Capítulo 2: Un nuevo proyecto de vida en marcha

1235 Words
La expresión «dar brincos de felicidad» nunca se sintió tan real en toda mi vida, y es curioso que lo estuviera experimentando por primera vez en mi etapa adulta; hasta un poco inmaduro me parecía, pero estaba feliz y reafirmaba mi convicción de que a partir de hoy vendría una serie de días excelentes. Busqué mi segunda taza de café con leche de la mañana y me senté en mi cubículo lista para empezar a trabajar. Entre más rápido empezara, mucho mejor. Encendí mi Ipad y esperé pacientemente a que el buscador cargara para empezar a indagar acerca de mi clienta en Internet. Desde luego, era una mujer joven, modelo exitosa y sus gustos: extravagantes y elegantes. No era difícil imaginar que querría una boda por todo lo alto y en base a esto, busqué mentalmente proveedores que podrían serme de mucha ayuda. Continúe con mi investigación hasta que se acercó una colega a mi mesa: se trataba de Mileody Cruz, la contadora de la agencia. —Parece que alguien ha cogido un buen negocio. —canturreó apoyándose en mi pequeño escritorio, que crujió bajo su peso. Su sonrisa tan blanca como la lámpara sobre nosotras. —De hecho, sí. ¡Y estoy tan contenta! —exclamé, dejando a un lado mi agenda. Me extrañaba que ella estuviera por estos lares, porque nuestra relación no era la más cercana que se diga. Era más del tipo: cada quién haga su trabajo sin mirar a nadie más. —Me lo imagino... —asintió una vez—. ¿Y de quién se trata? ¡Cuenta! Obtuvo la respuesta por ella misma cuando se inclinó y miró mi Ipad. —¡¿Tu cliente es Clara Bracamonte?! —Medio gritó, medio me aturdió. —Si —respondí como si nada. Por supuesto que pude ver los celos y la envidia en su cara. —Genial. Eso es muy bueno. —habló entre dientes y dando media vuelta, regresó a su puesto de trabajo. Me encogí de hombros. No podía lidiar con ella teniendo tanto trabajo, así que continúe tomando notas sobre las propuestas que le daría a la futura novia mañana. (...) En la gran mansión Bracamonte se estaba empezando a sentir el revuelo que significaba una boda próxima, y más siendo la hija menor de la familia la novia. Bajé del taxi justo cuando mi reloj marcó las nueve en punto y al mirar al frente, quedé naturalmente hipnotizada por la majestuosidad del lugar. Di pequeños pasos hasta que un guarura —al que no vi de dónde salió— me detuvo. —Identifíquese, por favor —Me ordenó con voz ronca y pose intimidante. —Eh, si. Hola —Odié escucharme tan insegura, así que me erguí y aclaré mi garganta antes de continuar. —Mi nombre es Ángela Gallegos y tengo una reunión con la señorita Clara Bracamonte. Soy la encargada de organizar su boda —. Le informé, dándole mi sonrisa de qué-orgullosa-estoy. No obstante, él siguió con su expresión hostil. —Permítame confirmarlo. —asentí, comprensiva. Sólo estaba haciendo su trabajo. Él repitió lo que yo le había dicho y luego de varios asentimientos, me dejó pasar a través de la puerta al lado del portón. Seguí el camino de piedrecillas inhalando el sutil perfume floral del jardín delantero. El lugar era precioso. Me encontré con una señora de servicio en la puerta principal a la que le sonreí. —Buenos días. —Saludé cordialmente. —Buen día, pase, por favor. La señorita la espera. —Hizo una señal hacia el interior de la casa y después de respirar profundo, pasé. Con facilidad ubiqué a mi clienta y me acerqué hasta ella. —Buen día. —dije. Ella se giró y ladeó su cabeza un poco. Es una joven alta, de cintura estrecha y cabello rubio extremadamente lacio. Las fotos no le hacían justicia, era muchísimo más guapa en persona. —Hola. Supongo que tú eres... ¿Ángela? —Sus