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Los Gemelos Guardianes y la Diosa Luna

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Dieciocho años después que Axel Wolfgang y Meridia Larios destruyeran al dios de la oscuridad Urano, el principal responsable del odio, desigualdad e injusticias hacia los elfos, sus hijos los gemelos Leo y Bruno Wolfgang, continúan cumpliendo el propósito de su padre alrededor del mundo: liberar y unificar a los licántropos y los elfos. Sin embargo, una noche durante una misión todo cambia cuando una extraña chica cae del cielo como una estrella fugaz ¿Quién es ella? Mientras tanto, la diosa de la luna Aurelia, a cumplido veintiún años, el tiempo esperado para poder estar con su otra mitad, el elfo descendiente de los fundadores Tyr. Pero debido a una serie de eventos, no todo resultará tan fácil como la diosa piensa, debido a que una nueva amenaza los asecha en el lugar menos esperado.

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Capítulo 0. Las lunas oscuras
La oscuridad era su morada, y la amaba con todo su ser debido a que era lo único que conocía. Su hogar era congelado y desolado, a esa distancia no llegaba la luz del sol que, ella odiaba en gran manera porque era producto del dios que le hizo mucho daño a Urano, su querido amante y creador. En aquel alejado lugar, solo existía la noche donde sus veintisiete hermanas reinaban y hacían lo que deseaban. Ellas eran las lunas oscuras de Urano, y normalmente permanecían sus días en la órbita del planeta vigilando el extenso y oscuro universo de esa zona tan alejada del sistema solar. «¿Por qué tiene que llamarse así? ¿Por qué tanto egocentrismo de ese dios, Helios?» pensaba la joven luna asumiendo que la oscuridad era más grande en el universo, por lo tanto, Urano debía ser el rey absoluto de todo, mas no la estrella más grande: el Sol. Desde su limitado mundo, ella encontraba las tinieblas como algo hermoso. El frío era magnífico, al igual que el vasto territorio desolado que veían sus ojos al caminar, donde lo único que divisaba en la distancia eran montañas de hielo verdosas por gases de su planeta, y el cielo perennemente oscuro era sinónimo de alegría, si así podría llamarle. En pocas palabras: el planeta de su creador era el mejor en cambio la tierra era pequeña y horrenda. Nunca había ido, pero si su amado Urano la odiaba tanto, era porque aquel planeta no tenía comparación ante la hermosura de Urano, su mundo, su todo. Así pues, ella se encontraba sentada con una actitud aburrida en una de las enormes partículas de hielo que rodeaban a Urano en forma de un delicado anillo. Esos pedazos de hielo y gas desde el punto de vista de la joven luna, parecían estar danzando para adorar la belleza de su sublime planeta azul. Con melancolía, ella veía en la distancia hacia la tierra la silueta de su amado Urano moviéndose entre las sombras dispuesto a cumplir la misión por la cual estaba en ese pequeño y alejado lugar. La joven no lo podía ver claramente porque no contaba con la vista divina de su creador Urano, puesto que ella era una “copia” de un dios; es decir, la joven luna no era una diosa real como Selene o Artemisa, ella solo era la creación de un dios desterrado, por lo tanto, su poder era limitado. Es por eso que en ese instante solo podía ver la silueta de “Nom” desde esa distancia. Era la tercera vez que su amado Urano había ido a la tierra en su afán por destruirla completamente, y ella deseosa que su creador cumpliera sus planes, le hacia plegarias a la oscuridad, que era la que realmente reinaba en el universo, para que su amante cumpliera su cometido. —Por favor oscuridad, que mi amado Urano cumpla su misión en la tierra y la destruya, para que regrese a su hogar aquí con nosotras —pide la joven, al instante que una de sus hermanas llega a donde ella se encuentra parándose en otra de las rocas heladas que giraban alrededor del planeta. —¿Qué haces aquí, Miranda? —pregunta una de las cinco favoritas de Nom. —Solo estoy observando a nuestro amado Urano, parece que se está divirtiendo allá en la tierra. Sin embargo, en esta ocasión