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EL DÍA EN QUE EL AMOR SE ACABÓ

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Gianna Battenberg fue educada para ser una reina, la reina consorte del poderoso reino de Alsten, una mujer de buen corazón que tocó la corona amando a su príncipe más que nada en el mundo, pero que terminó siendo exiliada un día despues de su matrimonio debido al odio que su marido sentía por ella, un odio que no tardó en hacerse mutuo.

Un matrimonio donde ambos se odian a muerte.

Una visita inesperada que regresara a la reina a la corte.

Una mujer dispuesta a todo por no perder la corona y un hombre que daría su vida para divorciarse de la mujer que odia.

Un odio alimentado por la mentira que al verse iluminado por la verdad revelara los verdaderos sentimientos y podría convertir al odio en el detonante de un fuerte amor que yacía contenido.

Una historia donde el aparente odio esconde al deseo y a la pasión.

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NB| CAPÍTULO 1| LA VISITA DEL REY
GIANNA Las arenas del reloj parecían correr con mayor rapidez que la mayor parte del tiempo. Usualmente la pasaba mirando a la tierra cambiar de arriba hacía abajo mientras anunciaba la llegada de una nueva hora. Llevaba seis años encerrada en esas gruesas paredes de aquella residencia que debía ser vacacional pero que se había convertido en una prisión. ¡Maldito Maxim, mil veces maldito! Hubo un tiempo en que hubiera dado la vida por él, sin dudarlo, pero ese amor terminó convirtiéndose en odio conforme los dias avanzaron en mi exilio. Perdí la esperanza de que viniera a buscarme despues del primer año, esperé meses que viniera a por mi pero nunca lo hizo y esa amargura estaba clavada en mi alma y en lo más profundo de mi pecho. —¿Quiere que prepare la tina para su baño, majestad. —Aún no. —¿Quiere algo más entonces? —Una soga para colgarme desde el balcón de ser posible. Hela sonrió nerviosa cuando mencioné aquello y clavé mis ojos en ella. No parecía sentarle en gracia que bromeara sobre mi vida pero que mas podía hacer si no encontrar consuelo en mi terrible humor n***o. —No puedo hacer eso, mi señora, su vientre no tardará en llevar al heredero de los Luxemburg y usted debe de cuidarse hasta que eso pase. —¿Heredero dices? ¿Y como se supone que pasara eso? Maxim vendrá o enviará…¿Como la llaman? ¡Ah, claro, claro, la semilla! ¿Y la pondra dentro de mí a distancia? No, Hela, basta, basta de decir siempre lo mismo, él no vendra y yo tampoco estoy dispuesta a recibirlo ahora. Llevó seis años encerrada en este palacio debido a sus amenazas que conoces bien. Si no me hubiera dado a elegir aún estaría en la corte dirigiendo el castillo como siempre fue mi jodido destino. Hubo un tiempo en mi juventud donde pensaba que ser una Battenberg era una bendición. Mi padre era el primogénito de la más importante casa noble que controlaba los mares y el comercio del reino, un hombre poderoso que tenía una ambición clara y esa era dominar la corte. Yo también tenía intereses de dominar, pero a diferencia de él no quería una corte, lo quería a él, Maxim Luxemburg, con esos ojos verdes cual esmeraldas y cuerpo fornido que hacía juego con esos preciosos trajes que solían confeccionar para él. Era la elegancia hecha hombre y tenía el porte de un rey. Maxim y yo nos conocimos desde siempre, paseando por los grandes jardines de la corte y haciendo bromas a pesar de la diferencia de edad entre ambos, era la clase de hombre que siempre sabía cómo hacer sonreír a una chica. Decir que fuimos los mejores amigos fue poco, pues ambos sabíamos la promesa entre nuestros padres y que nuestro destino era estar casados y juntos hasta la eternidad. Pudo ser perfecto, pero esos cuentos de princesas no son más que banas ilusiones porque él estaba enamorado pero no de mí. Enamorarse de un m*****o de una casa poco noble era mal visto para un príncipe heredero pero eso no le impidió enamorarse de esa chica