Capítulo 1
—Peluchita —verbalizó su madre, y eso la hizo enderezarse.
Sabía que era el típico apodo que usaba cuando iba a pedirle algo. Por otro lado, su padre carraspeó la garganta, y los ojos de Constanza bailaron de un lado a otro. Suspiró, a la espera de quién sería el primero en hablar. Al notar que ninguno de los dos lo hacía, empezó ella.
—¿Pasa algo? —preguntó, y ellos se miraron entre sí. Seguido, asintieron por igual.
—¡Sí! —explicó su padre, carraspeando la garganta por segunda vez.
Conocía a su padre, y cuando él carraspeaba, era porque algún negocio lo tenía nervioso o emocionado.
—¿Qué sucede? ¿Podrían decirme qué pasa sin dar tantos rodeos?
—Está bien, cariño, te lo diré yo. ¿Recuerdas a nuestros amigos del colegio, los cuales se llaman Esperanza e Ignacio? —ladeó la cabeza porque no tenía idea de quiénes eran. Jamás habían visitado su casa ni su familia había visitado la de ellos. Algunas veces había escuchado a su madre nombrarles, pero a ella no le había interesado. Ignoraba por completo las amistades de sus padres; prefería encerrarse en su habitación y pasar días enteros leyendo.
—¿Qué tienen que ver tus amigos con lo que vas a decirme? —indagó con mucha impaciencia.
—Ellos tienen un hijo —explicó su padre—. En nuestra juventud, hicimos un mutuo acuerdo; el acuerdo era que cuando nuestros hijos fueran adultos, se casarían.
Constanza sintió la sangre bajar a sus pies.
—El tema es que, desde el día en que naciste, quedó estipulado quién sería tu esposo —aclaró su padre, y ella se quedó en trance.
—¡Espera, padre! —se removió sobre la misma silla—. ¿Me estás diciendo que yo estoy comprometida con el hijo de tus amigos antes de existir? —El hombre asintió, y su madre dio pequeños aplausos, de lo más feliz, como si fuera un compromiso normal. Su padre suspiró y volvió a carraspear la garganta.
—Cons, cariño, mañana es la fiesta de compromiso. Conocerás a tu prometido y se elegirá la fecha de la boda, que por supuesto no pasará del mes.
Constanza escupió el té que acababa de beber para intentar digerir tan descabellada confesión.
—¿Fiesta de compromiso? ¿Prometido? Papá, yo no tengo pensado casarme.
—Debes hacerlo, es tu novio desde antes de que nacieras —explicó de una manera tajante.
—A ver, en primer lugar, yo no tengo novio, en segundo lugar, no pienso casarme.
—Vas a casarte porque yo lo dispongo y porque es nuestro sueño desde jóvenes unir a las dos familias. Siempre fuimos los cuatro y juramos que cuando tuviéramos hijos, los casaríamos. Y tú no serás la que va a arruinar mis planes. El muchacho es cinco años mayor que tú, pero eso no importa.
Constanza suspiró para evitar faltarle el respeto a su padre.
—Bien dices, papá, son sus sueños, no los míos. Tengo otros planes en mi vida en los cuales no hay lugar para el hijo de tus amigos, y no pienso casarme con nadie —gruñó y se propuso salir del comedor.
—Peluchita, no puedes retractarte.
—¿Retractarme? ¿Cómo puedes decirme eso si yo nunca dije que sí?
—Peluchita, si no aceptas, perderemos toda nuestra fortuna.
—¿Qué? —Constanza ladeó la cabeza—. ¿Firmaron algún papel? —preguntó, y ellos negaron. —Entonces no hay de qué preocuparse. No entiendo por qué dices que perderemos nuestro dinero. Además, ese no es mi rollo —su mamá suspiró, uniendo las manos frente a su boca.
Su padre explicó:
—Porque dimos una palabra, y fue de honor. De no cumplirla, nuestra fortuna pasará a sus manos. Tal vez no hay un papel firmado, pero si una grabación donde hacemos la promesa. Eso es suficiente para despojarme de todo.
