CAPÍTULO TRES (RIO DE JANEIRO)

2085 Palabras
Esa noche no pegué ojo; por más que lo intenté, no lo logré. La luz del sol iluminó la habitación, y yo seguía con los ojos abiertos y la cabeza hecha un lío. La tía Sky entró a mi habitación y se acostó a mi lado, pero como no estaba lista para hablar, cerré los ojos y fingí estar dormida. —Sé que estás despierta; a mí no me engañas, pequeña. Te he visto dormir desde el primer día que naciste —dijo, riendo. Abrí los ojos. —Y tú estás aquí porque tienes sueño y no te gusta dormir sola. Sonrió. —Descubierta. ¿Cómo estás? —¿La verdad? Asintió. —Estoy hecha un desastre. —¿Algún día me vas a contar lo que pasó con él? —Han pasado cinco años y aún no me siento lista para hablar. No creo que lo esté jamás. Suspiró y acarició mi cabello. —Intenta dormir un poco porque, conociendo a tu madre, vendrá pronto, y si no duermes, estarás de pésimo humor, lo cual pondrá las cosas aún más difíciles. Asentí, y ella continuó acariciándome el cabello hasta que, finalmente, me quedé dormida. A veces, lograba hacerme sentir como aquella niña pequeña a la que le encantaba dormir con las caricias de su madre o de su tía. Me desperté pasadas las dos de la tarde y estaba sola. Necesitaba un baño, así que salí de la habitación en busca de Sky para pedirle ropa. Al mirarme en el espejo, me sentí rarísima con la ropa de hippie de Sky. Sus vestidos de flores, aunque eran hermosos, no eran lo mío. Cuando salí, ella me miró y empezó a reír. —Te ves rarísima. Me uní a su risa, dándole la razón. —No son mi Louis Vuitton, Chanel, Prada o Miu Miu, pero, al menos, esta ropa de hippie es cómoda. Almorzamos juntas y charlamos un poco sobre la vida. —¿Te gustaría acompañarme a Los Ángeles? Tengo que hacer algunas cosas por allá. —¿Cuándo? —Mañana. —Me encantaría. No me caería nada mal un viajecito. —Te lo mereces. Has trabajado mucho desde muy joven —dijo, sonriendo. Durante el resto del día, no quise salir de la casa; cuando no me sentía bien, prefería encerrarme y lamer mis heridas como un león herido. Sky se quedó conmigo, acompañándome en mi silencio y haciendo alguna broma de vez en cuando para mejorar mi humor. Se encargó de llamar a Olive y pedirle que me preparara una pequeña maleta con ropa para el viaje. Pero para mi desgracia, quien trajo la maleta fue mi madre, que se acercó para abrazarme. No correspondí a su abrazo y mantuve una expresión seria mientras ella me llenaba de besos. Sky se cruzó de brazos y frunció el ceño también. —Lo que hiciste estuvo muy mal, Bree —dijo, llamando su atención. —¿Pueden las dos escuchar lo que tengo que decir? —Nada de lo que digas tiene justificación. Es como si nosotras te tendiéramos una emboscada con Cedric. —¿Cedric? —pregunté, confundida. Mi madre miró a Sky con cara de querer asesinarla, pero Sky ni se inmutó y continuó con el ceño fruncido y los brazos cruzados. —¿Quién es Cedric? —repetí. Sky abrió la boca para decirlo, pero mi madre la detuvo. —Sky, no. Ni se te ocurra. —¿Entiendes ahora el punto, Bree? —preguntó Sky, furiosa. Mi madre bajó la cabeza y, avergonzada, asintió. —Lo siento, no debí hacerlo. Es que, desde que terminaste con ese chico, no te he visto feliz. —Subió la mirada y me observó con pena—. Sé que crees que no me doy cuenta, pero te conozco, pequeña. Sus palabras me sorprendieron porque había hecho todo lo posible para que no notara que no estaba bien. Las únicas personas en las que me había abierto eran mis tíos Sky y Hans, en quienes confiaba más que en nadie. —Sé que estuvo mal; debí respetar tus deseos y, al menos, preguntarte si te parecía bien. Pero estaba desesperada por recuperar a mi pequeña risueña. Estoy cansada de tener a esta chica triste que solo trabaja para no pensar. No quiero verte