No estaba soñando

1425 Words
¿Estaba soñando? Sí, eso tenía que ser un sueño. Porque no era posible que consiguiera empleo en un lugar como ese, y menos con aquellos atuendos, y ni siquiera había presentado sus documentos. La joven se preguntó qué clase de empresa era esa. ¿Y si la estaban contratando para hacer cosas que no quería? Posiblemente solo estaba especulando y de la peor manera. —Disculpe, ¿Qué fue lo que dijo? —pregunta, para cerciorarse de que hubiera oído bien. —Que estás contratada, deja tus documentos aquí abajo, y ven conmigo de una vez. —Pero, es que…—objeta. —¡¿Qué?! ¿No estás buscando trabajo? ¿Tienes mejores opciones que quedarte a trabajar en esta empresa? —No es eso, es que, ¿de qué trata el trabajo? —la mujer la mira de manera incrédula. —¿Quieres trabajar o prefieres seguir buscando? —Trabajar —responde dudosa. —Entonces, sígueme. La morena de pronunciadas caderas emprende la macha hasta lo que era un ascensor. Adriana observa aquellos enormes tacones, y se pregunta si ella también tenía que usar unos de esos. —¡Eh! Deja aquí tus papeles —le pide la recepcionista. Ella se los tiende y corre hacia donde estaba la mujer que esperaba impaciente. —¿Qué edad tienes muchacha? —interroga, una vez que el ascensor comenzó a subir. —Tengo 26 años. —Tienes cara de niña, pero pareces resistente. Espero que seas muy puntual a la hora de entrada. Aquí no tolero las llegadas tarde, ¿tienes hijos? ¿Estas casada? —No, ninguna de las dos —contesta algo sorprendida —Eso es excelente. La morena abandona el ascensor, y Adriana hace lo mismo. Pero al poner un pie fuera de la caja de metal, se queda anonadada por lo que sus ojos estaban viendo. Un montón de hombres y mujeres vestidos elegantemente se encontraban sentados en cubículos y todos aquellos realizaban llamadas como locos. El bullicio era tan grande, que la pelirroja se sintió incomoda. —Vamos muchacha, no te quedes atrás —ella corrió detrás de la morena, seguía sin entender qué lugar era ese. —¿Qué lugar es este? —Es una empresa de corredores de bolsa. Ella ensancho la mirada. Puesto que no tenía idea que demonios iba a hacer en esa empresa, ella no sabía nada de la bolsa de valores. Aunque dudada que la estuvieran contratando para algo como eso. Pero ambas mujeres dejaron el bullicio atrás, y continuaron por un corredor estrecho. Luego la morena abrió una puerta y allí la pelirroja vio una pila de cartas, sobres, y pare de contar. —Este será tu nuevo trabajo, con ese carro que está allí vas a trasladar todas estas cartas a los cubículos que has visto allá atrás. Son tres pisos, así que… —la mujer mira su reloj —. El tiempo apremia —la morena la mira de abajo hacia arriba —. ¿Cómo es que te llamas? —Me llamo, Adriana. —Muy bien Diana, ponte ese uniforme y recoge tu cabello. Y ponte a trabajar; la empresa cierra a las 7, así que en marcha —la morena aplaude y se da la vuelta. —Es Adriana, no Diana —musita la pelirroja mirando todo aquel trabajo —. ¿Qué locura es esta? ¿Para que esta gente quiere todo esto? Adriana suelta un suspiro, observa el uniforme y piensa que al menos no tendría que desgastar su ropa. —Ni siquiera me hablo del sueldo, ¿Cómo pueden contratar a alguien de esta manera? —farfulla tomando el uniforme —. Espero que sea bueno, no pienso hacer el trabajo de gratis —niega. La joven se pone la ropa, y nota que aquellos pantalones le quedan verdaderamente enormes. —O sea, ¿Qué es esto? ¿Quiere que use una carpa por pantalones? Decide quitárselos y llevarlos a casa para acomodarlos, era mejor usar sus pantalones. Y si tenía problemas, ya lo resolvería. La joven comienza a cargar el carrito con las cartas, y sale para repartirlas. Guiándose por el dígito del cubículo, y por el número que estaba plasmado en el sobre era fácil de hacer. Pensó que no era tan mal trabajo después de