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Felizmente Casados

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Blurb

Se supone que cuando te casas con alguien es porque estás enamorado o enamorada de esa persona, ¿cierto? Pero no, este no es el caso…

Bastián Russel es el dueño de una compañía multimillonaria que se dedica a la bolsa de valores. Este apuesto hombre que ama las finanzas; ganar dinero y por supuesto, lo más importante de todo idolatra su soltería, es el tipo más codiciado por el gremio femenino de Columbus (U.S.A.)

Sin embargo, eso no quiere decir que no le gusten las mujeres. Cambiaba de novia, como contar billete; con ninguna se estaba quieto. Y su forma de ser con las mujeres inquieta a su anciana madre. Y tanta fue la insistencia de la misma que la mujer término por meter las manos en el asunto, eligiéndole una novia por arreglo para su único hijo.

Como este CEO no estaba dispuesto a acatar las reglas de su madre; en una acalorada discusión en su oficina con su mamá, el empresario termina eligiendo a la primera mujer que se le cruza en el camino, y todo con tal de llevarle la contraria a su querida progenitora.

Y la elegida fue Adriana Harvey; nada más y nada menos que la repartidora de postales de su empresa. Mintiéndole a su madre que mantenía una aventura con Adriana, el CEO imagino que la mujer se calmaría y lo dejaría en paz. Pero fue todo lo contrario a eso, Bastián se ve obligado a tomar a Adriana como esposa y lo peor de todo era que, ni siquiera sabía el nombre de su futura compañera de vida y muchos menos su duro pasado.

