CAPÍTULO DOS (MIS RECUERDOS EN EL INFIERNO)

1518 Palabras
Aparté la mirada de él como si solo verlo me quemara, y fruncí el ceño mientras me ponía la armadura de tungsteno, una que ni él ni nadie podría atravesar. Mi instinto rebelde me pedía salir de allí y enfrentar a mi madre. Ella sabía perfectamente quién era él, y ese “olvidé la reunión” era una mentira evidente; mi madre nunca olvidaba nada. Así que, sí, estaba furiosa con ella. Pero mi parte profesional se mantuvo en la reunión, con cara de póker. No sé ni cómo lo logré, pero me concentré en lo que decían, y ni una sola vez miré a Ares. Creo que fue porque la vergüenza era tan grande que no podía mirarlo. Hice un par de preguntas, anoté las respuestas, di las gracias y me retiré de la sala de juntas para encerrarme en mi oficina. —Señorita Kn... —dijo mi secretaria, llamando mi atención cuando pasé junto a ella, pero solo levanté la mano para indicarle que no era momento para nada. Creo que incluso corrí hasta mi oficina, donde, al cerrar la puerta, rompí en llanto desesperada. Todo el miedo que había sentido durante años, toda esa incertidumbre, desapareció con solo verlo. Había imaginado millones de escenarios donde buscaba su nombre en internet y hallaba resultados que me destrozarían el alma. Pero, de todos aquellos escenarios, encontrármelo aquí, en mi propio trabajo, nunca había sido una opción. Unos golpecitos en la puerta y un “Rachel, soy mamá” me hicieron entender que todo había sido un plan suyo. Antes de que pudiera entrar y no respetar mi privacidad, me encerré en el baño, echando el pestillo para que no tuviera acceso a mí. Una vez dentro, maldije como nunca. ¿Por qué me había hecho esto si sabía lo mal que yo había estado por él? ¿Por qué ignoró mis deseos? ¿Quién demonios le daba el derecho de hacerme esto? Tal y como imaginé, unos minutos después la tenía en la puerta del baño, golpeándola con desesperación. Maldición, Bree. —Déjame en paz —grité. —Por favor, mi amor, hablemos. Quiero explicarte todo. —No, y lárgate de mi oficina. —Rach, por favor... —¡Que te largues! —grité. Pero no se fue. Permaneció allí, diciendo lo mucho que me amaba e intentando justificarse. Pero a mí no me importaba; esto no se hace, y simplemente no podía perdonarla. Perdí la cuenta de las horas que pasé allí encerrada, con el alma rota y todas mis emociones a flor de piel. Cuando finalmente me sentí lista para salir, abrí la puerta, y mi madre cayó de espaldas al suelo. ¿Había estado recostada en la puerta todo este tiempo? La miré confundida y pasé por encima de ella, tomando mis cosas y largándome de su maldita empresa. No pensaba volver aquí después de lo que había hecho. Podía donar este lugar a la caridad, si quería; yo no pensaba pasar un solo segundo más aquí, y tampoco tenía la necesidad de trabajar. Había heredado, a través de mi padre, la fortuna de mi abuela. Así que me fui a toda prisa, sin darle tiempo a mi madre para recomponerse. Todo, absolutamente todo, se puso a mi favor. El ascensor cerró sus puertas justo cuando ella apenas salía de mi oficina. No quería hablar con ella, y menos aún verla, así que antes de pedirle a Caden que condujera sin rumbo fijo por la ciudad, le advertí que no le dijera a mi madre dónde estaba. —Como le digas, me bajo del auto en marcha, y ni siquiera con tu ejército me vas a encontrar —le amenacé. Caden abrió los ojos como platos y asintió, sabiendo que hablaba en serio. Esto ya lo había hecho antes, y él no me había encontrado. Mi teléfono no paraba de sonar con las llamadas de mi madre, pero no atendí ninguna. Apenas colgué la última, sonó el teléfono de Caden. Le oí contestar: —Solo estamos dando vueltas por la ciudad. No tenemos un rumbo fijo, pero la señorita Rachel está bien. Yo la cuidaré. No sé qué le dijo mi madre, pero él suspiró, algo frustrado. —No puedo detenerme porque ya recibí una amenaza de la pequeña terrorista —bromeó con ironía, pero firme. Escuché gritos desde el otro lado de la línea antes de que Caden se despidiera: —Más tarde la llevaré a casa a salvo, señora Bree. Me disculpé con Caden y le conté mis frustraciones. A veces le