Capitulo 3

4858 Words
La profesora McGonagall les informó acerca de todo lo que había pasado durante ese día, de cómo los aurores estaban terminando ya de encerrar a todos los mortífagos, y además liberando prisioneros escondidos en casas de muchos de esos mortífagos. Como la comunidad mágica se estaba poniendo en pie para reponerse de todas las perdidas y, con los ojos ligeramente húmedos, también les informó acerca de los funerales que se realizarían al día siguiente, cerca de donde se había enterrado al profesor Dumbledore, donde se crearía un monumento a todos los caídos durante esa batalla y durante la guerra. Harry no quería escuchar todo aquello, su mente se puso en blanco, tratando de alejar toda esa información, no la necesitaba más, no quería saber más, preferiría estar sordo y ausente de esa reunión, y de cualquier otra que tuviera que ver con entierros, cementerios, monumentos y reconocimientos… de pronto volver a la cama del dormitorio de Gryffindor se le hacía más deseable que nunca. Después de pasar más de una hora escuchando a la profesora McGonagall y repitiendo que habían cosas que no podían contar acerca de lo que había pasado realmente, ella los dejó ir, indicándoles que en el gran comedor la familia Weasley los esperaba ya. Harry caminó como en un sueño por los pasillos, junto a sus dos amigos, hasta el gran comedor, donde la familia Weasley, los esperaban. Casi ni sintió los abrazos y palmadas de los demás miembros de la familia, o el beso que Ginny le dio en la mejilla, notando más que nunca la ausencia de Fred. George estaba a un lado de su padre, luciendo ojeroso y cansado, ya no había ni una gota de la chispa de antes en esos ojos, era como si estuviera incompleto, le faltaba su otra mitad; le faltaba Fred. La señora Weasley le abrazó y lloró en su hombro por bastante rato, y él correspondió al abrazo, masajeando suavemente su espalda y buscando qué hacer o decir para sanar sus heridas y calmar su dolor. Con mucha pena y frustración se dio cuenta de que no había nada que pudiera hacer. Había podido vencer a Voldemort tal como todos esperaban, había sido la pieza clave para terminar con una horrible guerra, incluso había dado su vida por eso y, sin embargo, era incapaz de consolar de la manera adecuada a aquella mujer que tanto había hecho por él. Se sintió mucho peor que antes. Pese a las protestas de Ginny, Harry decidió quedarse en Grimmauld Place, no soportaba estar en la escuela más tiempo, no cuando cada rincón le recordaba tanto a todo lo que había pasado. Aquel castillo había sido su hogar, su verdadero hogar, pero ahora, por el momento, no era más que un lugar macabro del cual le gustaría escapar lo más a prisa posible. Los demás miembros de la familia Weasley entendieron sus deseos y no pusieron mayores reparos, comentaron que irían a visitarlo lo más pronto posible, aunque aún les faltaba pasar uno de los tragos más amargos, el entierro de Fred y de todos los demás caídos. Aquella misma tarde se había instalado junto a Ron y Hermione en Grimmauld Place. Kreacher había ido a ayudarlos y limpiar un poco, aunque en realidad la casa lucía tal y como la habían dejado muchos meses atrás. Hermione tenía una mirada extraña mientras juntaba y apilaba los pergaminos que aún estaban sobre la mesa del comedor, aquellos en los que habían urdido sus primeros planes para llegar al ministerio y hacerse del medallón de Slytherin que tenía Umbridge. Por sólo un instante Harry se preguntó qué habría sido de aquella mujer ahora que la guerra había terminado, luego de que ella participara en los planes de Voldemort. Harry y Ron decidieron compartir la misma habitación que habían compartido durante su estancia en quinto año, y Hermione se instaló en la habitación de al lado. No cargaban con ninguna de sus pertenencias, apenas con un par de mudas de ropa que la Señora Weasley había