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Heredera del Sol

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Blurb

En un mundo oscurecido por la apertura de las Tierras Sagradas, la esperanza parece perdida. Orión, afligido por la creencia de que ha perdido a Octavia para siempre, lidera una lucha desesperada contra la tiránica Diosa Luna, decidido a vengar a su amada y liberar al mundo de su reinado de terror. Sin embargo, en un rincón olvidado de este mundo ensombrecido, Octavia, viva pero devastada por la traición y la pérdida, se enfrenta a una existencia plagada de desesperación y sombras.En las profundidades de su aislamiento, Octavia encuentra un rayo de luz en Aiden, un joven valiente que se convierte en un aliado inesperado. Juntos, forjan un vínculo inquebrantable, una alianza que se vuelve esencial en su lucha por la supervivencia.Este emocionante final de trilogía teje una historia de amor, traición y resistencia. Mientras Orión y Octavia, separados por un destino cruel, luchan en frentes distintos, se plantea una pregunta ineludible: ¿Quién sobrevivirá en esta confrontación entre la luz y la oscuridad?

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Capítulo 1
Orión El bosque bajo mis pies era un borrón de sombras y destellos de luz lunar, mis sentidos completamente vivos, mientras corría. Cada paso era una explosión de hojas secas y ramas quebradizas, resonando en el aire fresco de la noche. No había miedo en mi corazón, solo una sed insaciable de adrenalina que me impulsaba hacia adelante, más rápido, siempre más rápido. "Solo déjame salir," gruñó Ciro, su voz una vibrante presencia en mi mente. "Aún no, no llegamos todavía," le respondí con determinación, empujando a mis piernas a un ritmo aún más vertiginoso. Sentía cada músculo tensándose y liberándose en una danza perfecta de fuerza y agilidad, mi respiración sincronizada con cada movimiento. El olor húmedo de la tierra mezclado con el aroma dulce y picante de las hojas de pino llenaba el aire, estimulando mis sentidos aún más. Los sonidos del bosque, el susurro de las hojas, el lejano aullido de un animal, se entrelazaban con el ritmo de mi corazón latiendo fuerte en mis oídos. A lo lejos, el monstruo que me seguía emitía un rugido bajo y gutural, un sonido que habría helado el alma de cualquier otro, pero en mí, solo avivaba la llama de mi audacia. No era miedo lo que sentía, sino una excitación electrizante, una danza con el peligro que me hacía sentir más vivo que nunca. "Están a salvo," resonó la voz calmada de Lucas en mi mente, su enlace mental tan claro como si estuviera a mi lado. "Están trabajando con los cables." Al escuchar esas palabras, una ola de alivio momentáneo me recorrió. Ahora, con mi mente liberada de la preocupación por la seguridad de los demás, podía concentrarme en la bestia que acechaba ante mí. Este enfrentamiento se había convertido en algo más que una simple caza; lo sentía mi revancha personal, hace más de un mes tuve que dejar de pelear con estas criaturas cuando... No, no iba a pensar en eso ahora, no era el momento de dejarse arrastrar por recuerdos oscuros y pensamientos dolorosos. Con un giro ágil y preciso, me enfrenté al Umbra. La criatura, un abismo de oscuridad y malicia, estaba a apenas unos metros, sus ojos brillando con una sed de sangre que reflejaba la mía. En ese instante, dejé que Ciro tomara el control, cediendo a su fuerza y ferocidad. Su toma del mando fue como una tormenta desatándose dentro de mí, poderosa e incontrolable. Sentí cómo mi cuerpo respondía con una precisión depredadora, cada músculo y cada fibra listos para el ataque. Con un rugido que parecía sacudir el mismo aire, Ciro se lanzó hacia adelante, sus garras apuntando con una precisión letal al cuello del Umbra. La bestia gruñó, un sonido grave y amenazador, pero ya era demasiado tarde. Ciro, con un movimiento rápido y brutal, arrancó la garganta del Umbra, su sangre oscura y espesa goteando de nuestra boca. La bestia cayó al suelo con un golpe sordo, su cuerpo enorme inerte, un testamento de nuestra victoria feroz. Pero la satisfacción del triunfo fue efímera, interrumpida por un aullido familiar que cortó a través del silencio del bosque. Mi cabeza se giró instintivamente hacia el origen del sonido, mis ojos buscando frenéticamente en la penumbra del bosque. El reconocimiento del aullido de Jake encendió una urgencia nueva en mí. Sin perder un segundo, corrí con la agilidad de un depredador, mis pies apenas tocando el suelo mientras me movía entre los árboles. La escena que encontré encendió un fuego ardiente de rabia en mi pecho. Jake, un compañero y amigo, estaba atrapado bajo la garra descomunal de otro Umbra, su rostro torcido en una mezcla de dolor y desafío. Sin dudarlo, y sin permitirme pensar en las consecuencias, me lancé al ataque. Ciro, aún al mando, se movió con una precisión letal. Nos abalanzamos sobre el Umbra, nuestras garras apuntando hacia sus vulnerabilidades, cada golpe un reflejo de nuestra determinación de no perder a otro ser querido a manos de estas criaturas despiadadas. El aire se llenó con el sonido de nuestra lucha, un duelo feroz bajo la luz tenue de la luna. El grito de advertencia de Jake, cargado de urgencia, me sacudió justo a tiempo. "¡Alfa! Cuidado atrás," exclamó, pero ya era demasiado tarde para esquivar completamente el ataque. Un tercer Umbra, surgido de las sombras como una pesadilla viviente, se lanzó sobre mí con una velocidad aterradora. Sus garras, afiladas como cuchillas, se hundieron en la