Capítulo 3. Payasos tristes

2073 Words
Esa chica de ojos miel y cabellos negros, Renata, parecía en medio de una encrucijada dolorosa, aunque eso no la detuvo mucho. —Estas en un burdel. —¿Burdel? —Estas aquí para que alguien pague por ti. Las palabras resonaban y hacían eco, pero no las entendía, aún no las quería comprender. —¿A qué te refieres con eso? —eche un vistazo a las demás en la habitación, nadie en el cuarto dijo nada y todas evadieron mi mirada en el instante en que caía en ellas. —Trata de personas —es probable que mi rostro demostrara la confusión porque ella se vio obligada a ser clara y no dejar espacio a la duda—. De ahora en adelante no eres una persona, van a utilizarte como algo a lo que pueden sacarle provecho. Me negué a aceptarlo, no era tonta, si en verdad esto se trataba de trafico de personas estábamos jodidas. Así que perdiendo poco a poco la compostura dije que eso no era posible y que de serlo, debíamos salir de ahí. Corrí hacia la puerta, pero obviamente estaba con llave. Miré a mi alrededor y no encontré una sola ventana, estaba atrapada. Me gire contra la puerta una vez más, golpeando la madera con fuerza y haciendo un escándalo para que me dejaran salir, grite por unos minutos hasta que Renata me tomo de los brazos y me hizo detenerme. —Detente, no vas a lograr nada de esa manera. —¡¿Cómo puedes decirlo?! —No eres la única que lo ha intentado —mis ojos ardieron —, estamos en un segundo nivel y las habitaciones parecen estar insonorizadas o bien, a nadie le importan tus gritos —algo en su expresión me decía que la verdad era esto último. —Eso no lo sabes, quizá… —Basta —susurro alguien al fondo de la habitación, en el silencio logré distinguir que alguien estaba llorando, no me atreví a mirar en su dirección. Al parecer ellas ya lo habían intentado todo y no necesitaban que alguien les recordara lo inútil que era querer escapar. Abatida y sintiendo que de pronto todas mis fuerzas eran drenadas de mi cuerpo, me arrinconé contra una esquina, llevando mis rodillas al pecho y abrazando mis piernas, solo buscaba aislarme mientras pretendía que esto no era más que una pesadilla. El entumecimiento de la negación era poderoso, por algún tiempo, quizá horas, sentí que mi mundo se había detenido solo lo suficiente como para evitar que colapsara. La destrucción comenzó cuando el planeta entero comenzó a girar de nuevo. El llanto inicio sin control, mientras la sensación de que las paredes se acercaban cada vez más comenzó a ahogarme, sabía que la jaula a mi alrededor nunca iba a desaparecer. [...] Ya estaba obscuro para cuando saque la cabeza de entre mis brazos, habían apagado la luz para poder dormir. —¿Estas bien? —Renata estaba acostada en la litera más cercana a mí, seguramente escuchándome mientras dejaba salir toda mi desesperación. Se levantó y se sentó a mi lado—. Aún tenemos mucho de qué hablar —limpie mis lágrimas. —¿Hay más? —no estaba preparada para escucharla. —Sí. —Yo… —me callé, quería poner muchas excusas, al final no hice otra cosa más que asentir —En dos días nos reunirán a todas en la planta de abajo y venderán a cuantas puedan. —¿A quiénes? —No lo sé. Jamás he visto sus rostros. —Tú —trague duro— ¿Cuánto tiempo llevas…? —No importa si te venden o si te quedas—dijo evadiendo mi pregunta—. Van usarte. Harán de tu vida un infierno y debes adaptarte a él o no duraras mucho tiempo. —Yo no sé si pueda. —Tienes que ser valiente, porque nadie lo será por ti. Lágrimas resbalaron por mis mejillas, pero me mantuve en silencio. "No podré hacerlo". [...] Despertamos en el momento en que las dos chicas que se habían ido regresaron a la habitación. Renata encendió la luz. Sarah y Analís apenas parecían personas, se veían completamente rotas y con la mirada