—¡Esto es una estupidez! —sintió su rostro encenderse—. ¿Cómo pueden comprometer a una niña que ni siquiera sabían que iban a tener? ¿Qué hacían si ambos tenían hombres o mujeres? ¿Los casaban, las casaban? —suspiró, tratando de calmarse—. ¿Cómo pueden ustedes dos quererme lanzar a los brazos de un desconocido? ¿Es que acaso no me quieren ni siquiera un poquito?
—Oh, mi Peluchita, dejará de ser desconocido en cuanto lo conozcas.
—¡He dicho que no! ¡No pienso comprometerme, menos casarme!
—¡No nos levantes la voz! —rujió su padre.
—¡Y ustedes no piensen que me casaré solo porque se les ocurrió la fantástica idea de comprometerme cuando ni siquiera sabían que me tendría! —reprochó, saliendo del comedor.
—Debes casarte o perderás todo, incluidos los libros que conforman tu biblioteca —respondió su padre, rabioso.
*
Constanza salió de casa con la estupidez del compromiso en mente. Pensó que era demasiado tonto y estúpido lo que intentaban hacer. Varias lágrimas cayeron de sus ojos porque su corazón le dolía. Le dolía que sus propios padres la estuvieran ofreciendo como una mercancía. No encontraba una lógica a todo esto.
Una vez que salió a la calle, se encontró con su amiga.
—Cons —gritó Lourdes desde la distancia.
Una vez que Constanza llegó, la miró extrañada y se angustió al verla llorar.
—¿Qué sucede, Cons? —indagó con preocupación.
Lourdes era su mejor amiga, lo que podría decirse su hermana, aquella hermana que nunca tuvo.
—Mis padres —sollozó y continuó—. Quieren casarme con un desconocido, dicen que es mi novio desde antes de nacer.
—¡Oh, cariño! Seguro lo dijeron de broma —Lourdes trató de levantarle el ánimo, y ella negó.
—Se veían muy serios, hablaron con mucha seguridad. Vi en los ojos de padre seriedad, y en los de madre angustia por no tener para sus uñas.
—¿Por qué hacen esto? Hasta donde los conozco, no son así. Por dinero no creo que lo hagan, ¿o sí? —Constanza asintió con la cabeza mientras limpiaba las mejillas, y Lourdes tapó su boca, asombrada.
—¿Están en la ruina?
—No exactamente, pero aseguran que si no me caso, si que lo estaremos.
—¡Me es difícil de creerlo! Yo tenía a tus padres en lo más alto del podio, nunca les imaginé gritándote y, peor aún, obligándote a casarte con alguien.
—Hicieron un juramento cuando eran jóvenes. Eran cuatro amigos: mamá, papá y los que dicen serán mis suegros. Juraron que cuando tuvieran hijos, los casarían para unir sus familias. Incluso lo grabaron. En caso de no cumplir el trato, la familia que incumpla sería despojada de todo lo que habría conseguido en esos años —explicó a su amiga, y esta hizo cucharita.
—¡Oh, Cons! Es más serio de lo que pensé. Pero sigo sin creer que la señora Meredith y tu papá hayan hecho tremenda estupidez. Aunque viéndolo desde este punto, no creo que llegue a suceder algo así, total son amigos, no creo que se lastimen de esa manera, peor aún si no hay nada firmado —intentó quitarle la preocupación.
—Mi padre puede romper cualquier cosa material, pero una palabra que dio, jamás —agregó con mucho desánimo.
—¿Qué vamos a hacer, Cons? No quiero perderte, eres mi única amiga, y casándote, me quedaré sola.
—No sé. No sé lo que voy a hacer, lo que sí sé, es que no me casaré.
—Te obligará, lo presiento —Lourdes mordió su labio mientras pensaba—. ¿Y si te revelas?
—No creo funcione, como bien dices, creo me obligarán —suspiró y dio por terminada la conversación.
Llegó a la universidad y entraron al salón, esperando olvidar el tema al transcurrir las horas. Luego de clases, se dirigió a casa.
Al entrar, la abordó una mujer que se encargaría de preparar la fiesta de compromiso. Con decepción, dejó caer el bolso que sostenía sus libros al comprobar que todo iba en serio.
—Señorita Constanza, ¡buenos días! Me presento, soy Eva y seré la encargada de los arreglos para la noche de compromiso y para su boda, ¿podría?
—¡No! ¡No quiero nada! —refutó y corrió hasta la habitación.
