Capítulo 2.

1677 Words
Ni bien Abril llegó a la oficina, explicó lo sucedido, dado que algunos clientes habían llamado a la agencia y se habían quejado de la tardanza. La verdad era que solo estuvo veinte minutos varada en el tránsito, tiempo suficiente para que le costara su trabajo. ¿Qué haría ahora? Había perdido su segundo sustento y con él las ilusiones de juntar en cuanto antes el dinero para que Catalina pudiera volver a caminar. —¡Grandísimo imbécil! —Entró al departamento a los gritos y tiró su morral al suelo. —¿Qué sucedió? ¿Por qué estás tan temprano en casa? —cuestionó sorprendida Erika, que apareció desde la cocina con un delantal de chef y toda llena de harina. Detrás de ella estaba Cathy toda enharinada y conteniendo la risa, aunque claramente la imagen era divertida. Las tres estallaron en carcajadas. —¿Qué te pasó, hermana? Fue entonces que recordó por qué estaba tan enojada. —Por culpa de un imbécil perdí el trabajo. —Eso fue suficiente para que la sonrisa se borrara del rostro de la niña por completo—. No, no, amor, que como sea conseguiré ese dinero para que podamos viajar. —Sí, y yo la ayudaré —comentó Erika, aunque, a decir verdad, juntar esa suma, y encima en dólares, era casi imposible, pero no podían romper las ilusiones de la niña porque solo ella sabía lo que se sentía estar postrada en esa silla de ruedas. De repente, el teléfono de la casa sonó. Las tres se miraron. Cathy, al mismo tiempo que Erika, gritó: —¡Otra vez ese pesado! Y concluyeron con risas. El pesado no era otro más que Mauro, su novio, con quien llevaban un año y medio de relación. Además, tenían planes a futuro juntos. Desde que pasó todo aquello de los padres de Abril siempre estuvo predispuesto a ayudarla, hasta trabajaba el doble para poder juntar algo de dinero y ponerlo en el pozo de dinero para que Cathy pudiera volver a caminar. Ella merecía poder cumplir su sueño de ser una gran bailarina, y sabía cuán importante eran sus piernas para lograrlo. —Hola, amor —habló del otro lado de la línea. —Hola, mi vida, ¿cómo estás? —Ella trató de que no se le notara el malestar por haber perdido el trabajo. —Bien, por suerte bien. Gracias a Dios pude comunicarme con vos. Quiero invitarte a comer a un lugar muy lindo. Él llevaba un mes en su segundo trabajo como cajero en un banco y quería invitarla a cenar a un lugar lindo donde ella pudiera sentirse cómoda, sin preocuparse por nada. Llevaba seis meses alterada por las circunstancias y era momento de respirar un poco. —No lo sé, amor. Tengo que cuidar a Cathy y ayudar a Erika con la cena. De fondo él podía escuchar los gritos de ambas mencionadas que desestimaban su excusa. —Por favor, mi amor, te juro que no te arrepentirás. Además, tengo muchas ganas de ti. Era increíble como él, refiriéndose a sexo, podía sentirse tan intimidante. Sería por eso que le gustaba y lo quería tanto. Se sentía enamorada. Nunca antes se había sentido así. —Bueno, está bien. —Puso los ojos en blanco. Esa misma noche decidió ponerse un vestido blanco que resaltaba muy bien sus pechos grandes y turgentes. Como sería una noche especial y fogosa, eligió un escote prominente, pero a la vez sugestivo, ya que llevaba un encaje color piel que daba a creer que no solo le cubría sus pechos esa tela blanca cuando era un todo. Decidió, asimismo, calzarse unos zapatos de tacón aguja plateados. El cabello se lo dejó suelto. En cambio, el flequillo, n***o como la noche, lo colocó a un costado. Como maquillaje, se puso pestañas postizas, un delineado de gato, que resaltaban sus ojos café oscuro, y un rojo fuego en sus labios que podría encender ideas a cualquier hombre o mujer que pasara por la calle. Una vez que estuvo lista, el timbre sonó. Cuando ella abrió la puerta, se encontró con su novio vestido casi de gala, por el lugar donde iban, y con una flor en la mano. Una rosa roja como sus labios. —Awww —dijeron al unísono Cathy y Erika. Lo cierto era que se burlaban de lo cursi que podía ser a veces ese hombre, pero aun así les encantaba para ella, porque, además, él fue muy importante para las dos cuando murieron sus padres. —Basta. —Rio a sabiendas de que ese tipo de comentario hacía poner rojo a Mauro. —Hola, amor —la saludó por lo bajo y depositó un beso en sus labios. —Hola, vida mía. —Lo miró con ojos de enamorada—. Vamos, porque estas dos dirán cualquier estupidez. Se fueron al compás de las