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Blurb

“Él tiene una cuenta bancaria grande, y un puto m*****o el doble de grande, conocido en las fauces como el gran Thor”.

Eso bastaría para describir a Ripley Gabthor, un mujeriego al que el 99% de las mujeres de Chicago le conocían el pene. Era un poco imbécil y muy ardiente, pero eso que consideró chispas con cada una de sus amantes, se tornó en una supernova cuando conoció a la mujer más jodidamente imposible.

Ella era tan peligrosa como el combustible de avión, y con ese maldito vestido rojo, del mismo tono de sus labios, Ripley no se contuvo y la empujó hasta la habitación 325 del hotel que frecuentaba para sus conquistas, después de observarla deambular de un lado al otro en el salón de los Hampton poco antes del conteo regresivo. Ella sería el desquite de un mal año nuevo, de una cogida incompleta y de una ex esposa manipuladora, pero cuando despertó y encontró un beso marcado en el cuello de su camisa blanca, comenzó la verdadera aventura.

El imbécil con el que Bryer durmió ese año nuevo solo fue un error, una noche de debilidad, pero cuando su amiga de la universidad la llevó un día a casa, descubrió que ese apasionado, salvaje, fornido, alto y animal hombre que le dio el mejor orgasmo de su vida, era el padre de la que sería su compañera.

El deseo era algo que no podía contenerse, y fingir que no disfrutaron esa noche, sería la mentira más grande de su vida. Ripley probó el más dulce elixir entre los muslos de Bryer, y lo necesitaba de nuevo, tanto como apretar su culo rosado y hacerla gemir contra su boca mientras se corría una y otra vez.

¿Podrán dejarlo en solo una noche de copas, o romperán las reglas familiares y de amistad por unas sábanas mojadas?

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1 | Cógeme, hombrezote
Ripley sacudió su pene goteante y la mujer que estampó contra la pared trasera del armario, gimió sintiendo como el semen corría por sus muslos. Ripley apretó sus dedos en la cabeza de la mujer, y su mejilla se aplastó. La mujer llevaba el vestido por encima de su cintura, sus manos alzadas por encima de su cabeza y sus nalgas rosadas por los golpetazos de Ripley. El hombre movió su cuello para sacudir su cabeza y soltó sus muñecas. —Buen orgasmo, hermosa —dijo apretando sus nalgas. La mujer quitó sus dedos de su clítoris y giró para mirarlo. El cabello caía contra su rostro y sus labios estaban hinchados. —¿Me llamarás? —preguntó temblorosa. Ripley se inclinó y le sonrió contra la nariz. —Feliz año nuevo —dijo chasqueando su lengua. Ripley subió su cremallera, se peinó el cabello que las embestidas revolotearon y abrió la puerta del armario. Ripley se arregló las gemelas justo antes de robarse una copa de champaña de una bandeja dorada que pasó frente a él. El aroma a perfume bailaba en el aire, la música apenas se escuchaba por encima de los murmullos y varias mujeres le sonrieron cuando salió. Ripley se limpió las comisuras de los labios y caminó entre las mesas, los globos y la torre de champaña. Era una fiesta a la que no planeaba ir, pero después de una terrible discusión, una cogida y otra discusión, decidió aceptar la invitación de sus colegas. —¿Te gustó? —preguntó uno de sus colegas cuando regresó a la mesa—. Aquí podíamos escuchar su cabeza golpeando la pared. Ripley sonrió con la copa rozando sus labios y no dijo una palabra. En su campo era conocido como el gran Thor, no solo por ser parte de su apellido, sino porque con su rayo partía a la mitad. —Te invitamos a celebrar, no a buscar un hueco mojado. Ripley dejó la copa en la mesa y arrastró la silla para desplomarse. Abrió el botón de su saco azul cielo y rodó la mirada por el lugar. No le prestaba demasiada atención a lo que decían de él. Los murmullos en los pasillos del hospital eran tantos, que debían filtrar lo bueno y lo malo. Lo malo siempre tenía más peso, pero en su caso, no había nada malo en su gran Thor. —Te invitamos a Los Hampton para pagar parte de tus acciones en el hospital —dijo uno de sus socios en la mesa—. Veo que la reputación que te precede no es mentira, o