pérdida. Restos de maquillaje manchaban sus rostros como los de un par de payasos tristes, no tuve necesidad de preguntar lo que les había ocurrido. Algunas horas después esa mujer entró a la habitación y se llevó a Elise y Xandra. Apenas supe sus nombres cuando tuvieron que irse. —¿Quién es esa mujer? —estaba asqueada de verla. —Madame Claude —respondió Sarah—, la proxeneta de este lugar. —Pero no es su nombre real, nadie sería tan idiota. Luego de eso, todo estuvo en silencio, nadie tenía ánimos de hablar. En algún momento alguien toco la puerta, era un hombre alto, moreno y grande, lo suficiente como para que ninguna de nosotras fuera rival para él. Llevaba dos bandejas de comida, Renata las recibió y le dio una sonrisa amable antes de iniciar una corta conversación. No pude evitar ver con confusión lo que estaba pasando. —Renata lleva aquí varios meses —dijo Sarah—. Llegó antes que cualquiera de nosotras seis. —¿Desde cuándo ha estado aquí? —No lo sé, nunca habla de eso. —¿Y tú? —pregunté. —Dos meses, pero Xandra lleva aquí casi siete y cuando ella llego, Renata ya estaba en este cuarto, sola. Regresé la vista a Renata, quien sonreía tristemente aun parada en el marco de la puerta. [...] —Parece que te agrada. —Él es diferente —Renata coloco las bandejas en una cama —deberíamos comer esto pronto, frio sabe aún peor. —¿Sabes su nombre? —Lo sé. —¿Te ha dicho en dónde estamos? Cansada, tomo su plato. —Sí, en un barrio pobre, lleno de personas con demasiadas preocupaciones como para denunciar traficantes. —Podría ayudarnos a escapar —susurre ansiosa —, si nos ayuda nosotras… —No funcionó. Me congele. —¿Qué? —¿Crees que no lo he intentado todo? [...] Las horas se desvanecieron rápidamente y el momento llego como prometido. El día llego, varios hombres nos despertaron a gritos, obligándonos a ponernos de pie y sacarnos del cuarto con empujones e insultos. Nos amontonaron en el pasillo al tiempo que otras tres puertas se abrieron y de cada una, salieron seis chicas más. Todas siendo empujadas y algunas, aquellas que oponían resistencia, arrastradas a golpes hacia donde se encontraban las demás. Todas fuimos dirigidas al baño donde un jabón se nos fue arrojado, quienes se resistían fueron llevadas a las regaderas a la fuerza. —Apresúrate. Uno de los hombres se había acercado a mí al ver que no movía un solo dedo. No pase por alto que la mayoría de ellos llevaban armas consigo. Hice lo que dijo, introdujeron un cepillo con pasta dental en mi boca y me lanzaron la ropa que querían que usáramos. Una blusa de tirantes y unos shorts cortos. Como si nos prepararan para un espectáculo. Terminaron de formarnos en fila y luego nos dirigieron hacia una lúgubre habitación en donde fuimos obligadas a separarnos unas de otras. Nos encontrábamos sobre una especie de escenario, con reflectores de luz amarilla sobre nosotras, pero la luz no era suficiente para ver más allá del filo de la tarima en la que estábamos. Casi podía reír y llorar, en verdad para ellos esto solo era una puesta en escena, un vil acto que debía llevarse a cabo para complacer a la audiencia.  Ni siquiera valía la pena tratar de huir, a nuestro alrededor había al menos siete hombres, con sus pistolas a la vista. Y entro ellos estaba ese tipo, el hombre con quien Renata había hablado el día anterior. Tenía su arma en la mano, Renata quedo a mi lado. —No debieron pelear tanto —susurró mientras observaba a una chica que estaba al frente, su rostro comenzaba a hincharse. Claro, era mejor escoger bien que batallas luchar, pero como podrías si quiera saber cual de todas valía la pena. —Probablemente las acaban de traer— Sarah estaba detrás de mí. Al girar a verla no pude ignorar que a su lado había una niña, estaba justo detrás de Renata, encogiéndose