CAPÍTULO II

1110 Words
AARON Me habían invitado a ser crítico en la presentación de proyectos económicos de los futuros egresados de economía en Cambridge, había aceptado y aunque se habían presentado muchos equipos con sus mejores proyectos, ninguno había llamado mi atención, estaba ido en la puerta, deseando no estar ahí, cuando la ví pasar. Podía reconocer aquellos hermosos ojos azules, aquella sonrisa radiante, aquel apetitoso cuerpo y ese deslumbrante cabello rubio donde quiera que estuviera, aún si su forma de vestir y su apariencia hubieran cambiado. Sentí como aquello se presionó en mi pantalón y de inmediato comencé a sentir un insoportable calor recorrer todo mi cuerpo. ¡Mierda! Jamás esperé encontrarla en este lugar, pero lo había hecho y no tenía ni puta idea de cómo disimular ahora el bulto en mi pantalón, para no quedar como un maldito pervertido ante los demás críticos, profesores y estudiantes en aquel enorme salón. Bajé mi mano y disimuladamente traté de acomodar mi falo para arreglar aquella situación. Carajo, quería follarla, y eso que solo la había visto pasar frente al salón. No me imaginaba encontrarla, en serio, ni siquiera imaginaba que aquella niñata de enormes anteojos, dientes de lata y cabello rebelde, que se vestía igual o peor que mi abuela, se hubiera convertido en aquella chica, capaz de hacerme tener una erección en segundos. Debía encontrarla, debía tenerla bajo mi cuerpo, mientras la azotaba y la embestía, haciéndola gritar mi nombre entre gemidos, pidiéndome más, mucho más, más duro, más fuerte, mientras la llenaba con mi fluido. Debía ser mía. Por la tarde luego de las presentaciones, merodeé por la universidad, esperando encontrarla, esperando volver a verla y decirle lo que tanto había callado, decirle lo que la deseaba y… sí, decirle de paso que estaba feliz de encontrarla. Sin embargo no tuve buenos resultados, aquel lugar era enorme, era como buscar una pequeña, dulce y delicada e inocente aguja, entre un peligroso pajar. Así que decidí irme a mi hotel, llamar a unas de mis amigas, las cuales siempre estaban dispuestas para mí y saciar mis ganas con ellas, pero sin dejar de pensar en ella. Estaba intranquilo, debía encontrarla y hacerla mía, sin importarme nada. Las dos mujeres a mi lado jadeaba con mis toques, gemían mi nombre y me trataban de satisfacer, pero desde que la había visto a ella, aquello era solo sexo vacío. Quería cogerla y mi meta era hacerlo, o dejaría de llamarme Aaron Fletcher. Esa noche, después de acabar en aquellas dos mujeres, fui a la ducha, cerré mis ojos y la imaginé desnuda, frente a mí, arreglé la temperatura para que el agua cayera fría y así poder controlar un poco mi deseo de ella y al salir de la ducha, tal y como se los había dicho, las chicas ya estaban vestidas y listas para marcharse, pues aunque me habían pedido pasar la noche conmigo, era algo que ellas ya sabían que era imposible, pues no era de mi agrado dormir con mis amantes después de tener sexo. Un poco molestas salieron de la habitación, dejándome solo, con el fantasma de Christin White. Mi pequeña obsesión. **** **** — ¿Estás seguro que es ahora?. — Claro, es una fiesta que celebran en otoño, para darle inicio al nuevo y último trimestre de la universidad, es solo para los que están a punto de egresar, así que si tu chica está en último año, sin duda la encontrarás ahí. Asentí y guardé mi móvil, no sin antes agradecerle a Tyler por la información. Tyler era uno de los profesores nuevos de la facultad de medicina, pero siempre estaba al pendiente de todos los eventos que se realizaban en la universidad. Era mi mejor amigo y aunque éramos muy distintos, él era mi cómplice todo el tiempo, el único que aguantaba mi carácter y siempre estaba para decirme justo lo que yo no quería escuchar, sino lo que era para él, lo correcto. Aunque no siempre lo escuchaba. Tomé las llaves del auto, mi saco de marca de la última colección que había sacado John Galliano y salí de mi departamento dispuesto a solo una cosa. Hacer a Christin White, mía. Conduje por casi dos horas, hasta llegar a mi destino, dejé el auto parqueado en uno de los mejores lugares del estacionamiento y entré al gimnasio, en donde la fiesta, según Tyler, la busqué por todos lados y cuando creí que no la encontraría, la ví. Estaba tan hermosa, vestida con una blusa blanca, escotada, que hacían relucir el par de enormes y tentadores senos, inocentes y perfectos para ser corrompidos por mi boca, y unos jeans rotos, pegados al cuerpo, que delineaban a la perfección sus largas piernas y favorecían sus preciosos muslos, listos para ser palpados por mis manos. Se miraba exquisita y cuando la ví perderse entre la gente, metiéndose a hurtadillas por atrás de una pequeña tarima improvisada, cerca de la mesa de ponche, ví la oportunidad perfecta para abordarla. La había encontrado y no la dejaría ir. Ya no era prohibida, y aún si lo fuera, no me importaría. Caminé hacia ella, la seguí a paso lento, y antes de llegar hasta donde estaba, ví como discutía con un imbécil, y antes de poder intervenir, él tipo se alejó riendo, diciéndole entre burlas "gatita". Y sí, era una gatita, era mi gatita. Me aproximé desde atrás, ella se dió la vuelta furiosa y al verme retrocedió un poco, sus mejillas se tornaron rojas y la ví tragar saliva con dificultad. Esa era justo la expresión que tanto me había imaginado. — Aaron... — dijo mi nombre con voz temblorosa, sin saber lo que estaba provocando en mí. Qué delicia era, escuchar mi nombre salir de esa manera de sus labios. Tal vez lo podía repetir luego, entre gritos de placer, mientras la penetraba. —Chris. Su sola inocencia, su ojos dilatados y sus mejillas ruborizadas, fueron más que suficientes para tomar la iniciativa y pegar mi cuerpo al suyo. Quería que supiera lo que provocaba en mí. Su pecho se infló y sus latidos se escandalizaron, posé mi mano en sus muslos y supe que estaban hechos a mi medida, como si hubieran sido hechos para ser tocados por mí, miré sus labios gruesos y apetitosos y ella copió mi gesto. — ¿Qué haces?— preguntó nerviosa. Me gustaba saber que era yo quien la tenía así, que sus nervios eran por mí. La presioné contra la pared, froté mi pene a su entrada por sobre la ropa y con toda la seguridad del mundo, le susurré cerca del oído. — ¿Quiero follarte? ¿Me dejas?.
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