Prólogo
Lenet bajó la vista, atormentada. Sus hombros temblaban. Respiraba hondo, conteniendo las lágrimas, luchando contra esa sensación de estar completamente atrapada.
«¡Qué estúpida! Llevar el arma… para él eso solo confirma que acepto nuestro “acuerdo”. No puedo contarle lo que pasó en realidad. Y ni loca podría denunciarlo... harían preguntas. Preguntaría dónde estuve… con quién.»
Pero, en lugar de gritar o exigir explicaciones, Adrik se mantuvo sereno. Muy serio, sí, pero sin perder el control.
—Lo hizo en defensa propia, ¿no es así? —preguntó con voz grave.
Él podía ver esa distinción que marcaba a los suyos. Un leve brillo, algo etéreo que envolvía a ciertas personas. En ella ahora había sombra. Una sombra densa que lo cubría todo. Ya no tenía ese brío claro y puro de cuando la conoció. Para Adrik, eso bastaba: la muerte la había tocado.
—¡Esto ya es intolerable! —dijo Lenet con la voz temblorosa, dejando el ramo de flores sobre la mesita—. No se atreva a seguir metiéndose en mis asuntos ni a culparme. ¿A qué juega esta vez, Hades? ¡Ya es suficiente! No tiene derecho a tomar mis cosas.
Las lágrimas ya no pudieron sostenerse. Resbalaron por sus mejillas, cargadas de enfado.
—Responda —ordenó él con voz profunda, dejando el bolso sobre la mesa—. ¿Asesinó a alguien?
Lenet se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, indignada.
—Querían matarme. ¡No fue algo que hubiera querido hacer! —exclamó, alterada.
—Entonces no tiene nada que temer ni por qué arrepentirse. Ese es el propósito.
Ella frunció el ceño, disgustada, y negó lentamente con la cabeza mientras sostenía su mirada.
—Tania murió. ¿Entiende? ¡Su sangre está sobre mí! No pude hacer nada por ella… incluso si maté —susurró con el alma quebrada.
Él la miraba con atención, comprendiendo muy bien lo que sentía.
—Lamento que haya tenido que enfrentar eso. Quizá ahora comprenda un poco qué es lo que enfrento yo. Solo tengo dos opciones, Lenet: matar… o morir.
Ella bajó el rostro, afligida, pero él continuó con serenidad.
—No la culpo, tampoco la juzgo. Creo que no somos tan distintos. No ahora. ¿Seguirá intentando huir de mí?
Lenet suspiró. Comprendía lo que él intentaba decir. A veces se mata, no por odio ni por placer, sino como única salida. Eso le redujo parte de su incomodidad… y también el ruido mental que le impedía hablar con claridad.
—Si eso pretendía, sí… me temo que entiendo mejor. Pero no es nada divertido lo que está sucediendo, ni lo que hace conmigo, Adrik. No tengo claro qué quiere de mí, ni qué intenciones tiene. ¡Usted es un verdadero laberinto… un abismo oscuro! Todo el tiempo juega conmigo...
Adrik la escuchaba en silencio, atento.
—Esta mañana intentó dispararme. Y yo, tan idiota, hasta podría decir que eso parece menos grave que su tajante manera de negarlo todo. Me gustaría pensar que todo esto es un juego, que tiene algo de divertido… pero no puedo. Nada me deslumbraba. Hasta que lo tuve cerca. Hasta que lo sentí. Hasta que lo besé.
Hizo una pausa, respirando hondo.
—No voy a negárselo: fue intenso. Fue distinto a todo lo que alguna vez habría permitido. Lo disfruté. Mucho. Pero no puedo más con esto. Me disculpo por usar su tarjeta, por tomar su dinero. Lo juro, pensaba devolvérselo en cuanto resolviera mis problemas con el banco. A eso vine, en realidad.