no la mayoría. En Long Island no había tantas personas como pensarían, y las pocas mujeres solteras que encontraba, debía aprovecharlas al máximo, no solo una parte, no solo una porción, todas. —Si la mujer existe, es para cogerla —dijo Ripley antes de pedir otra copa—. Si ustedes se conforman con una, no me pidan que haga lo mismo. Lo rutinario aburre, por eso estamos en un hospital. No vemos los mismos casos todos los días. Y si fuésemos dueños de un restaurante, no comeríamos lo mismo cada día. Los tres hombres en la mesa guardaron silencio. —Por algo existe el bufet libre —dijo Ripley con una sonrisa. Uno de ellos, el de la mayor cantidad de acciones, le comentó que él llevaba cerca de veinte años casado, y que era lo mejor que le sucedió en la vida. Ripley alzó las cejas cuando el que estaba a su lado dijo que para él el matrimonio fue lo peor que le sucedió. Ripley se inclinaba a que el matrimonio era lo peor; él lo sabía, lo vivió en primera instancia, y no soportó la jodida atadura. —Si quieren hablar de sus mujeres, iré por una para mí —dijo acabando su copa y levantándose de la mesa. —¿No fue suficiente? —preguntó el cansado del matrimonio. Ripley se ajustó el botón del saco. —Nunca es suficiente, Ripley abandonó la mesa y caminó de nuevo entre las personas. El festín de esa noche era enorme. Las fiestas de año nuevo eran enormes, y los ricachones tiraban la casa por la ventana para sentirse más imponentes de lo que eran. Esa noche era la más importante para todos, incluida Bryer, una de las asistentes de la fiesta a la que por dinero no fue invitada. Bryer estaba en el balcón mirando el agua ondearse, cuando le llegó un mensaje. “Espero que la estés pasando de maravilla. Te amo.” Bryer apagó la pantalla y arrojó el resto del licor en su garganta. El cabello le caía sobre las mejillas y sus piernas sentían la corriente de la brisa helada de la costa. Llevaba un pequeño bolso, y antes de guardar el teléfono, miró la hora. Faltaban veinte minutos para las doce, y sus amigas, las que la invitaron, no estaban por ninguna parte. Bryer miró a las parejas que se tomaban de la cintura con cierta nostalgia porque su novio eligió ir a las montañas con sus amigos, que quedarse a celebrar con ella. Bryer soltó un suspiro cuando a su lado llegó una pareja que comenzó a hablar del futuro, de lo que querían para el próximo año, y ella rodó los ojos y sacó la lengua. Amaba el romance, vivía por el romance, pero esa noche debía ser especial, no una más. Bryer pulsó varios números en el teléfono y las contestadoras fueron la única voz que resonó al otro lado. Pulsó de nuevo, y de nuevo, y de nuevo, y solo fue la contestadora. Al final se quitó de nuevo el cabello de las mejillas y miró el océano por última vez. No tenía por qué estar allí. Ella no era de esa clase, ella no tenía dinero, no tenía propiedades ni una casa en los Hampton. Ella era una becada que se hizo amiga de una chica con dinero. Bryer se mordió los labios y movió sus tacones. Estaba helado afuera, así que decidida a irse, giró sobre sus tacones finos oscuros y tropezó personas para buscar la salida. Bryer empujó varios sacos y hombros desnudos hasta llegar a la pista de baila. Había una enorme bola de fiesta colgando del techo de globos dorados y rojos, y las risas y la excitación por el nuevo año la agobiaron. Ella estaría mejor en su dormitorio, lejos de casa, lejos de los gritos. Ripley le sonrió a un par de mujeres que sonrieron cuando lo vieron, y le guiñó un ojo a una antes de sentir que su garganta estaba seca. Ripley escaneó con la mirada una copa, misma copa que Bryer también miró para sentirse un poco mejor esa noche. Solo el alcohol la haría disfrutar de ese patético y aburrido año nuevo. Ambas manos se acercaron a la única copa en la mesa y sus dedos se rozaron. La electricidad les recorrió la mano hasta el corazón y sus ojos chocaron como dos enormes barcos en altamar. Bryer despegó los labios al ver al hombre de mandíbula cuadrada y barba pulida, y él se clavó en esos carnosos labios rojos que eran acompañados por un vestido revelador. Fue un segundo, un