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Ámame otra vez

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Blurb

Tessa siempre tuvo claro el fuerte amor que la ataba a su esposo Henrik, posiblemente fueron esos intensos ojos azules claros que la hicieron quedar pretendidamente enamorada de él la primera vez que lo vió en aquella conferencia médica en Alemania. El sentimiento fue mutuo y una magnífica boda no tardó en festejarse en los hermosos jardines de la mansión Van der Meulen en Estocolmo. Todo había sido un sueño hecho realidad durante los primeros años de matrimonio hasta que la tragedia tocó a su puerta.

No había nada que Tessa deseara más que un hijo y su esposo lo deseaba tanto como ella, sin embargo, el destino no siempre nos ayuda a obtener lo que deseamos y luego de tres abortos expontaneos en un lapso de cinco años, los pilares que alguna vez fueron fuertes terminaron quebrandose y colapsando como si un intenso sismo los sacudiera y con ellos la esperanza de alguna vez darle un hijo a su marido. Después de perder a su tercer bebé Tessa se sumergió en un profundo abismo y lo apartó de su mundo. Henrik quedó destrozado al mirar como la mujer que amaba se alejaba cada vez más de él y en un lapso no mayor a un año, la pareja pasó de amarse a ser completos desconocidos y se dieron cuenta que el amor se había acabado. Para cuando Tessa logró ver la luz al final del túnel se encontró con que no recordaba cuándo había sido la última vez que había besado los labios de su esposo y ni hablar de la última vez que habían dormido juntos. El matrimonio estaba roto y fue Henrik quien terminó de hacerlo añicos cuando dejó los papeles de divorcio sobre la mesa aquella mañana de primavera.

Sumida en el dolor no pudo negárselo, sabiendo que él no era feliz a su lado y que tal vez era momento de dejarlo ser feliz con alguien más. Ella pensaba que él ya no la amaba y él pensaba lo mismo que ella y así fue como se divorciaron. Tessa terminó firmando los papeles del divorcio pero la noche en la que se suponía que ambos debían despedirse, el cielo o el destino le regaló algo más que un buen recuerdo. Había quedado embarazada pero para cuando se dio cuenta de ello, estaba divorciada y Henrik a miles de kilómetros de ella. Todo ocurre por una razón y tal vez el destino iba a enseñarle que el amor no se acaba si no prevalece.

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LA RELACIÓN ROTA| TESSA
BERLÍN, ALEMANIA. ¿Cuántas veces había mirado el teléfono?  Decenas, tal vez. Mi cabeza releyó tantas veces aquella  línea de mensaje que me lo había aprendido de memoría. Mis ojos no dieron crédito a lo que estaban leyendo pero aun así, agobiada, pensé en que debía responder.  “Regreso a Berlín esta noche”—Henrik.  Luego de más de cinco minutos decidí dejar pasar aquel mensaje como los veinte que tenía sin abrir. Pasé las manos por mi rostro, sintiendo que tenía un nudo en la garganta. ¿Cómo era posible que no me hubiera dado cuenta que mi esposo no estaba en casa desde hacía dos semanas? Había sentido tanto dolor y humillación a la vez pero no había sido su culpa. Él había enviado un mensaje diciendo que tenía una conferencia médica en Suiza pero yo no me había tomado la molestía de abrirlo no porque no quisiera hacerlo sino porque tenía el teléfono olvidado y no recordaba cuándo había sido la última vez que había enviado un mensaje.  Levanté la mirada y en el tocador miré la foto de nuestra boda. Henrik con esos vivaces ojos color cielo sonreía en la foto mientras me sostenía de la cintura. Mis pies descalzos tocaron el frío suelo y se dirigieron allí para poder tomar ese recuerdo en mis manos. Había sido el novio más guapo de todas las bodas, mi marido. Habían pasado cinco largos años y su atractivo no se mermaba a pesar del paso de ellos. Seguía siendo igual que antes o no, tal vez mejor, pues su éxito laboral le había empujado aún más a la cima, incluso más que cuando lo conocí.  