dejado para ellos, las demás cosas que tenían habían sido dejadas en casa de Fleur y Bill, quienes habían prometido pasar a dejarlas al día siguiente, luego del funeral. Cuando Harry se dejó caer en la cama nuevamente ya era muy tarde, había estado recorriendo la casa, recordando cuando Remus se había aparecido allí y habían discutido, aquello le hizo recordar al pequeño Ted, de apenas menos de un mes de nacido, su ahijado, a quien debía cuidar y apoyar de ahora en adelante, ahora que su padre, que ambos padres, habían muerto. Otra de las cosas que de alguna manera lo había distraído durante la tarde era que Hermione notara la ausencia de sus gafas, él también las extrañaba, y había intentado usarlas durante la reunión con la profesora McGonagall, pero se dio cuenta de que sólo le dañaban la vista, se sentía raro sin ellas, pero ya no las necesitaba más. Había ─bajo pedido de Hermione y para probar su teoría─ intentado hablar pársel, pero no había podido, entonces la chica había dicho que recordaba uno de los libros del profesor Dumbledore, en donde se explicaba que el objeto usado como Horcrux de alguna manera quedaba dañado, y que entonces seguramente una vez muerto Voldemort, Harry se había recuperado de aquel daño, es decir, había recuperado la vista, y había perdido la parte de poderes que Voldemort le había dado: hablar pársel. Harry no podía decir que extrañaría aquel don, estaba seguro que era lo mejor, no quería tener ya ni un solo vestigio de Voldemort o su alma en su cuerpo. Nunca más. Los funerales se llevaron a cabo al medio día. Ron, Hermione y Harry habían aparecido en la entrada de Hogwarts, los tres luciendo sus túnicas oscuras y caminando en silencio a través de los jardines. Ron tomaba la mano de Hermione mientras la chica enroscaba su brazo en el de Harry, y así se fueron acercando al gran grupo de sillas que estaban colocadas de la misma manera que durante el entierro del profesor Dumbledore, sólo que esta vez había mucha más cantidad de ellas, y mucha más gente también. Conforme se acercaban, la gente empezaba a señalarlos y murmurar cosas. Harry se sintió cada vez más incómodo, incluso pensó en la idea de desaparecer de allí y refugiarse en su habitación una vez más. Hermione presionó su mano un poco más fuerte contra su brazo y le hizo levantar la mirada, los castaños ojos de la chica trataron de infundirle ánimos, Harry tomó una bocanada de aire y se apresuró a caminar hasta donde los Weasley estaban esperando. En cuanto llegaron, Ginny hizo una mueca de disgusto mientras se movía lo más cerca posible de él y tomaba su mano libre. El contacto le pareció agradable y reconfortante, entrelazó sus dedos con los de ella y de pronto se vio libre del agarre de Hermione mientras saludaba nuevamente a todos los Weasley, para luego seguir hasta donde se encontraba Andrómeda, cargando un pequeño bebé, envuelto en una liviana manta celeste. —Lo siento mucho —murmuró Harry no sabiendo qué más se podía decir en un momento así, la mujer levantó la vista y trató de esbozar una sonrisa, aunque lo que apareció fue más una mueca. Harry se agachó un poco más para apreciar al pequeño bebé, que dormía en brazos de su abuela, completamente ajeno a todo lo que estaba pasando, ignorante de que había perdido a sus padres sólo un par de días antes. —Mi hija y Remus hablaban mucho de ti, me contaron sobre su decisión de que fueras el padrino. —Sí… Yo acepté, por supuesto —contestó Harry deslizando con temor un dedo sobre la mano cerrada del pequeño. —Espero que vengas muy pronto entonces, Teddy necesitará mucho de nosotros ahora que… —Andrómeda apretó los labios y desvió la vista hacia el pequeño, Harry sabía que estaba conteniendo las lágrimas, suavemente posó una mano sobre el hombro de la mujer. —Estaremos para él… La mujer sólo asintió en silencio, incapaz ya de decir una palabra más. La