Alia pedaleó, pedaleó con fuerza, pedaleó sin rumbo. La mirada la tenía al frente y en ningún momento miró atrás. En ningún momento. La bicicleta hacía movimientos de zigzag por la carretera.
No sonreía, no lloraba, no gritaba, no maldecía y tampoco le deseó la muerte a nadie.
Sólo su cuerpo se manifestaba pedaleando esa bicicleta.
La noche se hizo día y ella huyó pedaleando. Sus pies descalzos le ardían de una manera infernal y su cuerpo estaba entumecido por el frío.
Eran alrededor de las cinco de la mañana y la niña de cabello dorado estaba congelada, el rocío de la mañana había mojado su piel al descubierto. Ella apenas pestañeaba, apenas respiraba. Sus manos estaban aferradas al manubrio. Su cuerpo estaba en constante movimiento para mantenerse en calor. Su cabello flameaba por el aire seco que le pegaba en el rostro.
De algo estaba segura: el pueblo de Harbor Way yacía muy lejos de su alcance, y se prometió no volver jamás.
Newport era gigantesco, pero con suerte ya no era tan grande para Alia. Porque por fin era libre.
La bocina de una camioneta la hizo sobresaltar, pero no se deslizó en ningún momento para permitirle el paso.La bocina no cesaron y ya empezaban a aturdirla por lo molesto que era escucharla.
—¡Niña apresura el...!—gritó la mujer que estaba frente al volante, pero en cuanto la vio con más atención, se interrumpió a si misma.
La conductora se refregó los ojos ya que, no podía creer lo que estaba viendo. Se quedó estupefacta al ver a ese ángel de cabello dorado y con un vestido color blanco rasgado y que solo estaba permitido usar en pleno verano.
La camioneta aceleró para alcanzar a la joven y la gran conductora frenó al borde de la carretera. La puerta del coche se abrió a toda prisa y una pelirroja de rulos, totalmente despeinada, salió de ella.
A Alia no le quedó otra que hacer frenar la bicicleta para no chocar contra ella pero ... ganas no le faltaron.
—¡Por todos los cielos, hace un grado bajo cero y estás vestida de esa manera! ¿hacía dónde te diriges? puedo llevarte.—tartamudeó la mujer antes de quedarse frente a ella.
Alia no dijo nada. Sus ojos ni siquiera estaban mirandola, sino que estaban en otra dirección, en otra distancia.
La señora, de alrededor de unos treinta años, chasqueó los dedos frente al rostro de la chica para sacarla de su trance, pero no funcionó porque ella siguió con la mirada perdida.
—¿Puedes oírme?—le preguntó, pero Alia no contestó.
La mujer se acercó poco a poco a lo que parecía un animal con miedo y con cuidado la bajó de la bicicleta. Sentía que estaba moviendo un muñeco de trapo a su manera, y ella se lo permitía porque no ponía resistencia alguna. La guió hasta la camioneta, aferrando sus manos a los hombros de la chica.
La señora tomó una manta de la guantera, la sacudió y tapó a la niña que aún continuaba con la mirada al frente. Sus ojos parecían salirse de órbita y daban la impresión de no pestañar.
Le vio el rostro, este tenía raspones. Bajó la mirada, tenía en sus brazos varias contusiones. Cerró la puerta de la camioneta y se subió al asiento del conductor sin poder apartar los ojos de aquella chica tan extraña.
Encendió el motor y la camioneta carraspeó como respuesta.
—Maldita sea.—maldijo por lo bajo y otra vez lo intentó, por suerte, la carcacha naranja se puso en marcha.
Después de muchos kilómetros, la mujer había encendido la radio, y en ese momento la melodía de Hush Hush de Avril Lavigne creó un clima tranquilizador mientras que, el calefactor se encargaba de calentarle los cuerpos helados.
A pesar de que adentro del coche estaba muy cálido y acogedor, Alia no paraba de temblar. La mujer al notar que la joven continuaba con frió, puso el calefactor al máximo.
—¿Cómo te llamas?—le preguntó para intentar establecer una conversación con la chica.
Alia no contestó y ni siquiera parpadeó, sus labios estaban sellados.
