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Silent Reverie

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Blurb

En el corazón de la sociedad victoriana, donde las apariencias son ley y el amor prohibido puede condenar al destierro, dos mujeres valientes desafían el destino para seguir los latidos de sus corazones.

Charlotte Fairchild, una joven de la alta sociedad atrapada en una jaula de convenciones y deberes, anhela desesperadamente la libertad. Pero su vida se transforma irrevocablemente cuando cruza miradas con Genevieve Montgomery, una intrépida heredera con el espíritu indomable, cuya rebeldía desafía todas las normas.

En medio de los salones iluminados por la luz de las velas de Londres, su amor surge como un brote prohibido en un jardín de rosas marchitas. Con la luna resplandeciente como testigo de sus más profundos secretos, se sumergen en un romance apasionado que desafiará las normas de su tiempo y cambiará sus vidas para siempre.

En un mundo donde el amor entre mujeres es el más terrible de los pecados y los corazones están destinados a romperse, ¿podrán Genevieve y Charlotte encontrar la fuerza para seguir adelante juntas? ¿O su amor se perderá bajo el peso de las expectativas y las adversidades?

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La fragilidad del corazón
"En los rincones más oscuros de la historia, florecen los amores más luminosos" - Emily Dickinson. Charlotte Fairchild paseaba entre los jardines nocturnos de la majestuosa mansión de su familia, donde la luz plateada de la luna tejía hilos de misterio entre las sombras. Sus pasos resonaban en el empedrado, un eco suave que marcaba su alejamiento del bullicio de la fiesta. Suspiró, agradeciendo el silencio nocturno que le brindaba un breve refugio. Cuando le pareció oír el crujir de una rama tras de sí, se dio la vuelta de inmediato. —¿Quién anda por aquí? —inquirió, su voz flotando en el aire, impregnada de curiosidad y una pizca de cautela. De entre la penumbra emergió una figura, femenina y etérea. Charlotte entrecerró los ojos al distinguirla como Genevieve Montgomery, recién llegada a los círculos selectos de Londres. Poseía una belleza magnética, con cabellos rojizos que evocaban al amanecer, cascadas que fluían sobre sus hombros, y unos ojos verdes que parecían ocultar secretos insondables. Sus rasgos, delicadamente esculpidos, podrían rivalizar con los de cualquier obra de arte. La mujer se aproximó con gracia, envuelta en la seda carmesí que acariciaba su figura esbelta. Charlotte la observó con detenimiento, dejándose envolver por la singularidad de su belleza. Aunque ella misma era una doncella de encantos, con cabello oscuro que relucía como la bóveda estrellada, piel nívea y ojos grises que ocultaban sus propios misterios, no pudo evitar sentirse deslumbrada por la presencia de la joven muchacha. —Perdona si te he asustado. —susurró Genevieve, su voz resonando en el aire de la noche, una melodía suave que acariciaba los sentidos—. No esperaba encontrar a nadie en estos jardines tan tarde. Charlotte la observó con recelo, preguntándose qué razón tendría para estar allí en aquel momento. No confiaba plenamente en ella, pero había algo en su aura que la intrigaba. —Deberías regresar a la fiesta —sugirió Charlotte, intentando deshacerse de su presencia. Genevieve sonrió con malicia, un destello travieso en sus ojos sombríos. —¿Y perder la oportunidad de disfrutar de la compañía de la señorita Fairchild? —replicó, una nota sarcástica danzando en su voz. Charlotte frunció el ceño ante el atrevimiento de la enigmática mujer. No estaba acostumbrada a ser desafiada de esa manera, y la sensación no le agradaba en lo más mínimo. —No veo cómo podríamos disfrutar de la compañía del otro —señaló con frialdad—. No tenemos nada en común. Genevieve dio un paso más cerca, sus ojos destellando con diversión y provocación. —¿Quién dice que necesitamos tener algo en común para disfrutar de la compañía del otro? —replicó, desafiando a