Tarde de tormenta
Escuchar esas palabras fue suficiente para agarrar mi mochila y salir de ese departamento, produciendo un ruido brutal con la puerta que solo hizo que esta rebotara y seguramente despertó a todo el edificio. Me dolió tanto y me sentí tan usada que ignoré como gritaba mi nombre. Escuché el ladrido de Chuck, y ese fue el último empujón para que se me formara un nudo en la garganta.
Descendí tres pisos de escaleras interminables tropezándome cada tanto, mientras pensaba que en cualquier momento él me alcanzaría para obligarme a escucharlo y tratar de convencerme de que lo perdonara, con ese talento propio que tenía de convencer hasta a la persona más terca, pero solo oí dos ladridos más de Chuck: el primero sonó claro, el segundo se cortó a la mitad. Había cerrado la puerta.
Continué bajando gravedad abajo, esperando sentir su toque, su mano jalándome el cuerpo hacia atrás, ofreciendo explicaciones al menos un poco más nobles, pero lo único que prosiguió tirando de mi fue mi impulso insatisfecho de querer salir.
Y finalmente lo hice: abandoné ese edificio tan familiar para mí, y comencé a caminar por la avenida, derramando lágrimas y recordando lo ocurrido hace un instante.
"Ya me enamoré de ella".
Esas cinco simples palabras, que resonaron como campanas en mi cabeza una y otra vez, produciendo en mi una sensación inexplicable, fueron las únicas compañeras de “viaje” que tuve, porque en ningún momento su mano me jaló del brazo ni me rogó entenderlo, porque el no tenía el mínimo plan de recuperarme.
Mientras pasaba por un parque, una llovizna ligera marcó su presencia y gota a gota fue inundando todo a su paso, terminando en convertirse en una tormenta sin piedad que logró borrar las sonrisas de los niños que jugaban en la arena del parque y dibujó preocupación en los rostros de sus padres, los cuales no tardaron en llevárselos a la fuerza del lugar.
Nunca habiendo entendido el temor inentendible de la gente a la lluvia, quizás debido a mi situación frágil u otros motivos, aceleré mi paso, hasta llegar a correr desesperada por un intento de evitar mojarme.
Me lancé a la calle cercana, hacia una tienda de regalos cuyo techo de lona había alcanzado a amontonar una decena de personas que buscaban refugio de la tormenta naciente. Corrí al ver el semáforo a punto de colorearse de verde y el símbolo del peatón comenzando a parpadear. Escuché una bocina y sentí un golpe en la cadera. El peatón aumentó la velocidad de su parpadeo, mi vista se nubló de repente y se me cerraron los ojos. Me sentí caer y escuché murmullos a mi alrededor, extraños, como si provinieran de un lugar lejano, sin entender que ocurría.
Abrí mis ojos. Los murmullos aumentaron y aceleraron su velocidad. Una pequeña luz volvió a caer en mi vista nublada, que con cada parpadeo se despejó gradualmente hasta ver el símbolo del peatón desaparecido y el semáforo ubicado arriba del mismo en verde. Confundida y sintiendo un ligero dolor, moví los ojos hacia mi hombro y vi a un chico sosteniéndome con el rostro lleno de preocupación, que al verme despertar sonrió como si un milagro lo hubiera golpeado, pronunciando:
-¿Estás bien?