Se acercó al bolso y lo abrió, buscando el estuche con las tarjetas. Al encontrarlo, extendió la mano hacia él.
—Le suplico que me deje ir. Que esto se termine ya.
Adrik no se movió. No tomó las tarjetas. Solo la observaba.
—La policía no dejará de investigarla. Y no creo que sean los únicos. ¿Qué piensa hacer cuando salga de aquí?
Lenet tragó saliva. Pensó en Valentino. Y con ese recuerdo, recuperó fuerzas. Bajó la mano.
—Eso ya no importa, Adrik. Será mi asunto. Pero es seguro que volveré a mi casa, con mi madre. Se acabó. ¿Entiende?
Adrik sonrió, pero sin humor. Había algo de sorna en su expresión.
—Me gusta que crea que todo puede terminarse con solo desearlo. Pero, preciosa… no tiene idea de lo que está diciendo. Tampoco de lo que pasó. Huir no cambiará nada. Quedarse a mi vista, sí.
Su voz fue una sentencia. Lenet sintió el corazón latir con violencia.
—A partir de ahora, su casa será donde yo lo diga. Y hará lo que yo disponga. No me ponga a prueba.
Ella alzó la vista lentamente, muy seria.
Adrik alzó la mirada, encontrándose con esa misma urgencia que ya no podía reprimir. La cargó de golpe, alzándola con fuerza hasta montarla sobre una superficie alta donde había un florero. Este cayó, quebrándose en mil pedazos cuando Lenet quedó sentada, empujándolo con su cuerpo.
Él le separó las piernas bruscamente, inclinándose sobre ella. La miraba fijo, sin parpadear. Apretó su cabello con fuerza. Lenet se estremeció, anhelándolo con todo su ser.
Deslizó la mano abierta desde su garganta hasta su muslo. Luego haló su cabello, pegándola contra él de forma brusca, pero certera. Lenet respiró hondo, hablando en un susurro ansioso.
Él parecía enfadado, pero tan apasionado como siempre al mirarla a los ojos.
—¿Cuál es mi pecado, Adrik? —susurró—. Siento que me castiga cuando se ve forzado a callar. ¿Qué sucedió en verdad… esta mañana?
Adrik resopló, respirando el suave olor que emanaba de su piel.
—No lo ve, Lenet… Su refugio debería ser mi cuerpo. ¿No lo desea?
*****
Al volver a la casa, Lenet se topó con un vacío abrumador. Todo seguía igual que antes, como si el tiempo no hubiera pasado, pero en el centro de la sala reposaban varios arreglos florales que no estaban allí cuando partió.
Se acercó con cautela. Al leer las tarjetas, comprendió que eran muestras de afecto enviadas por la familia de Stacy.
Confundida, tomó el teléfono y llamó a la tía. Entonces lo supo.
También Stacy había muerto.
La puerta principal se abrió justo cuando Lenet se despedía por teléfono. Al voltear, vio a Adrik entrando. Se encontró con su mirada, y las lágrimas que había intentado retener rodaron sin contención.
—La tengo conmigo —susurró, sosteniendo la urna con fuerza.
Adrik asintió, serio.
—¿Dónde la va a sepultar?
—Puede ser en cualquier lugar —respondió con voz quebrada—. Pero quiero llevarla conmigo. Adrik… gracias por venir.
Él la observó unos segundos. Sus ojos decían más de lo que las palabras podían alcanzar. Pero entonces algo le hizo girar la cabeza, tenso.
Un haz de luz se filtró por la ventana. Una línea roja, como un láser, se posó directamente sobre su pecho.
—¡Lenet, al suelo!
Lenet abrazó la urna con fuerza, aterrada, y se lanzó al suelo. Adrik escuchó un par de disparos; los proyectiles rompieron el cristal de la ventana en mil pedazos. Se asomó con rapidez y vio a varios hombres armados bajando de vehículos y acercándose a la casa.
