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WORSHIP | Lesbian ©

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Blurb

Sarah nunca había conocido a alguien igual, creía en el amor incondicional y las historias con puntos suspensivos, pero entonces apareció ella, tan extraña de querer.

Un viaje por el amor complejo y misterioso hacia una persona con la que tienes todo en común y a la vez nada, la intensidad de dos mujeres que se desean mutuamente bajo la sospecha de que puede ser una muy mala idea.

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Asquerosamente simple
Sentirse tan simple, tan asquerosamente simple, idiota, sin gracia, inútil, inservible; pero con unas ganas infinitas de comerse el mundo... Habían pasado siete días enteros desde mi graduación de postgrado cuando el Señor Steffan, el profesor más comemierda de la facultad, me invitó a tomar una cerveza antes del medio día. Un poco triste, con algunas marcas de cansancio bajo los ojos y el semblante serio tan característico en él, se tomó cinco cervezas en menos de veinte minutos antes de poder pronunciar con los ojos llorosos "Me da pena que te vayas a echar a perder como todos" y entendía perfectamente su mensaje, en Alice Springs donde nací y decidí cursar toda la carrera nadie lograba nada bueno, ya lo tenía asumido pero no pensaba que a alguien realmente le importara. – No todos profesor – respondí – No todos. – Por favor Sarah – se termina otra cerveza – No seas hija de puta... Vete de aquí. En ese entonces tenía un repertorio de excusas para quedarme en Alice Springs pero el Señor Steffan con el mismo tono que me hizo resolver fórmulas matemáticas durante siete años sacó un bolígrafo de su abrigo y me dio un número de contacto con el que según él podría aspirar para un buen puesto de trabajo. – ¿Porqué le interesa lo que haga? – pregunté con tono frío. – Me veo reflejado en ti. – Señor Steffan... No creo que... – pero él me hizo callar con tanto afán que asustaba. – Procura simplemente no arrepentirte de nada. Ese mismo día el Señor Steffan terminó tan ebrio que no recordaba ni su edad, nunca lo había visto de tal forma, no entendía como un hombre que siempre me pareció tan responsable decidió dejarme esa última impresión, pero a la vez aún tengo la sensación de que él jamás ha hecho nada sin tenerlo todo perfectamente calculado. Cuatro meses después de ese día específicamente me despierto en un departamento en Melbourne, Australia, a las seis de la mañana, envuelta en un cobertor blanco de plumas sintéticas. A mi lado, un hombre sin demasiado pelo en su cuerpo, cabello azabache, un par de ojos oscuros, cejas pobladas, uñas sin borde libre y una v***a de diecisiete centímetros en días cálidos. Apago la alarma e intento saludar a mi compañía, pero él, Bruno Costa con quién no vivo pero igual comparto la cama a veces, no tiene la capacidad de decir algo coherente antes de las siete. Es 21 de Agosto, me alisto y salgo de casa temprano para ir al trabajo, voy a paso tranquilo por las calles de la ciudad y llego a un enorme edificio con letras grandes en vertical que dicen  "POLYMORPHIC". Subo hasta el quinto piso, me acomodo en mi oficina y espero pacientemente mirando por el enorme ventanal con vista a la preciosa arquitectura de DuckLands que abraza su único límite infalible, el mar, es sinceramente mi parte favorita del día. – Puedo saber que clase de enfermedad no te permite llegar a una hora normal – Sergi mi probablemente único amigo se acerca a mi, también mirando el ventanal de tamaño completo. – Llego diez minutos antes, nada más – respondo tomando el capuchino que sin falta él me trae. – ¿Quien hace eso? Ya de por si es difícil llegar a las 7:30 – ahora se queda mirándome – ¿Te gusta mucho la vista no es así? - afirmo con la cabeza, él sonríe. Se da la vuelta y camina hacia su oficina, que está junto a la mía. Le doy un último vistazo a un pequeño velero que acaba de zarpar y luego me fijo en mi reloj, ya es hora de ser productiva. Enciendo el ordenador, como lo he hecho en estos dos meses de trabajo que llevo en polymorphic. En la oficina parece que todo sucediera a un ritmo determinado, como un metrónomo, parpadeas y las personas que caminan por los pasillos cambian, todo parece muy ordenado, las paredes son de tonos madera y azul mientras que el piso es blanco y tan impecable que asusta caminar por él. Todos los días durante estos dos meses he tenido que sentarme en una silla ergonómica y básicamente mirar el ordenador durante dos jornadas laborales. Realmente nunca veo a nadie quejándose del trabajo, pagan