CAPÍTULO 11: Algo inesperado

684 Palabras
ARIA La discusión con Loren me ha dejado un mal sabor de boca, así que, para despejarme, busco a Marcus y le propongo una carrera por el bosque en nuestra forma de lobos. Nunca me he sentido del todo cómoda con mi forma lobuna, no es imponente ni exuberante, pero sé que para Marcus, siendo un cachorro, transformarse y entrenarse regularmente es esencial. Su cara se ilumina al escuchar mi propuesta, sus ojos brillan de emoción, y casi puedo sentir su energía burbujeante mientras nos dirigimos al bosque cercano, junto a la zona de entrenamiento y no demasiado lejos de la casa de la manada. Sé que, mientras no nos alejemos demasiado, evitaremos cualquier peligro y tendremos acceso al agua y a las bayas rojas que tanto le gustan a Marcus para recuperar energías. Apenas cruzamos el umbral de los árboles, Marcus, impaciente, cambia de forma de inmediato y suelta un aullido fuerte, vibrante, que resuena en la noche. El cielo despejado y la luna llena pintan una atmósfera mágica; el aire es fresco y la luz plateada lo baña todo. Cuando considero que ya nos hemos internado lo suficiente, aprovecho para transformarme también, y en cuanto lo hago, comenzamos a correr juntos, cruzando una explanada cubierta de hierba suave. Correr bajo la luna, con el viento acariciando mi pelaje gris oscuro, me llena de una paz indescriptible y con cada zancada siento que el peso del mundo se disuelve. Estoy disfrutando el momento, junto a Marcus, que corre alegre a mi lado, lleno de vida. Después de casi una hora, el cansancio empieza a alcanzarnos y nos detenemos cerca de un río bordeado por árboles gigantes, de raíces nudosas y retorcidas. Me doy cuenta de que nos hemos alejado más de lo que quería, pero el lugar parece tranquilo. Nos tumbamos en el suelo, y yo empiezo a mordisquear algunas de las bayas rojas que crecen junto al agua. La luna se refleja en el río, y las cigarras iluminan la ribera con su brillo dorado. Marcus está extasiado, con los ojos brillantes y la cola moviéndose sin parar. Al mirarlo, una punzada de tristeza me atraviesa el pecho. Sé que no tiene una familia de sangre que lo cuide… pero en silencio me hago una promesa: siempre estaré ahí para él, apoyándolo en cada paso, pase lo que pase. De pronto, un olor fuerte y familiar me saca de mis pensamientos. Un aroma masculino, profundo, lleno de autoridad. Al principio una alarma enciende mi cuerpo, pero hay algo en él que reconozco. Giro la cabeza y lo veo. A unos cien metros, emergiendo de las sombras entre los árboles, aparece un lobo n***o. Es enorme, más de metro y medio a la altura de los hombros. Su pelaje oscuro brilla bajo la luna como si fuera de otro mundo; cada hebra refleja poder y fuerza. Sus músculos se tensan y se mueven con la gracia de un depredador nato. Y sus ojos… oscuros, intensos, hipnóticos. Los reconozco al instante: es el comandante. Nos observa en silencio. Primero parece curioso, quizá sorprendido de vernos allí. Después, su mirada se vuelve vigilante, como la de un guardián oculto en la penumbra, atento a cada movimiento de Marcus, que sigue jugando con las cigarras sin notar su presencia. Permanezco recostada entre las bayas, observándolo desde la distancia, sintiendo respeto y cautela a la vez. En un instante, lo veo agacharse y atrapar un pájaro por el cuello con facilidad. Le muerde el cuello y sus colmillos enormes y afilados dejan claro quién domina la cadena. Entonces, otro aroma irrumpe en el aire, distinto, perturbador. Lobos. Desconocidos. Hostiles. Levanto la cabeza de golpe, los sentidos en alerta, y miro al comandante. Su cuerpo también se tensa; sus ojos recorren la oscuridad, buscando el origen de ese olor. El pánico me golpea el pecho y corro hacia Marcus, movida solo por el impulso de protegerlo. Casi al instante, emergen de entre los árboles cinco lobos de aspecto descuidado, pero su porte y su mirada dejan claro que no son débiles. Son rogues. ¿Qué hacen aquí?
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