hablaba de todo lo que me pasaba porque era tan sabio y correcto, y siempre me daba buenos consejos. —Lo que hizo la señora Bree no estuvo bien. Pero ella siempre quiere lo mejor para usted; tal vez debería escucharla —me sugirió. —Ahora mismo estoy tan enojada que no quiero ni verla. Sé que si la veo, voy a explotar y la heriré mucho. —Sigamos dando vueltas hasta que se sienta más tranquila —dijo él, conciliador. Asentí y me recosté en el asiento, cerrando los ojos e intentando no pensar en él. Pero mi mente volvió a esa última vez que lo había visto. Ambos habíamos estado tan asustados, y yo había huido dejándolo allí, destrozado, confundido, aterrorizado. A veces me odiaba por eso, y sabía que, si existía un infierno, esa escena se repetiría cada día para torturarme por toda la eternidad. Pero mi egoísmo era tal que enseguida me convencía de que aquello había sido lo mejor y de que todo lo que sucedió tenía un propósito: convertirme en la mujer que soy ahora. Así que no, no me arrepentía en lo absoluto. Mi teléfono volvió a sonar, interrumpiendo mi momento de paz. Cuando estaba a punto de mandar a Bree a la mierda, vi en la pantalla el nombre de Sky. A ella le contesté sin dudar. Con voz preocupada, me preguntó dónde estaba. —Con Caden, dando vueltas —respondí. —¿Puedo saber qué pasó? ¿Por qué se pelearon ahora? —Mamá me hizo entrar a una reunión con él. —¿Con él él? —preguntó, sorprendida. Cuando asentí ella se puso furiosa.—Carajo con Bree, ¿qué demonios le pasa por esa jodida cabeza? —Ven a casa para que hablemos —dijo el tío Hans. —Por favor, no le digan a mamá que voy para allá. No quiero hablar con ella. —No te preocupes, pequeña. Aquí estás a salvo —dijeron los dos al unísono. Corté la llamada, le di la orden a Caden de que me llevara, y me perdí en mis pensamientos. Para mí, Hans y Sky eran la mejor pareja del mundo. Aunque habían tenido muchos problemas, incluso llegando a divorciarse, eran la pareja más sólida que conocía, el complemento perfecto el uno del otro. Eran compañeros y, sobre todo, se amaban profundamente. Si algún día volvía a enamorarme, quería algo como lo de ellos. Apenas llegué a su casa, ambos me recibieron con un abrazo, haciéndome un sándwich humano. Rompí en llanto por todas las emociones que estaba experimentando. Los dos me consolaron, diciéndome solo lo necesario y sin preguntar demasiado. El tema de Ares era complicado para mí, y ellos lo sabían, porque habían secado mis lágrimas y ayudado a sanar mi alma rota años atrás. Me acurruqué en el sofá con ellos, y tomamos una copa de vino juntos. La tía Sky rompió el momento con una de sus bromas —He soñado toda mi vida con este maravilloso momento en el que pudiera beber alcohol con mi pequeña sobrina. Los tres reímos sin parar y, poco a poco, me sentí mejor. Adoro sus tonterías para hacerme reír; sé que no lo sabe, pero, de haber querido hijos, habría sido una madre maravillosa. Ella y el tío Hans eran todo lo que estaba bien. Aunque sé que habían considerado adoptar para dar una vida amorosa a un niño, no lo hicieron porque ambos viajaban mucho. Sky, por ser una artista famosa, y Hans por trabajo, para que yo pudiera pasar más tiempo con mi madre. Siempre les agradeceré todo lo que sacrificaron por mí. Le pregunté muchas veces a la tía Sky si alguna vez tuvo el deseo, aunque fuera mínimo, de ser madre, y siempre me respondía que no, sin titubeos. Esa noche me quedé en la habitación de adolescente que habían decorado para mí. Sé que Sky discutió un poco con mi madre y le dijo que, cuando estuviera lista, volvería a casa, así que no se apareció ni volvió a llamarme. Incapaz de evitarlo, me torturé abriendo la carpeta “oculto” de mi iPhone, la misma que llevaba años sin revisar porque hacía tiempo había dejado de atormentarme. Miré nuestras fotos juntos, esas en las que salíamos jóvenes y sonrientes, tan distintos a lo que somos ahora. Cada una de esas imágenes era el testimonio de que alguna vez amé y fui feliz. Eran recuerdos de una vida que ya no me pertenecía, pero que, si lo pensaba en el fondo, aún añoraba.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR