Capítulo 1

1210 Words
No iba a ir a emborrachar ni mucho menos, me limpie la cara, me corregí el maquillaje y me presente en mi taller como si nada hubiera pasado. Me pasé las siguientes horas envuelta en telas, dibujos y dando órdenes sin fin. Ignoré todas las llamadas y mensajes. No deseaba que nadie respirara cerca de mi oído. Revise uno a uno los diseños en el área de confecciones y a todos les encontré el más mínimo defecto. Un hilo suelto, una mal costura, la tela no me gustaba, los colores, lo odie todo y lo mande a la basura. —Es todo una mierda. Quiero que se hagan otra vez, no quiero volver a encontrar ningún defecto para cuando vuelva— Salí de allí hecha una furia, en mi interior sabía perfectamente que todos los diseños estaban impecables, que era la irá y la frustración apoderándose de mí, pero en ese momento no me importo nada, para cuando al fin me decidí dejar de torturar a los empleados me fui al único lugar donde era un poco feliz. Donde me sentía deseaba y adorada, como lo que siempre merecí. Me quité los zapatos junto a la puerta y los organicé en el recibidor, junto a mi bolso y mis llaves. Henry estaba tomándose una copa en el balcón, había música de fondo, unas carpetas sobre sus piernas abiertas, las cuales miraba con el ceño ligeramente fruncido. Me quedé de pie en medio del departamento que compartíamos y lo observe desde allí. Cuando lo conocí éramos solo unos niños, Alejandro era tímido y siempre hacía lo que le pedía, pero al sumarse Henry a la ecuación las cosas cambiaron drásticamente, pues ya no éramos dos, éramos tres partes de un triángulo afilado y disperso. Ellos se volvieron inseparables y yo quede a un lado, hasta que nos hicimos adolescentes y las hormonas nos ganaron, la primera vez que estuvimos juntos yo solo tenía 15 años y él era mayor por 3 años. Siempre recordaré el asco y dolor, aun así, lo hicimos otra vez, y otra, hasta que todo fue más fácil, ya no había dolor ni sangre. Solo pasión. Nunca hubo amor de mi parte hacia él, nunca quise usarlo o hacerle daño, porque en el fondo sabía que era mi amigo realmente, la única persona que me conocía como era en verdad, y en él no estaba conmigo por obligación o beneficios. En el fondo era una muy buena persona, debajo de todas esas fachadas de ser un hombre mujeriego y fiesta, era leal, honesto, trabajador y muy adorable, podía hacerte sentir a una como el más valioso objeto en el mundo, pero yo agarre toda esa bondad y la moldee a mi favor. Él se giró y se sorprendió al verme allí, no era día de que nos viéramos y mucho menos en su casa, toda la vida llevamos este secreto bien planeado, teníamos días, horas, momentos para vernos, aunque en ciertos casos el deseo se apoderaba de nosotros y terminábamos follando en mi oficina o a mi propia casa. La mayoría de las veces nos veíamos en hoteles fuera de la ciudad, casi siempre planeábamos viajes, ya que él se encargaba de los negocios de su mejor amigo fuera del país y yo viajaba con frecuencia por trabajo, poseía un apartamento en New York el cual podíamos considerar nuestra casa, allí concebimos el hijo que nunca vio la luz del sol, allí teníamos las más grandes peleas y también era el lugar donde me veía con otros hombres a sus espaldas. —No te he oído entrar. ¿Llevas mucho tiempo allí? — negué con la cabeza, una avalancha de sentimientos negativos me golpeo el pecho. —Alejandro se ha ido— susurré, intentando mantenerme en calma— me abandono por una mujer mucho más joven que yo— estaba destruida. Lo vi tragar y quedarse pálido por unos minutos. —Hey— dejo el vaso en la mesa junto al sofá y en pocos pasos estuvo frente a mí, puso sus manos en mis mejillas y me miro a los ojos. Lo vi todo allí, en sus ojos cafés claros, el anhelo y consuelo de que tal vez ahora ya no tendríamos que escondernos— sabías que en algún momento se iría. Cuando te conté de ella, lo imaginaste, él nunca había estado tan feliz antes. —Lo sé, pero eso no hace que sea más fácil. Sabes que lo he amado siempre— vi el momento donde sus ojos se oscurecieron por el dolor. —No tienes que decirlo, lo sé perfectamente todo lo que lo amas, pero a cambio me tienes mi, que si te amo y daría todo por ti. —No puedo evitarlo— le grité. Di un paso atrás lejos de su toque— No puedo evitar amarlo. —A veces pienso que es solo un capricho lo que tienes. Como a él nunca pudiste tenerlo realmente, solo lo quieres para manejarlo como lo haces conmigo— toda esa ira que me consumía me pico en la palma de la mano y con toda la fuerza que pude lo abofeteé en la mejilla izquierda. —¿Cómo puedes decir eso? —Si tanto lo amaras no le hubieras puesto el cuerno con cada hombre que se te acercara, no tuviéramos todos estos secretos— lo volví a golpear en el mismo lugar. —Eres un idiota. No sé a qué vine. —Sí, si sabes a qué viniste— su voz era estridente, el pecho le subía y bajaba con rapidez, y el lado izquierdo de su rostro estaba al rojo vivo. —Claro que lo sabes, vienes a buscar el consuelo que tanto quieres, a que te folle contra la pared y te haga sentir algo, a que esconda mi rostro entre tus pierdas y te diga lo mucho que te deseo y te amo— los ojos se me llenaron de lágrimas y levante la mano nuevamente para dar en el mismo lugar de su rostro por tercera vez, pero ya estaba preparado y me sostuvo la mano, me agarro con fuerza, sentía sus dedos clavándoseme en la piel. —No vuelvas a pegarme, Roberta. Porque yo no soy Alejandro.— abrí la boca para decirle lo mucho que lo detestaba, pero se tragó mis palabras al juntar sus labios con los míos. Su mano izquierda me sujeto de la cintura y me pego a su cuerpo, mientras nos besábamos. Todo lo que había dicho era cierto, era real que solo lo usaba para mi satisfacción personal, para que me hiciera sentir viva. Se alejó un momento para mirarme a los ojos, con la respiración agitada me agarro la barbilla con fuerza— ¿Es esto lo que buscas?— asentí, se quedó mirándome unos minutos y entonces me soltó y con un brusco movimiento me rompió todos los botones de mi camisa. Jadeé por el susto. Cerré los ojos cuando sus labios me besaron en el hueco entre mis pechos, echando la cabeza atrás deje que se apoderara de ellos, que metiera sus manos por debajo dela tela de mi sujetador de encaje. No puse resistencia cuando me levanto en sus brazos y me dejo sobre el sofá.

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