bien, no hay esfuerzo físico, un hombre pasa con galletas, café, limonada o té a una buena frecuencia y se puede tomar pequeños descansos porque todo el tema informático no es cuestión de tiempo, además las oficinas están delicadamente separadas por láminas de madera o vidrio, incluso hay una suave música de fondo siempre extremadamente relajante. La primera hora de trabajo se me hace muy pesada, hoy es un lunes difícil, como suele decir Sergi, para él hay "Lunes que parecen viernes" y "Lunes difíciles", no existe punto medio. Cuando el Señor Steffan hace cuatro meses me avisó de una u otra forma que la vida en Melbourne aunque más ajetreada valía mucho la pena no imaginé ni por un segundo que él hablaba más allá del trabajo, pensaba que en la cabeza de un profesor de ingeniería sólo existían matemáticas trabajo y educación, pero quizá ese fue siempre mi problema, nunca vi a las personas más allá de si mismas, y entonces cuando decidí salir de la burbuja mental que me ocasionó la gente sin trasfondos, descubrí que podía caer rendida ante la mirada del primer ser mágico. Mi celular suena de repente y agradezco mentalmente poder distraerme con algo, "Bruno Costa" leo en la pantalla, mi novio, que no me saluda aunque despertamos juntos pero le gusta llamarme en horario de trabajo. Me levanto y camino hacia unas pequeñas mesas con filtros de agua y cafeteras para contestar. "Hola, ¿Cómo estás?" me pregunta. "Bien, ¿Qué estás haciendo?" respondo. "Saco a pasear al perro, ¿Quieres que te recoja del trabajo? Podemos ir a cenar" propone. Entonces medito un poco, miro el filtro de agua que gotea, siento una especie de desesperación repentina, como si quisiera salir corriendo, lanzarme al mar y nadar durante cien días seguidos. Abro la boca para hablar, pero de inmediato olvido mis palabras... Alguien, una mujer en especifico se acerca al filtro de agua, con la mirada taciturna, y el cabello intencionalmente despeinado, quedo totalmente absorta. No como los que pasan a pensar en blanco, absorta como los que ven algo realmente y lo detallan. Piel castaña, cabello en varios de tonos del marrón, ojos grandes, labios carnosos, delgada, particularmente alta y con todo el porte de no dejarse hablar a menos que sea algo realmente importante, yo conozco muchas mujeres guapas, cuando iba a la universidad abundaban, pero siempre he creído que hay pocas, tan pocas que transmiten intriga, que permiten generar curiosidad haciendo algo tan simple como servirse agua en un vaso de papel. "¿Hola? Sarah... Estás ahí..." Bruno hace precencia de nuevo en la línea. "Ehh Lo... Lo siento ¿Qué decías?" pregunto titubeante. La mujer se queda aquí y toma pacientemente del vaso con agua. "Pareces ocupada... Te llamo luego vale." dice y cuelga inmediatamente. Ni siquiera me despido, guardo mi celular y me quedo de píe frente al filtro de agua y cafeteras. Mi respiración se pone irregular. Siento vergüenza por querer volver a mirarla pero lo hago igualmente. De repente, ella gira sus ojos aún con el vaso en la boca, y no parece sentir sorpresa por el prolongado cruce de miradas. Mis mejillas se ponen muy rojas, lo percibo, que vergüenza, entonces ella aparta el vaso de sus labios, tiene una estructura facial muy perfecta. – Sí me pagaron por tomarme descansos todo el rato – musita, deja el vasito en la mesa y sin despedidas, sin amabilidad de por medio, se va. Veo como amarra su cabello mientras camina, dejo de observarla, respiro ya que siento que no lo he hecho en varios minutos... Tomo agua y vuelvo a mi oficina. – ¿Te has fijado que no conocemos a casi nadie de la oficina? – le digo a Sergi de forma seria, él sonríe. – Ya van dos meses guapa, creo que es hora de aceptar que eres muy poco detallista – murmura con las manos atrás de su cuello. Intento buscar palabras para defenderme pero de repente me interrumpen. – ¡Reparto! – se escucha por el altavoz, nuestro jefe entra al enorme salón lleno de oficinas. Va una por una dejando carpetas de color azul a los empleados que son, entre otras cosas, nuestro trabajo del mes. Sergi recibe la suya con la disposición de alguien que la vida le da igual y entonces Jameel (nuestro jefe), un hombre de treinta años con abundante barba y bastante atractivo físico a decir verdad se acerca a mi. – Señorita Pearson buen día ¿Cómo va todo por aquí? – dice mientras busca el portafolio correcto para mi. – Perfectamente, como siempre – de inmediato noto que he usado un tono muy agrio e intento remediarlo – ¿Cómo está usted Jameel? Nuevamente me siento como una fresca al decir su nombre de pila. – Bien, aunque