Cap. 3 – EL REENCUENTRO
El reencuentro con Alfonso fue aguerrido. El golpeó la puerta de la habitación y ella lo recibió con un golpe en la mejilla. Harta de esperar- le dijo y lo besó, fuerte, apretando y aceptando que la sorpresa primera se convirtiera en ése fuego que los hizo estrellarse en la pared, romper un espejo, para terminar revolcados en la alfombra. Amándose, loca y desesperadamente. Eran iguales de impetuosos, insaciables. Hicieron el amor durante largo tiempo. Estaban hechos para saborearse, así, de mil maneras.
Algo cansados luego, Alfonso pidió que le sirvieran la cena y la compartieron en su habitación, riendo ahora, más calmados, mimándose. Ella de pronto se puso de pie y lo conminó a que la llevara a conocer un burdel de los suburbios- dijo. Para recordar cómo se conocieron…
Las zonas portuarias, daban trabajo, de forma legal, a un número significativo de personas, constituyendo una actividad económica de primer nivel. Ejercida tanto por hombres jóvenes como por mujeres de todas las edades, la clientela era mayoritariamente de hombres.
En una vieja casa de citas, algún mozo atareado iba y venía, reflejando esa vasta discreción, casi suprema, del que lo ha visto todo.
Algún grupo de música conocido, al menos para la concurrencia, se dejaba oír, lejano, mientras algunas parejas, en la pista, mostraban alguna habilidad. Todos se conocían.
Se podía ver un ropaje humilde, dejando al descubierto excesos indecorosos, prisioneros de mujeres añosas, desesperadas. La noche todo lo disimula, todo lo permite, más que el día. Ellas se hacían desear, protagonistas absolutas quizás. Olvidando por fin rutinas tan oscuras… olvidando sus tan bien ganadas desdichas de amor, de vida. donde las diferencias de edad no importaban, sí la experiencia. Reinas de belleza de una noche… varones decadentes, solvente en años y dinero, de abdómenes prominentes, y alientos alcohólicos.
Las damas en general no ofrecían sus favores de modo muy diferente a lo conocido, era su forma de vestir y el aspecto de otra r**a, lo que llamó la atención de la pareja. El oficio más antiguo del mundo, pero con rostros de cejas gruesas, narices rectas y almas sufrientes. Denostadas por los hombres, aquellas mujeres, marcaron a Ágata, que nunca permitiría ser víctima de aquellos tratamientos.
Al ser inexistentes los matrimonios por amor, ya que solían ser de hecho un contrato entre dos familias, los hombres buscaban los placeres sexuales fuera de casa. Nada muy distinto a lo conocido- coincidieron.
Dicen que fue Solón quién creó en Atenas, los burdeles estatales a precios moderados. Se ofrecían las cortesanas para el placer, las concubinas para proporcionar cuidados diarios y las esposas para que den hijos legítimos y sean las guardianas fieles de la casa...
Alfonso, a pesar de estar algo asombrado, permanecía atento y guardián de su
seguridad.
No tan lejos, Tono, espiaba a la pareja. No se dejó ver. Al día siguiente hablaría
con Ágata. ¡Porca miseria, tan joven y metiendo los cuernos a su esposo!
Había estado en contacto con Don Chicho, su padre, quién le recomendó que la
protegiera, que era su joya más preciada. Tono sabía que se estaba jugando
fuerte esta mano. La hijita del jefe, ¡qué buena fortuna!
Dentro de los espacios conocidos, se hablaba mal sobre unas apuestas que
Chicho Grande no había cumplido con pagar. De hecho, la policía, decían, estaba
tras sus pasos. Poco podían demostrar. Sin pruebas, todos son inocentes, era su
premisa. Pero aquellos quienes se quejaban por no haber recibido el pago,
andaban amenazando, furiosos. No se juega con eso. Tono estaba averiguando
quién en todo caso, se había apropiado de ése dinero.
¡Muy imbéciles tenían que ser!
La pareja recorre con la vista la Isla, se abrazan y estremecen frente a ese
amanecer deslumbrante.
Santorini resplandece en su metrópoli principal, Fira, que es famosa por sus
casas laboriosamente pintadas de blanco, con puertas y ventanas de color
azul. Un sol no tan rotundo se estremece al salir en el mar y su reflejo se ubica
en la maravillosa ladera escarpada que son acantilados del cráter de un volcán
extinguido.
La isla se ha posicionado en su vida como el destino perfecto. Una salida de sol espectacular con la animación de sus restaurantes y tiendas. Por perseguir fantasmas, anhelos, casi pierde la esencia del viaje. La magia de este obsequio. Su luna de miel. Acarició las enormes manos de su Alfonso, tan hombre, tan velludo, tan valeroso…
A ella le gustaba vivir bien, siempre había llevado un pasar lujoso. Sabía que era la mimada de papá, su madre murió al darla a luz. Siempre la protegió y nada hubo de faltarle. Claro que había vivido experiencias caóticas, incluso de niña, pero siempre supo que eran las leyes a seguir. Como cuando salió con su gran amigo, un noviecito que tenía y su papá desconocía y bebieron más de la cuenta. Una decena de hombres casi le borra los rasgos al pobre. Al día siguiente no lo podía mirar por lo desfigurado. Nunca más lo volvió a ver. En otra ocasión también fue castigada por subir al desván, lo tenía prohibido, luego supo que era un sitio seguro para él. Se reunía con sus maleantes sin temor a que lo graben o pongan micrófonos. Lo peor fue cuando aquélla tarde salió para la escuela y encontró a dos primos muertos en la puerta. Nunca lo pudo olvidar.
Ser hija única también la llevó a fantasear, a veces, en cómo sería su vida con hermanos. Las familias italianas tenían muchos hijos. Espantó esa idea, como a una mosca, le gustaba no tener que compartir. Era única. Independiente. La mejor.
Siguió tranquila urdiendo planes, estaba enamorada y apenas pudo notar que Alfonso no estaba tan distendido como ella. Y ésa manía de ponerse por delante suyo…
Al otro día irían a Mikonos- le dijo. -Será también inolvidable. Y a la playa y hasta podrían asistir a alguna fiesta-, quiso continuar diciendo, mientras una seguidilla de disparos, hacían desplomar a Alfonso, y cubrían sus palabras de sangre. Por todas partes. Un auto n***o rodaba veloz hacia la esquina, apuntando aún hacia ella.