que más tarde sería mi perdición. —Mi reina, no debe hablar así, le aseguro que el rey va recapacitar y vendra por usted para hacerla participe de la corte. —Te recomiendo que vayas diciendo a uno de los sirvientes que vaya al pueblo y hable con el carpintero para que te haga una linda caja Hela, porque si puedo estar segura de algo es que ambas moriremos aquí. Conozco mas a mi marido que a mi misma y sé que no vendrá, lo dejó claro cuando me humille arrodillandome delante de él suplicándole que me dejara quedarme en Inglaterra y que obtuve “Regresaras muerta, Gianna, si es que permito que tu cuerpo lo haga”. —Eso es pesimista. —No, es más bien realista. Había cambiado mucho en esos seis años, pero como no hacerlo cuando Hela y las demás mujeres que servían en la casa eran quienes me servían de compañía. La amargura se había acrecentado en mí pues habían llegado rumores de las aventuras de Maxim con cada mujer bonita de la corte. Humillaba mi nombre en cada oportunidad cuando si de algo estaba segura era que yo no lo merecía. ¿Cuándo dejó de ser el hombre que conocía? Dejó de serlo cuando ella murió. La dama poco noble que amó terminó siendo encontrada muerta en su propia casa. ¿Causa de muerte? Posiblemente veneno. Maxim no volvió a ser el mismo despues de su muerte pero se centró en encontrar culpable y como había confesado su secreto a mi había terminado por declararme culpable. Recordarlo aún me provocaba lágrimas. Al ser grandes amigos de juventud no dudó en confesar su amor hacía ella, tal vez pensó que mis sentimientos para con él eran solo amistosos y enfocados en cumplir los deseos de mi familia, pero eran algo más que él no pudo notar mientras hablaba del amor que le tenía a aquella dama. “Se que me entiendes Gianna, algun dia amaras a alguien como yo la amo a ella y comprenderas lo que es amar en verdad”—había dicho con sus ojos brillantes mientras tomaba mi mano y contaba sus planes para el futuro. Esperaba que no me importara que persuadiera a su madre, la reina Ingrid, de permitirle casarse con ella haciendo aun lado el compromiso de nuestras familias. Me dolió con toda el alma escucharlo pues toda la vida fui preparada para ser su esposa, ser una reina consorte capaz y preparada para cumplir las responsabilidades que implica estar casada con un monarca, pero a pesar de ese dolor le había dejado ir, le regalé la mejor de mis sonrisas y dije la mayor mentira de mi vida: “Me alegra mucho, espero que seas feliz con ella” No me alegraba y no quería que fuera feliz con ella pero no podía ser tan egoista. Era el hombre que amaba y lo quería feliz aunque no conmigo. Hubiera sido bueno que mi padre pensara igual, pero no lo hizo. Su ambición fue grande y sin saber la fuente terminó con la vida de la joven que anteponía entre mi persona y la corona de reina. Le arrebató la vida sin dudarlo, pero no había sido mi culpa, porque pudo haberme asesinado antes de confesar el nombre de la mujer de la que Maxim estaba enamorada. ¿Quién se lo dijo o cómo lo supo? Fue un misterio por meses. “No seas estupida Gianna, la muerte de esa mujer te beneficia porque ahora no hay nada que se interponga entre tu y la corona, mi preciosa hija. Algun dia vas a agradecer que te he limpiado el camino al trono” No se lo agradecía ni lo haría nunca porque despues de que él asesinara a la chica Maxim supo quien había estado detras pero no podía hacer nada pues mi padre era un aliado formidable para el reino y alguien intocable que estaba blindado por su dinero y poder, ademas, de que tenía el grandioso apoyo de la persuasión y la confianza ciega de la reina. Ella deseaba el matrimonio para fortalecer el reinado de su hijo, así que la muerte de una chica poco valiosa no fue de su interes, fue una piedra en el camino que mi padre limpió por ella pero que Maxim nunca perdonaría. Él siempre pensó que yo fuí la persona que le contó sobre su amorió con ella, en mi afán de obtener el trono, pero no fue así y terminó odiandome con todas