Se mantuvo agachado. Estiró un brazo, tomó a Lenet del codo y la ayudó a levantarse. Pegados al suelo, comenzaron a moverse por la sala, dirigiéndose a las escaleras.
Ambos subieron corriendo, esquivando disparos que volvían a tronar desde las ventanas. Llegaron a la habitación de Lenet.
—Quédese aquí. Si entra alguien, dispare. Si caigo, huya por el patio. No mire atrás —dijo Adrik mientras se dirigía a la puerta.
Cerró la puerta y le puso el seguro. Luego se atrincheró en otra habitación, vigilando desde una ventana pequeña. Vio a los refuerzos acercarse: al menos diez hombres más, todos armados.
El verdadero peligro acababa de entrar por donde nadie lo esperaba. Lenet oyó un ruido en la ventana de la habitación. Erian se había deslizado desde el tejado con una cuerda e intentaba entrar. Ella, aterrada, se escondió bajo la cama con la pistola en mano, dejando la urna atrás. Había oído los disparos, los gritos... No sabía si Adrik seguía con vida. Solo quería que aquella pesadilla terminara.
De pronto, el cristal estalló. Un hombre irrumpió en la habitación. Lenet sintió cómo la arrastraban del tobillo, sacándola de su escondite. Cerró los ojos y apretó el gatillo. El disparo resonó, pero al tener que quitar el seguro primero, no logró disparar de nuevo con rapidez. Falló. No atinó. Y el terror se apoderó de ella.
Erian sonrió con malicia al verla.
—Hola, preciosa. Por fin nos conocemos. Me han dicho que eres toda mía. Tranquila... te haré pasar un buen rato.
Lenet quiso gritar, pero el miedo la dejó paralizada. Erian se agachó y, con facilidad, le sujetó el cabello, tirando de ella con brutalidad. En su otra mano, sostenía una Desert Eagle con silenciador.
—Tu amiguito también puede unirse, no tengo prejuicios. Podemos ser más de tres. ¿Te gustaría?
Ella forcejeó, sin éxito. Mientras tanto, abajo, Adrik seguía enfrentándose a los hombres de Erian. Sin municiones, tomaba las armas de los caídos, y pronto ya blandía un rifle de asalto, abatiendo enemigos con precisión letal.
—Fuego a discreción desde sus posiciones, 1-1 —ordenó por el auricular.
En cuestión de minutos, cesaron los refuerzos. Con un respiro, Adrik subió las gradas. Erian, arrastrando a Lenet hacia abajo, sonreía triunfal.
—¡Dispara y veremos quién muere primero! —rugió, apuntando la Desert Eagle a la cabeza de Lenet.
Adrik lo apuntó sin vacilar. La furia hervía en sus ojos.
—Veo que has traído a tu novio —se burló Erian al oído de Lenet—. ¡Qué pena! ¿No sabe que eres para mí?
Lenet forcejeó una vez más. En ese instante, un disparo impactó a Erian por la espalda. Soltó a Lenet. Ella corrió hacia Adrik.
—Lo cubrimos, jefe. Uno menos —dijo una voz en el auricular.
—Bien hecho, 1-1 —respondió Adrik, ayudando a Lenet.
—¡Arriba, Lenet!
Ella dudó, pero obedeció. Erian, aún con chaleco antibalas, se repuso y abrió fuego. Adrik esquivó los disparos, respondiendo mientras ambos se protegían: uno tras el sofá, el otro tras una mesa. El intercambio fue feroz. Adrik, al borde de quedarse sin munición, cambió de estrategia: subió a la segunda planta en una carrera relámpago mientras Lenet seguía acuclillada, aunque yendo tras él.
Un nuevo enemigo asomó con fusil en mano. Adrik, oculto tras la barandilla, extrajo su cuchillo y aguardó. Lo tomó por la espalda, clavando el filo en la garganta. Luego lo arrastró hasta asegurarse de que estaba muerto.
