Ocupada. Eso era lo que necesitaba, estar ocupada.
Hacer algo que alejara mis pensamientos de Fernando. Sacarme ese capricho de una vez y enfrenta la vida y sus cosas buenas
Me movieron de oficina, antes estaba yo al servicio de un grupo de tres abogados, los ayudaba a ordenar sus carpetas y les recordaba los horarios delos tribunales, así como concertar las citas con los clientes, ahora, solo tenía que atender a Cristhian Bermúdez, que daba órdenes de aquí para allá para que su escritorio quedara ubicado justo en el ventanal, sus sillas en una posición determinada y que mi puesto de trabajo estuviese al alcance de su vista, dijo que por sí alguna seña tuviera que hacerme.
Le conté a mamá por mensaje de lo que había pasado y lo que no le gustó fue que ahora debía respetar el horario, pero ganaría dinero, y a mí me hacía falta el dinero, dentro de cuatro meses Violeta vendría al mundo y necesitaría muchas cosas.
–¿Y cuánto tienes entonces? –Me preguntó cuando yo ordenaba sobe su escritorio una balanza y algunas carpetas, por ahora vacías.
–Eh, tengo 5 meses. –Respondí evitando mirarlo.
–¿Y te sientes bien? –Se movió alrededor del escritorio para que nos viéramos.
–Sí, la mayoría del tiempo, no se preocupe que no creo que tenga que faltar, a menos que vaya a consulta y esas serán unas horas.
–No me preocupo por eso, no siempre he tenido secretaria. –Me sonrió. Era muy guapo, dientes pequeños, sonrisa amplia. –Sé manejarme sin secretaria.
No le dije nada. Solo correspondí a su sonrisa y terminé de ordenar.
–¿Tienes 16? –Parecía llenarme una hoja de vida.
–Sí, en diciembre cumplo los 17. Sé que le pareceré joven, pero puedo con esto. He observado a mamá durante años hacer trabajo de secretaria y en mi colegio...
–Tranquila, lo sé. Mamá te recomendó muy bien.
–¿Mamá? ¿Quién es su mamá?
–Tu mamá.
–No, me refiero a su mamá, la mía es Graciela, bueno todos le dicen Chela, pero mencionó que su mamá me había recomendado. –Lo miré seguramente con cara de tonta.
–No. –Rió divertido. –Me refería a que me tutearas.
–Ah, no como cree. Usted es mi jefe, un abogado, yo no podría, no se vería bien.
–¿Por qué? No soy tan viejo, tengo 23 años. –Se acomodó la corbata de cuello cuando dijo eso. –Somos jóvenes, y eso no quiere decir que salga mal el trabajo.
–Preferiría llámarlo usted, si no le molesta. –Lo miré por segundos y después lo evité, me sentía incómoda y además ya quería ir al baño.
–Yo sí puedo llamarte Ema ¿verdad?
–Sí, claro que sí. –Le sonreí de nuevo. –Pero me habló de la recomendación de su mamá.
–Ah, es Fabiana, la consultora, ella es mi mamá. Me pidió trabajara con ella un tiempo antes de irme de viaje. –Arrimó la silla para sentarse, el sol detrás de él iluminó su físico elegante.
–Oh, es ella, que bien. –Fingí que era normal para mí.
–Sí, pero que eso no te intimide.
–N-no. Iré a arreglar mi escritorio y revisar si ya tiene tono el teléfono.
–¿Y el papá? –Me detuve de espaldas a él, ciertamente llenaba mi hoja de vida.
–¿El papá? –Pregunté como si no entendiera, sin girar a verlo.
–Sí, ¿Qué hay del papá del niño?
–Es niña. –Corregí. –Su papá cumple con su papel de papá.
–Osea que ya ustedes dos... –¿Hasta cuando las preguntas? –Disculpa que pregunte tanto, pero es lo mejor.
–¿Por qué? –Me volví a verlo.
–Porque es lo que me parece ver en su cara pegada allá en el vidrio de la entrada de las oficinas.
Voltee rápido. No sé cómo supo que era él, pero si era Fernando y no le gustó verme ahí hablando con el abogado apuesto y elegante.
–¡Oh por Dios! –Volví a mirar a mi nuevo jefe.
–No me equivoque, es él. –Se movió hacia la derecha para verlo otra vez. –Y falto a clases para venir a verte.
–Pero yo no quiero verlo. –Dije respirando con dificultad y tomando mi vientre.
–Acabas de decirme que cumple con su papel de padre. –Se levantó con una expresión divertida.