aparecieron Helios y Selene para importunar su camino. Los odio con todo mi ser —dice la joven llamada Miranda con el ceño fruncido. —Si, entiendo, pero ven… regresemos al castillo. Urano dijo que esperáramos pacientemente, pero al parecer la paciencia no es para ti. —Está bien, Titania… vamos —responde Miranda a la otra luna. Titania, Oberón, Umbriel, Ariel y Miranda, eran las cinco lunas favoritas de las veintisiete que creó Urano. Miranda era la más pequeña de todas en cuanto a tamaño y estatura, mientras que Titania como su nombre lo indicaba, era la mas grande del grupo de las cinco. Las otras veintidós lunas vivían alejadas del castillo que creó Urano para sus cinco favoritas, es por eso que ellas no intervenían demasiado en sus asuntos, y eran consideradas simples concubinas, en cambio las cinco favoritas eran lo mas cercano a una esposa en la tierra para el dios de la oscuridad. Ellas idolatraban a Nom, tanto que cuando él llegó herido de su segundo intento fallido de destruir la tierra, las cinco lo cuidaron con fervor durante siglos, que para ellas tan solo eran días, puesto que el tiempo en Urano corría de una forma distinta en la tierra. Así pues, cuando llegaron a su castillo, las cinco lunas estaban acostadas en la enorme cama donde dormían con Nom, sintiéndose aburridas porque sin él no existía la diversión. Físicamente, las veintisiete lunas de Urano tenían apariencia completamente humana, porque el dios de la oscuridad se copió de todo lo que vio, (ellas no tenían idea de ese hecho), con la única diferencia, que todas tenían la piel pálida como Selene, sus cabellos eran oscuros como la noche mas densa, y sus ojos variaban de distinto color, aunque el que mas predominaba entre las lunas era el tono oscuro y el gris, porque inconscientemente Urano quiso recrear su “propia versión” de Selene, con el tono de piel de ella, y el cabello oscuro parecido al suyo, creando de esa forma a sus amantes y compañeras perfectas, Sumando además, que todas estaban marcadas con una media luna oscura en sus pechos, que indicaban a cualquiera, que esas lunas eran propiedad de la oscuridad. El tiempo continuó transcurriendo y Miranda como siempre lo hacía, veía a Urano mientras se encontraba sentada en su misma roca helada. En esta ocasión ella observaba como Urano finalmente había logrado su cometido de tomar un cuerpo humano para poder habitar, al ver eso la llenaba de mucha felicidad porque todo le estaba resultando de maravilla a su amado creador. —¡Si, tu puedes Nom!, muy pronto llegarás a casa. Acaba con esos odiosos de Selene y Helios, los odio tanto —dice Miranda mientras sonreía de alegría, porque las cosas le estaban resultando a Urano, o como a él le gustaba llamarse en la tierra: Nom. Sin embargo, su alegría duró poco porque de un momento a otro, después que todo estaba resultando de maravilla, de repente el curso de la balanza cambió en contra de Nom y ahora Helios junto con Selene llevaban la ventaja en la batalla. —¡No, no puede ser! —exclama Miranda, viendo con horror como su amado creador es derrotado por el dios Helios. Todas las lunas sintieron de igual forma cuando Nom fue derrotado y desapareció, es por esa razón que las veintisiete se reunieron para llorar su muerte porque si su creador ya no existía en el universo, entonces, ¿Qué sería de ellas de ahora en adelante?, sin el dios de la oscuridad las lunas de Urano no tenían razón para existir. No obstante, Titania, la principal de las lunas decidió ir al planeta vecino, para hablar con el dios que habitaba ahí, el cual al igual que Urano también llevaba el nombre de la tierra donde moraba: Neptuno. El dios Neptuno tampoco le agradaba demasiado el dios Helios, por ese motivo Titania se sintió segura para contarle la situación. Ella le explicó todo a Neptuno, quien era un dios de apariencia humana al igual que todos los dioses, su cabello era azul y enrulado, hermosa anatomía, su piel era morena, sus ojos azules como el cielo, y la túnica que usaba para cubrir su desnudez se movía como las fuertes olas del mar. Así pues, luego de escuchar un resumen de lo sucedido, el dios con una