instante, un flash, el que bastó para que dos personas que iban contracorriente, se encontraran en ese espacio. —Oh, lo lamento —dijo ella bajando la mano. Ripley jugó con su lengua y luego alzó la copa de la mesa. —Es suya —dijo entregándosela. Bryer la sujetó y sus miradas se conectaron. Ese tenso hilo rojo del sexo se encogió y se tensó cuando ella sintió un cosquilleo en la comisura de sus labios y al sur de su ombligo. —Gracias —dijo llevando la copa a sus labios, sin romper el contacto visual. Ripley sintió un golpetazo en su pene y observó cuando sus labios se presionaron contra el cristal delgado—. El alcohol es lo único que me ayudará esta noche. Ripley le sonrió con esa sonrisa que derretía glaciales. —¿Malas noticias para la que debería ser la mejor noche del año? Bryer dejó la copa en la mesa y lamió el residuo de licor en la comisura de sus labios. La mirada de Ripley fue a ese punto exacto cuando su lengua rosada conectó con su piel suave y delicada. —A mi novio se le ocurrió viajar con sus amigos a los Alpes Suizos, y estoy en los Hampton sola, bebiendo champaña sola —dijo alzando las cejas y sonriéndole con coquetería. Ripley giró la cabeza y buscó una copa más en algún lugar. A lo lejos atisbó dos copas en una mesa libre, y empujando personas, llegó a ellas y las regresó con Bryer, a quien le tendió una. —Ya no estás sola —dijo cuando ella arrugó el entrecejo por lo que el hombre hizo—. Ahora somos dos, y dos es multitud. Bryer se confundió por el atrevimiento del hombre, pero más porque era la primera persona que se atrevió a acercarse a ella esa noche. No sabía si era por su rostro de pocos amigos, porque no era lo suficientemente sexi, o porque era casi una menor de edad para la mayoría de los hombres en esa fiesta. De igual forma, aceptó la copa porque vio de donde provino y porque el hombre ante ella, aunque lucía mayor, era un puto Adonis vivo. —¿No tienes amigas? —preguntó Ripley curioso. Mientras más mejor, o eso decía cuando contrataba a cuatro. —No llegaron —contestó ella—. Hay una tormenta. Ripley la miró a los ojos. —Es una navidad horrible. —La peor —dijo cuando le dio un sorbo a su champaña, y con descaro, buscó un anillo en sus dedos—. ¿Y tu esposa? Ripley sonrió y achinó los ojos. —Cuando me case la traeré. Bryer conocía esas respuestas de los mujeriegos. —No me digas. ¿Eres uno de esos solteros eternos? —Hasta que no tenga un anillo, seré soltero —dijo Ripley—. Soy un lobo solitario. Así se disfruta mejor la vida. Bryer tragó. —También lo creía, hasta que descubrí el sexo de reconciliación —dijo sin el menor pudor—. Si tienes una esposa, pelea con ella. La mejor parte de pelear es coger enojados. Ripley agrandó su sonrisa y terminó su copa. —No necesitas tener una esposa para eso, y si tu novio te plantó, supongo que habrá sexo de reconciliación. —Ya quisiera el muy desgraciado —dijo rodando los ojos y soltando un suspiro hacia él—. Lo castigaré. No lo merece. Ripley deslizó la mirada por el cuerpo de la mujer. Era una puta belleza con el vestido rojo de tirantes finos, abertura pronunciada en su espalda y pecho, corto, y con una abertura provocativa en el muslo. Llevaba un fino collar largo que encajaba entre sus tetas, y su cabello atado, con pendientes cortos y delineado oscuro. —Qué pena por él —dijo Ripley mirando sus tetas. Bryer era una chica que fue fiel hasta ese momento. Su relación no estaba en su mejor momento. Ni siquiera tenía sexo, y cuando lo tenía, no la complacía. Esa relación se estaba tambaleando, y había cierto placer en que un hombre la mirase con lujuria; un hombre de la edad de Ripley, con la madurez como para apretarle las nalgas y hundir esa barba hasta que le escociera los muslos. —¿Vives aquí? —preguntó ella saliendo de su fantasía. —Sí —dijo él—. Estoy por una celebración laboral. ¿Y tú? —Ya quisiera, pero no —respondió—. No tengo tanta suerte monetaria. Sigo debiendo mi crédito estudiantil. Me quedo en una residencia, pero soy de California. Las playas y el sol y el calor. Ripley volvió a deslizar los ojos de sus ojos a sus labios. Puta madre con esos labios. Provocaba morderlos y