Henrik Van der Meulen, el médico cardiólogo más conocido de toda Alemania por no decir de Europa se había casado conmigo a solo un año de conocernos. Nuestro amor había sido rápido y no tenía nada de especial salvo la intensidad. Henrik era un magnífico hombre, tan magnífico como adinerado, pero yo no había mirado eso al principio, solo a lo buen hombre que era y a la forma tan peculiar en como trataba a las personas, era franco, sincero hasta la médula y con un carácter fuerte como doctor pero  al vez contrarrestado por el enorme corazón que tenía.  Había escogido bien su profesión, pues un cardiólogo debía tener un corazón grande.  Dejé la fotografía en su lugar sintiendo que mis piernas flaqueaban. Esos años habían sido buenos pero ahora no quedaba más que el recuerdo de ellos. Sentí un nudo en la garganta y ese se acrecentó más y más hasta que se convirtió en un sollozó ahogado.  No quedaba nada de lo que nuestro matrimonio fue una vez. El llanto cubrió mis ojos y sin poder evitarlo terminé sollozando sobre la alfombra mientras dejaba que las lágrimas corrieran con libertad. Pensé en Henrik, tal vez él había sufrido mi abandono tanto como yo pero se limitaba a callarlo de forma taciturna como se le volvió costumbre después de que perdimos a nuestro segundo hijo.  Nuestros hijos.  Ellos habían sido nuestro más grande dolor pero también la mayor felicidad al menos mientras duró. Nunca había mirado a Henrik tan contento como cuando le dije que estaba embarazada. Sus ojos habían sido felicidad pura y yo sentí en aquel momento que era la mujer más afortunada del mundo.  Tenía un esposo que me amaba.  Un departamento precioso.  Un matrimonio lindo como para criar hijos en el.  Según yo lo tenía todo y así era, así pensé que sería hasta que llegó el dolor y la tragedia de la pérdida y esa misma pérdida se repitió dos veces más destruyendo mi corazón en pedazos. Conforme el corazón de mis hijos dejaba de latir dentro de mí, el mío también lo hacía, se apagaba lentamente y ese frío de mi corazón le llegó a él, aunque lo intentó ocultar.  Todo se había ido por la borda y yo solo deseaba poder recuperar un poco de lo que alguna vez fue. Era claro que debía pedir disculpas porque había sido mi culpa que él se alejara, me había sostenido en sus fuertes brazos en cada llanto, pero yo decidí comenzar a llorar en silencio para que esos brazos no fueran víctimas de mi dolor, le fui alejando hasta que la distancia entre nosotros fue mayor.  Ahora no podía medir lo largo de esa distancia pues tenía miedo de que fuera más de lo que me podía permitir. Me levanté del suelo dispuesta a darme un baño. Durante ese tiempo había sobrevivido sumergiéndome en el trabajo, trabajo que era el mayor de los martirios y torturas pues cada vez que un niño venía a la consulta lo cargaba en brazos para asegurarme que todo fuera bien con él, sin embargo, cuando lo hacía el dolor en mi pecho se convertía en una agonía y me recordaba que yo nunca podría sentir el calor de un bebé.  Nunca más podría porque me había cansado de intentarlo.  No quería sufrir el dolor de la pérdida nunca más y la resignación había sido el mayor de mis aliados. Tanto Henrik como yo nos habíamos encerrado en una burbuja, una burbuja personal que nos separaba el uno del otro y que lentamente se alejaba flotando y alargaba cada vez más la distancia.  (...) —¿Estás segura de que no quieres salir esta noche?—preguntó Bertha cuando me vió entrar por la puerta. Había tenido mi crisis matutina pero tenía que trabajar no por necesidad si no por escape.  Henrik había dicho que no era necesario que siguiera haciéndolo, él tenía suficiente dinero para vivir cientos de vidas sin trabajar pero lo suyo era una pasión y de la misma forma que yo era su escape para ocupar la mente. Mi esposo era doctor por vocación aunque posiblemente la poderosa familia Van der Meulen se lo había inculcado en la cabeza desde que era un niño, pues no había persona en su familia que no ejerciera esa profesión y es que siendo dueños de la mayoría de los hospitales privados de Europa era una necesidad estudiar medicina.  —No, tengo que trabajar.  —Solo tienes agenda hasta las cuatro. Quedan otras tres horas libres. He escuchado que tu marido está fuera del país de nuevo. ¿Es que acaso piensa convertirse en nómada pronto?  —Tu primo está ocupado con conferencias médicas y recibiendo reconocimientos por aquí y por allá. Dejalo disfrutar los beneficios de lo que ha logrado obtener con esfuerzo. No conozco a nadie que ejerza su vocación con tanto empeño como él.  