risas de su hermana y su amiga, que los miraban desde la puerta. —¡Usa condón, cuñado! —le chilló Cathy. Abril se dio la vuelta para hacerle señas de que cerrara la boca mientras contenía la risa. —Igual traigo uno en el bolsillo —soltó él avergonzado. —¿Solo uno? Se rieron. Si había algo que le gustaba a ella, era el sexo, y si era con él, mucho mejor. Cuando llegaron al lugar, ella quedó enamorada de la ambientación. Las luces eran de colores cálidos, los cuales daban la impresión de ser un lugar amplio cuando en verdad no lo era tanto. Cuando la chica de recepción se acercó a ellos, él dijo su nombre, entonces los acompañó hacia una de las mesas que daban a la ventana, que a su vez daba a una fuente llena de luces con ángeles tirando agua de sus bocas. Era un sueño. —Es hermoso, y debió costarte una fortuna. —Lo observó con amor. —Nada es mucho para ti. Sintiéndose afortunada, extendió su mano y tomó la suya. —No sé qué haría sin ti. Te quiero tanto. —Se levantó para tomar sus mejillas y acercarlo a su rostro. Quería besarlo. —Te amo —dijo él entre sus labios. —Y yo a ti —concluyó con una sonrisa. Se habían pedido unas pastas con salsa y para beber vino tinto. No era el más caro, pues era lo que podía pagar. Durante la cena hablaron de todo tipo de cosas, especialmente sobre la operación de Catalina. Pese a que él le ofreció darle la mitad de su sueldo, ella no lo aceptó. No era mucho lo que ganaba y no quería que terminara por pensar que se aprovechaba de su buen corazón. Ella debía sacar sola a su hermana. Le contó también el incidente que tuvo esa mañana, aunque no le mencionó que la despidieron de su trabajo, dado que no quería darle más preocupaciones, ya era suficiente con que su hermanita estuviera desanimada con sus ilusiones rotas de volver a caminar. Ella no sabía cómo, pero conseguiría ese dinero. —Voy al toilette —le informó. Él se rio. Abril no era de esas mujeres refinadas, pero sí hacía un buen papel cuando debían ir a lugares como en el que cenaban. —Te amo. Ella se acercó a su oído para decirle algo que lo puso duro: —No veo la hora de estar entre tus piernas. Abril era dos mujeres en una. De repente, era una mujer tranquila, dulce, romántica y, ¿por qué no?, tímida. Por otro lado, era una apasionada de la vida y amante del sexo como ninguna otra que había pasado en la vida de Mauro. Ella amaba el sexo oral por sobre todas las cosas. “Por amor al arte”, decía siempre que se arrodillaba a sus pies. Él no podía dejar de perderse entre el n***o de sus pupilas dilatadas. Ni bien se dirigió al baño, el teléfono, que guardaba en su cartera de mano, sonó. Cuando lo atendió, se distrajo, llevándose por delante a una persona, que volcó una copa de vino entre sus pechos. —Lo siento, se… —No pudo terminar la frase porque ambos, al unísono, dijeron lo mismo—. ¡¿Me estás siguiendo?! —Él no pudo evitar llevar sus ojos a sus pechos, que estaban empapados del vino que llevaba en su mano. El vestido blanco se tornó de un color rosado. Lo quería matar—. ¿Puedes dejar de mirarme los pechos… —intentó secarse con las manos el desastre que le hizo— y darme una mano? —le espetó ofendida. En ese momento ella se dio cuenta de lo que dijo, por lo que elevó su mirada—. No me malinterpretes. Me refiero a que me des algo para secarme. Pero ¿a qué idiota se le ocurre venir a los baños con un vaso de vino? —masculló muy molesta, pero a todo ello no recibió siquiera una disculpa—. ¿Y bien? —Él la contempló sin expresión alguna—. ¿Vas a fingir que no me estás mirando los pecho o por lo menos te vas a dignar a pedirme disculpas? —Tú me la debes a mí —dijo tajante. —Que soberbio eres —siseó con rabia y no pudo evitar morder su labio inferior. —Eso que acabas de hacer fue excitante. —Ella levantó su mirada y notó que las pupilas del hombre se dilataron—. Hazlo de nuevo. Lo miró extrañada y lo empujó para adentrarse al baño. —Lo que una tiene que aguantar de hombres degenerados como usted. Algo había pasado dentro de ella, al igual que en él. Ese gesto fue tan excitante que el solo cerrar los ojos e imaginarla haciéndolo de nuevo ya sentía cómo su m*****o se iba despertando. Sin embargo, Abril era muy diferente a las mujeres con las que estaba acostumbrado a relacionarse íntimamente. Ella era rebeldía pura y no se dejaba intimidar por él, y eso en cierta forma le atraía.
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