4
Nora
Debo de haberme quedado dormida en brazos de Julian porque me despierto cuando el avión comienza a descender. Abro los ojos y miro a mi alrededor; estoy irritada y dolorida por las relaciones que acabamos de mantener.
Había olvidado cómo era hacerlo con Julian, esa catarsis de dolor y éxtasis. Me siento vacía y excitada al mismo tiempo, exhausta pero fortalecida por el torbellino de sensaciones.
Me siento con cuidado y me estremezco cuando las sábanas entran en contacto con el trasero magullado. Ha sido una de las sesiones de azotes más intensas; no me sorprendería que los moratones no desaparecieran hasta dentro de un tiempo. Al echar un vistazo a la habitación veo una puerta que supongo da al baño. Julian no está en la habitación, así que me levanto y voy porque tengo que asearme.
Para mi sorpresa, en el baño hay una pequeña ducha, así como un cuarto de baño y un retrete. Con todas estas comodidades, el jet de Julian parece más bien un hotel volador en lugar de un simple avión comercial como en los que he volado. Incluso hay un cepillo de dientes envuelto en un plástico, pasta de dientes y enjuague bucal en un pequeño estante en la pared. Utilizo las tres cosas y me doy una ducha rápida. Así, sintiéndome infinitamente más refrescada, vuelvo a la habitación para vestirme.
Cuando entro en la cabina principal, veo a Julian sentado en el sofá con un portátil abierto en la mesa frente a él. Lleva la camisa remangada, por lo que reparo en el bronceado y los musculosos antebrazos. Tiene el ceño fruncido: está concentrado. Está serio y tan terriblemente guapo que me quedo sin aliento durante un momento.
Como si notara mi presencia, levanta la vista. Le brillan esos ojos azules.
—¿Cómo estás, mi gatita? —pregunta, con voz bajita y cercana, y siento como el rubor se me extiende por todo el cuerpo como respuesta.
—Bien. —No sé qué más decir. «Me duele el culo porque los azotes, pero no pasa nada porque me has entrenado bien para que lo disfrutara». Sí, ¡claro!
Esboza una sonrisa.
—Bien. Me alegra oírlo. Estaba a punto de ir a buscarte. Deberías volver a tu asiento, estamos a punto de aterrizar.
—Vale. —Intento no estremecerme del dolor causado por el simple hecho de sentarme. Lo tengo claro: los moratones me van a durar días.
Me ato, miro por la ventana, curiosa por ver el destino. Cuando el avión surca el manto de nubes, veo una gran ciudad que se extiende debajo, con inminentes montañas en la periferia.
—¿Qué ciudad es esta? —pregunto, volviéndome hacia Julian.
—Bogotá —responde, cerrando su portátil. Lo coge y se acerca para sentarse a mi lado—. Estaremos allí solo unas horas.
—¿Tienes negocios allí?
—Sí, más o menos. —Parece que se divierte un poco—. Me gustaría hacer una cosa antes de volar a la finca.
—¿Qué? —pregunto con cautela. Un Julian divertido no suele ser buena señal.
—Ya lo verás. —Y volviendo a abrir el portátil, se concentra en lo que estaba haciendo antes.
Un coche n***o parecido al que nos dejó en el aeropuerto nos espera cuando salimos del avión. Lucas vuelve a ser nuestro conductor y Julian continúa trabajando con el portátil, aparentemente absorto en su tarea.
No me importa. Estoy demasiado ocupada mirándolo todo mientras vamos por las calles abarrotadas de gente. Bogotá me recuerda al Viejo Mundo, lo que me parece fascinante. Veo restos de herencia española en todas partes, mezclados con un aroma puramente latino. Me recuerda a las arepas, unos bollitos de maíz que solía comprar en una camioneta de comida colombiana en el centro de Chicago.
—¿Dónde vamos? —pregunto a Julian cuando el coche se detiene frente a una iglesia señorial y vieja en un barrio aparentemente rico. No sé por qué, pero no me había imaginado a mi secuestrador como alguien que va a la iglesia.
