Los dos, sumidos en el deseo incontrolable y la pasión voraz, entre caricias arrebatadoras y besos intensos, se entregaban sin control. Adrik era consciente de lo que aceptaba y cedía al perderse en ella; ella, segura de disfrutar del poder oscuro e irresistible de lo prohibido. Cualquier temor o duda desaparecía mientras lo sentía besarla, recorrerla, quemarla con cada roce de su lengua sobre la piel. Sus dedos acariciaban y presionaban dulcemente justo donde ella necesitaba de él. Extasiada, arqueaba la cintura, resoplando sin contener cada estremecimiento que la obligaba a jadear. Al dejar caer la cabeza hacia atrás, ansiando tocar el primer brote de complacencia, una mano grande de él envolvió su garganta, atrayéndola para morderle los labios con sensualidad. Luego, la sostuvo por de