Erian vio cómo el cuerpo caía a sus pies rodando por las escaleras. Se inclinó sigilosamente, reconociendo el corte limpio y certero.
—¡Eres bueno! Has venido a jugar —dijo con voz fuerte.
—Y tú, a morir —respondió Adrik. Lenet reapareció sosteniendo el arma, aunque siempre junto a él. Él se la quitó con calma, guardándola en su arnés.
—Qué valiente —se burló Erian—. Pero no tienes ninguna posibilidad... ¿ya lo viste?
Las sirenas comenzaron a acercarse.
—Al parecer tú tampoco tendrás suerte —replicó Adrik, tomando a Lenet de la mano. Cerraron la puerta de la habitación con llave tras ellos.
—¡Mierda! —gruñó Erian, obligado a huir.
Adrik cargó a Lenet hasta la ventana. Ató la cuerda (la misma por la que bajó Erian) y la descendió con cuidado. Ella abrazaba la urna contra su pecho. Luego él se descolgó. En el jardín, Marco ya los esperaba.
Les hizo señas. Subieron al vehículo. Las sirenas quedaban atrás.
Lenet hiperventilaba, incrédula. Habían escapado. Atrás quedaban Erian y sus monstruos.
Adrik iba al frente, en el asiento del copiloto. Lenet, atrás, flanqueada por escoltas. Estaba aturdida. Ahora entendía la frialdad analítica de Adrik. Era sobreviviente por necesidad.
—¡Te debo una, Marco! —dijo Adrik, quitándose la mascarilla y la sudadera.
Se puso una nueva camiseta que Marco le pasó del maletín. Tenía rasguños, pero seguía en pie. Había sido una victoria.
—¿Están bien? —preguntó Marco.
—En una pieza al menos.
—¿A dónde, Hades?
—Busca una gasolinera y una tienda de ropa. El resto del equipo que avance hacia el aeropuerto.
Marco obedeció. El vehículo se detuvo.
—Lenet, lávase las manos. Tire lo que pueda de lo que llevas puesto. Compre otra muda. Use la tarjeta del equipo, no la suya.
Lenet asintió, aún conmocionada. Adrik bajó con Marco hacia el baño. Lenet compró ropa, se cambió y volvió al vehículo.
Más adelante, repitieron el proceso en otra gasolinera. Esta vez, cambiaron de vehículo. Ahora ella iba sola atrás, con Adrik al frente y Marco al volante.
—¿Nos quedaremos?
—No nos conviene. Vuelve al aeropuerto. Tenemos que regresar a Grecia. La policía buscará a Lenet.
Mientras el vehículo avanzaba a gran velocidad, Lenet se sumía en sus pensamientos. Sabía que no habría descanso; nuevos enemigos surgirían en su camino, ahora con doble motivo: había sobrevivido… y regresaba convertida en la amante furtiva del Hades de Spanos.
*****
Hola, bienvenido o bienvenida a esta historia.
Gracias por darme la oportunidad de ser parte de tu biblioteca. Aquí no hay cuentos de hadas ni finales convencionales. En este mundo, la venganza, el crimen y la sangre dictan las reglas. Grecia es el escenario, pero las sombras están por todas partes.
Disclaimer (Descargo de responsabilidad): Esta historia es una obra de ficción. Aunque algunas locaciones están inspiradas en lugares reales, los eventos, personajes y organizaciones representados aquí son totalmente ficticios y no reflejan la realidad de ningún país o cultura. Contiene violencia, secuestros, abusos y erotismo (+18).
En esta entrega encontrarás integradas la Parte Uno y la Parte Dos, para que sigas la historia completa de Adrik y Lenet sin perder detalle. Si decides entrar, prepárate para lo que sigue.
Gracias por leer y por atreverte a conocer esta historia. Todo comentario es bienvenido, al igual que tu opinión.
Fbook: Sunny Black
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