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Tienes el trabajo
Un puñado de cartas yacían metidas en el cubículo que pertenecía a su apartamento, Adriana observa para ambos lados fijándose que su arrendatario no estuviera por allí cerca. Y como no vio moros en la costa, la pelirroja apresuro sus movimientos para sacar sus cartas y subir rápido a su piso. —¿Y a donde cree que va usted, señorita Harvey? —la voz chillona de su arrendador resonó a sus espaldas, cada vez que lo escuchaba los vellos de su cuerpo se erizaban —. Sospecho que está huyendo. Adriana se da la vuelta y medio le sonríe al hombre, era un tipo alto; corpulento, bastante elegante y atractivo. Siempre se preguntaba que hacia un tipo como ese administrando un edificio tan humilde como en el que ella vivía. —¡Oh! Señor Henry. No sabía que estaba en el edificio. —Si has recibido esas cartas, debes saber que si estoy aquí. Así que no te hagas la ingenua, niña —el musculoso se cruza de brazos —. Debes saber porque te estoy llamando la atención, así que nos iremos al grano muchacha. Debes un mes de renta, y con este que está corriendo serán dos, ¿Cómo piensas pagarme? —Señor, Henry, yo… mire, yo le prometo que la otra semana le cancelo todo. Se lo juro. —¡No me digas! ¿Y cómo me vas a pagar? ¿Acaso ya has encontrado un trabajo decente?  —No —responde con sinceridad —. Pero lo voy a encontrar, he estado buscando, sé que encontrare uno. —Con esa actitud no llegaras a ninguna parte, niña. No puedo seguir esperando por ti, Adriana. Tienes que tener listo el mes que debes, y ya ir pensando en cómo solucionar el segundo mes. —Sí, sí, yo le juro que tendré el dinero. —Te voy a conceder una semana, para que no digas que no soy condescendiente contigo. —Gracias, señor Henry. La pelirroja se da la vuelta y corre a subir las escaleras, al menos se había salvado de esa. Mientras que Adriana subía, el administrador la observa, pero más que nada, estaba enfocado en su trasero. —¡Bonitas! —musita. […] Adriana ingresa en su apartamento, y de inmediato es recibida por una bola de pelos negra muy diminuta. —Hola Seus, ¿has hecho muchas travesuras? —acaricia a su mascota con alegraría, le daba felicidad de que alguien se alegrara por ella al llegar a casa. Desde que encontró a Seus en la puerta del edificio, no pudo resistirse a no quedárselo. El pobre estaba pasando tantas penurias, y no es que ella fuese rica para darle una vida de lujos, pero al menos un techo donde siempre estaría protegido. —Bueno, si logro pagar el alquiler —suspira, y el perrito la mira con ternura —. ¿Te iras conmigo a cualquier parte? ¿Eh? ¿Si? —el cachorro se puso como loco a dar vueltas cuando ella le hablo de esa manera —. ¡Yo sé que sí! —sonríe con tristeza. La pelirroja tenía la presión de encontrar un trabajo ese mismo día, cuando mucho al día siguiente. Necesita esa entrada de dinero, puesto que sus ahorros estaban por el suelo. Es que ni siquiera le alcanzaba para pagar el mes que debía. Adriana se tumba en el suelo y se pone a pensar, Seus lamia su rostro de vez en cuando, y aquello la hacía olvidarse un poco de sus problemas. Luego recuerda el fajo de cartas. Se sienta y se estira un poco para tomarlas de la mesa… la joven empieza a leer las estampas carta por carta. —Deuda vencida, deuda vencida, deuda vencida y más deuda vencida… ¡Ah, no! esta es de la electricidad, no dice vencido, Seus —sonríe, y abre el sobre. Pero la sonrisa se le apaga —. El suministro de electricidad será cort… No termino de mencionar las últimas palabras, cuando la energía se había ido. La pelirroja mira hacia la lámpara y pone los ojos en blanco. —Genial, no tenemos electricidad en casa —argumenta, sarcástica. Vuelve a tumbar su cuerpo en el suelo soltando el aliento, estaba en un aprieto muy grande, solo le quedaba unos pocos dólares para máximo dos días. Luego de allí, no tendría para comer. —Volveré a salir Seus, y esta vez, conseguiré un empleo. Te lo prometo —vocifera poniéndose en pie. Camina hasta la nevera, en cuanto la abre, no tenía nada importante que pudiera dañarse. Lo único que se lamentaba, es que Seus no tenía para comer. —Lo siento amigo, te he traído a mi casa, pero no tengo nada rico para darte de comer. El cachorro se sienta a su lado y la ve con aquella cara que provocaba apachurrarlo con todas sus fuerzas. Movía su colita de un lado para otro lo cual provoco gran ternura en la pelirroja. —Esta noche te traeré algo —sonríe con simpatía. Adriana emprende el camino hasta la puerta, su misión era encontrar un empleo y no regresar a casa sin tener un trabajo para el siguiente día. […] —¡¿Qué es lo que me estás diciendo, muchacha?! ¿Cómo que el repartidor se ha ido? —Sí, señora. Ha llamado hace un momento, me informo que ya no quiere seguir trabajando aquí. —¿Y porque no llamo por la mañana? —la señora de recursos humanos hablo con exasperación. Si se quedaban sin repartidor tan de repente, todas las encomiendas se acumularían en la bodega. Y los corredores de bolsas se harán trizas, todo será un desastre si no encontraban reemplazo. Y lo peor de todo es que su jefe la asesinaría. —Quiero que encuentres a un reemplazo ahora mismo, ¿me estas entendiendo? —Pero, señora, no tenemos ningún currículo para un puesto como ese. —¿Qué no que…? —responde a medias con agonía. Estaba por sufrir un colapso. […] Adriana detiene sus pasos ante ese enorme edificio. La entrada era enorme, y subir aquellas escaleras todos los días debía ser muy cansón para el que labore allí. Ella muerde sus labios. —¿Conseguiré empleo en un lugar como ese? —se lo piensa bastante —A decir verdad, es bastante lujoso, y el edificio parece un rascacielos. ¿Qué tipo de cosas harán allí dentro? Se cruza de brazos, y observa a todo aquel que entra y sale del lugar. Era una empresa bastante concurrida, pero lo que más llamaba su atención eran los atuendos de esas personas. Tanto mujeres como hombres, vestían trajes muy formales, hasta llevaban portafolios. —Puedo preguntar. Luego, recuerda las prendas que llevaba puesta. No eran adecuadas para ingresar en un lugar como ese, ¿pero qué otra opción tenia? No tenía ropas tan bonitas ni sofisticadas. Así que se armó de valor, se olvidó de que no vestía adecuadamente y se aventuró a subir las escaleras. Con el corazón en la mano Adriana se aproximó a la recepción. Allí se encontraban dos mujeres, parecía que mantenían una discusión algo exaltada. Sin embargo, eso no la detuvo y siguió avanzando a pesar de todas las miradas que estaban puesta en ella. Se quedó a un lado del bonito recibidor de la entrada y espero a que ellas dejaran de discutir. Esperaba que notaran su presencia, no tenía tiempo que perder, aunque supiera en el fondo de su corazón que lo estaba perdiendo en ese lugar. Al cabo de varios minutos, Adriana se da por vencida. Esas mujeres ni notaron que existía, lo mejor era seguir más allá; puesto que dos cuadras más pillo en un cafetín que buscaban a una camarera. La joven se da la vuelta. —Espera, ¿Qué quieres? —ella gira y ve a la recepcionista mirarla. —Pase para ver si estaban aceptando currículo. Adriana observa como ambas mujeres se miran, y luego a ella, la ven de abajo hacia arriba y luego se vuelven a mirar. Ella pensó que esas dos estaban más que locas. Si no salía de ese edificio en ese instante, quizás terminaran de contagiarla con sus problemas, ella ya tenía suficientes como para agregarle más leña al fuego. —¡Tienes el trabajo, muchacha!

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