–Y lo hace, pero ahora mismo no es eso lo que lo motiva a estar aquí.
–Bien, déjame ayudarte. –Se arregló los botones de la chaqueta que había abierto. –Si dices que no quieres verlo, no te pediré explicaciones, solo le diré lo que deseas transmitir.
–¿Va a ir usted? –No volví a girar, pero sé que Fernando era el que tocaba la puerta de vidrio que se abría con un interruptor que hasta ahora nadie había apretado.
–Voy a ir, y voy a decirle que ahora mismo estas indispuesta, que no puedes o no quieres verlo. –Me pasó por el lado con una enorme sonrisa y ojos en mi rostro que creo estaba pálido. ¿cómo hacía Fernando para ponerme así?
No dije nada, es que no podía. Escuché el interruptor, yo todavía tiesa, parada en mitad de la oficina con puertas de vidrio, sin atreverme a ver.
–Buenos días. –Escuché su voz.
–Buenos días, diga.
–Ema, quería hablar con Ema. –Respondió él. Estaba molesto lo sentía en su voz.
–En estos momentos Ema no puede atenderte, está un poco ocupada.
–Será solo un instante, solo tiene que acercarse aquí y...
–No va a poder ser...
–Fernando, soy el padre de su bebé. –Cerré los ojos, que vergüenza.
–Ah, bien, entonces podrás ubicarla en otro lugar, su casa, por ejemplo, ahora ella no puede o no quiere, no sé, atenderte.
–¡Ema, Ema por favor, solo un momento!
–Por favor no insista. –Cristhian cambió su tono de voz. –Soy el jefe de Ema y por ahora ella no puede atenderlo, búsquela después, en otro lugar.
Fernando se tardó en responder. Yo seguí sin moverme.
–Está bien, disculpe. –Escuché la puerta que se cerró y poco a poco giré, él ya no estaba ahí y Cristhian venía hacia la oficina.
–Bueno, ya se fue. –Dijo. –Ahora a trabajar.
No hizo ningún otro comentario y se lo agradecí. Salí de ahí directo al baño y sentada en el retrete respiré profundo para calmarme y volver a la oficina como si nada había pasado.
Mientras yo encendía mi ordenador y revisaba que tuviera todo lo necesario para el trabajo, como papel, lapice y una agenda. Él se fue a charlar con los otros abogados y pasó gran parte de la mañana intercambiado ideas de como modernizar todo el sistema.
Aquí arriba habían tres abogados, a los que estaba dispuesta seguir ayudando siempre y cuando tuviese oportunidad, y con él sumaban cuatro. 23 años, era muy joven. Y ya era abogado y se había manejado tan bien con Fernando. Debió haberlo visto como un jovencito de liceo inmaduro, y Fernando ¿cómo lo vería a él?
–¿Vas a almorzar? –Me sorprendió parado a mi lado en el escritorio.
–Sí, estoy esperando que mamá me avise para ir juntas. –Le respondí rápido, estaba nerviosa, este era mi primer trabajo.
–Bien, nos vemos después del almuerzo. Buen provecho. –Salió junto con Gilmar y Erika, agradecí que no mencionara nada de lo que había pasado con Fernando.
–Buen provecho para usted también. –´Dije pero ceo que no escuchó y mi celular me sorprendió. Era mamá y decía que nos viéramos abajo.
Después de almorzar con mamá en el área de comedor cercano a su oficina, por supuesto sin contarle que había ido Fernando, subí para que cuando mi jefe llegara me viera ahí y nota lo responsable que soy a pesar de mi edad.
Para mi sorpresa el teléfono sonaba y tomé la llamada. Lo buscaban a él, querían una cita. Después de esa vino otra y luego otra, no sabía si había hecho bien peo le anoté tres citas para la tarde y mientras él llegaba le escribí a Naomi para ver cómo le había ido después de haber soltado esa bomba por el chat.
–Carolina apenas si levanta la cara. –Respondió en un texto poniendo varios emojis divertidos. –Luis estuvo diciéndome que no estaba bien ser así, que me pasé, pero lo hecho está hecho y ni ella ni Fernando se seguirán burlando de ti y de Vanesa, que aunque no me caiga bien, se cree la única.
–Fernando vino esta mañana a buscarme, y mi nuevo jefe lo enfrentó y le dijo que yo no quería verlo.
–¿Qué? ¡Sabía que iba para allá! A mí ni me dio la cara, aunque sé que no es por pena.