cogerlos. —Te mudaste a otra playa, y apuesto que ese color de piel es por las horas en bikini —dijo antes de recapacitar que quizás ella era una jovencita demasiado joven para él—. ¿Qué estudias? —Fotografía. Amo tomar fotos. Ripley dejó a un lado el morbo que sentía por la mujer. —¿Tienes licencia? —preguntó serio. —¿Necesito licencia? —Si quieres un trabajo sí —respondió él. Bryer rodó los ojos. —Entonces no. Me pagan en efectivo. Tengo trabajos poco remunerados, pero me ayudan a pagar mis sándwiches. Ripley no contestó nada más, y ella decidió hurgar su pregunta. —¿Por qué la pregunta? —Soy voluntario en una estación de bomberos, y queremos un calendario para recaudar fondos y donarlos al hospital infantil —dijo serio—. Estuvimos buscando un fotógrafo por bastante tiempo y no nos convence, así que eres una candidata. Bryer agrandó los ojos. Fue por una fiesta y acabaría con trabajo. —¿Solo así? ¿No quieres ver mi portafolio? —Si tus fotografías son tan bonitas como tú, no tengo duda de que nos harás ver bien para el calendario —dijo Ripley. Ella se mordió el labio solo un poco y Ripley miró como sus dientes se hundían en la carne. Tenía tantos deseos de que fueran sus dientes quienes la mordieran, que ella pudo sentir el deseo del hombre estremecerla y hacerla sentir cosquillas en el clítoris. —¿Te parezco bonita? —preguntó seductora. —Tanto que podría preguntarte el nombre de tu novio para golpearlo por haberte abandonado esta noche con ese vestido. Bryer se quitó el cabello de las mejillas. —Si tan solo supiera que no llevo ropa interior debajo —dijo en ese tono seductor de picardía juvenil—. Es un tonto. —Es un desperdicio que no pueda verlo —dijo a sus ojos. Bryer apretó los dedos de sus pies y frotó sus muslos. —Él no, pero quizás alguien más tenga suerte. Ripley conocía tantas mujeres, que sabía que las intenciones de la mujer esa noche no eran dormir sola, ni irse a la cama sin mínimo tres putos orgasmos. Se imaginó cómo sería su voz cuando gimiera que no parase, que la reventara como a él le gustaba. Imaginó a qué sabía su entrepierna y si estaba tan mojada como quería que estuviese. Imaginó el sabor de sus pezones y el dolor de sus uñas clavadas en su espalda. Imaginó todo de ella, solo con mirarle el pecho y esos labios carnosos. —Yo no tuve la mejor noche —comentó él cuando soltó un suspiro—. Mi novia, mi ex, rompió la relación. Bryer alzó una ceja. —¿Por qué? —No me soporta —dijo Ripley con una sonrisa. Bryer también sonrió. —¿Tan mala actitud tienes? —Soy una mierda, pero es en el sexo que no me soporta —dijo inclinándose un poco hacia ella—. Muy grande para ella. Bryer sintió como su vientre se estremeció justo antes de que él riera y le dijera que era una broma. Ella no sabía si era o no una broma, pero también imaginó lo que sería ser clavada por ese hombre, saltando sobre su dura erección enorme. Ripley le dijo que fueran hasta la barra libre por algo de tomar, que faltaba poco para la medianoche y ese lugar sería una locura a las campanadas. —Dos copas más, por favor —pidió cuando llegaron. Ella dejó su bolso en la barra. —Si me quieres llevar a la cama, necesitarás más de dos copas. Ripley giró el cuello hacia ella. —No son para ti, son para soportar verte sin poder tocarte. El hombre detrás de la barra le dio dos copas de vino y Bryer la bebió de un golpe. Su garganta estaba seca y su entrepierna mojada por solo la imagen de ese fortachón metido entre sus piernas. Estaba necesitada. Necesitaba el sexo. Estaba cansada de las excusas de su ex y de sus consoladores. Estaba cansada de correrse con sus dedos y de ver porno cada noche para dormir. Quería un hombre de verdad que la hiciera gritar de placer. —Puedo ser menor de edad —comentó ella para seguirle el juego del gato y el ratón—. Podrías terminar en la cárcel. Ripley giró en su silla y sus rodillas rozaron. —Sería una sentencia justa por cometer ese delito —dijo él. Bryer le preguntó si hacía eso con todas las mujeres, y él fue honesto al decirle que le gustaba el sexo y las mujeres, y que si alguien le gustaba, la llevaba a la cama, incluso le contó que cogió