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Miss sugar (lesbian)

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Blurb

Gabrielle Miller, la exitosa joven multimillonaria de la que todos hablan, es una mujer inteligente, fría y obsesiva por su trabajo y el control. Su vida parece ser perfecta, pero su mundo se desmorona cuando se ve obligada a relegar su puesto como CEO de Miller's Publishing Company, a codirectora con una recién graduada. No está dispuesta a dejar que aquella chica tímida, parlanchina y precipitada se adueñe de su trabajo, pero quizás podría tomar más que eso.

Todos los derechos reservados.

Obra registrada en Safe Creative bajo el código 2105037706920.

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Colisión celestial
Gabrielle Definitivamente hoy no es mi día. Suspiro, dejándome caer sobre la silla de mi oficina, que pronto no me pertenecerá sólo a mí. Qué fastidio. ¿Acaso no he demostrado que soy perfectamente capaz de dirigir esto sola? ¡La editorial ha obtenido millones de dólares bajo mi cargo! Golpeo con fuerza la mesa de mi escritorio. He trabajado muy duro para llegar hasta aquí. Cuando comencé hace cinco años, esto no era más que una pequeña editorial en quiebra, que mis padres compraron y la dejaron a mi cargo. Trabajé sin descanso para llevarla a la cima, mientras otros se divertían, yo me quedaba horas extras siempre, mis fines de semanas consistían en adelantar el trabajo y asegurarme de que todo estuviera bajo control, el café por las noches se convirtió en mi mejor compañía, y descansar adecuadamente parecía descabellado y una pérdida de tiempo, por no mencionar las vacaciones, no podía permitirme eso. ¿Y ahora qué? Tendré que compartir el puesto con una recién graduada. Vaya mierda. Enfurecida, me llevo las yemas de los dedos a la cabeza y comienzo a presionar en un intento por calmarme. Estoy segura de que esto acabará mal, así empieza, primero se adueñará de mi oficina, luego se volverá codiciosa y querrá pasar por encima de mí. Además, ¿a quién se le ocurre que una chica tan joven e inexperta como ella está capacita para un puesto de CEO? Es una locura. Suspiro con pesadez por enésima vez en el día. Hace una semana que mis padres me dieron aquella noticia que me tiene de un constante mal humor. Una joven graduada de literatura inglesa en Stanford, trabajará conmigo y tendrá el mismo cargo que yo. Ya no dirigiré sola Miller's Publishing Company. En cuanto me lo dijeron les hice saber que no estaba de acuerdo en lo absoluto, intenté persuadirlos de todas las maneras posibles, pero ellos se mantuvieron firmes en su decisión. Les pedí una explicación, pero sólo se limitaron a decir que si realmente yo merecía estar allí lo probarían. Esa es una excusa terrible. No puedo aceptar una vaga respuesta como esa. Conozco a mis padres y sé que hay algo detrás de todo esto. Así llegamos al día de hoy, a las seis de la mañana, una fecha que sin duda no olvidaré. Joder, es que estoy hecha un verdadero desastre, sólo es cuestión de tiempo para que la bomba dentro de mí explote. Observo mi oficina con aire ausente, mi escritorio está del lado derecho —aunque antes estaba en el centro del cuarto—, y el que será de aquella chiquilla está en la otra punta, con su silla, su ordenador, y su teléfono. Ya tiene preparado todo lo que yo tengo, sólo que nuevo. Me pone enferma ver que sin mover un dedo ya está en mi lugar, me siento como un león enjaulado y debo hacer un esfuerzo para controlarme. Hoy es su primer día de trabajo, debe estar aquí a las siete, y como si ya no fuera suficiente, tengo que explicarle su trabajo y enseñarle cómo funcionan las cosas aquí. Preparar a los nuevos siempre lleva su tiempo, eso no me molesta en realidad, pero si considero su edad, su falta de experiencia y el cargo para el que ha sido contratada, puedo anticipar desde ya que será un auténtico dolor de cabeza hacerlo. Se equivoca si cree que se lo pondré fácil sólo porque es nueva. Haré que se