Bertha Van der Meulen era una chica peculiar. Aún estaba en la residencia pero era demasiado hablantina y parecía confiada de estar en Alemania aunque había nacido en Suecia. Los Van der Meulen eran una familia de ascendencia sueca, pero sus negocios y demás se desarrollan en Alemania. La madre de Henrik, Becca, era alemana, aunque eso se notaba a simple vista, pues era la mujer más prepotente y terrible que había conocido en mi vida.  Era mi suegra pero era como el diablo encarnado en mujer.  Llevaba cinco años casada con su hijo y aun no lograba comprender cómo era que había dado a luz a un hombre como Henrik considerando lo bueno que era siendo ella tan…poco gentil.  —¿No deberías estar con él?  La pregunta de la chica me hizo detener mi andar hacia el ascensor. ¿No debería estar con mi marido? Claro, pero ni siquiera sabía cuando se había ido, pero no tenía intenciones de ventilar tal desgracia pues posiblemente eso alegraría a mi amada suegra que no veía la hora en que ambos anunciaremos nuestro divorcio.  ¿Porque me odiaba?  Tal vez porque consideraba que una mujer de apellido tan corriente y sin fortuna no era la adecuada para su hijo heredero multimillonario. Poco le importaba que lo quisiera, para ella, la mejor opción siempre hubiera sido alguien de su clase y es que no había estudiado medicina ni una especialidad en pediatría porque me sobraba el dinero. Había sido becada en buenas universidades y con apoyo de mis padres había logrado concluir todo. Papá no era adinerado, había trabajado años en una fábrica y mi madre había sido un ama de casa formidable y amorosa que llevó la educación de su única hija mientras su esposo trabajaba para que no faltara nada en casa. Venía de un hogar convencional y eso a Becca Van der Meulen no le sentaba en gracia. Posiblemente hubiera deseado tener una nuera de igual estatus social y carácter de ella.  —Yo tengo mis ocupaciones aquí en este hospital. Henrik no debe echarme en falta además de que posiblemente esté lleno de ocupaciones y llevarme consigo solo perjudicaría las cosas. Le soy más de ayuda aquí.  —Arno lleva la dirección del hospital en su ausencia.  —Arno disfruta de esa oportunidad.  —¿No deberías ser tú?  Suspire. No tenía cabeza para suplir a mi marido, no la había tenido esos meses y aún estaba intentando encontrarme de nuevo para serle de ayuda. Me sentía mejor, tenía ya un par de meses trabajando y ocupando mi cabeza en cosas que me sentaban de maravilla pero Henrik estaba al tanto de que no demasiado como para guiar un hospital en su ausencia, por eso había dejado a su amigo Arno a cargo y se lo agradecía.  —Bertha, te aseguro que soy la más agradecida con Arno en este momento. Henrik confía en él, además, estará de regreso esta noche—dije para después mirar mi reloj—. Tengo que irme.  Henrik llevaba el enorme hospital de Berlín en su espalda. Su padre le había dado esa responsabilidad y él la había adquirido sin problemas después de casarnos pues cada día solo demostraba lo capaz que era. Su madre era Lucifer pero su padre, Johan, era todo lo bueno del mundo así que había quedado claro quien había equilibrado la balanza en su crianza.  Johan era un amor como padre y como suegro y le valoraba pues había sido de gran contrapeso en los primeros meses respecto a mi relación con su esposa. Cuando la mujer soltaba algún comentario en alguna cena, Henrik me daba mi lugar e intentaba repeler los comentarios de su madre y era su padre quien se disculpaba en su nombre diciéndome que cuando era joven era menos intensa. Johan era el suegro que todo el mundo querría tener y lo demostró cuando se llevó a su mujer a vivir a Estocolmo para evitar que intentara inmiscuirse en el matrimonio de su único hijo así que el hombre valía millones.  Bertha podía ser un poco exasperante a veces pero era una buena chica. Su presencia y conversaciones servían de distracción para mí y de esa forma los días se iban más rápido. Tal y como había dicho mi agenda había terminado rápido. No tenía otra intención más que volver a casa y leer algunos artículos e irme a la cama. Así de monótona se había vuelto mi vida sumergida en el silencio que yo misma había creado. Henrik había intentado romper ese silencio pero se había dado por vencido cuando se dio cuenta que mi coraza era de hierro. Olvidé cuando había sido la última vez que había cruzado palabra con él que no fueran monosílabos. Lo extrañaba, le extrañaba bastante.  