En lugar de contestar, sale del coche y me tiende la mano.
—Vamos, Nora —dice—. No tenemos mucho tiempo.
¿Tiempo para qué? Quiero preguntarle más, pero sé que es en vano. Solo me va a responder cuando le dé la gana. Le cojo la mano para salir del coche y dejo que me lleve hacia la iglesia. Por lo que sé, vamos a quedar con algunos de sus socios aquí, aunque no sé por qué quiere lo acompañe.
Entramos por una pequeña puerta lateral y nos encontramos en una sala pequeña, pero muy bien decorada. Los bancos de madera pasados de moda se alinean a los lados, y hay un púlpito con una cruz elaborada que mira hacia el frente.
No sé por qué, pero me pone nerviosa verlo. Se me ocurre algo loco e improbable y me empiezan a sudar las palmas.
—Umm, Julian… —Levanto la vista y veo que me está mirando con una sonrisa extraña—. ¿Por qué estamos aquí?
—¿No lo adivinas, mi gatita? —dice suavemente, volviéndose hacia mí—. Estamos aquí para casarnos.
Durante unos instantes, no hago más que mirarlo fijamente sin mediar palabra. Después se me escapa una carcajada de risa nerviosa.
—Es broma, ¿no?
Arquea las cejas.
—¿Broma? Para nada. —Me coge de la mano otra vez, y siento cómo me pone algo en el dedo anular izquierdo.
Con el corazón acelerado, me miro la mano izquierda con incredulidad. El anillo perfectamente lo podría llevar puesto una estrella de Hollywood: un fino anillo de diamantes con un pedrusco redondo y brillante en el centro. Es delicado y ostentoso y me queda superbién, como si estuviese hecho para mí.
La habitación se desvanece frente a mis ojos, veo chiribitas y me doy cuenta de que he dejado de respirar durante unos segundos. Cojo aire desesperadamente mientras miro a Julian, me empieza a temblar el cuerpo entero.
—¿Quieres… quieres casarte conmigo? —Mi voz se vuelve una especie de susurro horrorizado.
—Claro que sí. —Cierra ligeramente los ojos—. ¿Por qué si no podría traerte aquí?
No sé qué responderle; me limito a estar allí de pie y mirarlo fijamente, creo que estoy hiperventilando.
«Casarme. Casarme con Julian».
Es imposible y punto. El matrimonio y Julian no van unidos de la mano para mí, más bien, son polos opuestos. Cuando pienso en el matrimonio es en el contexto de un futuro agradable, todavía distante, un futuro en el que veo a un marido y dos niños traviesos. En esa imagen, hay un perro y una casa a las afueras, partidos de fútbol y picnics. No hay ningún asesino con cara de ángel caído, ningún bonito monstruo que me haga gritar entre sus brazos.
—No puedo casarme contigo —digo antes siquiera de habérmelo pensado—. Lo siento, Julian, pero no puedo.
Le cambia la cara de repente. En un instante, parece estar encima de mí, me rodea la cintura con el brazo, me presiona contra él y con la otra mano me sujeta la mandíbula.
—Dijiste que me amabas. —Su voz es suave y uniforme, pero noto cómo esconde rabia—. ¿Era mentira?
—¡No! —Temblando, le mantengo la mirada furiosa, con las manos lo empujo inútilmente por el fuerte pecho. Noto el peso del anillo en mi dedo, lo que hace que tenga más pánico. No sé cómo explicárselo, cómo hacerle entender algo que apenas logro comprender. Quiero estar con Julian. No puedo vivir sin él, pero el matrimonio es algo completamente distinto, algo que no encaja en nuestra retorcida relación—. ¡Claro que te amo! Y lo sabes.
—¿Y por qué me rechazas? —pregunta, con los ojos oscurecidos por la ira. Me agarra la mandíbula más fuerte y me hinca los dedos.