Charlotte con la intensidad de su mirada. Charlotte se sintió desconcertada por el arrojo de la joven ante ella. No sabía cómo responder ante tal insolencia. —De todos modos, sería prudente que regresaras a la fiesta —insistió, tratando de mantener su compostura. Genevieve asintió con una sonrisa oscura, pero antes de dar media vuelta para retirarse, detuvo su marcha y clavó sus ojos en los de Charlotte. —Nos volveremos a encontrar, señorita Fairchild —declaró, su voz resonando con una promesa envuelta en misterio, antes de fundirse nuevamente en las sombras de la noche. Charlotte se quedó sola en los jardines, sintiendo el peso de la oscuridad sobre sus hombros. La presencia de Genevieve aún flotaba en el aire, dejando una estela de intriga y confusión en su mente. ¿Qué hacía ella allí, bajo la luz de la luna, en medio de la noche? *** Al día siguiente, durante el desayuno en la espléndida sala de la mansión, Lady Margaret compartió una noticia que sacudiría los cimientos de sus vidas. —Lottie, querida —comenzó su madre, con un tono serio en su voz—. Tu hermana y yo nos ausentaremos por un tiempo para que yo pueda recibir tratamiento médico en el extranjero. Charlotte se sintió sobrecogida por la revelación. —¿Qué tipo de tratamiento necesitas, madre? —inquirió con sincera preocupación. Margaret suspiró, mirándola con tristeza en los ojos. —He contraído tuberculosis y debo someterme a un tratamiento especializado. Es por eso que tu hermana y yo debemos partir juntas. Charlotte quedó boquiabierta ante la noticia. —Pero... ¿por qué no me dijiste que era tuberculosis? Me aseguraste que no era nada grave, que solo era un resfriado pasajero. Margaret sostuvo su mirada con ternura. —Conozco la delicadeza de tu corazón, Lottie, y no deseaba preocuparte innecesariamente. Además, el cambio de clima y los tratamientos médicos contribuirán a mi recuperación. Un nudo de preocupación se formó en la garganta de Charlotte. —Pero, ¿por qué Eveline puede acompañarte y yo no? Margaret le dirigió una mirada comprensiva. —Eveline es mayor. Tú aún eres joven y necesitas continuar con tu educación y refinamiento. A pesar de su frustración, Charlotte escuchó en silencio mientras su madre continuaba. —Anoche, durante la fiesta, Elizabeth Montgomery se ofreció a acogerte en su mansión mientras nosotras estamos fuera. Serás bien cuidada allí. Mientras su madre y su hermana realizaban los preparativos para el viaje, una sensación de inquietud creció en el interior de Charlotte. No sabía cómo sería la vida sin ellas, ni cómo enfrentaría la soledad en la mansión de la viuda Elizabeth Montgomery, donde también residía Genevieve, su cuñada. No deseaba ir allí, pero sabía que su madre no estaba en condiciones de escuchar sus objeciones, así que optó por guardar sus quejas para sí misma. Una vez que Lady Margaret y Eveline se retiraron para ultimar los detalles del viaje, Charlotte se acercó tímidamente a su madre. —Madre, ¿podría quedarme con William? —preguntó, esperanzada—. Sé que está ocupado administrando las tierras de la familia, pero... Margaret la interrumpió con suavidad, colocando una mano reconfortante sobre la de su hija. —Querida, tu hermano está sumamente ocupado con sus responsabilidades y no tendría el tiempo ni la atención necesaria para cuidarte como corresponde. Además, él debe buscar esposa. Tú necesitas estar acompañada y cuidada durante nuestra ausencia, y la mansión Montgomery es el lugar más adecuado para ti en este momento. Charlotte bajó la mirada, sintiendo una punzada de desilusión. Sabía que su madre tenía razón, pero no pudo evitar sentirse decepcionada. Sin embargo, se resignó a su destino y aceptó la situación con dignidad. —Entiendo, madre —dijo, forzando una sonrisa—. Haré lo que sea necesario para cuidarme mientras ustedes estén fuera. Lady Margaret le tomó la mano con ternura, reconociendo el sacrificio que su hija estaba haciendo. —Te prometo que volveremos tan pronto como sea posible, querida —aseguró, con un tono de sinceridad en