Por un momento, Lenet lo observó hablar en griego. Su tono era firme, su expresión, triunfal. Al callar, esbozó una sonrisa seductora antes de volver la mirada hacia ella.
Lenet intentó reprimir su agrado, pero no pudo. Su presencia tenía un magnetismo innegable; irradiaba fuerza masculina, carácter indomable y una autoridad natural. Era el tipo de hombre que parecía nacido para liderar.
—Me parece lógico —murmuró después de contemplarlo un instante.
Él llevaba varios anillos de plata en los dedos y movía la mano con soltura sobre el tablero del vehículo, cuyo control de cambios se encontraba en los botones o en el volante, dada la transmisión automática de doble embrague.
—¿Solo lógico, señorita? ¿No le parece también justo?
Lenet esbozó una leve sonrisa. Apenas se dio cuenta de que,