Me empiezan a arder los ojos. ¿Cómo le explico mi rechazo? ¿Cómo le digo que no me imagino a una persona como él de esposo? ¿Cómo decirle que es parte de una vida que nunca imaginé, que nunca quise y que casarme con él significaría renunciar a ese sueño impreciso y lejano de un futuro normal?
—¿Por qué quieres casarte conmigo? —le pregunto desesperadamente—. ¿Por qué quieres hacer algo tan tradicional? Si ya soy tuya...
—Sí, lo eres. —Se inclina hacia abajo hasta que estamos cara a cara—. Y quiero un documento legal a tal efecto. Serás mi esposa y nadie podrá apartarte de mí.
Lo miro y se me contrae el pecho al tiempo que empiezo a entender. No es un gesto dulce y romántico por su parte. No lo hace porque me quiera y quiera formar una familia; así no funciona Julian. El matrimonio justificará que me posea, así de simple. Sería una forma diferente de posesión, una forma más permanente… y algo dentro de mí se revuelve ante tal idea.
—Lo siento —digo aun así, armándome de coraje—. No estoy preparada para esto. Si te parece, ¿lo hablamos en otro momento?
Su expresión se endurece, sus ojos se convierten en trozos de hielo azul. De repente me suelta, retrocede un paso.
—Está bien. —Su voz es tan fría como su mirada—. Si así quieres jugar, mi gatita, lo haremos a tu manera.
Se mete la mano en el bolsillo, saca un teléfono y empieza a escribir.
Una sensación perversa me retuerce el estómago.
—¿Qué estás haciendo? —No responde y repito la pregunta, tratando de no sonar tan asustada como estaba—. Julian, ¿qué haces?
—Lo que tendría que haber hecho hace mucho tiempo —responde al fin, mirándome mientras guarda el teléfono en el bolsillo—. Todavía sueñas con él, ¿verdad? ¿Con ese chico que amaste una vez?
Se me para el corazón por un segundo.
—¿Qué? No, Julian, te lo prometo, Jake no tiene nada que ver con esto...
Me corta con gesto brusco y despectivo.
—Debería haberlo borrado de tu vida hace mucho tiempo. Ahora voy a poner remedio a ese descuido. Tal vez así aceptes que ahora estás conmigo, no con él.
—¡Estoy contigo! —No sé qué decir, cómo convencer a Julian de que no lo haga. Camino hacia él, le cojo las manos, el calor de su piel quema mis dedos helados—. Escúchame, te amo, te amo solo a ti… Él no significa nada para mí, ¡no significa nada desde hace mucho tiempo!
—Vale. —No se le ablanda la expresión, aunque dobla los dedos alrededor de los míos, aprisionándolos en sus manos—. Entonces no debería importarte lo que le pasara.
—No, no te confundas. Me importa porque es un ser humano, un inocente implicado en todo esto, ¡pero por ninguna otra razón! —Tiemblo muchísimo, me castañetean los dientes—. No merece ser castigado por mis pecados...
—Me da igual lo que merezca o no. —La voz de Julian me golpea como un látigo mientras me acerca aún más. Inclinándose, grita—: Quiero que salga de tu mente y de tu vida, ¿me entiendes?
Me arden aún más los ojos, veo borroso debido a las lágrimas que se me acumulan. A través de la bruma de pánico que me nubla la mente, me doy cuenta de que solo puedo hacer una cosa para detener esto: solo hay una forma de prevenir la muerte de Jake.
—Vale —susurro ante la derrota, mirando al monstruo del que me había enamorado—. Lo haré. Me casaré contigo.
La hora siguiente es surrealista.
Después de llamar a sus guardaespaldas, Julian me presenta a un anciano vestido con una túnica de sacerdote. El hombre no habla inglés, así que asiento con la cabeza y simulo entenderlo mientras me habla en un dialecto de español rápido y encendido. Me da vergüenza admitirlo, pero el único español que sé es el que aprendí en clase en secundaria. Cuando crecía, mis padres hablaban en inglés en casa y no pasaba suficiente tiempo con mi abuela para aprender más que algunas frases básicas.