su alma y causando un vacio con cada uno de sus desplantes durante la noche de bodas. “Nunca podría tocar a una mujer como tu Gianna, me causa repulsión hacerlo considerando que tienes la sangre de Lizbeth en tus manos” No hubo palabra que lo convenciera y cuando encontré al informante de mi padre y le entregué las pruebas en una carta terminó lanzandolas al fuego sin haberlas leido o eso fue lo que dijo. “Ni una carta, ni una disculpa, ni el juramento por miles de dioses cambiará el hecho de que te odio con toda mi alma y con todo mi ser hasta el día que me muera. ¿Querías ser reina a cualquier costo? Pues ahora lo seras y aprenderas que a veces lo que se desea no es lo que uno obtiene” Mi humillación no fue completamente su culpa. No quería irme, no quería dejar la corte ni lo que amaba, tampoco dejarlo a él. Terminé arrodillada pidiendo que me dejara quedarme pero lo unico que encontré fue su mirada cargada de rencor y unas palabras llenas de desdén. “Tú decides, Gianna. O te vas por tu voluntad en tu afán de ir a ayudar a pobres desvalidos o me encargó de engañar al reino y de decir que no eras virgen en la noche de bodas y armó el mayor de los escandalos. Se que no quieres enfadar a mi madre y si quieres ser reina al menos de esta forma tendras que conformarte con ser una reina que mis súbditos no tardarán en olvidar” Su madre era mi mayor fuerza y pilar. Su apoyo era incondicional y un divorcio no es algo que la reina Ingrid Luxemburg hubiera permitido con facilidad, así que mientras su madre viviera él no podía deshacerse de mí, a menos que la engañara y la mentira saliera de mi boca. Fue así como terminé encerrada en un palacio, mintiendo a la reina sobre mis actividades y mi retiro, retiro donde mi esposo me visita al menos cuatro veces al año, cosa que era sumamente falsa, pero era una mentira usada por él para engañar a su madre y mantenerla tranquila. Solía enviar cartas a la reina para dar credibilidad a su mentira, debido a la amenaza de Maxim sobre manchar mi reputación, cartas diciendo lo maravilloso que lo pasaba en su compañía y las ganas que tenía de regresar, pero mis actividades altruistas eran más necesarias que estar en la corte, despues de todo ser reina no llegó hasta que ella murió y él ascendió al trono. Había pasado un año despues de la muerte de la reina y el ascenso de mi esposo al trono, evento al que claramente no asistí pero del cual pude enterarme mediante cartas de mi padre y tio, que ahora controlaba la fortuna de la familia despues de que mi padre callera el cama y enfermara gravemente de algo que no parecía tener cura. Posiblemente su enfermedad fuera la rabia de no haber obtenido lo que deseaba. Se decía el hombre más poderoso del reino, pero ni siquiera podía contra la inteligencia de Maxim y al final tenerme como reina no le había dado el resultado que él deseaba para nuestra casa y nuestro linaje porque tal y como había dicho mi marido, no tardaría en ser una reina olvidada. —¡Mi reina! ¡Mi reina! —¿Qué pasa Hela?—pregunté un par de horas más tarde mientras dejaba el pincel sobre el bote de pintura mientras terminaba mi nuevo cuadro. La pintura o algun tipo de arte siempre funcionaba para matar el tiempo y antes de darme cuenta ya habían pasado varias horas. —Hay una carta que informa sobre la visita del rey a la isla. Suspiré. ¿Por esa razón arruinaba mi momento de paz? Señalé el cajón y un sin fin de cartas más que decían lo mismo. Él no vendría y yo ya no tenía una carta a quien redactar sobre lo bien que la había pasado durante su visita. Pensé que tal vez se trataba de un intento para hacerse ver como un marido dedicado conmigo, despues de todo mi padre (antes de enfermar) sí que había logrado que el pueblo me amara haciendo grandes obras de caridad en mi nombre y eso debía agradecerlo. Al menos mi padre había hecho algo por mi despues de todo. Si no podía sacarme de la isla, sí que podía alimentar el amor del pueblo para intentar no ser olvidada. —¿Ves todas