ceremonia se inició sólo un momento después, el mismo mago anciano que había llevado a cabo el entierro del profesor Dumbledore estuvo en frente. Ginny no soltó su mano en ningún momento, de vez en cuando Harry le lanzaba miradas a sus amigos, Hermione lloraba, recostando la cabeza sobre uno de los hombros de Ron, mientras que el chico miraba todo de manera ausente. Sabía que se estaba conteniendo, al igual que él, por no salir corriendo, o por no quebrarse delante de toda esa multitud. Luego de terminada la ceremonia y de que todos los ataúdes blancos ardieran y se fundieran con la tierra, Harry se encontró rodeado de muchos de los miembros de la orden que habían sobrevivido a la guerra, todos estaban aliviados y tenían deseos de felicitarlo porque al fin había logrado cumplir con la misión que Dumbledore le había encargado, aunque no quiso aún así contarles de que se trataba dicha misión. Harry sí trató de explicarles acerca de la participación de Snape en todo eso y de cómo él había sido uno de los grandes responsables de la victoria. Los miembros de la orden, incluyendo al provisional ministro Kingsley lo miraban no muy convencidos, Harry entendió que tendría que trabajar más duro para limpiar el nombre del profesor, después de todo se lo merecía, era uno de los hombres más valientes que había conocido, y dejando de lado todo lo personal, no sería justo que su nombre no quedara en alto y limpio. Luego de aquella tarde, en la que había hablado con demasiada gente, había vuelto junto con sus amigos a casa, y había decidido encerrarse allí. De pronto el salir a la calle y ver el mundo no le apetecía en lo más mínimo, prefería permanecer allí, en silencio, en paz y calma. Lo único que perturbaba esa ansiada paz era Ginny, que iba todas las tardes a verlos, Hermione aprovechaba el momento para desaparecer con Ron, dejándolos solos, en un inicio todo había estado bien, Harry sentía alivio en los brazos de ella, en sus caricias y sus besos, cada vez más osados, sin embargo poco a poco todo se volvió abrumante. Ginny le exigía abandonar ya su encierro, le comentaba acerca de todas las ceremonias y celebraciones que se estaban realizando en el mundo mágico, de la reconstrucción de la escuela y de cómo todos clamaban para que "El gran salvador" hiciera su aparición. Harry se seguía negando a eso, no quería saber nada de lo que pasaba fuera de esa casa, de cómo la gente estaba siendo capturada o rescatada, ni siquiera quería recibir ya "El profeta", sabía que sus amigos sí lo leían, y que diariamente llegaba una copia a casa, pero él simplemente no estaba interesado. La insistencia de Ginny era algo que cada vez lo ponía de peor humor, y al final con la única con la que pudo hablar de ello había sido con Hermione, aprovechando que Ron había ido a visitar a George. —Lo que necesitas es un cambio de aire — le dijo Hermione mientras guardaba todas sus cosas en el baúl de viaje —, salir de aquí… Harry bufó fastidiado y se sentó en la cama mirando a su amiga con el ceño fruncido —No me entiendes, tengo que convencer a Ginny de que me deje de presionar para salir y tú vienes y me pides lo mismo… —No, no, Harry —Hermione se acercó a él, tomando sus manos —. Me refería a salir de Londres, salir de Inglaterra, tomar unas vacaciones o algo así… alejarte de todo esto. —Oh… —Tal vez Ginny pueda ir contigo — aventuró Hermione, Harry negó rápidamente con la cabeza. —Ella… no creo que sea buena idea —Harry suspiró profundamente, recordando lo fácil que era pelear con la chica últimamente —. Yo sé que la extrañaba y pensaba en ella y en lo que habíamos tenido antes, siempre lo hacía, pero ahora… ahora las cosas son diferentes, y no como cuando estuvimos juntos en la escuela… —Todos hemos pasado por una guerra… supongo que todos hemos cambiado, especialmente tú, ahora eres diferente. Harry evitó la mirada de la chica, sopesando