Después de presentarme al sacerdote, Julian me lleva a otra salita, un despacho pequeño que tiene un escritorio y dos sillas. Tan pronto como llegamos allí, dos mujeres jóvenes entran en la habitación. Una de ellas trae un largo vestido blanco y la otra trae consigo zapatos y accesorios. Son amigables y están entusiasmadas, hablan conmigo en una mezcla de colombiano e inglés cuando empiezan a peinarme, y yo trato de responderles del mismo modo. Sin embargo, solo puedo responder con contestaciones secas y difíciles de entender; el nudo de miedo en la garganta cada vez más grande me impide actuar como la joven novia ilusionada que esperan ver. Al darse cuenta de mi falta de entusiasmo, Julian me lanza una mirada oscura, luego desaparece, dejando a las mujeres que me ayuden con todo.
Cuando terminan de ponerme guapa, estoy agotada mental y físicamente. A pesar de que Chicago y Bogotá están en la misma zona horaria, tengo jet lag y estoy cansadísima. Un entumecimiento extraño se apodera de mí, lo que alivia la tensión que sentía en el estómago.
Está pasando... Está pasando de verdad: Julian y yo nos casamos.
El pánico que se ha apoderado de mí antes se ha ido, se ha suavizado y ahora es una especie de resignación y agotamiento. No sé qué esperaba de un hombre que me retuvo durante quince meses. ¿Un debate moderado sobre los pros y los contras de casarse en este momento de nuestra relación? Resoplo para mis adentros. «Sí, claro». A posteriori, está claro que nuestra separación de cuatro meses ha emborronado los recuerdos de aquellas primeras semanas terribles en la isla, de alguna manera había idealizado en mi cabeza a mi secuestrador. Había empezado tontamente a pensar que las cosas podían ser diferentes entre nosotros, a creer que tenía algo de poder de decisión en mi vida.
—Listo. —La mujer que me estaba peinando me regala una radiante sonrisa, interrumpiendo así mis pensamientos—. Hermosa, señorita, muy hermosa. Ahora, por favor, el vestido, y luego le pondremos la cara más bonita.
Me dan ropa interior de seda para que me la ponga con el vestido y luego se alejan con discreción, dándome un poco de intimidad. No quiero alargar esto demasiado, así que me cambio rápidamente y me pongo el vestido, que, como el anillo, me queda perfectamente.
Ahora solo falta maquillarme y ponerme los accesorios, y las dos mujeres terminan con rapidez. Diez minutos después, estoy lista para la boda.
—Ven a verte —dice una de ellas, guiándome hacia la esquina de la habitación. Allí hay un espejo de cuerpo entero que no había visto antes, asombrada miro fijamente el reflejo en silencio; apenas reconozco la imagen que veo.
La chica del espejo es guapa y refinada, peinada con un elaborado recogido y maquillada con elegancia. El vestido de cola de sirena queda perfecto con su esbelta figura, con un corpiño que deja ver la elegante forma del cuello y los hombros. Unos pendientes de diamantes en forma de lágrima adornan los pequeños lóbulos de las orejas y un collar a juego brilla alrededor del cuello. Justo como debe ser una novia… sobre todo si se obvian las sombras que nublan su mirada.
«Mis padres habrían estado muy orgullosos».
El pensamiento surge de la nada y por primera vez me doy cuenta de que me voy a casar sin mi familia allí, que mis padres no podrán ver a su única hija en ese día tan especial. Un dolor sordo se extiende a través de mi pecho al pensarlo. No compraré el vestido de novia con mi madre, ni iré a probar tartas con mi padre.
No habrá despedida de soltera con mis amigas en un club de striptease de solo hombres.