esas cartas? Todas dicen lo mismo, que él vendrá pero nunca lo hace. Deja de emocionarte Hela y acepta mi destino porque yo ya lo he hecho. —Pero… —Basta, se acabó, terminaré mi pintura e iré a darme un baño. Prepara la tina con agua caliente, justo ahora si deseo el baño que me ofreciste hace un rato. La mujer bajó la cabeza y asintió. La carta era una completa mentira, una de las muchas que Maxim no dudaba en ofrecer al reino. Regresé mi atención al cuadro y ella salió de la habitación. Cuando lo hice lancé el pincel hacía la bandeja y esta terminó salpicando de rojo la rosa blanca que tenía en el lienzo. Me quedé unos segundos contemplando la pintura y dándome cuenta de que las pequeñas gotas habían dejado un rastro como si se tratara de sangre. Sonreí, le había dado un toque macabro pero precioso a la obra. Al final no todos los errores eran tragicos ni todo lo malo traía terribles resultados. La noche cayó como una enorme neblina oscura que recorría los enormes parajes de la isla, pero no estaba en calma. Soplaba una leve brisa que recorría todo y levantaba las hojas secas de otoño. Pronto llegaría una tormenta. El frío calaba los huesos y espere de forma paciente mientras el baño era preparado, pero antes de que pudiera estar listo, Hela entró a la habitación de nuevo. —¿Ya está lista la tina?—pregunté al ver su palidez—. ¿Todo está bien? ¿Qué te pasa? Entonces lo escuché. El sonido de los zapatos y el marchar al unísono de la guardia real resonaron con fuerza contra los pilares de la villa. No había hombres en la isla, ni uno solo pero ahora parecía estar lleno de ellos y eso solo significaba una cosa: Maxim estaba en Clare Island. —Él está aquí, majestad, desea verla. —¿En serio el maldito vino? —Lo he visto con mis ojos. —¿Ha envejecido? —Algo—respondió Hela haciéndome sonreír. Tenía más de treinta, los años no debían haberle pegado en balde y posiblemente las mujeres que rodeaban su cama en mi ausencia y humillación debían haber mermado la belleza y juventud que tanto me envolvía de él. Ahora lo imaginaba un tanto pasado de peso, con cabello descuidado y posiblemente una barba deplorable. Deseaba que fuera de esa forma para que pudiera hacerme sentir asco por él de forma más sencilla. Seis malditos años y a él se le ocurría plantarme la cara despues de encerrarme entre las murallas de la isla y despues me ordenaba cosas como si fuera mi dueño. Podía irse mucho a la mierda. —Dile que lo recibiré mañana. Hoy estoy apunto de darme un baño y estoy cansada de un día agotador. Dile que si no quiere esperar puede regresar a su barco, subir e irse. Caera una tormenta pronto y deseo que Dios hunda su transporte y lo lleve pronto a su presencia. Hela se quedó pasmada al escucharme. —Mi señora, no puedo decirle eso. —Entonces que espere, se lo dire yo mañana en la cara. ¿Está listo mi baño? —Si, está listo. —Bien. Entraré a la ducha. Pase delante de mi dama de compañía y ella me observó como si me hubiera salido otra cabeza. Llevaba seis años sin ver a un hombre de cerca y ser agradable no es algo que Maxim debía esperar. Había cambiado en estos ultimos años y ser amargada era uno de mis principales cambios. Era bueno que se fuera dando cuenta de ello. Hela parecía tener escalofrios mientras quitaba las peinetas de mi tocado. Había mucho de diferente en mi tono de cabello, tal vez porque mi madre era la mujer más blanca y rubia que el mundo hubiera podido ver. Había heredado un poco mas de color gracias a mi padre, pero el cabello rubio claro, tan claro que casi parecía blanco había sido pasado directamente a mi en forma de una melena ondulada y platinada. Era como si la luna me hubiera dotado de cabello color plata que yo insistía en denominar rubio. No me había cortado el cabello desde hacía muchos años así que estaba demasiado largo. Me senté en el sillón mientras escuchaba el agua caer afuera. Ya estaba lloviendo. No quería verlo o si, pero no porque deseara hacerlo si no quería observar que tan mal