El apartamento era precioso, ubicado en uno de los mejores barrios de Berlín, el imponente Berlin Stadtschloss. La decoración de la casa era tan neutra como la de un departamento de soltero aunque había una que otra foto de nuestra boda pegada en las paredes. Pensé en que lo remodelaría pero esos planes quedaron en el olvido con el pasar de los meses. No me gustaba estar sola en casa pero ese había sido el mundo que yo había escogido. Ansiaba regresar a lo que había sido ese departamento en años anteriores, lo ansiaba en verdad pero a pesar de que dentro de mi cabeza sonaba la alarma de que eso nunca pasaría, muy en el fondo si tenía la esperanza de que pasara.  Quería que todo fuera como antes.  La casa era enorme pero estaba fría debido a que ambos habíamos perdido el calor hogareño que alguna vez nos identificó. Ambos nos habíamos perdido el uno del otro. Escuché el sonido del ascensor y después unos pasos resonaron por el pasillo. La tarjeta se deslizó por el identificador y después un hombre apareció cuando la puerta se abrió.  Los ojos azules de Henrik parecían sorprendidos al mirarme, esa mata de cabello rubio claro y esa perfecta barba del mismo tono le daba una imponencia que resaltaba y sus mechones un tanto despeinados hacían contraste con la gabardina oscura que portaba debajo de su elegante atuendo.  —Tessa—dijo con esa voz ronca y varonil mientras se adentraba en el departamento. Una de sus manos sostenía la maleta de viaje que él mismo se había ofrecido a subir pues no le agradaba que el chofer hiciera algo tan banal que él podía hacer por sí solo.  —Henrik. No supe qué más decir. Mis manos se entrelazaron en mi regazo mientras pensaba qué otra cosa podría aportar algo a la conversación. No tenía un recuerdo claro de lo que habíamos hablado la última vez que conversamos como una pareja normal. Él se aclaró la garganta y al mirar mi ropa supo que venía de trabajar.  —¿Fuiste al hospital?  —Estoy retomando el trabajo.  —Llevas un par de meses allí así que supongo que pronto te aclimataras. Los niños te adoran y siempre has sido buena con…—no pudo continuar, fue como si se hubiera dado cuenta que acababa de hacer un comentario fuera del lugar aunque yo no lo considere como tal—. Lo siento. Digo que eres buena en lo que haces.  Mire la incomodidad en sus ojos.  —¿Qué tal el viaje?  —Cansado. ¿Leíste mi mensaje?  —Si, sabía que regresabas hoy pero no pensé que lo hicieras tan temprano dado que dijiste noche.  —He tomado un vuelo antes, mañana tengo una cirugía a primera hora y tengo que descansar. Tengo que cambiar un corazón mañana así que debo estar descansado y perfecto. Yo iré a darme un baño y a descansar. —Por supuesto—logré decir para luego mirarle pasar a mi lado dejando esa estela de fragancia masculina que tanto me encantaba. Tragué saliva—. Henrik. El se detuvo.  —¿Si? —¿No quieres algo de comer?  Él frunció el ceño como si mi pregunta le hubiera sorprendido pero entonces sus labios formularon una ligera sonrisa y negó con la cabeza. Tenía meses sin ofrecerle algo o preocuparme por su persona. Cada vez que lo veía me sentía miserable de alguna forma.  —Gracias, Tess, pero he comido un poco antes de subir al avión y después los aperitivos. Justo ahora no tengo hambre—explicó para después continuar con su camino. Esa sonrisa me dejó sin aliento. El tiempo no curaba todo pero claramente si hacía que las heridas cicatrizaran un poco. Ahora me sentía menos afligida pero a la vez con un miedo indescriptible que me erizaba los vellos del cuerpo.  ¿A qué le tenía miedo exactamente?  Le tenía miedo al abismo que había provocado y al abismo cuya distancia había escrito esta historia, una que estaba a punto de comenzar a narrar pues le tenía miedo a una sola cosa, una que mi mente me gritaba y que yo intentaba hacerme la ciega de no aceptar.  Henrik y yo no éramos los mismos.  El amor que alguna vez nos tuvimos no era el mismo.  El amor se había acabado.

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