El sol era igual de brillante como cada mañana, el viento seguía soplando y las aves inundaban la casa con su canto. El mundo no parecía extrañar a Cereza, nadie parecía recordarla a excepción de nosotros.
Papá estaba quebrado y evitaba llorar delante de mamá solo por parecer fuerte. Yo también lo evitaba delante de ellos, no quería que tuvieran que preocuparse de otra cosa que no fuera su luto.
Todo esto dolía, era como si un puño traspasara tu pecho y te impidiera respirar.
Ya he perdido la cuenta de las veces que me he encerrado en mi habitación para soltar un llanto incontrolable. Una parte de mi me decía que me calmara, necesitaba ser fuerte, pero la otra solo deja caer mis lágrimas.
La ausencia era lo peor. Todo se sentía vacío sin la risa de mi hermana o sus ocurrentes frases. Nunca pensé extrañar aquellos racionamientos lógicos que me sacaban de quicio. Ya no habrá más nadie que se atreva a burlarse de la mala cocina de mamá y tampoco estar esa persona que apoye a mi papá cuando el impida que salga con mi novio.
Su habitación en frente de la mía permanecía cerrada. Nos era imposible entrar porque cada milímetro dentro de ella nos hacía recordar la ausencia de su risa.
Intentaba muchas veces acordarme de su cabello rojizo como el fuego, de las veces que venía a mi habitación para que le hiciera un peinado. Siempre solíamos hablar de tonterías mientras que Claro de una nos observaba en silencio.
Me hacía falta mi querida jirafa.
Me calce mis zapatillas deportivas, recogí mi cabello en una cola de caballo sin importar desenredarlo y baje con las llaves para tomar la camioneta de mamá y me encaminé al cementerio mientras recordaba cómo le había prometido a papá que yo me haría a cargo de Cereza y su tumba. No quería que mamá viera de nuevo el hoyo en el suelo y la tierra cubriendo su cuerpo.
Claro de Luna subió conmigo para acompañarme. Desde que Cereza ya no estaba siempre me seguía a cualquier parte y miraba con cautela a todos lados como si deseara protegerme.
Froto su cuello rápidamente y solo conduzco en silencio, atenta a las calles tranquilas, limpias y silenciosas.
Cereza solía criticar todo esto, se quejaba que Santa Apolonia parecía un pueblo robótico y perfecto, algo en dónde nadie sufría salvo cuando te raspabas la rodilla, pero creo que ahora se equivocaba, mi familia estaba sufriendo por ella, todos lloraban su partida, su sátiro malhumor, su voz.
Lentamente me dirijo hacía la zona montañosa y llena de bosques de pinos hacía el sur. Los caminos en forma de serpiente estaban húmedos por el rocío de la mañana, las aves volaban libres a diferencia de la ciudad, el sonido del bosque era relajante y aun así no podía olvidar lo duro que había sido esos días.
Me había encargado de vestir su cuerpecito sin vida como lo marcaba nuestra tradición al morir un hermano. Tuve contacto con su piel fría y rasposa. Lidié con sus parpados cerrados y esa expresión de intranquilidad que ella poseía. Quizás mis nervios me traicionaban, pero creía que ella se levantaría, sentía que en algún momento abriría sus hermosos ojos y me vería fijamente.
Detengo la camioneta luego de entrar por ese portón n***o con ángeles en cada columna.
Tanto los arboles como las flores se expande en el terreno junto a las pequeñas lapidas que yacían debajo de su sombra.
Se tenia como costumbre que al colocar una nueva tumba también se implantara un árbol, por eso nuestro cementerio parecía más a un bosque verde y frondoso y no un lugar frio y lleno de estatuas.
Un hombre de manos fuertes poda la maleza de los demás árboles, desde la distancia.
Luis al darse cuenta de mi presencia sacude su mano para saludarme. Deja su podadora a un lado, se quita los guantes negros y caminos hacía mi dirección. Su sonrisa amable se contraponía con su barba de leñador y ceño oscuro y profundo con grandes cejas que se unían en una.
El gran Luis era jardinero y cuidador de tumbas desde hace años, toda su familia había estado en ese trabajo desde los primeros fundadores y su hijo Damián estudiaba con mi hermana. Ambos se conocían desde la infancia y parecían seguir hasta la universidad.
–Alice, lamento tu perdida–dijo con ese tono de voz condescendiente, pero frio.
Se limpió sus manos y camino hacía la caseta pequeña de madera para sacar una rama larga y sin hojas que tenía las raíces cubierta con tierra y envuelta en una bolsa negra.
–ten, esto es los que me pediste.
Se acercó con cuidado y tomó el pequeño árbol que lucía moribundo y triste como todo a mi alrededor, mire con detenimiento su estructura y aquel tallo grueso y horrible que parecía débil en mis manos.
–¿Estás seguro que es lo que te pedí? –pregunté algo dudosa de la decisión, pero cuando vi sus ojos brillar y aquella sonrisa mostrarse supe que era de verdad.