arrepienta de haber aceptado este trabajo. Eso es, cuando mis padres se den cuenta de su incompetencia para manejar un puesto tan alto como este, la despedirán. Bueno, si es que ella no decide huir por sí misma al notar lo duro que es trabajar como CEO. El peso tan grande de las responsabilidades que esto implica, no es para todo el mundo. De pronto, alguien toca la puerta, regresándome a la realidad. —Adelante. La puerta caoba se abre, y de inmediato ingresa mi secretaria, Megan Jacobs. Lleva el cabello rubio en un prolijo moño, una blusa blanca y una falda negra entubada, sus tacones de aguja también son negros. Ella me sonríe un poco y se acerca a mi escritorio. —Buenos días, señorita Miller. Aquí tiene su café —indica alegre. —Buenos días, Jacobs. —respondo secamente. No quiero ser grosera, así que añado—. Gracias, ya puedes retirarte. Estoy tan molesta que no quiero que nadie se me acerque. En estos momentos podría detestar a quienquiera que se me ponga en frente. Jacobs parece darse cuenta que no deseo ningún tipo de conversación, por lo que sale sin decir una palabra, lo cual agradezco. Anticipando un día extenuante, reconozco mi tendencia a la irritabilidad, algo que sucede con más frecuencia de la que quisiera admitir. Tomo un sorbo de café y decido abordar mi trabajo de inmediato, buscando mantener mi mente ocupada. No permitiré que la presencia de una nueva empleada me intimide; mostraré que soy la persona adecuada para dirigir Miller's Publishing Company, y que mi posición actual la he alcanzado por mis propios méritos. Comienzo a revisar algunas de las propuestas que hemos recibido. Por lo general, suele ser una lista interminable y aunque la editorial cuente con miles de empleados, siempre hay mucho trabajo por hacer. Claro que, hay puestos específicos para ello, pero intento chequear por mi cuenta la mayor cantidad que me es posible. No puedo dedicarle demasiado tiempo, pero soy cuidadosa a la hora de seleccionar, ya que no todos pueden obtener el visto bueno. Aun así, en ocasiones no rechazo las propuestas por completo, algunas se merecen más oportunidades, de modo que a veces tienen la posibilidad de mejorar sus obras. Es difícil ser elegido, pero intento incentivar a la gente a que no se rinda. Examinando el primer dossier, encuentro una presentación larga y una comedia romántica que no encaja en nuestras preferencias. Paso al siguiente, una novela de misterio demasiado extensa para revisar por completo. El tercer dossier presenta un thriller con una sinopsis atractiva y capítulos limitados, lo cual facilita la evaluación. Sin embargo, el siguiente trabajo, una novela romántica sobre una enfermedad terminal, carece de precisión médica. Finalmente, mi intercomunicador suena, interrumpiendo mi análisis. —Señorita Miller, el editor en jefe quiere saber si puede ir a su oficina un momento. Oh, y también la requieren desde el área de Relaciones Públicas —me informa Jacobs, con su habitual tono calmado. —Está bien, dile que venga. Cuando termine me dirigiré hacia Relaciones Públicas. Miro la hora en el ordenador, que indica que son las 6. 40 a.m, quedan menos de 20 minutos para que la usurpadora haga su aparición. Lo cierto es que mis padres mencionaron su nombre, pero no lo recuerdo. Me encojo de hombros. No tenía la más mínima intención de hacerlo tampoco. Tengo la impresión de que la detestaré aún más cuando esté frente a mí. Pronto aparece el editor en jefe, George Blanc, cargando con unos cuantos archivos en sus manos, y desde entonces ya puedo anticipar que no será breve. Cuando por fin he terminado, me estiro un poco en mi asiento y sonrío al ver lo que he hecho en poco tiempo. Mis padres deberían estar más que satisfechos de tenerme al mando, después de todo quien hizo que esta editorial se hiciera un hueco importante fui yo. Sé que suena egocéntrico, pero me da igual, ellos sólo continuaron con sus negocios mientras yo tomaba el control. Le pongo fin a mis pensamientos y me levanto, tomándome un fugaz