Tocaron la puerta de vidrio y noté que llegaba mi jefe con sus compañeros. Dejé el teléfono a un lado y fui a abrir casi corriendo. Él fue quien empujó la puerta después de escuchar el interruptor y dejó que pasaran los otros primero, los hombres corteses me gustaban.
–¿Comiste bien? –Preguntó cuándo pasó a mi lado rumbo a su oficina.
–Sí, gracias. Recibió tres llamadas justo después del almuerzo y no sé si hice bien pero les hice una cita.
Se detuvo y me miró antes de abrir su puerta de madera.
–Bien, hay que trabajar ¿no? –Entró y yo encogí los hombros, sí, hay que trabajar.
La primera cita era una mujer de más o menos 40 años que quería divorciarse. Esta vez, y no como cuando asistía a los otros abogados, yo fue la que rellenó sus datos. Cuando mi jefe salió a recibirla le sonrió circunspecto y la invitó a pasar.
La segunda persona era otra mujer de 48 años que necesitaba hacer un poder para déjaselo a su hijo. En ese caso y aunque él la asesoró me dejó de tarea a mí transcribir el poder y se lo prometió para el día siguiente, vaya.
La tercera persona él la conocía, era un hombre joven, no hizo falta que yo tomara sus datos. Se abrazaron al verse y pasaron directo a su oficina, después me enteré que eran colegas y que el hombre estaba casado con una amiga de ambos.
Aproveché este cliente para comer una oreo y ubicar un ejemplo de poder en el monitor. Él me había dado acceso a sus redacciones así que lo ubiqué pronto. Después fui al baño y al regresa estaba parado mirando lo que yo había adelantado en la pantalla.
–Empezaste ya. –Me dijo señalando el monitor.
–Sí. Lo imprimiré y se lo pasaré por la mañana para que lo revise antes.
–Bien. –Tenía las manos en los bolsillos y me sonreía.
–Yo...estaba en el baño, por eso no me encontró aquí. ¿Hay algo que quiera?
–¿Vas seguido al baño? –Caminó hacia su oficina y creí que debía seguirlo.
–Me temo que si. –Respondí.
–¿Y hay algo más que te pase como consecuencia del embarazo? –Me miró de arriba abajo, que pena.
–Bueno, a veces mucha hambre, pero traigo en mi bolso algunas cosas para comer y mamá se ocupa de traer el almuerzo.
–¿Regresó el papá? –Preguntó soltándose los botones de la chaqueta para sentarse.
–N-no. –Respondí bajando la mirada. –Gracias por lo que hizo.
–Sabes que en cualquier momento tendrás que enfrentarlo ¿verdad? Es el papá.
–Sí. –Mordí mis labios. ¿Por qué todo era tan complicado?
–Bien. –Golpeó levemente el escritorio. –regresa a lo tuyo y si tienes algo que hacer, una tarea, un antojo, lo que sea puedes hacerlo, Ema.
Era la primera vez que decía mi nombre y le sonó muy profesional.
–Gracias. Seguiré con el poder mientras se hace la hora de salir.
Salí y cerré la puerta.
–¿Conocías al hijo de Fabiana, mamá? –Le pregunté en el carro cuando íbamos a casa.
–Es el hijo del esposo de Fabiana, y si, lo había visto un par de veces. Sabía que estudiaba derecho pero no que lo traería aquí.
–Dice que estará por poco tiempo porque se va de viaje. –Abrí un jugo que mamá había comprado para mí. –Es joven y ya un profesional
–Saco la carrera en los años que corresponde.
–Sí. –Tome de mi jugo pensando justamente en esos años que había que aprovechar, él se veía tan seguro, tan maduro y preparado.
–Mira quien está ahí. –No hacía falta que mirara, ya lo sabía. Estaba pegado a la pared con un pie apoyado en ella. Como siempre no parecía nada nervioso, ni ansioso.
–¿Por qué crees que insiste tanto, mamá? –Le pregunté mirándolo igual que ella, para entonces ya él se había percatado del auto y bajo el pie.
–Creo que Fernando está enredado en muchas cosas, menos en que quiere aclarar las cosas contigo.
–¿Y por qué crees que es? –La miré. Para mí no era este gesto cualquier cosa. Fernando podía ignorarme, podía esperar hasta el día de la cita en la doctora, pero no, estaba ahí.
–No te equivoques, Ema. Que un hombre quiera mantenerte interesada no significa que él se interese en ti como tú en él.
–¿Si verdad? –Y entonces regresó ese episodio. Ese en el que Carolina salía de su cuarto descalza y él sin camisa y sin medias y de nuevo, todo lo que se había removido segundos antes se esfumó y lo cubrió una rabia muy grande.