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LUCIFER TRAS LAS REJAS

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oscuro
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miedo
renacimiento/renacer
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Descripción

La penitenciaría "La Cuarta" es sacudida con la llegada de nuevos reos que, sin saberlo, son parte de un plan Divino para librar una batalla apocalíptica contra las fuerzas del mal. El Pran, jefe de los reos, está poseído por una entidad demoníaca con rango de Potestad, e intentará arruinar los planes de Dios para salvar a los presos de "Cuarta".

Una novela donde llena de episodios sangrientos, entrelazados con sorprendentes milagros.

"Se hará la voluntad de Dios, cueste lo que cueste..."

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La tortura de Martín
¡Oh Dios tengo sed! –Pensó Martín mientras intentaba abrir los ojos. Un sabor a sangre le atestaba la boca y una costra le impedía que abriera los párpados. La mejilla izquierda y el pómulo hinchado le dolían al contacto con el piso, y sentía la fetidez de su aliento que rebotaba en el polvo y regresaba como un éter nauseabundo a su garganta. Cada respiro se convertía en una tortura, podía imaginar sus costillas, rotas, cuando los pulmones se expandían dentro del tórax. Intentó levantar la cabeza pero sintió la presión de un pie sobre la oreja. Hizo un segundo intento para alzarla y lo que parecía una bota refregó su mejilla como quien apaga un cigarrillo que ha tirado en el suelo. -A éste todavía le queda fuerza. -Dios te perdone –dijo quedamente Martín. “¿Dios me perdone?” –Inquirió el torturador al tiempo que le alzaba por el cabello y llevaba su rostro a la altura del suyo. - Si es verdad que Dios existe, pídele que me parta un rayo? - Entonces sería igual que tú… Una lluvia de golpes acompañados de vulgaridades se estrellaba nuevamente contra la humanidad de Martín. Quería dormir por mucho tiempo, pero cada puñetazo era un detonador que activaba explosiones en su memoria: Revivió el primer golpe que le dio el detective; un recto directo a los dientes, y el labio se partió como un bistec cuando se ablanda con el mazo de cocina. Más leñazos y alucinó con la imagen sonriente de Laila. Recibió una patada más y estalló en su memoria su entrada al recinto, esposado, bajo la mirada lastimera de sus familiares y amigos. Otra vez Laila sonriendo y apuntando con el dedo un pasaje de la Biblia “Josué 1:9” . - ¿Dónde están los demás? Tengo toda la noche para esto… ¿Tú crees que me voy a meter en un problema si te doy un “coquero”? No me va a pasar nada porque al secuestro le están dando duro… -Yo no hice nada varón –balbuceó mientras se ahogaba en su propia sangre el prisionero. -“Gafo”. Te tenemos grabado, y a la mujer tuya la agarramos también… le vamos a dar más duro que a ti si no me dices dónde están enconchados los demás. Un grito hondo y gutural empezó a emerger de la garganta de Martín, semejante al grueso mecate con que aseguran los barcos en Puerto Cabello. Era un largo y espantoso alarido que dejó escapar el nombre de “Laila”. Otro golpe al esternón acabó con el canto melancólico y sumió a Martín en un profundo sopor, encadenándolo al recuerdo de la tarde en que lo capturaron. Aquí estoy yo, manejando mi taxi. Y este pasajero bien vestido es el culpable de mi desgracia. Tengo que aprovechar esta alucinación para esclarecer el crimen y ayudar a estos esbirros, porque sino le van a dar a Laila el mismo tratamiento… ¡Dios mío! no permitas que le hagan nada, por favor, tu eres mi Salvador… Yo nada soy, nada merezco, hierba y flor de la hierba es mi paso por este mundo. Pero ella que nació y se ha mantenido en tus caminos… ¿Por