Intento imaginar cómo Julian podría reaccionar ante algo así y se me escapa una risita inesperada. Estoy convencida de que esos pobres strippers saldrían del club en una de esas bolsas para c*******s si me aventurase a acercarme a ellos.
Un golpe en la puerta interrumpe mis reflexiones medio histéricas. Las mujeres se apresuran a responder y oigo que Julian les habla en español. Volviéndose hacia mí, se despiden y salen deprisa.
En cuanto se van, Julian entra en la habitación.
A pesar de todo, no puedo evitar mirarlo fijamente. Vestido con un esmoquin n***o intenso que abraza su torso, un poderoso marco para esa perfección, mi futuro esposo es impresionante. Mi mente viaja a nuestra sesión de sexo en el avión y se me acumula calor húmedo entre los muslos, incluso los moratones comienzan a latirme al recordarlo. Él me está observando también, con su mirada caliente y posesiva mientras me recorre entera.
—¿No da mala suerte que el novio vea a la novia antes de la ceremonia? —Intento inyectar tanto sarcasmo a mi voz como puedo, tratando de obviar el efecto que tiene sobre mis sentidos. En este momento, lo odio casi tanto como lo amo y me molesta mucho querer abalanzarme sobre él. Ya debería estar acostumbrada a él, pero todavía encuentro preocupante la forma en que mi cerebro y mi cuerpo chocan cuando estoy con él.
Aparece una pequeña sonrisa en la comisura de su boca sensual.
—No pasa nada, mi gatita. Estamos por encima de eso. ¿Estás lista?
Asiento y me acerco a él. No tiene sentido retrasar lo inevitable; de una manera u otra, nos casamos hoy. Julian me ofrece su brazo y paso la mano por el hueco, dejándome llevar de vuelta a la hermosa habitación con el púlpito.
El cura nos está esperando, igual que Lucas. También hay una cámara de un tamaño considerable colocada en un trípode alto.
—¿Eso es para grabar la boda? —pregunto con sorpresa, deteniéndome en la entrada.
—Por supuesto. —A Julian le brillan los ojos—. Recuerdos y todas esas cosas buenas.
«Ajá». No me cabe en la cabeza por qué quiere hacerlo: que si el vestido, el esmoquin, la iglesia. Todo esto me confunde. No estamos forjando una unión amorosa; simplemente me está atando a él más en corto, formalizando su propiedad. Todo esto tan superficial carece de sentido, especialmente porque Lucas es el único que va a presenciar la ceremonia.
Pensar en esto hace que me duela de nuevo el pecho.
—Julian —le digo en voz baja, mirándolo—, ¿puedo llamar ahora a mis padres? Quiero contarles todo esto. Quiero que sepan que me voy a casar. —Estoy casi segura de que me va a decir que no, pero me siento obligada a preguntárselo de todos modos.
Para mi sorpresa, me sonríe.
—Si eso es lo que quieres, claro que sí, mi gatita. De hecho, después de que hables con ellos, pueden ver nuestra ceremonia por videoconferencia. Lucas lo puede hacer.
Me quedo boquiabierta. ¿Quiere que mis padres vean la boda? ¿Para verlo a él, el hombre que secuestró a su hija? Por un momento, siento como si estuviese en un universo paralelo, pero es entonces cuando el auténtico genio de su plan se ilumina ante mí.
—Quieres que te los presente, ¿no? —susurro, mirándolo fijamente—. Quieres que les diga que he venido contigo por voluntad propia y les enseñe lo felices que somos juntos. Así no tendrás que preocuparte por la policía o cualquier persona que te busque. Seré solo otra chica que se enamoró de un hombre guapo y rico y que huyó con él. Esas fotos… ese vídeo… todo para hacer el paripé.
Su sonrisa se vuelve más grande.
—La forma en la que actúes y lo que les digas depende de ti, mi gatita —dice con suavidad—. Pueden ser testigos de un momento alegre o puedes decirles que te han secuestrado de nuevo. Tú decides, Nora. Puedes hacer lo que quieras.