sonrisa se acercó a la luna diciéndole: —No te preocupes, luna Titania, no todo está perdido todavía. Existe una forma de revivir a Urano. —¿En serio? ¡Dime, oh gran dios Neptuno! ¿Cómo podemos traer a la vida a nuestro creador?, él murió injustamente en manos de ese egoísta engreído de Helios —dice Titania arrodillándose ante el dios Neptuno. Titania físicamente era blanca como la nieve, tenía el cabello largo y lacio como todas las lunas, llegándole hasta sus pies, sus ojos eran grises, y su cuerpo curvilíneo era el favorito de Urano. Luego de todas sus palabras, la enigmática luna oscura a los pies de Neptuno veía como el dios de sus manos sacó una esfera azul que parecía una piedra preciosa. De esa manera, él se agachó levantando a Titania y sin más le dijo: —Es fácil traer devuelta a Urano, solo tienen que matar al que le quitó la vida. El alma de un dios a cambio de otra que ya ha perecido. —¿Realmente es posible? —¡Por supuesto! —exclama Neptuno con una sonrisa —, sin embargo, es posible por un tiempo limitado. Como él murió en la tierra, su tiempo para revivirlo es de diecinueve años terrenales, si no revive en ese tiempo, morirá para siempre. —¿Por qué tienen que ser exactamente diecinueve años el tiempo máximo para revivirlo? —pregunta Titania con mucha curiosidad. —El numero diecinueve simboliza el final de un camino, para el comienzo de algo nuevo. Si se cumple ese tiempo, el comienzo de una existencia sin Urano daría inicio, pero no te preocupes, querida luna oscura, tu amado dios vendrá a la vida con mi ayuda. No me importa si asesinan el sol, después de todo no me afecta la ausencia de su luz. Recuerda, Urano y yo somos prácticamente hermanos, amamos la oscuridad —explica Neptuno mientras acaricia el hermoso rostro de Titania. —¿Dime, que debo hacer? —Trae a tus hermanas, la esfera del destino decidirá quién será la elegida para matar a Helios, y ya que están allá, aprovechen y acaben con Selene junto con su hija Artemisa. Todas las responsables del injusto asesinato de Urano —comenta Neptuno tranquilamente. Titania no pierde tiempo y en un dos por tres trae a sus veintisiete hermanas sin distinciones, porque quería ver si alguna de ellas sería la indicada para traer a Urano nuevamente ante ellas, y además en el proceso cumplirían con el sueño de su dios amado al acabar con Helios, Selene y su hija. Así pues, cuando ya todas las lunas oscuras estaban reunidas, Neptuno las colocó en una línea viéndolas a todas con atención. —Les daré la esfera, si al tocarla con sus manos, cambia a un tono verde brillante, significa que el destino las ha elegido para matar a un dios y traer a la vida a Urano. El dios Neptuno las estaba ayudando, principalmente porque por medio de las lunas de Urano, él haría el trabajo sucio de asesinar a Helios, el dios de ese universo. Si él lo deseaba, podía ir personalmente y acabar con él, sin embargo, ¿para qué tomarse tantas molestias, si otro podría hacer ese trabajo por él?, se suponía que Urano era el indicado, pero al parecer se confió demasiado o no tenía el poder suficiente para ir en contra de Helios y Selene. «No iré personalmente, pero si intervendré hasta donde se me antoje» piensa Neptuno porque él también era un adorador de la oscuridad. Mejor dicho, todos los dioses mas alejados del sol, detestaban a Helios, entre esos también estaba el dios Plutón. Pero pese a eso, él prefería mantenerse en su lugar y ver todo desde la distancia, porque su malicia no llegaba al punto de querer asesinarlo, así como siempre planeó Urano, y ahora Neptuno se sumaba a la lista. «Después de todo eran los hermanos más cercanos» pensaba Plutón con aburrimiento. Él en ese instante veía lo que estaba haciendo Neptuno desde la distancia, ya que, al ser un dios y estar tan cerca de ellos, lograba presenciar en primera fila lo que ocurría, a diferencia de los otros planetas que no les importaba lo que hicieran o dejaran de hacer Urano, Neptuno y Plutón. Entonces bien, cuando Neptuno colocó en una línea a las lunas oscuras les entregaba la esfera en sus manos, comenzando por Titania, la mas grande y mayor de todas. La luna bajó