sus palabras, sí se sentía diferente, ya no había nadie persiguiéndolo o queriendo matarlo, ya no había ninguna amenaza sobre sus amigos… pero aún así, pese a que sabía que ya todo había terminado y que era libre de vivir, no quería, no podía hacerlo, se sentía culpable por hacerlo cuando habían muchos que no lo harían, sólo deseaba estar encerrado allí, quizá por el resto de su vida… Aquella noche Ginny apareció nuevamente, se veía algo molesta cuando entró al salón para alcanzar a Harry, que leía, sentado sobre la alfombra, uno de los pocos libros de quidditch que tenía. —¿Hoy tampoco se te apetece salir? — preguntó la chica sentándose a un lado de él y quitándole el libro de las manos. Harry se preguntó por qué para ellos dos era tan difícil pasar el tiempo como Ron y Hermione, a veces sólo sentados en algún lugar, leyendo o escribiendo, sólo disfrutando la presencia del otro. —No, y no insistas. Ginny hizo un puchero y se inclinó hacia delante, Harry tuvo una mejor visión de su escote y sus pechos, mientras sentía las manos de Ginny sobre sus brazos, jalándolo. Harry suspiró profundamente y completó el espacio que quedaba entre ellos para besarla, lenta y suavemente, como tenía costumbre hacerlo, mientras ella se apretaba cada vez más contra su cuerpo. Podía sentir sus pechos apretando su propio pecho y las piernas de ella presionando sus piernas, las sintió bastante pequeñas, era como si recién notara lo pequeña que era. No supo exactamente en qué momento, pero pronto una de las manos de Ginny estaba sobre su m*****o, presionando aún sobre la tela del pantalón, ahogó un pequeño grito sobre los labios de Ginny mientras retrocedía en la alfombra todo lo posible para alejarse. Ginny soltó el aire enfadada y lo miró a los ojos, sus mejillas estaban sonrojadas. —No te excito. —¿Cómo dices? — preguntó Harry sonrojándose también. —Que no te excito, no soy lo suficientemente buena para hacerlo —Ginny se cruzó de brazos y desvió la mirada, Harry rogó por que no se pusiera a llorar. —¿Ginny? —No me digas nada, seguramente te gusta alguien más y por eso yo no te excito. —Pero, ¿acaso tú quieres…? — Harry dejó las palabras en el aire, esperando que su novia continuara por él, se sentía tan incómodo hablando con ella de eso. —Sí, por supuesto que quiero, eres tú el que noche tras noche me evita, no te gusta que te bese o que te toque, porque yo no te gusto, porque seguramente te gusta alguien más — Ginny se puso en pie y acomodó sus ropas, sin mirarlo ni una sola vez. Harry permaneció sentado mirando a la chica y lo bella que estaba con el cabello suelto cayendo sobre la espalda, sus labios sonrojados y sus figura delineada bajo las ropas, sin embargo ella tenía razón, a él sólo le parecía que se veía bien, o linda, pero no era algo que lo excitara… —¿Vas a volver mañana? — preguntó cuando la chica ya estaba cerca de la chimenea para volver a su casa. —¿Para qué lo haría? —Para… conversar o pasar el tiempo juntos, podríamos… —Harry se detuvo cuando vio la mueca de fastidio en el rostro de Ginny y observó en silencio cómo la chica desaparecía por medio de la red flú, en cuanto lo hizo soltó un gran suspiro y se dejó caer completamente de espaldas. Había intentado permanecer completamente en blanco, no pensar en absolutamente nada, no preocuparse por más nada en el mundo, sin embargo ahora estaba Ginny, un problema que lo obligaba a meditar, y él no quería hacerlo porque meditar implicaba recordar y no estaba listo para hacerlo, aún no. Luego de aquella tarde Ginny no volvió a aparecer, habían pasado ya unos cuantos días y Harry no quería reconocer que se sentía más a gusto sin la angustiante presencia de la chica. Ron ya le había dicho que Ginny le mandaba decir que era su turno de buscarla en la madriguera, y aunque su amigo parecía algo enfadado por todo lo que estaba pasando, se medía de no