Segundos después, ingresó Meredith (su madre) para tratar de convencerla. Al ver a su madre, Constanza lloró con fuerza, esperando que la mujer se conmoviera y no continuara con todo aquello.
—¿Por qué? ¿Por qué, mamá? —cuestionó entre sollozos.
—Peluchita, no llores. Cuando conozcas a tu prometido, quedarás enamorada desde el primer día; es un chico guapo, lo que podría decirse guapetón.
—No me importa si es guapo o si pudiera enamorarme. Lo que me duele es ver cómo me usan para cumplir sus promesas.
—Peluchita —acarició los cabellos de su hija e intentó convencerla. Pero Constanza se levantó y la dejó con la palabra en la boca. Bajó rápidamente y, cuando encontró a la mujer que arreglaría su boda, ladeó la cabeza y la ignoró.
Salió de su casa y se dirigió a casa de Lourdes. Esta última abrió los brazos y la recibió con ternura. Ingresaron hasta la habitación y continuaron hablando sobre ese tema.
—¿Y si huyes?, así sea por un tiempo.
—¿Dónde podría ir? Si lo hago, ellos jamás van a perdonarme. Además, podríamos perderlo todo.
—Cons, eso es solo un chantaje para que aceptes. ¡Escucha! Dices que son los mejores amigos —hizo un movimiento con las manos—. Entonces, ¿por qué, si son los mejores amigos, se lastimarían así mismos? ¡Solo piénsalo! Yo creo que nunca lo harían, al igual que nosotras no nos lastimamos.
—Pues yo tampoco. ¿Tú crees que no se enojen si me revelo?
—Al principio sí, ya luego se les pasará.
—La cuestión es que donde vaya, me encontrarían —hizo una cucharita, pensando en dónde podría ir para que no la encuentren.
—Hay un lugar donde no podrían encontrarte —Lourdes sonrió y movió los ojos.
—¿Cuál es ese lugar?
—¡El mar! Cuál más —murmuró Lourdes.
—¡No comprendo!
—¿No has escuchado lo que dicen en la facultad? —Constanza negó—. Se dice que mañana zarpa un crucero para navegar por cuatro meses.
—¿Crucero? ¿Qué tiene que ver el crucero con mi problema?
—Eres tontita, podrías zarpar en el crucero y perderte por cuatro meses y luego volver cuando las aguas estén calmadas. ¿Te imaginas navegar por cuatro meses? Sería emocionante.
—Yo nunca he viajado sola, además sabes que le temo al mar.
—Es eso o casarte, amiga. Tú decides. Yo lo haría, solo que mi padre no me deja. —Constanza se quedó pensativa. Después de pensarlo varios minutos, aceptó.
—Pero no tengo dinero.
—Eso déjamelo a mí —verbalizó al mostrar la tarjeta que su padre le otorgó.
—Está bien, consigue mi pase para ese crucero. Es mejor eso que casarme. Prepararé las maletas.
—No puedes salir con maletas, ellos no te dejarían marchar.
—Entonces, ¿qué sugieres?
—Comprar o, si no, te presto.
—Papá se daría cuenta de que he comprado ropa.
—No si compramos con mi tarjeta. Ya después lo devuelves —sonrió y la abrazó, ya que su amiga encontró solución para todos sus problemas.
—¡Te quiero! —expresó.
—Yo a ti —con ello en mente, volvió a casa.
Al llegar a la antes nombrada, su madre y su padre la esperaban. Al verla, la abordaron con el mismo tema.
—Peluchita, ¿aún estás enojada?
—No.
—¿Pensaste sobre lo que te dijimos? —inquirió Francisco.
—Sí. Después de pensarlo bien, acepto casarme.
—Hija, no sabes lo feliz que me haces —su padre sonrió y la abrazó.
Mientras tanto, Constanza sintió su corazón hacerse trizas por mentirles a sus padres.
Dejó todo preparado en casa de Lourdes. No pensaba casarse con un desconocido, por muy guapo que fuera.
Daba vueltas en la habitación, pensando que el día en que se casara sería por amor y porque ella así lo quisiera. Solo esperaba que su decisión no arruinara a sus padres; consideraba que ellos no debieron planear su boda antes de existir.