Capítulo 4

1913 Palabras
Mandé a buscar a Noemí, quería que lo viera y lo desencantara, que él estuviera al tanto de los sentimientos de ella. Independiente de la veracidad de sus palabras. ―¡Noemí! ¿Estás bien, princesa? ―inquirió mi hermano, nada más verla. ―Sí, estoy bien, ¿y tú? ―Ella quiso tocar su cara, yo tosí para evitarlo, ella no podía darle a entender que lo amaba o que estaba conmigo por obligación. ―Noemí, dime que no es cierto lo que me dijo este hombre ―imploró con lágrimas en los ojos, lucía patético. ―Ya no quiero seguir contigo, yo… yo me quedaré aquí, ya no quiero seguir espigando campos, no quiero ser una simple esclava, quiero lo que mi señor puede ofrecerme, Terión, lo siento. Los ojos de mi futura esposa se llenaron de lágrimas, yo no aceptaría eso, la tomé de un brazo y la aparté de mi hermano. Quería que ella le tuviera asco y recelo a él, no amor. En ese momento, comprendí que podía dominar las emociones, ella se apartó de él con una mueca extraña y se apegó a mí, buscando protección. ―Noemí, ¿qué pasa? ―insistió mi hermano―. Dime la verdad. ―Terión… Terión… No quiero estar contigo, entiéndelo, no quiero, quiero estar con mi amo, por siempre… ―Bien ―respondió mi hermano―, te entiendo, Noemí, quédate y sé feliz. ―Terión… ―No te preocupes, entiendo muy bien lo que ocurre aquí, princesa, de verdad, no te preocupes, solo recuerda una cosa… Te amo y eso no cambiará, si algún día me necesitas, aquí estaré. ―Terión… ¿Acaso no sabía nada más que repetir incansablemente su nombre? La volví a apegar a mi cuerpo, dominando sus emociones para que sintiera asco de mi hermano, pero aparte de un recelo inicial, ella no podía mantener su odio hacia él. No me importaba que ella lo amara en tanto se quedara conmigo y me diera ese hijo tan anhelado y necesario para cumplir nuestros propósitos. Más tarde, nos dispusimos a cenar. Esa noche se convertiría en mi esposa. Poco antes había dado la orden de que trajeran también a la familia de Noemí, ya no serían esclavos. Eso la entusiasmó y se sintió más agradada ante mí, no quería que siguieran siendo esclavos si ella ya no lo era. Ellos se sorprendieron al ser llamados a palacio, pero al saber la razón, se alegraron en gran manera, su hija sería toda una princesa, ellos la habían protegido y mantenido más tiempo del debido antes de llevarla con ellos, como correspondía a las personas de su clase, a espigar los campos, a ofrecerse de esclava. Ellos no querían ese futuro para ella. Querían algo más y lo habían conseguido. Poco después de la cena, cada uno fue a su dormitorio. Noemí se quedaría conmigo. ―Yo nunca he estado con un hombre, señor ―susurró cuando me acerqué a ella. ―Nadie te lastimará, eres valiosa para mí, confía en mí, nada malo te pasará a mi lado. Ella apartó su mirada de mis ojos y me sentí vacío, necesitaba de ella para hacer de esa maldita vida, algo con propósito. ―Noemí, mírame, por favor. ―Volví a implorar, acuné su cara en mis manos, con la ternura infinita que ella me inspiraba. ―Señor ―respondió con su mirada llena de pavor―, haré lo que usted me pida, pero no me lastime, es lo único que le pido. ―Ya te aseguré que nadie te hará daño, cariño, nadie, ni yo mismo. ―Gracias ―correspondió a mis palabras. Entonces, la besé, suave al principio, anhelaba que confiara en mí, necesitaba de su confianza, de su amor incondicional para tomarla como mi esposa, no quería abusarla. ―Nunca me habían besado ―confesó con enorme inocencia, cuando la miré después de aquel exquisito beso. ―Lo sé, preciosa, lo sé ―aseguré enamorado. Aquella noche, la tomé en mis brazos y la guie hasta mi cama, la deposité sobre ella con suavidad y me puse sobre ella, con mis brazos a los lados de su cuerpo. Ella me observaba con los ojos muy abiertos. Yo la contemplaba con admiración. ―Te voy a tomar como mi esposa esta noche, te vendrás a vivir conmigo, seremos uno, desde esta noche en adelante, serás la dueña de todo lo mío y reinaremos juntos. Ella cerró los ojos y ofreció sus labios a mi boca. La besé. La besé mucho. Y luego, la hice mía. Ella se entregó a mí sin ningún temor ni tapujos, fue algo maravilloso que había esperado durante mucho tiempo. Meses después mi esposa quedó encinta, ella se sentía muy mal, a los tres meses de embarazo presentaba un abultado vientre. El hijo que llevaba en su vientre era perfecto, como yo. ―Me duele, Ptolomeo, me duele mucho ―se quejó una tarde y se dobló en dos de dolor, por su abdomen pude ver los pies de mi hijo golpeándola. Era demasiado fuerte para ella. La dejé acostada y envié por Rodhon. Él debía darme respuestas, necesitaba a ese hijo, pero también la necesitaba a ella y no estaba dispuesto a dejarla morir. ―El bebé nacerá sin problemas ―me explicó―, no debes temer, parecerá que no, pero ella lo resistirá. ―¿Y si no lo hace? ―Lo hará, ella es joven y fuerte. No te preocupes. De todos modos, si no lo logra será un pequeño costo para el propósito que quieres cumplir. ―¿Ella morirá? ―inquirí nervioso. ―Es probable, sí. ―Pero entonces yo no… ―Ella