todo. Para cuando le quedaba cargar un carro más para terminar de repartir todo, faltaba casi nada para que los empleados de la empresa comenzaran a salir. Quiso apresurarse, de ese modo no tendría tanto trabajo al día siguiente. Iba lo más rápido que podía por los corredores dejando documentos en cada cubículo, hasta que llego al último, al entregar una pila de cartas. Adriana se sintió algo entusiasmada por el trabajo. De pronto, la enorme sala se volvió un tanto silenciosa. Ella no supo que estaba pasando, así que miró para todos lados y fue cuando se fijó en un sujeto con un porte bastante llamativo y refinado. Todos se le quedaron mirando mientras que él iba leyendo unos documentos al mismo tiempo que otro le hablaba al lado. El sujeto parecía un cachorro corriendo al lado de un enorme lobo. Desde donde estaba, no conseguía ver bien el rostro de ese hombre. Pero, ¿y eso que? ella solo era una repartidora, ni caso tenía que lo mirase. Mentalmente, se encogió de hombros y avanzo con el carrito para la bodega. De lo que si se fijó, fue que todas las mujeres de esa sala se le quedaron mirando a ese tipo hasta que se metió en el ascensor. Si, bueno, era atrayente, pero tampoco era para tanto. Además, ella no estaba interesada en nada que tuviera que ver con el romance. Ya había tenido suficiente con el idiota de Lenin, no quería a más imbéciles como él en su vida. Muchos hombres no tenían sentimientos, herían a las mujeres y las tratan como si no valieran nada. Desgraciados infelices que solo buscan romper los corazones de las vulnerables. La pelirroja arrojo esos sentimientos a la basura, no necesitaba recordar nada de eso ahora. Con ese nuevo trabajo olvidaría sus penas y saldría adelante con Seus. Después de cambiarse de ropa, la morena atolondrada la visito en la bodega. —¡Vaya! Que buen trabajo has hecho en tu primer día, ¿ya habías trabajado de esto antes? —interroga, puesto que la bodega estaba completamente vacía. —No —ella ensancha la mirada, pensando que esa mujer era un caso serio —. Es la primera vez. —Me agrada tu entusiasmo, mañana debes estar aquí muy puntual. —De acuerdo, pero aun no hablamos de mi sueldo. —¡Ah, sí! eso… Al salir al exterior, Adriana medio ajusta su abrigo. Esa noche especialmente hacía mucho frío. Ya estaban en invierno, lo mejor era intentar remendar el abrigo que tenía en casa para cuando saliera del trabajo. La joven comenzó a caminar hasta su casa, el dinero que tenía lo utilizaría para comprar comida. Al menos la mujer le había dado una buena noticia, la paga no era tan buena como imaginaba, pero le serviría para pagar el alquiler y para sobrevivir cada mes. Pero lo que más le agrado de su trabajo, era que podía comer lo que quisiera en la cafetería. La empresa ofrecía el desayuno y el almuerzo para quienes lo desearan. Y eso no pensaba desaprovecharlo. Al cabo de una hora de caminata, Adriana estaba más que cansada cuando llego a casa. Lo único malo de su empleo, era que le quedaba muy lejos. Al abrir la puerta, Seus corrió a saludarla, brincándole en los pies. —Hola bola de pelos, ¿sabes que te he traído? —el cachorro comenzó a llorar de felicidad —. Si lo sé, estas feliz de verme. Lamento haberte dejado solo tanto tiempo, pero es que conseguí empleo. Ya no vamos a pasar hambre. Le dice encendiendo algunas velas, como no tenía electricidad, tendrían que vivir de ese modo hasta que pudiera cancelar la factura. —Quizás si pasemos un poco de frío, pero no pasa nada, te daré muchas mantas para que duermas bien. La joven comienza a servirle la comida al cachorro, quien empieza a comer con desespero. Ella sonríe, puesto que en todo el día no había probado bocado el pobre. —Espero que nuestra situación mejore —le dice acariciando su oreja mientras que Seus come.
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