a una mujer en el armario de los abrigos. Bryer miró a la puerta y sintió el calor de la rodilla de Ripley friccionando su piel desnuda. —Podemos ser los siguientes —comentó él—. Si eso quieres. Bryer era atrevida, era una sucia cuando de sexo se trataba, pero estaba en una relación, y la primera caída no podía ser esa noche. Su conciencia estaba activa, y la hizo decir algo. —No te conozco. Ripley lamió su labio inferior y miró sus ojos. —Podemos conocernos a solas. Bryer miró al hombre y pudo sentir como sus pezones se endurecían. No sabía qué carajos le sucedía con ese hombre, pero deseó tanto arrancarse ese vestido y que la cogiera, que estaba perdiendo la batalla. Bryer miró el enorme reloj sobre la estantería de licores y miró el tiempo que faltaba para el conteo. —¿Qué tal un beso? —preguntó ella—. Soy nueva en esto. Ripley sonrió porque esas le gustaban. —¿El de medianoche? —Solo faltan cinco minutos —dijo ella nerviosa. Ripley miró el reloj. —Los cinco minutos más largos de mi vida. Bryer le sonrió y sacó su teléfono. Le había llegado un mensaje de su novio, y solo tenía una fotografía de sus amigos celebrando. Bryer regresó el teléfono al pequeño bolso y le dijo al barista que le diera dos tequilas. Ripley alzó la ceja cuando la mujer bebió los dos shot y pidió dos más. Fueron ocho shot de un golpe, y Bryer sintió que tuvo el valor suficiente para hacer una puta locura. —¿Sabes qué es lo peor? Que el licor me excita —dijo mirándolo y colocando uno de sus pies en el metal del taburete de Ripley—. Suelo masturbarme cuando mi novio no me complace, y antes de buscar mis consoladores, tomo vino para mojarme y que los dedos se resbalen. Es tan satisfactorio, que no duermo por masturbarme. Bryer le dijo que estaba caliente y insatisfecha, y que su novio era un maldito con el que no tenía sexo porque esperaba el matrimonio. Le dijo que necesitaba sexo, que necesitaba que un hombre le diera un orgasmo, y Ripley apretó la mandíbula. Si lo esperaba, pero no que la mujer fuese abierta a contarle. —¿Me darías un orgasmo? —preguntó mirándolo. Ripley pidió dos tequilas, esa vez para él, y cuando los arrojó en su boca y tragó, sujetó los bordes del taburete de la mujer y la metió entre sus muslos. Ella soltó un quejido cuando sus rodillas golpearon el taburete de Ripley, y el hombre se inclinó contra ella. —No sabes lo que estás iniciando —dijo contra sus labios. Bryer cerró los ojos y colocó sus manos en los muslos de Ripley. —Muéstrame —dijo estirando los dedos y tocando el bulto en su pantalón, aprovechando la oscuridad del salón y el conteo regresivo que comenzó en ese momento—. Puedo sentirlo. Justo cuando la medianoche llegó, Ripley apretó la nuca de la mujer y ella despegó sus labios para la lengua del hombre. Fue un primer beso apasionado, donde sus narices bailaron sin compás, donde sus lenguas mojaron la boca del otro y donde ella apretó el pene duro y palpitante de Ripley al tiempo que la mano de él se abría paso entre sus muslos, comprobando lo que le dijo. —No llevas ropa interior —dijo al tocar su clítoris hinchado. Bryer le sonrió y se inclinó un poco más al borde del taburete para que los dedos de Ripley se estiraran hasta su abertura. —No miento, hombrezote —dijo apretando su nuca—. Ahora bésame y cógeme en este maldito taburete, y hazme elegirte. Las luces titilaban y Bryer aplastó su boca contra la de Ripley. El hombre movió su mano por la humedad de la mujer y ella gimió cuando él frotó su clítoris al ritmo de la música. Se malditamente desinhibió y abrió más las piernas para que él la masturbara. Ripley mordió sus labios y ella gimió cuando se alzó un poco para que hundiera los dedos dentro de ella. Bryer se meneó contra otros dedos que no fueron los suyos, y Ripley rompió el beso. —Si eso te hace gemir, imagíname cogiéndote rudo —gruñó. Bryer sintió como el taburete se mojaba y suplicó que no se detuviera, pero él sacó sus dedos y lamió su humedad. Bryer perdió la cabeza, excitada, necesitada y sedienta de Ripley. —Llévame a donde quieras —imploró—. Cógeme, hombrezote.

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