qué, Cristo, pasan estas cosas? ¿No pagaste tú el precio por nosotros? Concéntrate Martín, no tienes mucho tiempo, si la están interrogando también la van a torturar. Si, lo veo… Tenía los ojos verdes, muy verdes, y se reía como los protagonistas de novela… A cada rato lo llamaban por teléfono y respondía con misteriosos monosílabos e instrucciones misteriosas. Usaba ropa fina, pero la tosquedad de sus gestos revelaba que no procedía de cuna de oro. Anda Martín, anda con cien ojos sobre tus recuerdos para entregar una pista a este verdugo, antes que te mate y la mate a ella… Oh Padre: Ten misericordia de mí, dame la visión… tú que todo lo puedes y nada hay después de ti… Silencio, silencio… Jeremías 33:3: “Clama a mí y yo te responderé”. - ¿Cuánto es para La Cuarta viejo? - Cincuenta. - Mucho, tengo treinta. - Vamos pues. ¡Gracias Dios por el recuerdo! Ahora… ¿A dónde fuimos?… La Cuarta: El hombre iba a la cárcel y le cobré caro, pues cuando te quieren robar no discuten la tarifa. Si hubiera dicho que sí, no lo monto. No debiste montarlo Martín, mira lo que te está pasando ahora. No te distraigas, continúa, Laila está en la otra celda. “le vamos a dar más duro que a ti”. ¡Ay Amado! No lo permitas, Dios mío: pase de ella esa copa, dámela a mí… El alter ego de Martín está sobre Martín el taxista, lo ve manejar con la mirada puesta en la calle y el rabillo del ojo en los movimientos del pasajero. Ha ido a La Cuarta un millón de veces, sin duda este recuerdo no es una alucinación, puesto que nada fantástico ni carente de sentido le distrae. Reconoce al pasajero; es un catire de cabello castaño, ojos verdes y de complexión atlética, lleva puesto un blue jean, una camisa manga larga, remangada hasta el antebrazo y un reloj con correa de cuero en su muñeca izquierda. Tiene una pesada cadena de oro que oscila con los movimientos del taxi y a ratos se sale de la camisa, abierta hasta el segundo botón. Su voz… ¿Cómo era su voz? -Déjame aquí pana –avisó el pasajero. -¿No iba usted para La Cuarta? -¿Y no estamos en La Cuarta pues? –replicó. Ya lo recuerdo, le di la razón, La Cuarta es una avenida grande que tiene una cárcel con su nombre. Cuando se bajó le di las gracias y lo bendije, me dispensó una mirada excéntrica de superioridad y socarronería. Aproveché para dar la vuelta en “U” y luego de unos minutos veo ese aparato del demonio… un “teléfono inteligente” que ni con tres meses taxiando puedo comprar. Pensé en regresar pero ya era hora de hacer otro trasporte, y decidí esperar a que me llamara y entregarle su celular sin exigir recompensa. Un terrible golpe sobre el ojo le despega la sangre y puede ver la figura de su carcelario, el dolor se ha fijado en el hueso y toma aire a tres tiempos, abre la boca desmesuradamente y emite un sonido quejumbroso. -¿Quién es el cabecilla? -El catire de La Cuarta… -¿Ves, andrés, que fácil es? Yo sabía que Catire estaba metido en este guiso. Te hubieras ahorrado la golpiza. -Agua. -¿Para qué vas a tomar agua? Igualito tengo que darte el coquero, no te puedo dejar vivo… -Laila. -Tranquilo, ella está bien, unas cachetadas nada más. Pero le van a meter 27 años. Ah bandita brava la de ustedes… primera vez que veo evangélicos metidos en esto. Es más, les voy a poner: “La banda de Los Evangélicos”. Tremendo titular mañana… Y, adivina adivinador: ¿Quién crees tú que va a salir borroso en la última página…? Todo terminó para mí Señor. Te ruego acompañes a mi esposa y pon tu mano sobre su hombro hasta el final de sus días, añade justicia a su causa y perdona todos mis pecados. Sin causa muero hoy y entrego mi alma en tus brazos, recíbela Padre, porque este hombre no entenderá que fui víctima de la casualidad…

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