ojos verdes me echaron una ojeada y me encogí un poco. —Si, Ángela Gallegos —Estreché la mano que me tendió—. Le agradezco que nos haya seleccionado para ayudarla con su día especial. Ella hizo un ademán desdeñoso. —No quería que fuera una agencia reconocida, porque quiero que me den recomendaciones totalmente nuevas, originales. ¿Nos sentamos? —. Sugiere y asiento. —Por supuesto. —Lo hice después de ella. —¿Café o té? —Me pregunta la mujer de antes. —Té, por favor. —respondo dejando en mi regazo el malentín que traje conmigo. —¿Y usted, señorita? —se dirige hacia Clara esta vez. —Igual. —responde la modelo mirando unas revistas, cuya portada es la de un vestido de novia. La mujer de servicio se retira y yo me vuelvo hacia mi clienta, entrando en mi papel profesional. —¿Podría hablarme acerca de lo que tiene planeado para su boda? —inquiero y ella piensa unos minutos antes de hablar. —Quiero que el tema sea la primavera, puesto que esa fue la temporada en que nos conocimos mi prometido y yo. —responde y yo tomo notas. —¿Quiere que la decoración contenga flores? —pregunto. —Por ahora, sí. —¿Por ahora? —pregunto, levantando mi vista, confundida. —Claro —dice con naturalidad—. Doy por hecho que tienes la experiencia suficiente como para saber que a las novias se nos pueden ocurrir ideas maravillosas a última hora y todo puede cambiar, ¿o es que acaso en su propia boda no le pasó? —inquiere, sus ojos verdes mirándome suspicaz. Suspiro con tristeza. —Aún no me caso. —respondo viendo mi dedo anular izquierdo, al que nunca le han puesto una joya. —Ah, ya veo —dice enarcando una ceja. Los tés llegan y damos un sorbo antes de continuar. —Bueno, y en cuanto al horario de la ceremonia... —La tarde —dice ella al instante y lo escribo en mi agenda, encerrada en una gran nube. —Perfecto. —murmuro y sigo preguntándole hasta que tengo suficiente información. Justo cuando estoy mostrándole mis ideas, una señora cincuentona hace acto de presencia en el salón. —¡Clara! ¿Por qué no me avisaste que la organizadora había llegado? —. La mira con reproche y entonces la reconozco. —Soy Sofía de Bracamonte, encantada —dice ésta de manera cortés. Le sonrío levantándome y estrecho su mano. Es muy parecida a su hija, con sus cabellos rubios y ojos claros, aunque los de ella son marrones. —Ángela Gallegos. El placer es mío. —¿Y bien, que han planeado? —pregunta, cruzando las manos —Ángela estaba mostrándome unas cuentas cosas justo cuando llegaste, mamá. Todavía ni he decidido algo en concreto —le responde su hija y por el tono de voz, cualquiera diría que están planeando un funeral en vez de una boda. —Perfecto, porque así puedo opinar. —Me quita el catalogo de mis manos y lo escudriña con ojo crítico —Todo es demasiado simple. —Sentencia un minuto después haciendo un mohín con su boca. —Lo quiero así —dice Clara—. Y quiero recordarte que es mi boda, no quiero que te involucres demasiado. —Este color es perfecto para los vestidos de las damas de honor —Continua diciendo Sofía, ignorándola por completo. Yo decido intervenir. —Me parece que es mejor que la novia vea primero las opciones. —digo con cautela. Ambas mujeres se me quedan mirando y sé que me están evaluando. —Esta bien. —Cede al fin la señora Bracamonte y le pasa el catalogo a su hija refunfuñando. —Estoy segura de que más adelante necesitaremos de su ayuda, pero por ahora es mejor que se mantenga al margen —. Le susurro sólo a Sofía y ésta me observa, sorprendida. Luego de un momento, asiente sonriendo. Y entonces sé que me he ganado a la primera m*****o de la familia Bracamonte.
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