hacer ningún comentario, Harry intuía que Hermione tenía algo que ver en el asunto. Una de aquellas tardes, tres semanas después de que la guerra hubiera terminado, Harry y Ron jugaban al ajedrez mágico, mientras Hermione repasaba unos folletos sobre el sofá. Harry había querido preguntar de qué se trataban, pero, imaginando que eran lugares en los cuales estudiar, o carreras que seguir, no se animaba a hacerlo, no quería iniciar una charla sobre el futuro tampoco, entonces fue cuando Ron soltó el comentario, Harry estuvo seguro que se le había escapado y aunque ya se le habían escapado antes comentarios referente a lo que pasaba afuera, este si logró captar su atención, pues tenía una palabra clave: Malfoy. Harry levantó la vista rápidamente del tablero. —¿Qué fue lo que dijiste? —Lo siento — se apresuró a responder Ron, frunciendo el ceño y mirando hacia Hermione que ya dejaba los folletos a un lado. —No, lo digo en serio, ¿qué dijiste de los Malfoy? —Oh, pues… — Ron dudó un instante antes de volver a hablar —que sería bueno que mañana en la noche escuchemos la radio porque darán la respuesta a la petición de Lucius Malfoy de juzgarlos por separado y no como familia. Harry se dejó caer completamente sobre la silla y luego miró a Hermione en busca de alguna explicación, como la chica no contestó no le quedó más opción que preguntar en voz alta lo que pensaba. —¿Los Malfoy están detenidos? ¿Por qué están detenidos? —Veras, tú no querías que nadie te hablara de esto, por eso no lo hicimos… — empezó a explicar Hermione con voz nerviosa, Harry se mordió un labio, sintiéndose de pronto culpable, le parecía que sus amigos incluso le tenían terror. —Lo sé, pero ahora sí quiero saber, por favor —dijo con voz suave y tratando de sonreír hacia la chica, que sólo suspiró y asintió mucho más tranquila antes de comenzar su relato. Harry se enfadó, Los Malfoy no habían sido del bando bueno, no habían sido informantes ni mucho menos, sin embargo Narcissa Malfoy había sido clave para él al no delatarlo delante de Voldemort en el bosque. Lucius Malfoy había estado angustiado por su hijo, había sido golpeado, maltratado y humillado delante de su familia y en su propia casa, y Draco, pues… Draco no era más que un chiquillo con miedo que había sido obligado a realizar la mitad de las cosas que había hecho, y aunque le costara admitirlo, si él hubiera estado en la misma posición hubiera hecho todo lo posible por salvar a sus padres. No, definitivamente los Malfoy no eran buenos, pero tampoco eran malos, y aún tenía una deuda con Narcissa. Escuchó atentamente todo el relato, los Malfoy volviendo a casa luego de la batalla y los aurores esperando por ellos ya en la entrada de la mansión, listos para detenerlos, como actualmente estaban en celdas separadas y como el Wizengamot iba a decidir la tarde siguiente si el juicio que se realizaría sería a toda la familia en conjunto, aquello, sobre todo porque los crímenes de Lucius significaban prácticamente la condena a muerte. —¿A muerte? —chilló Harry interrumpiendo a Hermione. —Lo sé, es tan retrógrada e injusto, pero nadie está en desacuerdo… prefieren librarse de todos los peligros y posibilidades de que esto se repita, y… — Hermione apartó la vista un instante —A veces creo que tienen razón, la severidad de los castigos harán que menos gente desee levantarse en armas contra el ministerio y la comunidad mágica. —¡Hermione! —protestó Harry hacia su amiga, no creyendo haber escuchado correctamente. —¡Dije a veces! —Y entonces mañana se dirá que pasará con ellos, si los juzgan separados hay muchas probabilidades de que sólo Lucius sea condenado a muerte —continuó explicando Ron, deteniendo el inicio de la discusión—, y que la madre y el hurón sean condenados a cadena perpetua en Azkaban. —¿Cadena perpetua?