Adrik conducía mientras masticaba goma de mascar. Rara vez encendía la estéreo, pero esta vez lo había hecho. El sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos. Creyendo que era Magno, contestó. —¡Hola, buenas noches! —saludó una voz femenina—. Creí que no contestarías, pero veo que estás despierto. Adrik reconoció la voz y bajó el volumen de la radio. —¿Tania, no es así? —Sí, la misma. Es genial que recuerdes mi nombre. ¿Qué tal por allí? —Siempre despierto. ¿Y tú? —Con ganas de pasarla bien. Sería increíble contigo. ¿Te gustaría salir un rato? Él sonrió de lado. —Me gustaría, pero no estoy en Santorini. —Ok. Pero ¿sigues en Grecia, no es cierto? —Sí, sigo en Grecia. —Bien… Me gustaría preguntarte algo: ¿te interesa mi amiga? Adrik frunció el ceño. —¿Tu amiga? —Sí, la mism

