Charlie

867 Words
Érase una vez, en un lugar lejano. Muy lejano. Existía un castillo. Pero no era un castillo cualquiera. Tampoco era un lugar cualquiera. Había un chico, llamado Charlie. Su trabajo era dejar las cartas en los buzones de las casas. Este trabajo lo cumplía al pie de la letra. Nunca faltaba. Ninguna carta era entregada tarde. Charlie, tenía un trabajo privilegiado. Todos en el reino lo amaban. En las calles lo llamaban al pasar. Y él, con una sonrisa les respondía. Su sonrisa era resplandeciente. Amigable y dulce. Tenía una mata de cabello castaño, que, con el sol, se hacía más claro. Era alto y delgado. Llevaba unos espantosos trapos como ropa, pues, lo poco que ganaba en su trabajo no daba para comprarse algo que valiera la pena. Su madre no podía trabajar, ya que cuidaba de sus hermanos pequeños. Su padre, un guardia del rey, desapareció en una de sus misiones asignadas por el rey Leonardo. Así que él era el hombre de la casa ahora. Pero tan solo era un chiquillo con un espíritu libre. Una mañana de invierno, su jefe, el Gran Marcus, le mando a entregar una carta al reino –Era algo demasiado importante –pensó Charlie. –¿Puedo confiar en ti, Charlie? –Pregunto su jefe.   –¡Claro! Yo llevare esa carta– respondió, inflando el pecho. Salió como alma que lleva el diablo. Emprendiendo camino hacia el palacio. Trato de mejorar su aspecto, pero no consiguió mucho. Paso sus flacuchos dedos por su melena castaña. Se quedó deslumbrado cuando llego al castillo. De cerca era más hermoso e impresionante. Se tragó el nudo de la garganta. Fue recibido por dos guardias.   –¿Qué necesitas? – pregunto uno de los guardias. –He traído una carta para el rey Leonardo. –Sígueme– dijo el guardia. Charlie le siguió. Miraba a ambos lados. Todo era de oro allí. De repente se escuchó una melodía. Inconscientemente busco de dónde provenía aquella música. Jamás había escuchado algo parecido. Mientras más se acercaba, más se escuchaba. –Este chico trae una carta para el rey– hablo el guardia a una señora que estaba sentada en un escritorio. La señora levanto la vista y Charlie le entrego la carta. Ahora mismo en lo único que pensaba era en la melodía que decoraba el lugar. –Yo se la entregare al rey– dijo la señora. –Muchas gracias– respondió él. Se escabullo de allí. Su intención no era marcharse, todo lo contrario, quería buscar de donde provenía la música.   Temeroso abrió una puerta, y, quedo embobado. Pensó– ella debería de ser un ángel–. Una chica tocaba el piano. Llevaba el cabello suelto, que le caía en cascada hasta la mitad de su espalda. Totalmente rizado y brillaba como el sol de mediodía de verano. Sus dedos acariciaban con tanta elegancia las teclas del piano. Sus labios se movían con sensualidad, al tiempo que cantaba una canción sobre ángeles. Ellos iban a venir. Ellos los salvaran. Fue lo único que entendió de la canción. Se perdió en su belleza. Como se movía. Como cantaba, y, como cantaba. Y pensó, que estaba en el cielo. Rodeado de ángeles y nubes blancas. –Creo que me he enamorado– se dijo en voz alta. La chica dejo de tocar y se voltio hacia él. –¿Quién eres? –pregunto ella. Sus ojos eran de un café claro, y Charlie, se perdió en ellos. –Y-yo…– tartamudeo. Su corazón se aceleró– ¿eres un ángel? – ella sonrió, y a él, se le escapo un suspiro. –¡No! Soy Leila. –Hola, Leila– volvió hablar. –¿Tú quién eres? –¿Yo? Soy solo Charlie. Un simple mensajero– se encogió de hombros. Leila volvió a sonreír, y Charlie, se enamoró de su sonrisa– tienes la sonrisa más hermosa que he visto jamás. –Gracias, Charlie. –¡Niño! – él voltio asustado. El guardia de antes, caminada con pasos energéticos hasta él– ¿Qué haces ahí? –Debo irme, Leila. Ella asintió, dejo caer sus manos en su regazo. –¿Te volveré a ver? – pregunto la chica. –¡No lo sé! – fue lo último que dijo, antes que el guardia lo sacara de aquella habitación. Todo el camino de regreso iba suspirando. Jamás había visto algo similar. ¿Se había enamorado? El camino restante fue corriendo. –¿Gran Marcus? ¿Gran Marcus? ¿Gran Marcus? –¿Qué pasa, Charlie? –pregunto asustado. –Creo que me he enamorado– respondió este. Entro al local y se dejó caer en el sofá. – ¿En serio? –¡Sí! –¿Y de quién? –De la niña más hermosa de todo el reino– dejo salir el aire de sus pulmones, lentamente. Su jefe sonrió y se sentó frente a él. –Cuéntame que ha pasado. Y él, suspiro, y le contó todo lo que paso. Cada mínimo detalle. –¿Existe tal cosa? ¿El amor? – pregunto al final. Y con la mirada que el Gran Marcus le dio, supo la respuesta. Fin.

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