— Harry resopló, su mente y su sentido de la justicia comenzando a trabajar nuevamente —Eso es igual que condenarlos a muerte. —La gente está muy molesta — dijo Ron encogiéndose de hombros—. Ellos nos tuvieron prisioneros en la mansión, su tía torturó a Hermione y… —Primero —interrumpió Harry —, ellos no nos tuvieron prisioneros en la mansión, fueron tal vez sólo Lucius y Bellatrix, no Narcissa y no Draco, éste ni siquiera nos quiso reconocer cuando le preguntaron si se trataba de nosotros y estoy seguro de que sabía desde que entramos que éramos nosotros. Además fue su tía, tú lo has dicho, su tía, no ellos los que lastimaron a Hermione. —Ya, pero… —Y segundo —continuó hablando Harry con voz más fuerte—, fue Narcissa la que me salvó en el bosque, si ella no hubiera mentido, Voldemort me hubiese matado allí mismo, estaba desarmado y completamente vulnerable. —Pero lo hizo por su hijo, no por ti —interrumpió Ron. —Sí, porque ella, al igual que Lucius, lo único que quería era sacar a su hijo de allí, hace mucho que para ellos dejó de ser agradable estar en el bando de Voldemort, estaban allí por que no podían escapar— continuó Harry—. Y tercero, Draco bajó la varita en la torre de Astronomía, Draco no quería matar a Dumbledore, jamás lo haría, sólo tenía miedo, miedo de que mataran a sus padres y lo mataran a él. Ron sólo negó con la cabeza y desvió su mirada, sin embargo Hermione sí lo miraba fijamente y con una sonrisa de medio lado. Harry frunció el ceño. —¿Qué? —Nada… — dijo ella encogiéndose de hombros —¿Quieres que te cuente algo más sobre lo que está pasando afuera? Harry no lo dudó ni por un segundo, se sentía como si hubiera despertado de un sueño, necesitaba información y saber qué ocurría ahora con el mundo y con todos, recordó incluso a los Dursley. A la mañana siguiente ya se había puesto manos a la obra. A diferencia de los días anteriores, se había levantado mucho más temprano, se había dado una corta ducha y se había vestido para salir. En la cocina Kreacher le sirvió una gran taza de café y unos emparedados, que gustoso comió mientras el elfo aún seguía a su alrededor, parecía que después de todo lo ocurrido si harían buenas migas. Luego de terminar de desayunar y pedirle a Kreacher que le dijera a Ron y Hermione que había tenido que hacer unos encargos y que volvería para la noche, se dirigió hacia la chimenea para usar la red flú y llegar al Ministerio, le pareció que aquel era el tema más importante. El vestíbulo del Ministerio estaba casi como lo recordaba, aunque ya sin aquella fuente que habían destrozado en su quinto año, le pareció que era mejor no tenerla. Había mucha más gente alrededor, era como si de pronto todo el mundo quisiera algo del Ministerio. De alguna manera empezó a sentirse sofocado, viendo ir y venir a la gente de un lado a otro, con una mano acomodó su cabello de manera que le cubriera la cicatriz y maldijo no haber traído consigo la capa de invisibilidad. Caminó varios pasos lentamente, tratando de no llamar la atención, pero aquello resultó apenas por un par de segundos, pues luego de que una joven bruja gritara y lo señalara todos los que estaban alrededor se dieron cuenta que quién estaba allí, solo, en el vestíbulo del ministerio y sin ningún tipo de protección, no era otro más que Harry Potter. Empezó a retroceder un par de pasos mientras la gente lo rodeaba, escuchaba sus voces, sus risas y sus palabras, algunos decían "gracias" otros decían "héroe" o "salvador" y nuevamente "gracias". Se sintió ahogado, de pronto el aire que había allí no era suficiente para respirar, y el calor se estaba incrementando, las personas casi no lo tocaban, pero aún así sentía como si lo estuvieran presionando en todas direcciones. Tomó una bocanada de aire y trató de dar un paso hacia el frente, pero no pudo, sus piernas no le contestaban, mientras la muchedumbre seguía repitiendo palabras de agradecimiento y apretándose más en torno a