como yo; quiero que tengas toda la felicidad del mundo, y sé que ese chico es parte de ella —dijo, al borde del llanto. ¿En serio me había observado todo este tiempo? ¿En serio se había dado cuenta de todo? Había llegado a pensar que disimulaba a la perfección; a veces hasta me sentía orgullosa de lo bien que fingía y mentía. —Estoy bien, mamá. Nada de esto es por él —dije, mintiendo. —Rachel Knigth, te tuve en mi vientre casi nueve meses y te he cuidado desde entonces. Simplemente no puedes mentirme; te conozco a la perfección. No podía decirle el motivo por el que terminé con Ares porque la destruiría, así que, con seriedad, respondí. —Las cosas entre él y yo se terminaron hace mucho. Fui yo quien terminó todo, quien no quería seguir con él, quien ya no lo amaba. Así que, por favor, respeta mi decisión. Este es un tema cerrado; no se habla más de él. Mi madre asintió y volvió a disculparse. —No volveré a meterme en tus asuntos. Y, sin más, se fue. Apenas cerró la puerta, me dejé caer en el sofá y me tapé la cara con un cojín, intentando contener las lágrimas. —Eres una mentirosa, eso de “yo no lo amaba” no te lo crees ni tú misma. —Ahora no, Sky. Ella me abrazó y rompí a llorar. Hacía tanto que no lloraba que ahora simplemente no podía detenerme. Cuando Hans llegó y me vio con el rostro hinchado, hizo todo lo posible por animarme. Lo quería tanto. A la mañana siguiente, me fui con Sky a Los Ángeles, donde pasamos tres maravillosos días. En ese tiempo, mi madre me enviaba mensajes diciéndome lo mucho que me amaba. Terminaba siempre con un “recuérdalo siempre”. Si lo pensaba con calma, ella tenía razón en todo. Desde la muerte de mi padre, nunca volvió a rehacer su vida, y en fechas especiales, como su cumpleaños o el aniversario de su muerte, trabajaba como loca aunque fuera domingo. Llevaba mucho tiempo dándome cuenta de ello, pero no la juzgaba; cada uno afronta el dolor a su manera. Ahora entendía que había copiado eso de ella. El viaje a Los Ángeles fue también una oportunidad para divertirme, y volví renovada y más tranquila. El tío Hans me dejó en casa y ambos se despidieron de mí, haciéndome prometer que no sería tan dura con mi madre. Cuando entré, mi “bebé gigante”, Hades, me saludó emocionado. Me senté en el suelo a acariciarlo; le había echado tanto de menos. Hades era el nieto de Caronte, el perro de mi padre. Cuando decidí ponerle ese nombre en su honor, mi madre lloró durante días, pero este pequeño terremoto había iluminado nuestras vidas tras perder a Caronte II. Sí, mi madre le había puesto Caronte II a nuestro otro perro. Creo que lo había hecho para no sentir que había perdido al hijo perruno de mi padre Perdí la cuenta del tiempo que estuve acariciando a mi cachorro. Cuando me levanté, mi madre me observaba embelesada. Le sonreí, porque ya no quería pelear, y me acerqué para darle un beso en la mejilla. —¿Qué tal tu viaje? —Bien. Me divertí mucho; ya sabes cómo es la tía Sky. —¿Quieres cenar? Olive preparó tu comida favorita. —Sí, pero primero necesito un baño. Apesto a aeropuerto. Ella rió. —Dudo que en tu vida hayas pisado un aeropuerto. Me encogí de hombros, sonriendo. —Jamás, pero supongo que así deben oler. —Eres tan parecida a tu padre que es como si lo hubieras conocido, porque hasta usas sus frases —dijo con una sonrisa orgullosa. —Quién sabe, tal vez soy su reencarnación en versión chica. Me di una larga ducha y, al bajar, mi madre ya me esperaba para cenar. Afortunadamente, nuestras cenas no eran de charlas incómodas, porque ella siempre comía en silencio. Jamás me explicó por qué; solo dijo que no se hablaba de eso y ya. Suponía que tenía que ver con mi padre. —¿Volverás al trabajo mañana? —preguntó, rompiendo nuestra silenciosa paz. La miré, casi