puede volver a la vida después, yo la puedo hacer volver. ―¿Estás seguro? ―No quería perderla. ―Así es, Ptolomeo, ella puede volver a tu vida, una vez que tu hijo haya nacido. Si es que no resiste, pero lo hará, ese niño es perfecto, por eso está así, pero ya verás que todo va a estar bien. ―Pero… yo no quiero perderla. ―No la perderás ―sentenció mi amigo. ―¿Tú sabías que esto iba a pasar? ―Así es. Miré a mi esposa, tenía el rostro desencajado de dolor. No sabía que aquello ocurriría. De haberlo sabido… No sé. No sé qué hubiese pasado. Quería a ese hijo. Pero también la quería a ella. ―Ella está sufriendo mucho. ―Mucho, demasiado, pero es un pequeño costo para ver renacer a Egipto como debe ser. ―Un pequeño costo… ―repetí como un autómata, no quería verla sufrir. ―Sí, todo por un bien mayor. No vas a claudicar ahora, sobre todo ahora que ese hijo está por nacer. Debes hacerlo por tu madre. Me agaché al lado de Noemí, ella sufría mucho, el dolor era casi insoportable. No me gustaba verla así, pero yo debía ser fuerte, no permitiría que ella quisiera abortar a mi hijo por el dolor o el miedo que le estaba provocando, ella sabía que algo no andaba bien, que ese embarazo no era normal, pero tampoco se imaginaba que mi perfección le estaba provocando los problemas. ―Mi amor ―dije acercándome a ella―, no temas, todo estará bien, este niño es especial, por eso estás así, pero muy pronto todo esto pasará, él nos traerá de vuelta a la gloria, al esplendor que nunca nuestro hermoso país debió perder. ―¿Qué significa eso? ―preguntó asustada. ―Significa que yo soy perfecto, cariño, nuestro propósito debe cumplirse, ese propósito es hacer que Egipto vuelva a su magnificencia original y eso se puede lograr con mi hijo, nuestro hijo ―corregí. Ella no contestó. Cerró los ojos y se aferró a la almohada, si por mí hubiera sido, le hubiese quitado el dolor, pero eso significaría que mi hijo no nacería. Y él debía nacer. Estábamos muy cerca de lograrlo. No quería verla así, pero ya no había vuelta atrás. Pasó un mes. Ella no se encontraba nada bien. Cada día estaba más extraña conmigo, no me quería cerca y, al parecer, me temía. El dolor cada día era peor, yo no podía hacer nada. Mucho menos si ella no quería nada conmigo. ―Noemí, querida, déjame ayudarte ―supliqué un día cualquiera. ―¡No te acerques! ―gritó―. Tú me estás matando, tú sabías lo que iba a pasar… Tú me quieres matar. ―No es así, cariño, ese niño nos llevará de vuelta a ser lo que siempre debimos ser, tú mi esposa y compañera de mi reinado, del nuevo mundo, de un nuevo Egipto que renacerá de las cenizas. ―No me preguntaste si yo quería. ―Tú tenías que querer, es nuestro futuro. ―Y claro, ahora debo estar así, ad-portas de la muerte, por un afán de poder. ―Todo saldrá bien, cariño, te lo prometo, volveremos a estar juntos y reinaremos juntos, ya te lo he dicho muchas veces, no tengas miedo, todo saldrá bien ―aseguré con confianza, Rodhon me había dicho que estaba saliendo mejor de lo esperado, ella podría soportar lo que quedaba sin problemas, con dolor, pero ya pasaría y olvidaría todo el sufrimiento. ―No te creo, si tú me amaras como dices, no me hubieras hecho esto, no tendría por qué estar así, esperando morir, con estos dolores que me están matando día a día. ―Ya no quiero hablar contigo ―contesté, no me gustaba discutir con ella. ―No te gusta cuando te digo la verdad, ¿cierto? Siempre es lo mismo. Debí quedarme con Terión. Al decir eso, se encogió con un nuevo dolor, demasiado fuerte, a nuestro hijo no le había gustado nada que ella pensara así. ―No vuelvas a decir eso. ―Es la verdad ―gimió aguantando una nueva patada de mi hijo. Salí de allí, si me quedaba, ella seguiría diciendo cosas como esa y a nuestro hijo no le gustaba el modo en el que se estaba expresando. Respiré hondo al cerrar la puerta. Me tranquilicé y decidí volver con ella. La madre de mi hijo debía estar bien, sabía que era mi culpa y yo debía estar allí para apoyarla, contenerla, faltaba tan poco que no valía la pena que me enojara con ella, tenía razón de sentirse así. Entré de vuelta y con espanto vi a Alejandro, mi hermano, consolando a mi esposa, la madre de mi hijo. Ella lloraba desconsolada abrazada a él. ―¡Déjala! ―gruñí fiero―. ¡¿Qué haces aquí?! ―La condenaste a morir, idiota ―me recriminó mi hermano. ―Eso no es verdad, estúpido, es mi mujer, es mi hijo. Tú no tienes nada qué hacer aquí. ―Yo la amo de verdad, eres tú quien está sobrando en aquí, siempre has querido lo que me corresponde, pero tú nunca serás como yo. Lo tomé del brazo y lo saqué de allí, no pelearía con él delante de Noemí. Una vez fuera, lo golpeé con todas mis fuerzas, él hizo lo mismo para defenderse. Llegó Rodhon a separarnos. Lo logró mucho rato después. Mi hermano se fue, no sin antes amenazar que volvería a arrebatarme a mi esposa para “defenderla de mí”. Cosa que hizo antes de nacer mi hijo, me la llevó lejos, solo supe de ellos cuando mi esposa y mi hijo estaban muertos…
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR