Capítulo 3

1402 Words
Cojo la laptop mientras me acurruco entre cojines, edredones y un desgastado e incómodo lecho. Suspirando hondo, tan profundo como mis pulmones lo permiten prendo el portátil siendo la imagen de Barbie quien da la bienvenida, ocasionando que tamborilee los dedos contra el teclado ansiosa., alce la vista y observe las rosadas paredes que conforman la habitación. Una lágrima rueda por la mejilla en tanto reparo desde la mesilla de luz amimbrada, los lindos peluches de quince años, y el ventanal que luce al descuidado jardín, hasta nuevamente la aplicación del windows abriéndose de par en par frente a las retinas aguamarina cuál soy portadora. El amargor que me produce entender las consecuencias futuras aumenta el desconsuelo y los sollozos silenciosos. Comprender que una vez complete el primer paso en dirección a una vida materialista no habrá marcha atrás. Adiós idea de familia. Del amor genuino. Hola irrevocable pérdida de la dignidad. Pues dejaré de ser la señorita con intenciones de relación seria, larga y duradera, para transmutar a una camuflada prostituta., una que brindará sus servicios a adinerados hombres., empresarios exitosos, magnates reconocidos o políticos condecorados. Seré esa mujer que pondrá el sacrificio por encima del romanticismo soñado. Soportaré las miradas prejuiciosas de cada persona moralmente hipócrita., y cuándo la mierda salga a la luz... Simplemente agacharé la cabeza. Permitiré el bullicio de las lenguas venenosas., aceptaré el verme señalada con el dedo si gracias a ello Samantha, Liam, Christopher y Alexandra viven felices., con el manjar sobre la mesa y sus estudios asegurados. Valdrá la pena perderlo todo, si así me aseguro de costearle a mamá, el delicado tratamiento de vértebras, que a duras penas le posibilita el moverse con facilidad. > Es lo único que consigo repetirme a modo de consuelo., de pobre excusa o justificación. > > > > Llevaré con convicción el título que la sociedad cruel y malvada impuso a quiénes carentes de tener otra alternativa, o una mejor solución a la economía, debieron acceder. Adentraré mi inocencia, juventud y belleza en la prostitución con un único motivo firme: el del amor por la familia. —¡Charlie, princesa!— Llama Samantha entornando la puerta del dormitorio. —¡Cielito no llores! —Murmura viéndome de la exclusiva forma que no tolero lo haga, acercándose cautelosa y abrazándome de manera cariñosa, protectora., el roce justo entre los brazos maternos que durante fracciones de segundo me envuelven en un mundo mejor. ¡Y vaya si los mimos de mamá no entibian un alma rota, triste, frustrada! —Nunca quise ésto para ti.— Sisea amargamente, hundiendo la respingona nariz aterciopelada contra mis larguísimos rizos dorados que tanto nos asemejan. —Siempre soñé con tus estudios. Un diploma... Una vida tranquila, cómoda. Acaricio el dorso de su mano suave, blanca cuál nieve y observo la laptop en pausa —No... No lloro por ello.— Miento descaradamente., ocultando el dolor bajo un falso manto de superación, —Simplemente recordé cuánto extraño a papá. Sam Houston de Donnovan enreda un mechón rubio entre los dedos y lo alza majestuoso hacia la tenue luz de la habitación. En las facciones hermosas, armoniosas... Y débiles de mi madre la sonrisa embelesada se ensancha. Ese mero gesto que evidencia el amor puro, profundo e inmaculado. La caricia delicada sobre los bucles que desde la infancia surtió el efecto tranquilizante. E inclusive la cura ideal para el más roto corazón y una dignidad mentalmente hecha picadillo. —¡Lo necesitamos linda!— Declara besándome la frente, y separándose luego, —Nos dejó en el momento menos oportuno... Pero saldremos adelante hija. De alguna forma lo haremos. > Afirmo para mí misma. > —Voy a preparar algo de cenar.— Anuncia encomendando el trajín lento, cansino, extenuado hacia el marco del dormitorio, —Prométeme que no te sugestionarás más con ésto. —Implora apesadumbrada. —Porque no soportaría verte derrumbada hija. A mi primer bebé lo que menos quisiera es darle disgustos. —Lo prometo.— Vuelvo a mentir, como costumbre que se me ha hecho. Estrujándome el pecho sus maneras afligidas de hablar, —D-debo... Estudiar para mañana mamá., en unos momentos iré a ayudarte. —¡Ni lo pienses!