Lenet abrazó la urna con fuerza, aterrada, y se lanzó al suelo. Adrik escuchó un par de disparos; los proyectiles rompieron el cristal de la ventana en mil pedazos. Se asomó con rapidez y vio a varios hombres armados bajando de vehículos y acercándose a la casa. Se mantuvo agachado. Estiró un brazo, tomó a Lenet del codo y la ayudó a levantarse. Pegados al suelo, comenzaron a moverse por la sala, dirigiéndose a las escaleras. Afuera se oyeron más autos derrapando al frenar. Adrik sacó su Glock G17, calibre 9mm. Un arma ligera, fiable, que más de una vez le había salvado la vida. —¿Qué está pasando? —preguntó Lenet, con la voz quebrada por el miedo. Adrik no despegaba la mirada de la entrada. —Sabían que usted vendría... Ella notó entonces que él llevaba un arnés bajo la sudadera. Lo