tanto como si deseara desaparecer. ¿Cuántos años podría tener? Lucia tan joven que seguramente no tenía más de diez años. Sentí nauseas, quise llorar, una pequeña como ella no debería pasar por esto, más sin embargo ahí estaba. A su lado otras chicas lloraban y temblaban mientras sus miradas se concentraban con terror hacia el frente, esperando que todo acabara rápido. Madame Claude apareció segundos después, con su ropa ridícula y zapatos de tacón, tomo su lugar al frente de nosotras y comenzó a presentarnos frente a quienes sea que fueran las personas que nos acompañaban en la habitación. Estábamos siendo ofrecidas como objetos, como si fuéramos un artículo de decoración. Yo solo quería huir. Para cuando llego a Renata los nervios estaban matándome. Me había asustado la primera vez que se habían llevado a alguien, una chica joven y rubia de piel blanca. Tres hombres se habían acercado en cuanto madame cerro la boca. Uno de ellos la sometió en el suelo mientras el otro la tomaba del cabello y exponía su delgado cuello. El tercero introdujo una aguja en su piel y eso fue todo. Rápidamente el cuerpo de la rubia dejo de moverse. Fue llevado como un costal a una de las puertas, los hombres regresaron poco después pero la chica ya no estaba con ellos. Madame Claude tomo a Renata del brazo y la empujo al frente. —Y esta linda cosita, es experimentada, oh y prometo que es suave y obediente. Y lo peor pasó, los mismos tres hombres se pusieron de pie. "Jamás la volveré a ver". Su cuerpo temblaba, pero su mirada estaba en un solo punto, justo sobre ese hombre. Entonces lo supe, ellos dos, su relación iba más allá de lo que pude haber imaginado. Renata se mantuvo orgullosa, no lloro, ni siquiera se rehusó, mantuvo la frente en alto hasta que la sedaron. Temblé de horror al ver su cuerpo inconsciente ser arrastrado lejos. El guardia la miro y lo pude distinguir en su rostro, parecía estar perdiendo el control, otro guardia lo tomo de los hombros y lo mantuvo en su lugar. Trague duro, era cruel, este basto mundo no tenía lugar para la clemencia ni el amor. La subasta continúo, para cuando un hombre se acercó a la niña sentí vértigo, un terrible impulso me hizo querer ayudarla. Di un paso al frente, pero sentí unas uñas clavarse a mí y jalarme hasta detenerme. —Si te mueves un solo centímetro más, desearas no haber nacido —dijo madame Claude, amenazándome no solo con sus palabras, sus ojos negros me decían que hablaba muy en serio. —Es solo una niña —la voz me tembló. Ella me tomo de la cara con fuerza, casi atravesando mis mejillas. —¿Y tú que puedes hacer? —pero fueron esos llantos asustados los que de alguna manera me dieron coraje. Pelee por esa niña, aunque no dure mucho. Empuje a madame, haciéndola caer de trasero, corrí hacia la pequeña, pero un solo guardia hizo falta para derribarme y reducirme en el suelo. "No puedo hacer nada". Vi a la niña que luchaba cuanto podía, gritando por ayuda y se me partió el corazón, grité junto con ella aun cuando mi mejilla era aplastada contra la cerámica del piso. Quería detener esto, pero no era capaz. "No soy tan fuerte". Llore con esa pequeña en silencio hasta que se fue de mi vista. —Muy bien, sigamos —dijo la mujer sin quitar su asesina mirada de mí. Me levantaron de un jalón del suelo mientras me negaba a estar quieta—. Ella es recién adquirida como lo habrán notado—me sonrió y casi vómito—. Virgen y pura. ¿Alguien? Me derrumbe al ver a ese malnacido acercarse con una jeringa en mano. "Tengo que huir". Eso pensé, pero no lo hice. Todo sucedió demasiado rápido, en el momento en que el dolor punzante atravesó mi brazo el mundo se oscureció y sentí como desaparecía en la neblina. Todo se calmó excepto mi miedo.
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