— Dice desapareciendo a través del corto pasillo, —La columna está enferma señorita., ¡pero mis manos pueden poner vegetales a hervir con facilidad todavía! Esbozo tenues sonrisas ante la templanza de esa mujer., ¡sin dudas mi ejemplo de admiración absoluta! Incansable, luchadora y sacrificada... Cualidades que creo, supe heredar. Doy un pequeño brinco de la cama y en rápidas zancadas me acerco al umbral donde le paso seguro a la entrada: es momento de hacerlo. De no postergar más una decisión irrevocable. Enciendo la pantalla nuevamente y el ordenador comienza a visualizarse. Con rapidez tecleo las dos palabras que se grabaron a fuego en mi memoria, siendo al instante que una elegante, sumamente soberbia aplicación cibernética de fondos rojos y letras negras acaba vanagloriándose glamorosa. > Parpadeo ante la sofisticación de cada frase escrita allí, muy propia de una empresa sublime, discreta, exclusiva y leo atentamente el encabezado. > Trago saliva y continúo. La sola lectura inicial me produce escalofríos. > Nada más puedo analizar, sólo la breve introducción en una divina cursiva negra, de fondo tan rojo como el carmín, seguido de la opción seguir. Inspiro hondo, cuento hasta diez y pensando que lo hago por una razón concreta le doy el visto bueno al ítem. > Deslizo las retinas a donde un formulario completo espera ser completado con datos personales. Las palabras de Ámbar, tan tentadoras, augurando la perfección hecha azúcar retumban en mi cerebro, y aunque no estoy cien por ciento segura lo hago: escribo mi nombre, edad, el peso y altura. Las medidas que poseo, el color del cabello y si lo llevo largo o corto, rizado o totalmente lacio. Detallo estudios académicos, relaciones amorosas, entorno familiar, e incluso la zona que resido. Sencillamente, doy un relato preciso de mi vida privada a una página web. La misma que pregunta con desfachatez, en el último apartado si la interesada es virgen... O no. Me estremezco de pies a cabeza, gracias a la incomodidad del ítem que omito responder. Levemente complacida a causa de la sencillez del interrogatorio presiono la opción de envío, aguardo unos segundos y el error en letras azules empieza a vislumbrarse, dictando del campo obligatorio que a la cibernauta se le olvidó escribir. Rechino los dientes irritada y desplazo el ratón al espacio vacío. Es una pregunta fácil., pero extremadamente personal e íntima, y tan sólo dos posibilidades de contestación aparecen allí: sí o no. —¡Maldita aplicación de la gran mierda!— Murmuro furiosa. Mordisqueo los labios ofuscada, tecleo la corta afirmativa y finalmente vuelvo a recargar la información del demonio. > Anuncia la desgraciada. > Suelto un jadeo quizá de felicidad al comprender que tal vez... No tenga que vender mi cuerpo después de todo. > > Tu voluntad. Parpadeo agitada al leer el final del apartado, ese que después de ponerme nerviosa y provocar un inminente ataque de pánico, cuestiona si deseo culminar la inscripción... O definitivamente aventarme bajo un camión. Mi voluntad. ¡Suena terrible! ¡Pero qué va! No puedo echarme atrás. Ya no. Confirmo y sentenciando la solicitud del formulario, se me es exigida una fotografía de cuerpo entero. Resoplo y minimizo la ventana., curioseo dentro de mi red social., y entre copiar, recortar, pegar la coloco en el blanco recuadro acabando el registro. Desorientada, tomo el teléfono móvil y digito el número de la única persona que podrá apaciguar la tristeza. —¿Ámbar? —Indago ronca al escuchar tres veces la melodía de espera y posteriormente su dulce voz. —¡Charlie!— Responde asustada, extrañada pues rara ocasión suelo comunicarme vía telefónica con ella —¿Sucedió algo? Niego perdida en la impotencia, sumergida en la incertidumbre —Lo hice.— Musito imaginando que la tengo delante. Que la señorita Reggins se encuentra parada a pocos metros de distancia esperando oír el relato de pies a cabeza. —Entré allí y me registré, Am. Suspira aliviada, e incluso feliz a través de la línea sentenciando radiante —¡Créeme amiga! ¡Es la mejor decisión tomada! Cambiará radicalmente tu vida.
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