–Lo siento, traté de elegir uno mejor, pero este fue el que sobrevivió del viaje en barco–acarició su tallo con delicadeza como si fuera una mascota–pero estoy seguro que es un cerezo, yo mismo lo revisé. Puedes confiar en mí.
–Bien, muchas gracias, señor Luis, le agradezco este detalle, sé que mi hermana estaría feliz por tener un árbol como este.
–No tienes que agradecerlo. Sabes que ella era amiga de mi hijo y yo soy amigo de tus padres, haría lo que fuera por ustedes.
Con ello me alejo de él mientras pienso un poco más en Cereza. Sus últimos días habían sido muy difíciles. Ella se había obsesionado con ese símbolo y siempre tenía esa constante necesidad de protegerme.
La enfermedad la había cambiado por completo para pasar a ser una niña pacífica y racional a una loca esquizofrénica y yo no pude hacer nada para ayudarla.
«Drakon no es bueno»
Mi pequeña hermana me advertía sobre él.
Aun no hallaba conexión entre Drakon y Cereza. Una parte de mi me dice que ella pronunció su nombre por culpa de la enfermedad, pero esta también aquella voz que me grita que no es así, que creyera en mi hermana.
Desde aquí puedo ver toda la isla. sus calles, sus torres enormes y el mar azulado y más allá a ciento de kilómetros estaba ese “Castillo Oscuro” que ocupaba mucho territorio en la playa.
No puedo evitar sentir escalofríos. Drakon no me daba buena espina.
Sigo mi camino un par de minutos más y me detengo. El mausoleo de los Victorias se encontraba justo al fondo del cementerio.
Los sauces de nuestra familia eran frondosos, sus ramas estaban pocos centímetros de tocar el suelo. Todos ellos tenían siglos de antigüedad. Hay placas que datan de 1792 hasta ahora y la cantidad de antecesores que caminaron en estas tierras.
No puedo evitar esbozar una sonrisa nostálgica cuando me encuentro en frente de la tumba de Barnabas Victoria. Tres tumbas más al lado me topo con rosas rojas adornando el árbol de quien sería Apolonia Victoria.
«La Loca del muelle»
Era un poco extraño que ella tuviera rosas frescas en su tumba. Casi siempre en su aniversario se colocaban ese tipo de ofrendas en el árbol de los deseos en la ciudad.
El sonido de una pala contra la tierra llama mi atención. Sigo el sonido y me encuentro con Patrick y su flameante cabello. Contemplo los músculos de la espalda mientras el chico parece que saca la tierra. Alarmada me acerco hacía y lo reconozco.
Patrick, el chico nuevo estaba cavando en la tumba de mi hermana como si quisiera husmear.
–¿Qué crees que estás haciendo? –pregunto colocándome al frente de él.
–¿acaso no ves o es que el sol te pone ciega? –sacó de su bolsillo trasero un cigarrillo y lo encendió con mucho estilo, parecía tan peligroso y prohibido que no pude evitar sentir nervios en mi cuerpo–abro un hueco a la tumba–se acerca con lentitud, cada paso hace que trague mucha saliva, mi corazón latía fuerte y un escalofrió paso por mi cuerpo.
–Tranquila, no te hare daño, solo quiero esto–y sonríe mientras toma de mis brazos aquel pequeño árbol.
–¿trabajas aquí? –me separa un poco más de él pero no me fui, me quede ahí esperando a que lo hiciera.
–bueno, si, algo por el estilo. Solo ayudo al viejo Luis, eso es todo ¿era tu hermana?
–sí, se llamaba Cereza–mi saliva se tornó algo amarga por ello, no me gustaba que me hablaran de ella, no quería que hiciera preguntas de como murió y cuando solo estuvo el silencio en nosotros me sentía algo aliviada.
Patrick con mucho cuidado enterró el pequeño árbol y relleno el agujero por los lados, tapizó la tierra y la regó tomándose su tiempo, incluso empezó a silbar una melodía mientras lo hacía, su voz resulta agradable y llena de paz, sin darme cuanta me hizo sonreír aquella música que salía de sus labios.
–¿La placa? –preguntó.
-Me cuesta reaccionar un poco pero tomo de mi bolso la lámina de oro con su fecha de nacimiento to y muerte y una pequeña frase "Cereza, siempre eterna en nuestros corazones".
Inhalo profundo. No lloraría delante de un extraño.
–Son muchos muertos en pocos días–empezó a decir
¿Acaso entablaba una conversación conmigo?
De seguro que mi cara debe ser fatal para que quisiera buscarme tema.
–si, había oído algo de eso–por desgracia tenía razón, en las noticias poco a poco a parecía aquel titular extraño: «una nueva plaga se propagaba en Santa Apolonia»
Habían muerto 50 personas en un lapso de 34 días.
–muchas gracias, Patrick–dije una vez que había acabado.
–no lo agradezca–dijo sacudiendo la tierra de sus jeans–nos vemos en clases–y eso fue todo entre nosotros-Cuídate.
Trate de añadir algo mas, pero se había alejado muy deprisa. Aquella era la primera vez que entablaba una larga conversación con Patrick sin que saliera con su hostilidad. Creo que si le comentara a alguien lo que había sucedido hoy no lo creerían.