su voz—. Y mientras tanto, estarás en buenas manos con Elizabeth Montgomery. Charlotte asintió, decidida a aceptar lo que el destino le deparaba. Aunque su corazón anhelaba la compañía de su familia, sabía que debía enfrentar este desafío con valentía y determinación. Con ese pensamiento en mente, se preparó para los días que vendrían y para la incierta travesía que le aguardaba en la mansión Montgomery. *** La noche antes de la partida de su madre y su hermana fue una danza de sombras y susurros en la quietud de su alcoba. Charlotte, envuelta en las sábanas de la incertidumbre, luchaba por encontrar reposo en un lecho de preocupaciones. La ansiedad tejía sus hilos alrededor de su corazón, entrelazando el miedo al desconocido futuro con el dolor de la inminente separación. Cada sombra proyectada por la luz de la luna parecía ser un eco de la soledad que se cerniría sobre ella. Con los primeros destellos dorados del alba, Charlotte se alzó de su lecho, desafiando el cansancio con la determinación de abrazar cada instante que aún le quedaba con su madre y su hermana. Se vistió con la premura de quien quiere retener el tiempo entre sus dedos y descendió las escaleras con pasos decididos. El desayuno transcurrió en un silencio lleno de palabras no dichas, un eco de emociones que se reflejaban en las miradas entrelazadas de madre e hija. Cada bocado era un amargo recordatorio de la partida inminente. Una vez saciadas las necesidades del cuerpo, se dirigieron al carruaje que aguardaba en el umbral, su puerta abierta como un portal hacia un nuevo capítulo de sus vidas. El frescor del alba apenas lograba disipar la melancolía que pesaba en el aire, como si la misma atmósfera compartiera el duelo de su corazón. Acomodadas en el carruaje, Charlotte se sentó frente a su madre y Eveline, anhelando grabar cada detalle de sus rostros en la memoria. La conversación fluía con la cadencia de un río tranquilo, sus palabras una pequeña isla de normalidad en medio del mar de incertidumbre que se extendía ante ellas. —Recuerden escribirme tan pronto lleguen —dijo Charlotte, tratando de enmascarar su pesar con una sonrisa trémula. —Lo haremos, querida —respondió su madre, su voz resonando con la promesa de un mañana mejor. —Y tú también, Charlotte, cuídate y mantente en contacto con nosotras. El trayecto hacia la estación de tren se convirtió en un peregrinaje a través de los paisajes que desfilaban ante sus ojos, cada árbol, cada colina, testigos silenciosos de una despedida dolorosa. Al llegar, las palabras de adiós fueron breves pero cargadas de amor y anhelo por el reencuentro. Mientras el tren se desvanecía en la distancia, Charlotte se permitió un momento de rendición ante la tristeza que pesaba en su pecho, un eco lejano de la partida que marcaba el inicio de un nuevo capítulo en su vida. Inhaló profundamente, absorbiendo la fuerza y el coraje que su familia le había legado, y con determinación, se volvió hacia el carruaje. A medida que el carruaje se alejaba de la estación, Charlotte observaba por la ventana, viendo cómo el paisaje de la ciudad cedían paso a la vastedad de campos abiertos y bosques frondosos. La realidad de su situación comenzaba a asentarse en su mente como la suave brisa que acariciaba su rostro; serían largos meses sin la presencia reconfortante de su madre y su hermana, las dos piedras angulares de su existencia. La mansión Montgomery se alzaba majestuosa en la distancia, una fortaleza de piedra rodeada por jardines que, incluso en su soledad, irradiaban una belleza serena. Un nudo se formó en el estómago de Charlotte al llegar, el reconocimiento de que aquel hogar sería su refugio temporal en los meses venideros. Sus altas torres y ventanas adornadas parecían susurrar historias de tiempos pasados, mientras el sol de la tarde arrojaba sombras largas sobre el camino de entrada. Aunque había visitado la mansión en fiestas y reuniones, nunca antes había sido su hogar temporal.

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