él. Aquello le pareció que duró por horas, aunque estuvo seguro que no fueron más que segundos hasta que sintió un apretón en su hombro, levantó la vista para ver a un auror, con la túnica azul, parado a un lado suyo, suspiró aliviado mientras otro auror, uno más joven le sonreía. —Bien señores, dejemos pasar al chico —dijo el auror joven, y Harry giró para verlo, algo enfadado por haberlo llamado "chico", le faltaba poco para cumplir 18 años, ya no era un "chico". —Vamos, vamos, que tenemos que pasar — dijo la voz del otro auror, pero Harry no le prestó mucha atención, seguía mirando al auror más joven, tenía el cabello castaño claro, y unos ojos azules bastante llamativos. Su piel, pálida y limpia, resaltaba más aún su mirada, el hombre aparentemente se sintió observado, pues desvió la mirada hacia Harry y le sonrió, su sonrisa parecía casi brillar en medio del barullo, Harry se sintió sonrojado y avergonzado, desvió la mirada y empezó a sentir mucho más calor, sobre todo en la parte del hombro donde el auror tenía puesta su mano. Cuando por fin pudieron llegar hasta el elevador ambos aurores lo soltaron y Harry se sintió extrañamente incómodo por la falta de contacto con el más joven. —No debió aparecerse así, señor Potter —dijo la voz del mayor mientras las puertas se cerraban —, debió avisar de su visita, para que pudiéramos esperarlo, tenemos chimeneas para que la gente importante se aparezca sin cruzar todo el vestíbulo. —Lo siento, fue algo sin planear —se excusó Harry con una media sonrisa y evitando a toda costa ver al chico que aún permanecía a su otro lado, demasiado cerca para sentirlo, pero de alguna manera, demasiado lejos para rozarlo siquiera. —Gracias por ayudarme. —No hay problema —dijo la voz del auror joven y Harry tuvo que girar para mirarlo nuevamente, sentía sus mejillas quemar por sólo su presencia y no entendía qué demonios le estaba pasando —. Mi nombre es Joseph Benoit— agregó mientras extendía la mano hacia Harry que se apresuró a contestar el saludo, la mano del chico demoró en soltarlo un instante más de lo adecuado, mientras Harry miraba nuevamente hacia sus ojos azules, y entendió que ese chico le parecía… encantador podría ser la palabra si no estuviera el hecho de que lo hacía sentir igual o más nervioso que en una de las citas con Cho. —Y mi compañero, Eloís Thompson. —Mucho gusto, señor Potter —se apresuró el otro mago extendiendo la mano también. —Harry… sólo díganme Harry —tartamudeó Harry escuchando el chirriar de ascensor y luchando por entender qué demonios le estaba pasando con Joseph. —Supongo que viene a ver al ministro —continuó hablando Eloís. —Sí, si es que no está muy ocupado… Joseph soltó una pequeña carcajada, que a Harry pese a todo le encantó. —Nadie está lo suficientemente ocupado como para no recibir a nuestro gran héroe. —No soy un gran héroe —replicó Harry algo enfadado, pero aquel enfado se le pasó repentinamente cuando sintió la mano de Joseph sobre su hombro nuevamente, quemándole y enviándole sensaciones placenteras hacia el resto del cuerpo, sensaciones que no había sentido antes y esperaba que el chico no se diera cuenta del estado en el que estaba. —Lo siento, no lo decía como burla, realmente te estamos muy agradecidos por librarnos de ya sabes quién. —Voldemort —corrigió Harry más por costumbre que por querer demostrar su "valor" al pronunciar el nombre —. Lo siento —se apresuró a aclarar cuando sintió a ambos hombres estremecerse. Ninguno dijo nada más durante el par de minutos que les tomó abandonar el ascensor y caminar por los pasillos hasta una de las oficinas, donde un letrero de metal sobre la puerta indicaba "Ministro de Magia". —Bien, supongo que se irá a casa por la chimenea del ministro, así que mucho gusto, Harry —dijo Eloís extendiendo la mano, Harry solo asintió.
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