le habían tratado los años. ¿Estaba menos atractivo? Solo podía pensar en que debía estar molesto. Su temperamento despues de la muerte de ella había cambiado. Se había convertido en el hombre más hostil que se pudo haber imaginado, eso, aunado a los ambientes belicos y guerras en las que tuvo que asistir, especialmente contra Francia. Se suponía que la guerra curtia a un rey, pero a Maxim lo convirtió en hielo. Desearía pensar que fue la guerra y no ella, pero tal vez había sido la combinación de ambos. La guerra mató su alma, porque el corazón ya había muerto con ella. —Ya está. Hela quitó la última peineta y liberó por completo mi cabello para despues pasar a aflojar el corsé del vestido. Me sacó de él y despues me colocó un batón de seda sobre mis hombros. Había ciertas cosas buenas en Clare Island y la villa era algo espectacular. Los baños eran humeantes, llenos de cortinas de seda y velas que iluminaban todo, además de pequeñas cascadas artificiales que no dejaban de hacer fluir el agua y llenar el ambiente del relajante sonido. —Te recomiendo que te quedes en la habitación, a modo que desees que él te quite la cabeza porque no lograste llevarme a su presencia. Tranquila, antes de que eso pasé tendrá que matarme a mí primero. Sonreí con cierta satisfacción. Había placer en la desobediencia. Escuché la puerta cerrarse y supe que ella había cumplido mi orden de permanecer en mi habitación. Era lo más seguro, especialmente cuando había soldados de la guardia y posiblemente hombres de la servidumbre acompañando a Maxim en su viaje. El rey era precabido, había sido educado para serlo, pues me había encerrado en un domo sin hombres para evitar cualquier roce con alguno que pudiera manchar su linaje o algo similar dijo cuando formuló aquella prisión estilo monasterio donde me encerró. Tal vez temía que encontrará diversión en alguno de los hombres y así la prisión dejaría de ser un castigo y pasaría a ser todo lo contrario. Hombres. Tal vez si necesitaba uno. Había sido conservada pura para poder cumplir con las tradiciones imperiales, pero de nada había servido. Era abrumador saber que desconocía las artes amatorias y que ademas me había castigado privandome de ellas. Por suerte, dentro de mi domo lleno de mujeres había llegado una ex cortesana a fungir como sirvienta, una mujer que sabía las artes de la autocomplacencia y había servido para ayudarme a liberar los deseos carnales que podían encontrar consuelo con un buen movimiento de dedos. La mujer me había dado datos y mostrado dibujos de cómo debía hacerlo y fue así como logré no perder la cabeza. Tener veinticinco y no conocer lo que era el tacto de un hombre resultaba abrumador, especialmente cuando los libros de la biblioteca estaban llenos de imagenes todo menos pudorosas que despertaban la curiosidad hasta de una mente inocente como era la mía cuando llegué a la isla. Me dí cuenta que me había quedado viendo el agua de la bañera y la luz de la velas mientras me ocupaba en mis pensamientos y comprendí que el momento que tanto había deseado llegó. No pudo haber ocurrido en mejor momento, pues estaba más que lista para darle la cara al hombre que me había hecho su prisionera. Me quité la bata de seda y probé con mi pie la temperatura del agua. Sonreí al comprobar que estaba perfecta. Hela siempre sabía como me gustaban las cosas. La lluvía comenzo a arreciar y el sonido se mezcló con el del agua de las cascadas artificiales. Estaba apuntó de sentarme comodamente en mi baño caliente cuando una voz que llevaba seis años sin escuchar me dejó helada. —Seis años Gianna y parece que olvidas las normas de la corte—dijo con un tono demandante que me hizo tragar saliva. Mierda. Su voz había cambiado, maldita sea, ahora era diferente, mucho más marcada, varonil y dominante. —¿De qué normas hablas? —Uno siempre debe ir cuando su rey lo demanda. —Tú olvidas que no soy tu corte o un sirviente, soy tu reina.

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