carne de mi costado, arrancando un aullido de dolor que resonó en el bosque nocturno. A pesar del dolor lacerante, mi enfoque nunca vaciló. Vi cómo Jake, recuperando su fuerza y ferocidad, tomó el control de su agresor, su cuerpo moviéndose con una determinación implacable. Al mismo tiempo, dos lobos de nuestra manada, alertados por el combate, se unieron a la lucha, lanzándose sobre el Umbra que me había herido. "Mierda," gruñí internamente, sintiendo cómo la sangre caliente se deslizaba por mi piel. Pero incluso con el dolor quemando en mi costado, no permití que me detuviera. Ciro y yo, en una simbiosis perfecta de hombre y lobo, luchamos con una rabia renovada, cada movimiento guiado por la necesidad de proteger a los nuestros. Los Umbra, a pesar de su ferocidad y fuerza sobrenatural, no eran rivales para nuestra determinación. Con cada zarpazo y mordida, los obligamos a retroceder, hasta que finalmente, los dos monstruos yacían inertes a nuestros pies, sus cuerpos un testimonio de nuestra resistencia y fuerza. La transformación de vuelta a nuestra forma humana fue un proceso doloroso, exacerbado por la herida en mi costado. A medida que mi piel se reformaba y las garras se retraían, el dolor agudo de la herida se hizo más presente. Al recuperar mi forma humana, mis ojos se encontraron con los de Jake. En su mirada había una mezcla de alivio y reproche, como si quisiera reprenderme por el riesgo que había tomado. Pero antes de que pudiera articular palabra, lo corté con un gruñido bajo. —Ni se te ocurra decir nada, —dije, mi voz ronca por el esfuerzo y el dolor. No había tiempo para reproches o discusiones; había sobrevivientes que necesitaban nuestra ayuda y una misión que completar. Con un esfuerzo, volví sobre nuestros pasos, cada movimiento enviando olas de dolor a través de mi cuerpo. A lo lejos, la aldea, donde Lucas y Sam trabajaban incansablemente, comenzaba a materializarse entre los árboles. Estaban allí rescatando a los sobrevivientes y finalizando la reparación de unos cables esenciales para nuestra comunicación con las otras manadas. La preocupación en el rostro de Sam era evidente cuando examinó mi herida. —Diosa santísima, esa herida está horrible, —susurró, sus manos temblorosas sosteniendo unos rollos de cables y una caja que, a pesar de su condición, cargaba con determinación. Sin dudar, tomé los objetos de sus manos, aliviando su carga. Mi mirada se desvió hacia Lucas, fría como el hielo. —¿De verdad piensas hacer cargar estas cosas a tu compañera embarazada? —le gruñí, mi voz cargada de reproche. Sam intervino antes de que Lucas pudiera responder. —Sabes que no le pasará nada a Ellie, —dijo con una firmeza que me sorprendió, —el escudo que Octa... ella colocó aún está en su lugar. La mera mención de Octavia era como un golpe directo al corazón, haciendo que mi sangre se enfriara en las venas. Pero no podía permitirme perderme en esos pensamientos ahora. —¿Todo listo? —pregunté, desviando rápidamente el tema. La tensión dentro de mí era una bestia que necesitaba ser contenida. —Si, con esto reparado podremos comunicarnos con los demás Alfas, —respondió Lucas, su voz seria mientras colocaba las últimas herramientas en la caja que yo sostenía. Era hora de partir. —Debemos volver ahora, no falta mucho para que los Elegidos de la Diosa comiencen su patrulla, —dije, dando media vuelta y encaminándome hacia los búnkeres que se habían convertido en nuestro refugio temporal. Al llegar al búnker, me invadió una sensación de sobriedad. Recordé la casi ejecución de mi padre y Lucas, un evento que había marcado un punto de inflexión para nosotros, para mí. Después de aquello, la manada se había unido bajo mi mando para expulsar a los Elegidos de la Diosa de la ciudad, liberándonos de su opresión. Era evidente que nuestras acciones habían atraído la atención indeseada de la Diosa, y por seguridad, había tomado la decisión de dispersarnos. Los búnkeres distribuidos por la ciudad nos ofrecían refugio y la posibilidad de mantenernos ocultos y seguros. Antes de entrar en nuestro propio refugio, me tomé un momento para contactar a todos los Alfas, instándolos a tomar medidas similares para proteger a sus manadas. A pesar de nuestros esfuerzos, la triste realidad era que no habíamos podido llegar a todos los habitantes del territorio. Muchos aún estaban ahí fuera, vulnerables y solos. Por ello, todos los días, salíamos en busca de sobrevivientes, una misión peligrosa pero necesaria para asegurar la seguridad de todos los que podíamos. Cada vida que salvábamos era un pequeño triunfo en esta guerra desgarradora, una chispa de esperanza en la oscuridad que nos rodeaba. Teníamos un problema técnico con los búnkeres. Construidos con gruesas paredes de hierro, estos refugios eran eficaces para mantenernos a salvo de las amenazas externas, pero al mismo tiempo, obstaculizaban la comunicación con nuestros lobos y el enlace telepático entre nosotros. Esta limitación nos dejaba en una desventaja significativa, especialmente en tiempos donde la coordinación rápida y efectiva era crucial. La reparación de las radios en cada búnker se había convertido, por lo tanto, en una prioridad. La misión de hoy había sido un paso esencial hacia ese objetivo. Entrando al búnker, sabía que aún quedaba mucho trabajo por hacer. Pero con cada acción, con cada pequeña victoria, nos acercábamos más a nuestro objetivo final: la libertad y la seguridad de nuestra manada y de todos aquellos a quienes juramos proteger.

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