la mirada hacia sus manos viendo que la esfera siguió del mismo color, eso significaba que el destino no la había elegido. Ella chasqueó su lengua, viendo como Neptuno siguió con el resto de sus hermanas que, en esta ocasión, no estaban ordenadas de acuerdo al favoritismo de su creador, si no por orden de tamaño, es por ese motivo que Miranda quedó de última. Sorprendentemente, la esfera no brilló en ninguna de las veinte que ya habían pasado, y Miranda quien amaba mucho a Urano, y odiaba con su vida a Helios junto con Selene, estaba comenzando a asustarse porque ella no tenía el valor ni la fuerza suficiente para asesinar dioses, porque ella lo único que servía era para ver en la distancia el curso de los acontecimientos. Por primera vez en su existencia la luna oscura sintió temor, y a causa de ese miedo comenzó a rezarle a la oscuridad para que no la eligieran a ella, pero cuando vio que ya era la última que faltaba, supo de inmediato quien iba a ser la elegida. Neptuno le colocó la esfera, y esta brilló de una forma horrenda, porque ellas detestaban la luz, es por eso que Miranda soltó con pavor la esfera mientras se cubría sus ojos entregándosela nuevamente a su dueño quien sonrió diciendo: —Tu has sido la elegida para matar al dios Helios, Selene y la pequeña diosa luna. Felicidades. «¿Felicidades? ¿Qué puede tener esto de feliz?» piensa Miranda comenzando a procesar el gran peso que le habían puesto sobre sus hombros. —¿Cómo yo voy a matar al dios Helios, si ni siquiera nuestro amado Urano pudo? —cuestiona Miranda claramente preocupada. —No te preocupes, yo te ayudaré. Pequeña… ven, extiende tu mano —dice Neptuno, al instante que Miranda obedece extendiendo su mano. Neptuno coge la esfera que había elegido a la luna oscura, metiéndosela en su pecho, y ella al sentir aquello forma una expresión de sorpresa en su rostro, porque el poder del dios de los mares comenzó a correr por todo su cuerpo al grado que sus ojos que eran de un tono oscuro, se tornaron azules del mismo color de los ojos de Neptuno. —Ahora tienes parte de mi poder, y el de dentro de ti, luna Miranda… —revela Neptuno con una pequeña sonrisa, porque se sentía complacido de lo que estaba haciendo —De tu pecho, sacarás el arma que utilizarás para matar al dios Helios y a cualquiera que se cruce en tu camino, que intente arruinar o detener tu misión. —¿De mi pecho? —Si. Es exactamente el lugar donde se encuentra la espera que te da poder, inténtalo. Solo debes decir con tu mente: “arma del destino aparece ante mi” mientras te tocas tu pecho. De inmediato, Miranda obedece diciendo exactamente lo que el dios Neptuno le dijo, y cuando lo hace, de su pecho sale un enorme tridente oscuro que la luna amó, porque no brillaba como aquella esfera. En el instante que ella tuvo esa arma en sus manos, esta creció en su altura dándole la apariencia como si ella estuviera sosteniendo un gran cetro oscuro muy ligero. —Ese es el famoso tridente de Neptuno, sin embargo, tiene la oscuridad de Urano que hay en ti. Con él asesinarás a Helios en cuanto lo veas, y no te preocupes, ellos no te reconocerán. Yo mismo me encargaré de ocultar tu poder a la vista de todos, además ellos jamás pensarán que la luna mas pequeña de las veintisiete que creó Urano, fue a la tierra a matar a Helios y su séquito. Es absurdo incluso decirlo en voz alta. Al decir eso, Neptuno comienza a reírse porque él sentía que su plan tendría éxito, ya que era infalible. —Bien, tu sabes donde queda la tierra, ve allá, te tomará unos dieciocho años llegar. No puedo enviarte con mi poder porque de lo contrario Aurelia, su pequeña luna sentiría mi presencia, y al instante sospecharían de ti. Debes llegar por cuenta propia, sin ser vista. Eres pequeña, nadie se dará cuenta —Explica Neptuno con un tono de voz suave y cariñoso. » Entonces, como te tomará dieciocho años llegar a la tierra, solo te quedará un año para asesinar a Helios y sus diosas, antes que el tiempo se agote y Urano muera para siempre. No te preocupes, ese tiempo te será mas que suficiente, pero vete ya, Miranda. No hay tiempo que perder —deja en claro Neptuno, viendo