared estaba cubierta de espejos, las otras tres eran de un color melocotón oxidado pálido. Había una barra larga colgada en la pared frente a los espejos. «¿Será que este es mi regalo de navidad?» Me pregunté emocionada. Mis padres saben que desde pequeña tengo el sueño de ser una gran bailarina, tengo que poner mi mayor esfuerzo y ser la mejor de todas. —Yo soy Miss Dayana, seré su profesora de ballet —se presentó la mujer con frialdad—. De ahora en adelante, no habrá desobediencia. Haréis lo que yo diga, cuando lo diga o seréis castigadas y de ahora en adelante, seré conocida como Miss D. ¿Me aclaro? —Sí —respondimos. —¿Sí qué? —ella preguntó. —¡Sí, Miss D! —dijimos al unísono. Aprendimos rápidamente lo que traería la desobediencia y me esforzaría por evitarlo, aunque sacando cuentas, creo que me gané mi primer castigo. —Es hora de aprender lo básico del ballet, niñas. Coloquen su mano derecha en la barra y miren hacia la derecha de la habitación. Todas hicimos lo que ella dijo. A continuación, hizo la posición e imitamos lo mejor que pudimos a Miss D, luego comenzó a caminar a lo largo de la fila criticando la postura de cada niña. Empujó el pie de una niña más hacia afuera y lo movió en la posición correcta, llegó mi turno: —Zolnerowich, buen trabajo —me felicitó. Así fue como nos enseñó la segunda y tercera posición, sucesivamente. Luego nos enseñó a hacer un relevé. —Ahora irán en relevé hasta que ordene que se detengan. Todas bailaron y poco a poco se fueron yendo a ver comiquitas, Miss Dayana me obligó a bailar durante siete horas. Estaba exhausta y hambrienta, pero ella nunca me dio nada de comer. —Detente Zolnerowich. Al decir eso me detuve y unos señores, con apariencia mala, entraron. La señora Tamara se detuvo y sacó algo con un chasquido de sus dedos. Comenzaron a golpearme, cuando lloré me pegó con algo que parecía una correa. —Llévenla a la celda oscura —ordenó la señorita Tamara—. ¿Alguna vez desobedecerás de nuevo, querida? —susurró contra mi hombro desnudo. La parte trasera de mi camiseta ligera colgaba hecha jirones, junto con la piel debajo de ella, por culpa del látigo de punta afilada que había estado usando contra él durante la última hora. —No —murmuré. De repente sentí calor contra mi torso. La sensación de ardor me hizo gritar de dolor. —Llévenla a la celda especial. A partir de ahí me golpearon y luego me encerraron en una habitación oscura el resto de la noche. Así fue como todo inició. Horas más tarde, la puerta se abrió con un crujido y escuché el sonido de mis pulseras y me puse de pie. —Date una ducha y colócate tu atuendo —ordenó Miss Dayana. —Está bien. Soy Adriana, estoy aquí para ayudarte —Adriana agarró una toalla de papel y la pasó por debajo del agua de un fregadero viejo. Se acercó a mí lentamente, dejé que Adriana se acerque y ella comenzó a limpiar lenta y delicadamente la sangre de mi cara—. Ahí, todo mejor. —¿Alguna vez mejorará? —indagué con curiosidad. —Nada mejora, digamos que se pone muchísimo peor —Adriana alcanzó mi cabello—. ¿Te importa? Es un poco terapéutico en este momento. Solo puedo asentir levemente, cuando Adriana comenzó a trenzarme el cabello. —Tengo miedo, mucho miedo —admití. —Mantén la cabeza en alto y haz lo mejor que puedas para sobrevivir. Mientras lo haces come algo, el pan no está tan mal y el jugo es una bebida energética. Créeme, vas a necesitar energía. Adriana ató la trenza terminada con un elástico. —Gracias. Después del almuerzo, nos llevan a una habitación con siete computadoras y una caja de jugo al lado de cada una de ellas. Miramos a la nueva mujer con confusión. —Chicas, siéntense frente a una computadora y vean los dibujos animados —ordenó. Todos hacemos lo que nos dice la señorita Ramary y vemos los dibujos animados en la computadora durante horas. Tomamos sorbos ocasionales sincronizados de nuestras cajas de jugo. ¿Qué está pasando? Pareciera que nos estamos sincronizando en todo.
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