—Muy bien, veo que no quieres hablar, así que ... te diré mi nombre. Me llamo Bárbara y estoy casada con la vida.—dijo la mujer con aire distraído.
La chica no contestó.
Bárbara dándose por vencida, se mantuvo con la boca cerrada y continuó manejando para llegar a su pequeña comunidad llamada Ángeles Caídos. Le quedaba un trayecto bastante largo para llegar hasta allí, más o menos tres o cuatro horas de viaje.
—Me gusta comer pasteles, en especial los de limón —le comentó Bárbara a la joven, luego de una hora de viaje—, mi madre hacía uno de los mejores pasteles del mundo. Pero por desgracia ya no puede hacerme ni uno sólo, porque está muerta.
Barbara estacionó en una gasolinera.
—Veo si puedo conseguir algo de ropa, luego te llevaré a las autoridades de Ángeles para ver si pueden localizar a tus padres.
Alia abrió los ojos como si hubiera escuchado un ruido estruendoso ante sus palabras y estos se abrieron hasta más no poder. Barbara se puso en alerta ante la reacción de la joven.
La rubia la miró a los ojos por primera vez, y tuvo miedo cuando su penetrante mirada la golpeó como una bofetada.
—¿No quieres que le avise a tus padres? —preguntó temerosa, mientras que tragaba saliva con fuerza.
La chica daba miedo, mucho miedo.
Alia negó lentamente con la cabeza, observando a la pelirroja con una mirada asesina.
Barbara la miró un momento y no tardó en darse cuenta de que ella no la estaba viendo de esa forma sino que, estaba suplicándole en silencio que no la delataran.
Ella sólo tiene miedo, pensó la mujer .
—Bien—titubeó—, no voy a decir nada pero es importante que me digas tu origen.
Cómo respuesta, Alia se abalanzó sobre la mujer, cómo loca. Su estado pasó de tranquila a violenta en menos de dos segundos. Cómo resultado de su furia, su mano viajó hacía su cuello para empezar a ahorcar a la pelirroja, que intentaba zafarse de su agarre, tomandola de las muñecas y así, alejarse de ella.
Pero Alia era mucho más fuerte.
—¡No...diré...nada! —logró decir la mujer, con la cara roja por la falta de oxígeno.
La chica de cabello rubio le estrujó un poco más el cuello para que temiera por su vida y la soltó, volvió a sentarse en el asiento y miró al frente como si nada hubiera pasado.
Volvió al trance en dónde se encontraba segura y apartada del mundo. Barbara buscó aire y tosió mientras miraba horrorizada a la chica.
Esa niña sufría de trastornos muy serios, incluso, quizás traumas. La mujer salió del coche y fue corriendo hasta el comercio ubicado en la gasolinera.
Alia se acurrucó más contra el asiento hasta convertirse en una bolita. Apoyó su mejilla en el peludo asiento de la camioneta e intentó cerrar sus ojos que se encontraban secos e irritados.
Ya no tenía frío. Ya no temblaba.
Le dolía el pecho, y se sentía demasiado cansada. Su mente estaba en blanco, y prefería estar calmada como lo estaba, en armonía. Sabía que si pensaba demasiado era capaz de matar a cualquiera que se le cruzara, solo con total de calmar la impotencia que tenía. Aquella mujer no tenía la culpa de nada, solo quería ayudarla pero ... ¿podría confiar en su totalidad?
Su boca estaba áspera y seca, y las horas que no había dormido ya comenzaban a pasarle factura. Se consideró exhausta, necesitaba descansar.
Se sentía sucia por aquel vestido blanco que tenía. Un blanco que ya no era blanco por toda la mugre que lo había arruinado. Le dolía el cuerpo de una manera insoportable. Estaba segura de que le agarraría una neumonía por todo el frío que había tomado.
Las personas se habían quedado maltratar a esa niña de tan solo quince años y ella no les había hecho nada a nadie, pero todos se empecinaron en hacerla sufrir, en hacerla sentir que era una mierda de persona.
Hasta que había llegado a creer que era una asesina por haber matado a ese hombre que había llegado a pasar con ella.
¡Sólo se estaba protegiendo!
