Vergüenza Joseph, quien había estado trabajando en sus propios asuntos, escuchaba la lejana melodía desde su estudio. Al principio, no le prestó atención, escuchando los ecos del piano que llenaban los pasillos del palacio, pero esta vez, algo en esas notas le llamó la atención. La tristeza impregnaba cada acorde, una pena profunda que le hizo detener su lectura. Se levantó lentamente, caminando hacia la puerta de su estudio, intrigado. Sabía que sólo Amélie tenía acceso a la sala de música de la reina. Con cada paso que daba, la melodía se volvía más clara, más desgarradora. Era como si el piano hablara, le contara una historia que él había ignorado por mucho tiempo. Se detuvo cerca del salón de música, donde la puerta entreabierta dejaba escapar las emociones de la joven que tocaba. Su