divertida porque justo acaba de alabar nuestras cenas silenciosas. —Sí, volveré. Me tomó la mano. —Gracias, mi amor. Te necesito mucho en el trabajo. Sus palabras me hicieron sentir culpable por esos días que no estuve. Aparté la mirada y asentí. —Después de cenar, debemos hablar en serio —añadió. Asentí, pensando en una charla en el salón, pero Bree me sorprendió llevándome a la oficina. Ella hacía esto solo cuando iba a soltar una bomba y necesitaba mantener cierta distancia, así que me senté, cruzada de piernas, lista para lo que venía. —Ares Hastings trabajará con nosotros. Ya lo había contratado antes de que sucediera todo esto, y no puedo echarme atrás. Mi palabra vale mucho y no puedo faltar a ella. —Pero, mamá… —intenté protestar. —No tienes que cruzarte con él. Estará en el departamento jurídico, muy lejos de ti, y cualquier asunto relacionado lo trataré yo. Te lo prometo. —¿Departamento jurídico? ¿Ares es abogado? Asintió. —¿No lo sabías? —No. No supe nada de él. —Me contó que algunas cosas en su vida lo hicieron replantearse todo y cambió de carrera. Me quedé pensativa, sabiendo a qué se refería. Esperaba no encontrármelo. Knigth Industries era tan grande que era técnicamente imposible, pero sabía que las casualidades existían, y por algo había aparecido en mi vida con un nombre de dios del Olimpo. Al asentir, ella suspiró aliviada. —Estaba preparada para una guerra contigo. Hasta preparé un discurso —dijo, mostrándome una hoja escrita por ambas caras. Me reí, negando con la cabeza. —Eres exagerada, mamá. —Es que eres muy difícil, Rachel. Ahora entiendo todo lo que tu pobre padre pasó conmigo. Créeme, lo compadezco. —Me parece que es tu karma, señora Knigth. Suspiró. —También lo he pensado. —Ahora, ¿quién es Cedric? —pregunté, mirándola fijamente. Ella se puso nerviosa y empecé a molestarla. —¿Tienes un noviecito, mamá? Ya era hora. Te lo tenías bien guardado. Negó con firmeza. —No tengo ningún noviecito. —¿Entonces? —pregunté, confundida—. ¿Tienes un… follamigo? —¡Rachel Knight, no seas grosera! No tengo nada de eso. —Si no me lo aclaras, eso es lo que voy a creer siempre. —Cuando eras niña, salí con alguien, pero las cosas no funcionaron. Abrí los ojos, incrédula. Jamás imaginé que ella hubiese salido con alguien; para mí, siempre había tenido ojos solo para mi padre. —Puedes retirarte —dijo, viendo que no decía nada. —¿En serio conociste a alguien más? ¿Te volviste a enamorar? —pregunté, esperanzada, porque, si ella había vuelto a amar, yo también podría dejar de sentirme muerta y hacerlo algún día. Pero negó, rompiendo mis ilusiones. Por más que le pedí que me contara más, no lo hizo. La mañana siguiente, fui al trabajo a mi hora habitual. Caden me llevó e informó que mi madre ya había salido una hora antes. Ni siquiera sé por qué me lo informaba todos los días, si ya lo sabía; ella siempre dormía poco. Me despedí de Caden y entré al edificio, pidiendo el ascensor mientras revisaba el teléfono. Generalmente iba sola porque, al verme, todos preferían esperar el siguiente ascensor. No entendía el motivo; aunque no sonriera mucho, siempre era cordial. Para mi sorpresa, cuando las puertas estaban a punto de cerrarse, alguien las detuvo. Cuando se abrieron, apareció Ares. Carajo, esto era lo último que me faltaba. No me saludó; apenas me vio, me ignoró, dándome la espalda y marcando el piso de legales. El olor de su perfume inundó mis sentidos, haciéndome revivir el pasado. Era el mismo que usó durante todos nuestros años juntos: Rio de Janeiro, de Zara. Nunca volví a olerlo, pero lo reconocí enseguida. Así que, como si fuera una jodida adicta, aspiré todo lo que pude ese maravilloso olor, recordando nuestro tiempo juntos.
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