Todas las personas que la rodean le dan un puñal por la espalda. Ya no confiaba en nadie, ni en nada que se mantuviera con vida en esta tierra. Ni en ella misma.
¿Y ahora? ¿Qué pasaría con ella? ¿Cuál era su destino?
Todo era muy confuso y casi imposible de pensar. Sólo ... dejaría que todo fluya y nada más.
—¡Oye niña! —le gritó Bárbara desde la ventanilla, mientras le mostraba una especie de telas a través del vidrio.
Por lo que pudo llegar a ver, era ropa. Alia se bajó de la camioneta envuelta en la manta que le había dado Bárbara y caminó hasta ella con el entrecejo fruncido.
—Ha obtenido ropa para ti, en oferta. Ve a cambiarte a ese sucio baño y ponte esto para que no pases frio.
Sintió ganas de llorar por cómo la protegía sin ser nada suyo, y estaba algo arrepentida por haberla atacado hace varios minutos.
Barbara le tendió la ropa y Alia la miró con desconfianza ... ¿qué quería realmente aquella señora?
¡Por el amor de Dios, la Nectilea intentó matarla y ella la cuidaba como si se conocieran de toda la vida!
—Vamos.—la alentó—Sólo es ropa ¿o prefieres morir congelada?
Preferiría morir antes que otra cosa , consideró con amargura la Néctilea.
Pero, no morir congelada especialmente, sino, tirarse de un barranco.
Tomó la ropa con mala gana y entró a un baño portátil de la gasolina para cambiarse.
Se sacó el vestido arruinado y mugriento, y comenzó a inspeccionar la ropa que le compró Bárbara.
Consistía en un pantalón de terciopelo gris, una remera de las ligas mayores de Canadá que era el doble de su talla, varias camisetas de color azul, calcetines y una campera gigante de esquiador.
Lo único que le faltaban era unas zapatillas, pero no protestaba ya que Barbara había pensado en todo. Ya no tenía frío, pero el dolor en el pecho no cesaba.
Salió del baño portátil y la sensación de los calcetines al contacto con el cemento la hizo estremecer. El clima no estaba ayudando en nada, y estaba más que segura que se enfermaría.
La mujer pelirroja de cara demacrada y de unos intensos ojos turquesas la estaba esperando. Cuando se percató de la presencia de la chica, sonrió.
—No obtuve otra talla, y otro tipo de colores.—se disculpó con un tono de broma para lograr que hablara.
No lo consiguió.
Las dos subieron al coche antes de que el frío las congelara y se sintieron aliviadas al sentir el calefactor calentándoles la piel de una manera especial.
—¿Quieres venir conmigo y olvidarte de todo lo que te sucedió? Porque por lo que puedo presentir... —hizo una breve pausa para buscar las palabras correctas—sufriste mucho de dónde huiste.
Alia la miró detenidamente, pensando si aceptar la propuesta de Bárbara. Los ojos de la joven eran demasiado grandes para su rostro, su piel era tan pálida que parecía apunto de desmayarse, y su cabello parecía sucio.
Esa niña necesita ayuda urgentemente.
¿Que haría Alia ahora? ¿Aceptar y ya?
Mirara por donde mirara, esa mujer tenía la voluntad de ofrecerle una nueva vida.
Le costaba mucho confiar en una persona cuya oportunidad de escapar de Newport se la servía en bandeja de plata. Pero ... no le quedaba otra opción. No confiaba en ella ni en nadie, sin embargo, era su única salvación para huir de todo lo que le había hecho mal.
La Néctilea asintió con la cabeza y Barbara relajó los hombros al sentirse tan tensa.
—Te encantaran las personas de Ángeles caídos.
❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀
Hola, soy Florencia Tom, escritora de este libro y quiero agradecerte por quedarte enganchada con este capitulo. No te olvides por favor de darle un corazoncito y compartir esta historia con aquella persona que quiera sentir lo mismo que tú!¿Quieres continuar leyendo esta historia?¡Desliza hacía abajo y continua disfrutando de esta historia!¡No olvides visitar mi perfil y encontrar nuevos libros escritos por mí!¡Beso grande, te quiero!