como Miranda envuelta en miedo sintió que la estaban arrojando a su muerte. Pero a pesar de todo, ella se iba a llenar de valor para cumplir su misión: matar a esos dioses, para traer devuelta a su amado Urano, es por eso que la luna oscura se despidió de todas sus hermanas con abrazos que parecían ser los últimos. Luego de esa dolorosa despedida, Neptuno le dio varias instrucciones para que supiera como actuar cuando llegara al suelo terrestre, el cual Miranda ya conocía superficialmente porque siempre lo había visto en la distancia desde que nació Dieciocho años después: planeta tierra Luego de un largo viaje, finalmente Miranda pudo ver cerca la tierra porque ahora se encontraba en su órbita. A simple vista no iba a negar que lucía interesante, sin embargo, ella continuaba pensando que su hermoso planeta Urano era mil veces mas perfecto. Iba a ser difícil acostumbrarse, principalmente con ese horrible resplandor del sol que ahora le golpeaba en su rostro, ese sin duda alguna sería uno de sus muchos problemas. —Debo respirar… algo así me dijo Neptuno. Mi cuerpo es una copia de uno humano, cuando llegue debo respirar, inhalo y exhalo —dice Miranda practicando, ya que ella nunca había respirado en su vida, porque no lo encontró necesario —. Aquí voy —agrega mientras se dirige hacia el planeta, y en cuestión de segundos logra entrar en la atmosfera terrestre. La entrada al planeta resultó ser más difícil de lo que pensó, pero como ella era la copia de una diosa, su cuerpo no recibió ni un solo rasguño, sin embargo, si pudo darse cuenta que la atmosfera de ese planeta era más ligero, y toda la fuerza que utilizó para entrar no supo como disminuirla, lo que trajo como consecuencia que estrellara estrepitosamente en quien sabe que lugar. A causa de eso, ella perdió el conocimiento, porque al encontrarse en otro mundo, más la caída y el largo viaje hicieron que la luna oscura no estuviera en su mejor forma, pero a pesar de eso, al cabo de unos minutos, ella poco a poco abrió sus ojos y lo primero que vio, fue a dos seres de la tierra completamente idénticos con el cabello blanco. Ella asumía que se trataban de humanos, pero fue en ese instante que Miranda comenzó a recordar todo lo que le dijo Neptuno. «Debes tener en cuenta que en la tierra existen dos tipos de especies, los descendientes de los emisarios de las estrellas, se les llaman elfos, y los licántropos, que son parecidos físicamente a los humanos, pero con cuerpos más poderosos. Ambas especies tienen dos sexos, hombre y mujer. Los elfos los reconocerás porque tienen las orejas alargadas, y los licántropos son más altos y fornidos. No lo olvides» recuerda Miranda viendo atentamente a ese par de seres terrenales. Lo primero que ella hizo fue verle sus orejas, y al notar que no eran alargadas, la luna oscura de inmediato supo que se trataban de licántropos que, la miraban como si ella fuese algo extraño. «¿Sospecharán que soy una luna de Urano? ¿Los asesino?, si, debo asesinarlos… pero no sé cómo, ¿Tendré que usar el tridente tan pronto?, no, mejor los asusto y así me dejarán en paz» piensa Miranda todavía tirada en el lugar donde había aterrizado, diciendo: —¡Aléjense de mí, licántropos, o si no los mataré! —grita ella, viendo como el par de licántropos se miraron las caras confundidos. —¿Qué dijo?, habla en un idioma extraño, no pude entender nada… —dice uno de ellos, mientras Miranda abre sus ojos con sorpresa porque ella si podía entenderlos a la perfección, pero los licántropos no. «Entiendo su idioma, pero no puedo hablarlo, ¿y ahora que haré? ¿Cómo llegaré a Helios y a Selene si no puedo comunicarme con estos seres de la tierra?» piensa Miranda tratando de comprender porque Neptuno no le dijo que al llegar a la tierra nadie iba a entenderla. Mientras tanto en el planeta Neptuno: —¡Oh, ya llegó la pequeña luna!... ¿espera un segundo, esos no son los hijos de Helios y Selene, sus guardianes? ¡Por todos los dioses esto será muy interesante! —exclama Neptuno quien al parecer no se estaba tomando tan enserio esa misión después de todo.

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