momento para observar la oficina. Quiero que todo esté en perfecto estado cuando llegue aquella chiquilla. Así, podrá ver que todo está bajo control y que no la necesito. Mis cosas están limpias y ordenadas, aunque realmente no tengo demasiadas cosas; ni fotografías sobre mi escritorio, ni tampoco cuadros. Eso no es para mí. Me basta con tener mi lapicero, unos cuantos papeles y el ordenador. Bien, todo está listo. Satisfecha, salgo de la oficina en busca de la máquina expendedora que está a sólo unos metros por el pasillo. Coloco una moneda y selecciono un refresco de limón. Espero unos segundos, pero nada cae. Grandioso. Oprimo de nuevo el botón, pero en cuanto lo repito un par de veces y nada sucede, mi autocontrol comienza a esfumarse y la ira que he estado conteniendo desde la mañana amenaza con salir de mí. —¡Sólo quiero el jodido refresco! —gruño, golpeando con mis puños la máquina. Estoy a punto de propinarle otro golpe, cuando siento una mano posarse sobre mi hombro. Me doy la vuelta y me encuentro con una pequeña chica. —Espera —dice ella, su voz suena tranquila y delicada. Abro la boca para decirle que no se meta en lo que no le importa, cuando veo que se inclina cerca de la máquina, le da un leve golpecito en la parte baja y mete su mano en la ranura, hasta extraer mi refresco. Ella esboza una pequeña sonrisa triunfante, y me extiende la lata. Casi sin darme cuenta, un atisbo de sonrisa aparece en mi rostro, de algún modo, irradia cierta felicidad que es contagiosa. —Tiene un pequeño truco. —declara, metiendo un rebelde mechón de pelo detrás de su oreja—. Mi padre me lo enseñó. —Gracias —respondo honestamente. —No hay de qué. —responde, y unos adorables hoyuelos aparecen en sus mejillas—. ¿Mal día? —indaga, mirándome directamente a los ojos. Su cabello rubio con ligeros rizos cae sobre sus hombros. Sus ojos color avellana no dejan de mirarme y yo soy incapaz de apartar la vista de ella también. Su piel es blanca, y su nariz respingada está cubierta por algunas pecas. Sus labios son pequeños y no puedo evitar preguntarme si son tan suaves como parecen. Trago saliva. Por Dios, ¿qué acabo de pensar? «Contrólate, Gabrielle». No es ningún secreto que me gustan las mujeres, pero suelo mantener a raya mis pensamientos. El problema es que ella realmente es muy bonita. —Sí... No ha sido un muy buen día —consigo responder al fin, rogando por que no se haya percatado de la forma en que la estaba mirando. Ella abre la cremallera de su bolso, introduce su mano y luego me ofrece un dulce. Un tanto desconcertada, lo acepto. —No sé tú, pero para mí no viene nada mal un poco de azúcar cuando tengo un mal día —confiesa, enseñándome una encantadora sonrisa. Observo el dulce aún en mi mano, y de repente me siento mejor. No es que eso pueda solucionar mis problemas, pero es imposible no sentirse bien con ese gesto. Después de todo, no es habitual encontrarse con alguien tan peculiar y alegre como ella en este lugar. —¿Cómo te llamas? No te he visto por aquí —le pregunto, formando una sonrisa completa. Vaya, es la primera real en todo el día. Le quito el envoltorio y me llevo el dulce a la boca. —Mi nombre es Phoebe Jensen. Hoy es mi primer día aquí, trabajaré en equipo con la directora... La interrumpo al ahogarme con el dulce. La sorpresa ha hecho que me lo trague casi sin darme cuenta. Mi tos cesa luego de unos segundos. Ella me pregunta si estoy bien y pone su mano sobre mi hombro. De repente quiero apartar su mano y decirle que no me toque, pero me contengo. Maldita sea, bajé la guardia con ella, aunque debo decir que la usurpadora resultó ser... diferente a lo que esperaba. Pero aun así, no caeré en su trampa. Seguro que esa imagen dulce es sólo una máscara. —Bien, señorita Jensen, nos queda un largo camino por recorrer. —logro articular, tras salir de mi asombro. Ella frunce el ceño y yo le tiendo la mano—. Yo soy Gabrielle Miller, la directora de esta editorial.

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