hoy es un día bastante ajetreado– entonces saca una carpeta del medio. – Señor Jameel usted siempre sabe como solucionarlo todo por aquí – comento antes de tomar la carpeta ¿Acaso puedo sonar más tonta? – Que amable, pero siempre es complicado que la gente haga su trabajo – me dice. – Hay personas que no son conscientes de su suerte – respondo. Él me mira como si me analizara, me siento de repente muy avergonzada, he soltado un montón de alagos súper inútiles. – ¿Usted es consciente de su suerte? – la conversación se torna familiar. Yo afirmo titubeante, que rara soy cuando me lo propongo. Jameel me da una sonrisa modesta y entonces de repente veo que guarda la carpeta color azul para sacar ahora una violeta, me la entrega y se retira sin despedidas. Quedo un poco perdida, observo el objeto entre mis manos, claramente algo he dicho para que él decidiera no darme la convencional carpeta azul. La abro, hay un par de hojas que dicen lo típico; área de trabajo, logros, objetivos y por último encuentro algo que me hace fruncir el ceño instantáneamente. Tiempo límite = 9 meses /1440 horas aprox. Doy la vuelta y miro a Sergi espantada, él inmediatamente se acerca a mi. – Me han dado un trabajo que dura nueve meses, NUEVE MESES – Señalo la carpeta – Esto no es normal, osea el tuyo es de un mes ¿Cierto? – Sergi afirma. Él siempre ha gestionado mejor las emociones que yo entonces lo miro buscando esperanza. Pero no dice nada, se acomoda el pelo, eso significa negación, me hace cara de no entender pero entonces, levanta los ojos y los abre un poco, me da unos golpecitos en el hombro, giro en esa misma dirección. Nuestras oficinas se separan por un cristal, hay algunas de dos personas como la de Sergi y yo, y otras como la que nos sigue a la izquierda que son en solitario, a través del vidrio grueso observo a la ocupante de esa oficina... La castalla, delgada, alta... Vuelvo a sentirme sorda, Sergi tiene razón, no soy detallista, nunca me había tomado la molestia de girar un poco mi cabeza para averiguar quién trabaja junto a mi, ¿Cómo lo he dejado pasar? Pero el detalle no sólo está en ella, sino en la carpeta que tiene entre las manos, violeta igual que la mía... Como una señal, un llamado. No necesito nada más para dar un salto de mi silla, salir de mi escritorio y hacerme de pie justo frente al marco de la puerta de vidrio, ella lo nota. Nos miramos otra vez... – ¿Quieres una foto? – dice y tardo medio minuto en captar el sarcasmo de la pregunta, me encojo de hombros. – Veo que también te han dado una carpeta violeta – balbuceo. Ella que lleva unos lentes en marco de metal se los quita con cierta agilidad y me mira como las profesoras de preescolar a sus estudiantes. – ¿También a ti? – afirmo – mejor, con los incentivos a fin de mes verás más dinero en tu cuenta. Inmediatamente deduzco que ella sabe muy bien de que se tratan las carpetas de colores diferentes al azul. – ¿Por qué tenemos estos trabajos? Quiero decir... Son nueve mes... Ella me interrumpe, pero no con palabras, sino con una mirada, me dice con los ojos que estoy siendo demasiado tímida. – ¿Sarah Pearson? Siento un bochorno cuando dice mi nombre, afirmo. – Trabajaremos juntas – dice poniendo los lentes en la mesa – Algo bueno le debiste decir a Jameel para que te diera este trabajo. – Pero no entiendo, ¿De que se trata? – intento ser más insistente – ¿Por qué tarda tanto tiempo? Entonces ella se levanta de la silla con firmeza, moviendo su cabello recogido en una coleta, camina en mi dirección y justo cuando siento que ya ha entrado demasiado a mi espacio personal simplemente pasa de mi y sale por la puerta. – ¿Tengo cara de consultora? – dice antes de desaparecer completamente. Me quedo un poco aturdida y resentida a la vez. Escucho la risa suave de Sergi, también se ha quedado viendo a la chica. – Gracias, he entendido totalmente... – digo forma burlona, Sergi ríe – Imagina gastar segundo de su importantisimo tiempo... ¿Quién diablos es ella? – Sarah cariño, tendré que seguir diciéndote distraída porque ella lleva todo este tiempo trabajando justo a tu izquierda – se burla, le hago un mueca. – En mi puta vida la había visto – suspiro – ¿Quién es...? – Paris Scott – hace el sonido del agua cuando cae al fuego. – Vaya nombre... – nos quedamos un segundo en silencio. – Esto es como el instituto – sonríe – y te ha tocado con la más cabrona. Me quedo ahí de pie mirando la carpeta violeta, literalmente cuatro meses Señor Steffan y ya parece que estoy en problemas, ojalá usted haya tenido razón.

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